Crítica de libros / Narrativa extranjera
“UNA FÁBULA DELIRANTE”
En El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, una de las primeras novelas de Haruki Murakami, recién ahora traducida al español, conviven sin fricciones el género de aventuras y el policial, el relato fabuloso y el imaginario del cómic.
Por: Jaime Arrambide
Para LA NACION
Jamás sabremos a ciencia cierta si los dos relatos que cohabitan en El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas tienen un mismo protagonista o si son personajes distintos que comparten la primera persona de la narración por voluntad del autor. Sus existencias -la palabra "vidas", en este caso, resulta inexacta- transcurren en irrealidades literarias paralelas que nos recuerdan a esas líneas rectas que en matemática se denominan "asíntotas" y que se aproximan infinitamente sin llegar nunca a tocarse. La referencia matemática deja de ser caprichosa cuando se advierte, además, que no sólo los protagonistas, sino los personajes de ambos relatos carecen de nombre propio y se revisten, a los efectos de la narración, de una "función" en el caso de los personajes tridimensionales, o de un "atributo" en el caso de los que son planos. La bilocación de seres semejantes se derrama también sobre los objetos, las situaciones y los desenlaces, como si los finales posibles fueran matices de un mismo y único final, que no es la muerte, sino más bien la impotencia, en todos sus sentidos posibles.
Por un lado, el primer relato, sobre el despiadado país de las maravillas: en un futuro incierto y en una Tokio indiferente hasta la sordera, la tecnología ha descubierto el modo de utilizar el cerebro humano como computadora biológica. El protagonista de este relato es un "calculador", entrenado y programado para disociar sus hemisferios cerebrales y así realizar sofisticadísimos cálculos numéricos. Es empleado del Sistema, corporación estatal que libra una batalla sin cuartel por el control de la información contra los Semióticos, desertores que han abierto su propio quiosco en el mercado negro y que no descartan los métodos violentos para cooptar a calculadores insatisfechos y piratear así los datos que atesoran en sus cerebros. Nuestro calculador, treintañero y divorciado, lleva una existencia bastante solitaria, entre lecturas cultas y películas viejas, hasta que sus servicios son requeridos por un eminente científico que en el más absoluto ostracismo investiga el modo de "insonorizar" el mundo y propiciar así un salto evolutivo. El anciano, que sólo es asistido por su regordeta nieta adolescente, confía los resultados de sus investigaciones a la mente del calculador, quien a partir de ese momento es víctima de la disparatada persecución de todas las fuerzas interesadas y en pugna. De caer en manos de los Semióticos o de los Tinieblos -mutantes caníbales que viven en el alcantarillado de la ciudad-, el fin del mundo sería inevitable.
El fin del mundo, precisamente, es el nombre que lleva el otro relato, que se entreteje escrupulosamente, capítulo por capítulo, en esta novela. Aquí el protagonista es un "hombre" -y el entrecomillado resulta imprescindible- que ha llegado sin saber cómo, desde dónde ni por qué, a una ciudad amurallada de la que sólo sabe que jamás podrá salir. Al llegar y haciendo uso de un cuchillo, el guardián de la puerta lo ha separado de su sombra, confinada a permanecer extramuros y a languidecer hasta extinguirse para siempre. En esa ciudad evanescente, nuestro protagonista será designado "lector de viejos sueños", tarea que cumple en el recinto de una biblioteca repleta de calaveras de unicornios que le revelan sus antiguos secretos cuando posa sobre ellas sus manos. Pero su nueva función conlleva un precio: el filo de otro cuchillo le marca las córneas y lo constriñe a no ver más la luz del sol. De allí en más, sólo podrá pasearse por la ciudad después del ocaso o cuando el cielo esté cubierto. Antes de despedirse, sin embargo, su sombra le ha encargado una misión secreta: elaborar un minucioso mapa de la ciudad, que el lector de sueños recorrerá en compañía de su amiga bibliotecaria, a quien lo une un amor desangelado que parece propio de un purgatorio cuyos transeúntes han olvidado sus culpas.
Con esta doble novela, y una vez más, el autor de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo logra instalar un desconcierto literario donde todo es previsible, precisamente, por imposible. Aborda la tarea de escribir con tal desparpajo que por momentos despierta la envidia de la literatura de Occidente, a la que, hay que decirlo, tanto le debe. Dedicarse a pasar revista de la infinita e imparable serie de referencias literarias y no literarias, de intertextos propios o ajenos, y de citas abiertas o solapadas, sería redundar en lo que ya tantas veces se ha escrito sobre el escritor japonés y que por momentos pretende reducir sus textos a la estatura de un refrito. Por el contrario, el autor hace un uso notable del recurso más generoso y honesto del arte en general: el de la "integración". Y es quizás en este punto donde la concepción oriental del arte, que no asigna a la originalidad un papel preponderante, ayuda para que ese abigarrado cruce de géneros y texturas -la novela de aventuras, el relato fabuloso, el policial negro y el guión de manga - convivan sin fricciones en una escritura que privilegia siempre la fábula por encima de la experimentación con el lenguaje, al menos hasta donde nos permite constatarlo un texto traducido. Esa carencia de "historias que contar" que suele achacarse a la narrativa contemporánea queda resarcida en un relato que no se priva de sutilezas existenciales y honduras poéticas, donde los personajes comparten un candor superador del maniqueísmo occidental.
Es inevitable preguntarse si los 25 años transcurridos hasta la traducción y publicación en español de esta novela no le han restado algo de su encanto, de su originalidad, como si la rémora de otros textos o películas de factura más reciente -que van desde los relatos de Aira hasta El viaje de Chihiro- compitieran en la cabeza del lector con el gustoso dislate que cunde en este libro.
Por un lado, el primer relato, sobre el despiadado país de las maravillas: en un futuro incierto y en una Tokio indiferente hasta la sordera, la tecnología ha descubierto el modo de utilizar el cerebro humano como computadora biológica. El protagonista de este relato es un "calculador", entrenado y programado para disociar sus hemisferios cerebrales y así realizar sofisticadísimos cálculos numéricos. Es empleado del Sistema, corporación estatal que libra una batalla sin cuartel por el control de la información contra los Semióticos, desertores que han abierto su propio quiosco en el mercado negro y que no descartan los métodos violentos para cooptar a calculadores insatisfechos y piratear así los datos que atesoran en sus cerebros. Nuestro calculador, treintañero y divorciado, lleva una existencia bastante solitaria, entre lecturas cultas y películas viejas, hasta que sus servicios son requeridos por un eminente científico que en el más absoluto ostracismo investiga el modo de "insonorizar" el mundo y propiciar así un salto evolutivo. El anciano, que sólo es asistido por su regordeta nieta adolescente, confía los resultados de sus investigaciones a la mente del calculador, quien a partir de ese momento es víctima de la disparatada persecución de todas las fuerzas interesadas y en pugna. De caer en manos de los Semióticos o de los Tinieblos -mutantes caníbales que viven en el alcantarillado de la ciudad-, el fin del mundo sería inevitable.
El fin del mundo, precisamente, es el nombre que lleva el otro relato, que se entreteje escrupulosamente, capítulo por capítulo, en esta novela. Aquí el protagonista es un "hombre" -y el entrecomillado resulta imprescindible- que ha llegado sin saber cómo, desde dónde ni por qué, a una ciudad amurallada de la que sólo sabe que jamás podrá salir. Al llegar y haciendo uso de un cuchillo, el guardián de la puerta lo ha separado de su sombra, confinada a permanecer extramuros y a languidecer hasta extinguirse para siempre. En esa ciudad evanescente, nuestro protagonista será designado "lector de viejos sueños", tarea que cumple en el recinto de una biblioteca repleta de calaveras de unicornios que le revelan sus antiguos secretos cuando posa sobre ellas sus manos. Pero su nueva función conlleva un precio: el filo de otro cuchillo le marca las córneas y lo constriñe a no ver más la luz del sol. De allí en más, sólo podrá pasearse por la ciudad después del ocaso o cuando el cielo esté cubierto. Antes de despedirse, sin embargo, su sombra le ha encargado una misión secreta: elaborar un minucioso mapa de la ciudad, que el lector de sueños recorrerá en compañía de su amiga bibliotecaria, a quien lo une un amor desangelado que parece propio de un purgatorio cuyos transeúntes han olvidado sus culpas.
Con esta doble novela, y una vez más, el autor de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo logra instalar un desconcierto literario donde todo es previsible, precisamente, por imposible. Aborda la tarea de escribir con tal desparpajo que por momentos despierta la envidia de la literatura de Occidente, a la que, hay que decirlo, tanto le debe. Dedicarse a pasar revista de la infinita e imparable serie de referencias literarias y no literarias, de intertextos propios o ajenos, y de citas abiertas o solapadas, sería redundar en lo que ya tantas veces se ha escrito sobre el escritor japonés y que por momentos pretende reducir sus textos a la estatura de un refrito. Por el contrario, el autor hace un uso notable del recurso más generoso y honesto del arte en general: el de la "integración". Y es quizás en este punto donde la concepción oriental del arte, que no asigna a la originalidad un papel preponderante, ayuda para que ese abigarrado cruce de géneros y texturas -la novela de aventuras, el relato fabuloso, el policial negro y el guión de manga - convivan sin fricciones en una escritura que privilegia siempre la fábula por encima de la experimentación con el lenguaje, al menos hasta donde nos permite constatarlo un texto traducido. Esa carencia de "historias que contar" que suele achacarse a la narrativa contemporánea queda resarcida en un relato que no se priva de sutilezas existenciales y honduras poéticas, donde los personajes comparten un candor superador del maniqueísmo occidental.
Es inevitable preguntarse si los 25 años transcurridos hasta la traducción y publicación en español de esta novela no le han restado algo de su encanto, de su originalidad, como si la rémora de otros textos o películas de factura más reciente -que van desde los relatos de Aira hasta El viaje de Chihiro- compitieran en la cabeza del lector con el gustoso dislate que cunde en este libro.
17/04/2010
Fuente:
Diario "La Nación" Suplemento ADN Cultura
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