sábado, 17 de abril de 2010

“EL PULSO NARRATIVO” POR JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ.

VIEJA CALLE. Arturo Pérez-Reverte en una esquina de Cádiz.
Foto:AFP.

“EL PULSO NARRATIVO”

Por: Jorge Fernández Díaz
Director de adnCULTURA

Durante ese mismo año (1811) y en esa misma ciudad sitiada y misteriosa, José de San Martín y otros patriotas conspiraban en una logia masónica y preparaban en secreto la emancipación de América. No quedaba de España más que Cádiz. El resto del territorio español había sido invadido por Napoleón Bonaparte, y los franceses disparaban con denuedo desde mar y tierra para conquistar el último refugio. En ese escenario, tan mítico para los argentinos, transcurren las 720 páginas de la más ambiciosa novela de Arturo Pérez-Reverte, El asedio. Un artefacto simple y a la vez complejo: no hay nada más difícil que alcanzar a un mismo tiempo la sencillez y la profundidad. El padre del capitán Alatriste consigue ese prodigio entrelazando con buen pulso y notable madurez narrativa cinco o seis novelas que terminan siendo una sola. Cada una de ellas está respaldada por un personaje memorable. Y el más logrado es, sin duda, Rogelio Tizón, macabro comisario que gusta de la delación, la corruptela y la tortura: uno de los detectives más siniestros de la literatura moderna. Un monstruo que busca a otro, puesto que el policía intenta descubrir a un asesino serial que destroza a mujeres jóvenes en los mismos recovecos de la ciudad donde antes han caído bombas francesas. Hay mucho de ajedrez y algo de La tabla de Flandes en esa trama que mantiene en vilo al lector hasta el sorpresivo desenlace.

También hay allí ecos de otros paradigmas revertianos, como el corsario Pepe Lobo, que no se considera un caballero y que sin embargo da la vida por el amor de una mujer impresionante: Lolita Palma, una bella "solterona" de 32 años que evoca las damas de rompe y rasga que tanto le gustan al autor. Avas Gardners que no aceptan el destino clásico de "damiselas en apuros" y toman las riendas para gobernar sobre los hombres.

Merodea también un artillero francés llamado Simon Desfosseux, obsesionado por las parábolas de las bombas y la aritmética del cañoneo; un luctuoso taxidermista -Gregorio Fumagal- que además es espía, y un guerrillero de las salinas que lucha cuerpo a cuerpo con los "gabachos". Todas las tramas se van ensamblando naturalmente, sin artificios, y detonan de un modo espectacular, dejando un regusto amargo en la boca. El regusto que dejan la vida verdadera y el destino humano cuando se ven de frente su crueldad inevitable y su gran estupidez. Arturo recrea la novela de aventuras pero sin hacerle concesiones: no hay más que héroes incompletos de corazón negro, víctimas malogradas y sobrevivientes sin inocencia.

Pero el gran personaje es, sin duda, la mismísima ciudad de Cádiz. Resulta tan precisa su reconstrucción, nos acostumbramos tanto a sus ruidos, palabras, olores y costumbres, Pérez-Reverte nos conduce a través de ella con tanta sabiduría (jamás intenta ser didáctico ni carga las tintas con "información") que, cuando uno cierra el libro, siente que ha hecho un viaje, que extrañará ese universo en el que vivió varios días y que el túnel del tiempo ha resultado un escudo de lucidez, un analgésico contra el analfabetismo por opción, la demagogia política y los horrores públicos y privados que dominan el presente.

jdiaz@lanacion.com.ar

17/04/2010

Fuente:
Diario "La Nación" Suplemento ADN Cultura

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