viernes, 30 de julio de 2010

jueves, 29 de julio de 2010

“LOS POEMAS SONOROS DE PAOLO ASTORGA” POR ROY DÁVATOC.


“LOS POEMAS SONOROS DE PAOLO ASTORGA”

Por: Roy Dávatoc

El sonido, en física, es cualquier fenómeno que involucre la propagación en forma de ondas elásticas y pareciera que los poemas del libro DE LIMA A CHOSICA, de Paolo Astorga, fueran esa propagación de la palabra que transita junto con el hombre de la ciudad hacia un lugar parecido al abandono.Esta realidad parece un sueño, un mal sueño, hay ternura pero duele, pareciera indicar el poeta en su primer poema. Cito:

Cadáveres en ascenso,
niños sin espalda,
cráneos y cuerpos grises
estornudando alacranes.

Y es aquí donde el poeta se atormenta y quisiera preferir el desánimo, huir de Lima y sus señoríos, su preferido lugar donde nunca se encuentra; pero se resiste a pesar de los desmanes, a pesar de tener su verdugo y salvador en la misma mano y sin embargo se obliga a existir. Cito su poema III.

Nuestro dolor otra vez enfrentándonos al pecado de la vaguedad.
Es Lima, señores,
donde el olvido explosiona su sedante y existimos una y otra vez.


Pero el poeta también reclama, se desespera, espera, aclama; es esa nostalgia que envuelve a los que esperan, a los que lo dan todo y son invencibles, complemento. Cito un extracto de su poema IV.

He clavado mi maniquí-fetiche-Beatriz sobre la cruz más violenta y aún no soy un redimido.
No tengo emblemas, no hay nada sobe la carretera acostumbrada al secuestro y la desesperación.


Y es esta esperanza que obliga a elevar la voz para despertar a la carne, para desafiar y resistir, para surgir desde alguna ceniza. Cito parte de su poema VIII.

Ya no hay signos de una boca contra el mundo.
En este cielo que empapa las gargantas de mentiras y procreación, me he decido ser frágil neblina, nirvana de toques sin precio, una boca maldecida por la muchedumbre que carga sus bultos de felicidad comprados con esperma.


A partir de esta rabia contra una sociedad que enmascara los ánimos de un hombre, el poeta sufre, se cuestiona y aún así nos llena la cabeza de esperanza hasta que llegue el tiempo; somos la única salida, somos el suicidio. Cito:

Escapemos.

Mientras nadie nos crea
me perseguirá aún impenetrable
tu pureza



El hermoso búho que ya no nos seduce
será la visión del campo y de los trenes prohibidos



Y ya no sea sangre lo que brota de mis manos,
sino una luz hambrienta por pensarte en silencio.


Y como todo hombre la tristeza lo atrapa pero sabe llevar esa pena con ironía, toque que hace especial al poemario. Cito un extracto de su poema XII:

Soy uno más sobre la gran marsupia que desaparece las memorias y aún quiero escribir sobre lo que me aleja del éxito.

Mas en un lugar común, un hombre común, es parte de la podredumbre. El poeta quiere resignarse y se resiste porque a pesar de todo sabe esperar. Dice Paolo:

Este es el canto del júbilo ensayando tu regreso.

Aquí en Chosica
solo me queda el ultimátum de volver al tiempo sin retorno
y amanecer de nuevo entre árboles ausentes.


Es así, pues, que los poemas de Astorga en esta entrega viajan como el sonido, trasgrediendo todos los sentidos, viajando con el tiempo y contra el tiempo, despertando los ánimos y por qué no, invitando a nuevas formas de concebir y percibir la poesía. Sus poemas parecieran ser parte de alguna canción, como si fueran el soporte o el fondo de alguna melodía, como si fuera el ritmo que marca alguna marcha; una nueva manera de sentir la poesía, convivir con ella y disfrutarla.

Lima, 17 de junio de 2010.

Fuente:
http://roydavatoc.blogspot.com/

CARE SANTOS: “ENTUSIASMO E ILUSIÓN”.

Escritora española: Care Santos.

“ENTUSIASMO E ILUSIÓN”

La escritora española visitó Lima para participar en la Semana de Autor del Centro Cultural de España.

Por: Cintya Malpartida Guarniz

–¿Qué significa escribir literatura para jóvenes?

Yo no hago distinción entre escribir para jóvenes y para adultos. Creo que hay que escribir con respeto a la literatura y con amor. Y desde el conocimiento hacia el receptor. Una novela para jóvenes no debe ser distinta a ningún otra novela, Debe ser una buena novela con una buena historia, pretensión de estilo, con un planteamiento formal determinado, que tenga cuerpo la historia y que no rebaje ni temas ni vocabulario ni pretenda ser más fácil porque el receptor es más joven. La novela debe entusiasmar e ilusionar.

–¿De qué tratan sus libros?

De todo. Tengo novelas realistas, fantásticas. A mí las etiquetas no me satisfacen y no estoy de acuerdo con que las novelas se identifiquen con un solo género. Trato de tocar asuntos que me interesan a mí y a mis lectores. De la relación que tengo con ellos conozco los asuntos que les interesan.

–En el caso de la literatura infantil, ¿qué significa para usted escribir relatos para niños?

Básicamente un accidente. Yo nunca pensé que escribiría para niños, así como tampoco pensé tener tres hijos. Mis hijos son una fuente de información e ideas y mientras ellos sean pequeños me moveré en el terreno de la literatura para niños porque escribo para ellos. Todas las historias que estoy publicando para niños han nacido en nuestro entorno familiar. Cuando ellos crezcan yo sospecho que no voy a ser una habitual de la literatura infantil.

–Sus niños son sus lectores ideales…

No, mis niños son los lectores más feroces que una pueda tener y que además, jamás te van a ver como más que la mamá pesada que eres. Para nosotros la literatura es una vía de comunicación más. Pobre de mí si todos los lectores fueran como mis hijos.

–¿Cuál de todos sus libros publicados la ha entusiasmado más?

Una siempre tiene preferencias por lo último. La literatura es una evolución y va pareja a tu caminar por el mundo, a tu propia evolución como persona e intelectual y en esa lógica tiendes a preferir lo último que has escrito, que es donde has dado lo mejor de ti misma y en donde estás en un buen nivel, lo cual has conseguido con años de oficio y técnica.

–Finalmente, ¿qué mensaje le daría a los lectores jóvenes?

Que busquen el libro que les interesa. Muchos jóvenes piensan que no les gusta leer y están muy equivocados. Si no han encontrado aquel libro que no les deje dormir, es porque no buscaron bastante. Y si no saben, pues que se dejen aconsejar. Seguro que encuentran a una persona que los guíe hacia aquel libro que los conmueva.

29/07/2010

Fuente:
Diario “Expreso”

PRESENTACION DEL LIBRO "EL AMOR Y LA VÍA LÁCTEA" DE GIULIANA LLAMOJA EN LA FIL-LIMA 2010.


PRESENTACION DEL LIBRO "EL AMOR Y LA VÍA LÁCTEA " DE GIULIANA LLAMOJA

Amigos:

Están invitados este jueves 29 de julio - 8:00 p.m. a la presentación de mi primer libro. La presentación estará a cargo de Eloy Jauregui.

Lugar: Feria Internacional del Libro. FIL / Parque los Próceres de la Independencia. Cuadra 15 Av. Salaverry

Sala Blanca Varela

miércoles, 28 de julio de 2010

JULIO ORTEGA DISERTARÁ “CONFERENCIA SOBRE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS Y EMILIO WESTPHALEN”.

Julio Ortega.

“CONFERENCIA SOBRE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS Y EMILIO WESTPHALEN”

Reconocido crítico literario Julio Ortega visitará la Casa de la Literatura Peruana.

Continuando con nuestras visitas ilustres, la Casa de la Literatura Peruana (Jr. Ancash 207, antigua Estación Desamparados), recibirá el jueves 29 de julio al crítico literario Julio Ortega. El reconocido hombre de letras recorrerá las instalaciones de la institución y a las 12:30 p.m. ofrecerá la conferencia Rumbo a los centenarios de Arguedas y Westphalen.

Julio Ortega (Perú, 1942) es un crítico, ensayista, profesor, poeta y narrador peruano cuya obra de pensamiento es una de las más importantes de América Latina, por sus lúcidas reflexiones acerca de la literatura y sus relaciones con la historia y la sociedad. Estudió literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, posteriormente viajó a EE.UU. invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona donde trabajó como traductor y editor. Luego regresó a EE.UU. como profesor de la Universidad de Texas, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. También ejerció la docencia en las universidades de Brandeis y Brown (EE.UU.).Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha obtenido los premios: Juan Rulfo de Cuento (Francia), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de la América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima).

Su primer libro de crítica La contemplación y la fiesta (1968), está dedicado al “boom” de la novela latinoamericana. De su crítica ha dicho Octavio Paz: “Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso.”

“CIEN AÑOS DE ARGUEDAS”.

José María Arguedas, la voz de América escindida.

José María Arguedas (Andahuaylas, 18 / 1/ 1911 - Lima, 2 /12 / 1969). Escritor, antropólogo y etnólogo. En el 2011 se cumplirá cien años de su nacimiento.

“CIEN AÑOS DE ARGUEDAS”

Numerosas instituciones culturales, escritores e intelectuales del Perú y el extranjero, han pedido que al año se conmemore adecuadamente el Centenario del Nacimiento de José María Arguedas. Pero más allá de las actividades oficiales, debe ser una ocasión para analizar la trascendencia de la narrativa de un escritor tan querido y admirado, a pesar de los maltratos que se le ha inferido, desde diversos predios de la envidia y olvido oficial.

No basta que el 2011 lleve su nombre, interesa mucho más divulgar su biografía y obras completas, realizar un certamen internacional para escuchar a quienes conocen su obra desde un punto de vista académico. Así, se podrá apreciar cómo es que Arguedas representa a Todas las sangres, en un continente escindido, donde se habla un español andino.

Para entender los orígenes de sus novelas, es bueno escucharlo: “Yo tuve una infancia –dijo- desventuradamente feliz, no pudo haber sido mejor ni pudo haber sido peor. Me golpearon duramente, pero al mismo tiempo recibí compensaciones, formas de dicha, de alegría, de contacto con el corazón humano, como seguramente muy poca gente tuvo la suerte de gozar. Yo fui criado por mi madrastra, que no era mala, era simplemente una madrastra que tenía sus hijos, y por tanto no podía verme con la misma simpatía que a sus hijos sino un poco como un intruso. Yo, ahora que tengo hijastros, estoy empezando a comprender por qué me trató mal. No me trató mal por cruel sino, simplemente, porque así es el ser humano… Y entonces pude oír en quechua los cuentos que se contaban, las canciones que cantaban; toda la inmensa sabiduría que en realidad tienen como la puede tener sino un pueblo con 90 siglos de ejercicio de la inteligencia y de las manos como es nuestro pueblo peruano”. (Motivaciones del escritor. Universidad Federico Villarreal. Pgs. 13/14.1966).

¿Por qué el Perú oficial actúa como una madrastra con Arguedas y con sus mejores hijos? En fin, ese es un tema que alguna vez habrá que encararlo. Entre tanto, una comisión debería dedicarse a recopilar todo cuanto escribió para publicar, conocer mejor y revalorar la trascendencia de su imperecedera obra.

28/07/2010

Fuente:
Diario “La Primera”

“BREVE DISCURSO SOBRE LA CULTURA” POR MARIO VARGAS LLOSA.


“BREVE DISCURSO SOBRE LA CULTURA”

Por: Mario Vargas Llosa

Opuesto a la banalización, la pérdida de jerarquías, la palabrería teórica y el artificio innecesario, Vargas Llosa defiende en este ensayo el valor de la educación humanista y la capacidad que la literatura y la alta cultura tienen para transformar la vida humana en una aventura profunda y apasionante.

A lo largo de la historia, la noción de cultura ha tenido distintos significados y matices. Durante muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico; en Grecia estuvo marcado por la filosofía y en Roma por el derecho, en tanto que en el Renacimiento lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes. En épocas más recientes como la Ilustración fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura. Pero, a pesar de esas variantes y hasta nuestra época, cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba: la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber.

La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse.

En nuestro tiempo todo aquello ha cambiado. La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario y traslaticio. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son.

La más remota señal de este progresivo empastelamiento y confusión de lo que representa una cultura la dieron los antropólogos, inspirados, con la mejor buena fe del mundo, en una voluntad de respeto y comprensión de las sociedades más primitivas que estudiaban. Ellos establecieron que cultura era la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora. Esta definición no se limitaba a establecer un método para explorar la especificidad de un conglomerado humano en relación con los demás. Quería también, de entrada, abjurar del etnocentrismo prejuicioso y racista del que Occidente nunca se ha cansado de acusarse. El propósito no podía ser más generoso, pero ya sabemos por el famoso dicho que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Porque una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración, ya que, sin duda, en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen. Y es esto último lo que asombrosamente ha llegado a ocurrir en razón de un prejuicio monumental suscitado por el deseo bienhechor de abolir de una vez y para siempre todos los prejuicios en materia de cultura. La corrección política ha terminado por convencernos de que es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores y hasta de culturas modernas y primitivas. Según esta arcangélica concepción, todas las culturas, a su modo y en su circunstancia, son iguales, expresiones equivalentes de la maravillosa diversidad humana.

Si etnólogos y antropólogos establecieron esta igualación horizontal de las culturas, diluyendo hasta la invisibilidad la acepción clásica del vocablo, los sociólogos por su parte –o, mejor dicho, los sociólogos empeñados en hacer crítica literaria– han llevado a cabo una revolución semántica parecida, incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular, una forma de cultura menos refinada, artificiosa y pretenciosa que la otra, pero mucho más libre, genuina, crítica, representativa y audaz. Diré inmediatamente que en este proceso de socavamiento de la idea tradicional de cultura han surgido libros tan sugestivos y brillantes como el que Mijaíl Bajtín dedicó a La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento / El contexto de François Rabelais, en el que contrasta, con sutiles razonamientos y sabrosos ejemplos, lo que llama “cultura popular”, que, según el crítico ruso, es una suerte de contrapunto a la cultura oficial y aristocrática, la que se conserva y brota en los salones, palacios, conventos y bibliotecas, en tanto que la popular nace y vive en la calle, la taberna, la fiesta, el carnaval y en la que aquella es satirizada con réplicas que, por ejemplo, desnudan y exageran lo que la cultura oficial oculta y censura como el “abajo humano”, es decir, el sexo, las funciones excrementales, la grosería y oponen el rijoso “mal gusto” al supuesto “buen gusto” de las clases dominantes.

No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica –cultura oficial y cultura popular– con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la high brow culture y la low brow culture: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T.S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Hemingway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas.

De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos. Hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que somos todos poseedores, como por ejemplo “la cultura de la pedofilia”, “la cultura de la mariguana”, “la cultura punqui”, “la cultura de la estética nazi” y cosas por el estilo. Ahora todos somos cultos de alguna manera, aunque no hayamos leído nunca un libro, ni visitado una exposición de pintura, escuchado un concierto, ni aprendido algunas nociones básicas de los conocimientos humanísticos, científicos y tecnológicos del mundo en que vivimos.

Queríamos acabar con las élites, que nos repugnaban moralmente por el retintín privilegiado, despectivo y discriminatorio con que su solo nombre resonaba ante nuestros ideales igualitaristas y, a lo largo del tiempo, desde distintas trincheras, fuimos impugnando y deshaciendo a ese cuerpo exclusivo de pedantes que se creían superiores y se jactaban de monopolizar el saber, los valores morales, la elegancia espiritual y el buen gusto. Pero lo que hemos conseguido es una victoria pírrica, un remedio que resultó peor que la enfermedad: vivir en la confusión de un mundo en el que, paradójicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es.

Sin embargo, se me objetará, nunca en la historia ha habido un cúmulo tan grande de descubrimientos científicos, realizaciones tecnológicas, ni se han editado tantos libros, abierto tantos museos ni pagado precios tan vertiginosos por las obras de artistas antiguos y modernos. ¿Cómo se puede hablar de un mundo sin cultura en una época en que las naves espaciales construidas por el hombre han llegado a las estrellas y el porcentaje de analfabetos es el más bajo de todo el acontecer humano? Sí, todo ese progreso es cierto, pero no es obra de mujeres y hombres cultos sino de especialistas. Y entre la cultura y la especialización hay tanta distancia como entre el hombre de Cromagnon y los sibaritas neurasténicos de Marcel Proust. De otro lado, aunque haya hoy muchos más alfabetizados que en el pasado, este es un asunto cuantitativo y la cultura no tiene mucho que ver con la cantidad, sólo con la cualidad. Es decir, hablamos de cosas distintas. A la extraordinaria especialización a que han llegado las ciencias se debe, sin la menor duda, que hayamos conseguido reunir en el mundo de hoy un arsenal de armas de destrucción masiva con el que podríamos desaparecer varias veces el planeta en que vivimos y contaminar de muerte los espacios adyacentes. Se trata de una hazaña científica y tecnológica, sin lugar a dudas y, al mismo tiempo, una manifestación flagrante de barbarie, es decir, un hecho eminentemente anticultural si la cultura es, como creía T.S. Eliot, “todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido”.

La cultura es –o era, cuando existía– un denominador común, algo que mantenía viva la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando e incomunicando entre sí. Era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claro, en su incesante trayectoria, las prelaciones, lo que es importante de lo que no lo es, el camino principal y las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora fue posible–, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el embrollo que iguala las innumerables formas de vida bautizadas como culturas, todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es. Incluso hablar de este modo resulta ya obsoleto pues la noción misma de belleza está tan desacreditada como la clásica idea de cultura.

El especialista ve y va lejos en su dominio particular pero no sabe lo que ocurre a sus costados y no se distrae en averiguar los estropicios que podría causar con sus logros en otros ámbitos de la existencia, ajenos al suyo. Ese ser unidimensional, como lo llamó Marcuse, puede ser, a la vez, un gran especialista y un inculto porque sus conocimientos, en vez de conectarlo con los demás, lo aíslan en una especialidad que es apenas una diminuta celda del vasto dominio del saber. La especialización, que existió desde los albores de la civilización, fue aumentando con el avance de los conocimientos, y lo que mantenía la comunicación social, esos denominadores comunes que son los pegamentos de la urdimbre social, eran las élites, las minorías cultas, que además de tender puentes e intercambios entre las diferentes provincias del saber –las ciencias, las letras, las artes y las técnicas– ejercían una influencia, religiosa o laica, pero siempre cargada de contenido moral, de modo que aquel progreso intelectual y artístico no se apartara demasiado de una cierta finalidad humana, es decir que, a la vez que garantizara mejores oportunidades y condiciones materiales de vida, significara un enriquecimiento moral para la sociedad, con la disminución de la violencia, de la injusticia, la explotación, el hambre, la enfermedad y la ignorancia.

En su célebre ensayo “Notas para la definición de la cultura”, T.S. Eliot sostuvo que no debe identificarse a esta con el conocimiento –parecía estar hablando para nuestra época más que para la suya porque hace medio siglo el problema no tenía la gravedad que ahora– porque cultura es algo que antecede y sostiene al conocimiento, una actitud espiritual y una cierta sensibilidad que lo orienta y le imprime una funcionalidad precisa, algo así como un designio moral. Como creyente, Eliot encontraba en los valores de la religión cristiana aquel asidero del saber y la conducta humana que llamaba la cultura. Pero no creo que la fe religiosa sea el único sustento posible para que el conocimiento no se vuelva errático y autodestructivo como el que multiplica los polvorines atómicos o contamina de venenos el aire, el suelo y las aguas que nos permiten vivir. Una moral y una filosofía laicas cumplieron, desde los siglos xviii y xix, esta función para un amplio sector del mundo occidental.

Aunque, es cierto que, para un número tanto o más grande de los seres humanos, resulta evidente que la trascendencia es una necesidad o urgencia vital de la que no pueden desprenderse sin caer en la anomia o la desesperación.

Jerarquías en el amplio espectro de los saberes que forman el conocimiento, una moral todo lo comprensiva que requiere la libertad y que permita expresarse a la gran diversidad de lo humano pero firme en su rechazo de todo lo que envilece y degrada la noción básica de humanidad y amenaza la supervivencia de la especie, una élite conformada no por la razón de nacimiento ni el poder económico o político sino por el esfuerzo, el talento y la obra realizada y con autoridad moral para establecer, de manera flexible y renovable, un orden de importancia de los valores tanto en el espacio propio de las artes como en las ciencias y técnicas: eso fue la cultura en las circunstancias y sociedades más cultas que ha conocido la historia y lo que debería volver a ser si no queremos progresar sin rumbo, a ciegas, como autómatas, hacia nuestra desintegración.

Sólo de este modo la vida iría siendo cada día más vivible para el mayor número en pos del siempre inalcanzable anhelo de un mundo feliz.

Sería equivocado atribuir en este proceso funciones idénticas a las ciencias y a las letras y a las artes. Precisamente por haber olvidado distinguirlas ha surgido la confusión que prevalece en nuestro tiempo en el campo de la cultura. Las ciencias progresan, como las técnicas, aniquilando lo viejo, anticuado y obsoleto, para ellas el pasado es un cementerio, un mundo de cosas muertas y superadas por los nuevos descubrimientos e invenciones. Las letras y las artes se renuevan pero no progresan, ellas no aniquilan su pasado, construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan, de modo que a pesar de ser tan distintos y distantes un Velázquez está tan vivo como Picasso y Cervantes sigue siendo tan actual como Borges o Faulkner.

Las ideas de especialización y progreso, inseparables de la ciencia, son írritas a las letras y a las artes, lo que no quiere decir, desde luego, que la literatura, la pintura y la música no cambien y evolucionen. Pero no se puede decir de ellas, como de la química y la alquimia, que aquella abole a esta y la supera. La obra literaria y artística que alcanza cierto grado de excelencia no muere con el paso del tiempo: sigue viviendo y enriqueciendo a las nuevas generaciones y evolucionando con estas. Por eso, las letras y las artes constituyeron hasta ahora el denominador común de la cultura, el espacio en el que era posible la comunicación entre seres humanos pese a la diferencia de lenguas, tradiciones, creencias y épocas, pues quienes se emocionan con Shakespeare, se ríen con Molière y se deslumbran con Rembrandt y Mozart se acercan a, y dialogan con, quienes en el tiempo en que aquellos escribieron, pintaron o compusieron, los leyeron, oyeron y admiraron.

Ese espacio común, que nunca se especializó, que ha estado siempre al alcance de todos, ha experimentado periodos de extrema complejidad, abstracción y hermetismo, lo que constreñía la comprensión de ciertas obras a una élite. Pero esas obras experimentales o de vanguardia, si de veras expresaban zonas inéditas de la realidad humana y creaban formas de belleza perdurable, terminaban siempre por educar a sus lectores, espectadores y oyentes integrándose de este modo al espacio común de la cultura. Esta puede y debe ser, también, experimento, desde luego, a condición de que las nuevas técnicas y formas que introduzca la obra así concebida amplíen el horizonte de la experiencia de la vida, revelando sus secretos más ocultos, o exponiéndonos a valores estéticos inéditos que revolucionan nuestra sensibilidad y nos dan una visión más sutil y novedosa de ese abismo sin fondo que es la condición humana.

Hace ya algunos años vi en París, en la televisión francesa, un documental que se me quedó grabado en la memoria y cuyas imágenes, de tanto en tanto, los sucesos cotidianos actualizan con restallante vigencia, sobre todo cuando se habla del problema mayor de nuestro tiempo: la educación.

El documental describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio secundario público, cuyos alumnos, de ambos sexos, constituían un arcoíris de razas, lenguas, costumbres y religiones, había sido escenario de violencias: golpizas a profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre pandillas a navajazos y palazos y, si mal no recuerdo, hasta tiroteos. No sé si de todo ello había resultado algún muerto, pero sí muchos heridos, y en los registros al local la policía había incautado armas, drogas y alcohol.

El documental no quería ser alarmista, sino tranquilizador, mostrar que lo peor había ya pasado y que, con la buena voluntad de autoridades, profesores, padres de familia y alumnos, las aguas se estaban sosegando. Por ejemplo, con inocultable satisfacción, el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzocortantes. Así, los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica. Se habían dictado disposiciones de que ni profesores ni alumnos circularan nunca solos, ni siquiera para ir a los baños, siempre al menos en grupos de dos. De este modo se evitaban asaltos y emboscadas. Y, ahora, el colegio tenía dos psicólogos permanentes para dar consejo a los alumnos y alumnas –casi siempre huérfanos, semihuérfanos, y de familias fracturadas por la desocupación, la promiscuidad, la delincuencia y la violencia de género– inadaptables o pendencieros recalcitrantes.

Lo que más me impresionó en el documental fue la entrevista a una profesora que afirmaba, con naturalidad, algo así como: “Tout va bien, maintenant, mais il faut se débrouiller” (“Ahora todo anda bien, pero hay que saber arreglárselas”). Explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercana y caminar juntos hasta el colegio. De este modo el riesgo de ser agredidos por los voyous (golfos) se enanizaba. Aquella profesora y sus colegas, que iban diariamente a su trabajo como quien va al infierno, se habían resignado, aprendido a sobrevivir y no parecían imaginar siquiera que ejercer la docencia pudiera ser algo distinto a su vía crucis cotidiano.

En esos días terminaba yo de leer uno de los amenos y sofísticos ensayos de Michel Foucault en el que, con su brillantez habitual, el filósofo francés sostenía que, al igual que la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia y el lenguaje, la enseñanza había sido siempre, en el mundo occidental, una de esas “estructuras de poder” erigidas para reprimir y domesticar al cuerpo social, instalando sutiles pero muy eficaces formas de sometimiento y enajenación a fin de garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales dominantes. Bueno, pues, por lo menos en el campo de la enseñanza, a partir de 1968 la autoridad castradora de los instintos libertarios de los jóvenes había volado en pedazos. Pero, a juzgar por aquel documental, que hubiera podido ser filmado en otros muchos lugares de Francia y de toda Europa, el desplome y desprestigio de la idea misma del docente y la docencia –y, en última instancia, de cualquier forma de autoridad– no parecía haber traído la liberación creativa del espíritu juvenil, sino, más bien, convertido a los colegios así liberados, en el mejor de los casos, en instituciones caóticas, y, en el peor, en pequeñas satrapías de matones y precoces delincuentes.

Es evidente que Mayo del 68 no acabó con la “autoridad”, que ya venía sufriendo hacía tiempo un proceso de debilitamiento generalizado en todos los órdenes, desde el político hasta el cultural, sobre todo en el campo de la educación. Pero la revolución de los niños bien, la flor y nata de las clases burguesas y privilegiadas de Francia, quienes fueron los protagonistas de aquel divertido carnaval que proclamó como eslogan del movimiento “¡Prohibido prohibir!”, extendió al concepto de autoridad su partida de defunción. Y dio legitimidad y glamour a la idea de que toda autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable y que el ideal libertario más noble es desconocerla, negarla y destruirla. El poder no se vio afectado en lo más mínimo con este desplante simbólico de los jóvenes rebeldes que, sin saberlo la inmensa mayoría de ellos, llevaron a las barricadas los ideales iconoclastas de pensadores como Foucault. Baste recordar que en las primeras elecciones celebradas en Francia después de Mayo del 68, la derecha gaullista obtuvo una rotunda victoria.

Pero la autoridad, en el sentido romano de auctoritas, no de poder sino, como define en su tercera acepción el Diccionario de la rae, de “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”, no volvió a levantar cabeza. Desde entonces, tanto en Europa como en buena parte del resto del mundo, son prácticamente inexistentes las figuras políticas y culturales que ejercen aquel magisterio, moral e intelectual al mismo tiempo, de la “autoridad” clásica y que encarnaban a nivel popular los maestros, palabra que entonces sonaba tan bien porque se asociaba al saber y al idealismo. En ningún campo ha sido esto tan catastrófico para la cultura como en el de la educación. El maestro, despojado de credibilidad y autoridad, convertido en muchos casos –desde la perspectiva progresista– en representante del poder represivo, es decir en el enemigo al que, para alcanzar la libertad y la dignidad humana, había que resistir, e, incluso, abatir, no sólo perdió la confianza y el respeto sin los cuales era prácticamente imposible que cumpliera eficazmente su función de educador –de transmisor tanto de valores como de conocimientos– ante sus alumnos, sino de los propios padres de familia y de filósofos revolucionarios que, a la manera del autor de Vigilar y castigar, personificaron en él uno de esos siniestros instrumentos de los que –al igual que los guardianes de las cárceles y los psiquiatras de los manicomios– se vale el establecimiento para embridar el espíritu crítico y la sana rebeldía de niños y adolescentes.

Muchos maestros, de muy buena fe, se creyeron esta degradante satanización de sí mismos y contribuyeron, echando baldazos de aceite a la hoguera, a agravar el estropicio haciendo suyas algunas de las más disparatadas secuelas de la ideología de Mayo del 68 en lo relativo a la educación, como considerar aberrante desaprobar a los malos alumnos, hacerlos repetir el curso, e, incluso, poner calificaciones y establecer un orden de prelación en el rendimiento académico de los estudiantes, pues, haciendo semejantes distingos, se propagaría la nefasta noción de jerarquías, el egoísmo, el individualismo, la negación de la igualdad y el racismo. Es verdad que estos extremos no han llegado a afectar a todos los sectores de la vida escolar, pero una de las perversas consecuencias del triunfo de las ideas –de las diatribas y fantasías– de Mayo del 68 ha sido que a raíz de ello se ha acentuado brutalmente la división de clases a partir de las aulas escolares. La enseñanza pública fue uno de los grandes logros de la Francia democrática, republicana y laica. En sus escuelas y colegios, de muy alto nivel, las oleadas de alumnos gozaban de una igualdad de oportunidades que corregía, en cada nueva generación, las asimetrías y privilegios de familia y clase, abriendo a los niños y jóvenes de los sectores más desfavorecidos el camino del progreso, del éxito profesional y del poder político.

El empobrecimiento y desorden que ha padecido la enseñanza pública, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha dado a la enseñanza privada, a la que por razones económicas tiene acceso sólo un sector social minoritario de altos ingresos, y que ha sufrido menos los estragos de la supuesta revolución libertaria, un papel preponderante en la forja de los dirigentes políticos, profesionales y culturales de hoy y del futuro. Nunca tan cierto aquello de “nadie sabe para quién trabaja”. Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras libre, sin represión, ni enajenación ni autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel Foucault y sus inconscientes discípulos obraron muy acertadamente para que, gracias a la gran revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran pobres, los ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las manos.

No es arbitrario citar el caso paradójico de Michel Foucault. Sus intenciones críticas eran serias y su ideal libertario innegable.

Su repulsa de la cultura occidental –la única que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia– lo indujo a creer que era más factible encontrar la emancipación moral y política apedreando policías, frecuentando los baños “gays” de San Francisco o los clubes sadomasoquistas de París, que en las aulas escolares o las ánforas electorales. Y, en su paranoica denuncia de las estratagemas de que, según él, se valía el poder para someter a la opinión pública a sus dictados, negó hasta el final la realidad del sida –la enfermedad que lo mató– como un embauque más del establecimiento y sus agentes científicos para aterrar a los ciudadanos imponiéndoles la represión sexual. Su caso es paradigmático: el más inteligente pensador de su generación tuvo siempre, junto a la seriedad con que emprendió sus investigaciones en distintos campos del saber –la historia, la psiquiatría, el arte, la sociología, el erotismo y, claro está, la filosofía– una vocación iconoclasta y provocadora –en su primer ensayo había pretendido demostrar que “el hombre no existe”– que a ratos se volvía mero desplante intelectual, gesto desprovisto de seriedad. También en esto Foucault no estuvo solo, hizo suyo un mandato generacional que marcaría a fuego la cultura de su tiempo: una propensión hacia el sofisma y el artificio intelectual.

Es otra de las razones de la pérdida de “autoridad” de los pensadores de nuestro tiempo: no eran serios, jugaban con las ideas y las teorías como los malabaristas de los circos con los pañuelos y palitroques, que divierten y hasta maravillan pero no convencen.

Una de las primeras en advertirlo y criticarlo con dureza fue Gertrude Himmelfarb, que, en una excelente y polémica colección de ensayos titulada Mirando el abismo (On looking into the abyss, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1994), arremetió contra la cultura posmoderna y, sobre todo, el estructuralismo de Michel Foucault y el deconstruccionismo de Jacques Derrida y Paul de Man, corrientes de pensamiento que le parecían frívolas y superficiales comparadas con las escuelas tradicionales de crítica literaria e histórica.

Su libro es también un homenaje a Lionel Trilling, el autor de La imaginación liberal (1950) y muchos otros ensayos sobre la cultura que tuvieron gran influencia en la vida intelectual y académica de la posguerra en Estados Unidos y Europa y al que hoy día pocos recuerdan y ya casi nadie lee. Trilling no era un liberal en lo económico (en este dominio abrigaba más bien tesis socialdemócratas), pero sí en lo político, por su defensa pertinaz de la virtud para él suprema de la tolerancia, de la ley como instrumento de la justicia, y sobre todo en lo cultural, con su fe en las ideas como motor del progreso y su convicción de que las grandes obras literarias enriquecen la vida, mejoran a los hombres y son el sustento de la civilización.

Para un “posmoderno” estas creencias resultan de una ingenuidad arcangélica o de una estupidez supina, al extremo de que nadie se toma siquiera el trabajo de refutarlas. La profesora Himmelfarb muestra cómo, pese a los pocos años que separan a la generación de un Lionel Trilling de las de un Derrida o un Foucault, hay un verdadero abismo infranqueable entre aquel, convencido de que la historia humana es una sola, el conocimiento una empresa totalizadora, el progreso una realidad posible y la literatura una actividad de la imaginación con raíces en la historia y proyecciones en la moral, y quienes han relativizado las nociones de verdad y de valor hasta volverlas ficciones, entronizado como axioma que todas las culturas se equivalen y disociado la literatura de la realidad, confinando a aquella en un mundo autónomo de textos que remiten a otros textos sin relacionarse jamás con la experiencia vivida.

Aunque no comparto del todo la devaluación que Gertrude Himmelfarb hace de Foucault, a quien, con todos los sofismas y exageraciones que puedan reprochársele, por ejemplo en sus teorías sobre las supuestas “estructuras de poder” implícitas en todo lenguaje (el que, según el filósofo francés, transmitiría siempre las palabras e ideas que privilegian a los grupos sociales hegemónicos), hay que reconocerle el haber contribuido a dar a ciertas experiencias marginales y excéntricas (de la sexualidad, de la represión social, de la locura) un derecho de ciudad en la vida cultural, sus críticas a los estragos que la deconstrucción ha causado en el dominio de las humanidades me parecen irrefutables. A los deconstruccionistas debemos, por ejemplo, que en nuestros días sea ya poco menos que inconcebible hablar de “humanidades”, para ellos un síntoma de apolillamiento intelectual y de ceguera científica.

Cada vez que me he enfrentado a la prosa oscurantista y a los asfixiantes análisis literarios o filosóficos de Jacques Derrida he tenido la sensación de perder miserablemente el tiempo. No porque crea que todo ensayo de crítica deba ser útil –si es divertido o estimulante ya me basta– sino porque si la literatura es lo que él supone –una sucesión o archipiélago de “textos” autónomos, impermeabilizados, sin contacto posible con la realidad exterior y por lo tanto inmunes a toda valoración y a toda interrelación con el desenvolvimiento de la sociedad y el comportamiento individual–, ¿cuál es la razón de “deconstruirlos”? ¿Para qué esos laboriosos esfuerzos de erudición, de arqueología retórica, esas arduas genealogías lingüísticas, aproximando o alejando un texto de otro hasta constituir esas artificiosas deconstrucciones intelectuales que son como vacíos animados? Hay una incongruencia absoluta entre una tarea crítica que comienza por proclamar la ineptitud esencial de la literatura para influir sobre la vida (o para ser influida por ella) y para transmitir verdades de cualquier índole asociables a la problemática humana y que, luego, se vuelca tan afanosamente a desmenuzar –y a menudo con alardes intelectuales de inaguantable pretensión– esos monumentos de palabras inútiles. Cuando los teólogos medievales discutían sobre el sexo de los ángeles no perdían el tiempo: por trivial que pareciera, esta cuestión se vinculaba de algún modo para ellos con asuntos tan graves como la salvación o la condena eternas. Pero desmontar unos objetos verbales cuyo ensamblaje se considera, en el mejor de los casos, una intensa nadería formal, una gratuidad verbosa y narcisista que nada enseña sobre nada que no sea ella misma y que carece de moral, es hacer de la crítica literaria una monótona masturbación.

No es de extrañar que, luego de la influencia que ha ejercido la deconstrucción en tantas universidades occidentales (y, de manera especial, en los Estados Unidos), los departamentos de literatura se vayan quedando vacíos de alumnos (y que se filtren en ellos tantos embaucadores), y que haya cada vez menos lectores no especializados para los libros de crítica literaria (a los que hay que buscar con lupa en las librerías y donde no es raro encontrarlos, en rincones legañosos, entre manuales de yudo y karate u horóscopos chinos).

Para la generación de Lionel Trilling, en cambio, la crítica literaria tenía que ver con las cuestiones centrales del quehacer humano, pues ella veía en la literatura el testimonio por excelencia de las ideas, los mitos, las creencias y los sueños que hacen funcionar a la sociedad y de las secretas frustraciones o estímulos que explican la conducta individual. Su fe en los poderes de la literatura sobre la vida era tan grande que, en uno de los ensayos de La imaginación liberal (del que Gertrude Himmelfarb ha tomado el título de su libro), Trilling se preguntaba si la mera enseñanza de la literatura no era ya, en sí, una manera de desnaturalizar y empobrecer el objeto del estudio. Su argumento se resumía en esta anécdota: “Les he pedido a mis estudiantes que ‘miren el abismo’ (las obras de un Eliot, un Yeats, un Joyce, un Proust) y ellos, obedientes, lo han hecho, tomado sus notas, y luego comentado: muy interesante ¿no?” En otra palabras, la academia congelaba, superficializaba y volvía saber abstracto la trágica y revulsiva humanidad contenida en aquellas obras de imaginación, privándolas de su poderosa fuerza vital, de su capacidad para revolucionar la vida del lector. La profesora Himmelfarb advierte con melancolía toda el agua que ha corrido desde que Lionel Trilling expresaba estos escrúpulos de que al convertirse en materia de estudio la literatura fuera despojada de su alma y de su poderío, hasta la alegre ligereza con que un Paul de Man podía veinte años más tarde valerse de la crítica literaria para “deconstruir” el Holocausto, en una operación intelectual no muy distante de la de los historiadores revisionistas empeñados en negar el exterminio de seis millones de judíos por los nazis.

Ese ensayo de Lionel Trilling sobre la enseñanza de la literatura yo lo he releído varias veces, sobre todo cuando me ha tocado hacer de profesor. Es verdad que hay algo engañoso y paradojal en reducir a una exposición pedagógica, de aire inevitablemente esquemático e impersonal –y a deberes escolares que, para colmo, hay que calificar– unas obras de imaginación que nacieron de experiencias profundas, y, a veces, desgarradoras, de verdaderas inmolaciones humanas, y cuya auténtica valoración sólo puede hacerse, no desde la tribuna de un auditorio, sino en la discreta y reconcentrada intimidad de la lectura y medirse cabalmente por los efectos y repercusiones que ellas tienen en la vida privada del lector.

Yo no recuerdo que alguno de mis profesores de literatura me hiciera sentir que un buen libro nos acerca al abismo de la experiencia humana y a sus efervescentes misterios. Los críticos literarios, en cambio, sí. Recuerdo sobre todo a uno, de la misma generación de Lionel Trilling y que para mí tuvo un efecto parecido al que ejerció este sobre la profesora Himmelfarb, contagiándome su convicción de que lo peor y lo mejor de la aventura humana pasaba siempre por los libros y de que ellos ayudaban a vivir. Me refiero a Edmund Wilson, cuyo extraordinario ensayo sobre la evolución de las ideas y la literatura socialistas, desde que Michelet descubrió a Vico hasta la llegada de Lenin a San Petersburgo, Hacia la estación de Finlandia, cayó en mis manos en mi época de estudiante. En esas páginas de estilo diáfano pensar, imaginar e inventar valiéndose de la pluma era una forma magnífica de actuar y de imprimir una marca en la historia; en cada capítulo se comprobaba que las grandes convulsiones sociales o los menudos destinos individuales estaban visceralmente articulados con el impalpable mundo de las ideas y de las ficciones literarias.

Edmund Wilson no tuvo el dilema pedagógico de Lionel Trilling en lo que concierne a la literatura pues nunca quiso ser profesor universitario. En verdad, ejerció un magisterio mucho más amplio del que acotan los recintos universitarios. Sus artículos y reseñas se publicaban en revistas y periódicos (algo que un crítico “deconstruccionista” consideraría una forma extrema de degradación intelectual) y algunos de sus mejores libros –como el que escribió sobre los manuscritos hallados en el Mar Muerto– fueron reportajes para The New Yorker. Pero el escribir para el gran público profano no le restó rigor ni osadía intelectual; más bien lo obligó a tratar de ser siempre responsable e inteligible a la hora de escribir.

Responsabilidad e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica literaria, con el convencimiento de que el ámbito de la literatura abarca toda la experiencia humana, pues la refleja y contribuye decisivamente a modelarla, y de que, por lo mismo, ella debería ser patrimonio de todos, una actividad que se alimenta en el fondo común de la especie y a la que se puede recurrir incesantemente en busca de un orden cuando parecemos sumidos en el caos, de aliento en momentos de desánimo y de dudas e incertidumbres cuando la realidad que nos rodea parece excesivamente segura y confiable. A la inversa, si se piensa que la función de la literatura es sólo contribuir a la inflación retórica de un dominio especializado del conocimiento, y que los poemas, las novelas, los dramas proliferan con el único objeto de producir ciertos desordenamientos formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos posmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la tiniebla expresiva.

La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y la frivolidad, sin riesgo de desintegrarse. Puedo parecer pesimista, pero mi impresión es que, con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento. ~

Lima, abril de 2010

Publicado en Letras Libres JULIO DE 2010

Fuente:
http://www.letraslibres.com/

Link:
http://www.letraslibres.com/index.php?art=14755

“LA INFLUENCIA DE LOS ESCRITORES CONSAGRADOS EN EL SURGIMIENTO DE NUEVOS CREADORES”. POR NICOLÁS HIDROGO.


“LA INFLUENCIA DE LOS ESCRITORES CONSAGRADOS EN EL SURGIMIENTO DE NUEVOS CREADORES”

La tercera vía: el neomalditismo literario

Por: Nicolás Hidrogo Navarro

Una de las particularidades más curiosas en el oficio literario en el Perú, es que no existe una academia ni una carrera universitaria específica para aprender a ser cuentista, dramaturgo, novelista o poeta. En su gran mayoría son extensiones pasionarias y apendiciarias de otras carreras profesionales: profesor, abogado, ingenieros o simplemente lectores consuetudinarios, autodidactas o diletantes presumidos que se alucinan ser consagrados con su primera entrega piloto de “poema o cuento”.

Lo que prueba una vez más que el oficio de escribir más que una carrera lucrativa o fría y aburrida profesión, es una ocupación pasional muchas veces empírica, de emulación y de aprendizaje por imitación, pues en provincias no se está al alcance muchas veces de los talleres de escritura y el aprender a escribir por internet todavía sigue siendo una experiencia poca validada y eficaz como aporte de las TICs. Y como las recetas, los decálogos y los manuales, son sólo elementos referenciales arquetípicos y moldes encajonados pocos adaptados al temperamento e ímpetu del aprendiz, es la lectura y la porfiada práctica de la escritura lo que hace al escritor.

Nuestra nueva hornada literaria lambayecana, que regionalmente tiene una reserva generacional de entre 10 ó 15 activantes y entre 3 ó 5 destacantes, forja su derrotero ya no en plaquetas de iniciados, sino en blogg. La tendencia es leer menos y escribir más, tomando como base inspirativa sus propias vivencias y noias. Cada vez se pierde la admiración por los demás, por tomar al narcicismo literario como una conducta fortalecida por el egocentrismo que le es inherente y propio a los poetas con mayor acento hiperbolizado y a los narradores en segunda línea con atenuantes más racionales y fríos.

La motivación, por la experiencia de focus group, -en mi conversa con más de una treintena de jóvenes sobre sus inicios como escritor-, surge en la educación secundaria, como una iniciativa solitaria, marginal e individual, con escasa motivación e inmotivación mayoritaria de los docentes y la propia incomprensión, estigmatización y oposición familiar.

Es en la lectura de los libros directamente el punto de partida de la iniciación, terca y porfiada, en el proceso de anecdotización referencial y reconocimiento de fama de los escritores consagrados, junto a sus “expresiones de antología”, donde se inicia esa imbricación de enamoramiento, admiración y emulación por el oficio de escribir. Ni el docente, ni los compañeros de oficio, ni los padres, son siquiera los grandes estimuladores de esta pasión, son los libros y las biografías sui géneris y expresiones mismas de shock con las que se identifica, los acicates de esta pasión duramente solitaria y poco recompensante económicamente.

Dentro del perfil admirativo de las biografías emuladas de los noveles, está el escritor descollante, el escandaloso, el que se sale de los cánones habituales, el transgresor, el que expresa su disconformidad y un malditismo epiléptico antisistema y anticonservador, el que rompe con toda suerte de convencionalismos ofuscantes – y para colmar la sed de comprensión e identificación de aquellos que muestran el perfil más enfermizo, patológico, como una rareza, pero al mismo tiempo como parte del disfrute y reconocimiento masivo-, están los que han entrado a un manicomio, los que han muerto románticamente gangrenosos o con un tiro en la sien o sifilíticos o lo que han terminado trágicamente. Hay una pasión por lo sangriento y autodestructivo.

Probablemente ese neomalditismo con base baudeleriana, rimbaudina, vangohtiana, puede parecer una línea de disconformidad y el acercamiento de los antihéroes pedagógicos y sociales, de seres atormentados que encuentran émulos en las nuevas generaciones, tenga un fiel reflejo de la decadencia de los valores de lo normal, de los equilibrados racionalmente, de los “benditos”, de la formalidad metódica, de la disciplina a la que se suele aludir en los escritores profesionales, para ser más partidarios del pasotismo, de lo light, de lo efectista y escandaloso, de lo mediático, de lo neurótico. Todo ello es el mismo espíritu decadente y degrado de la anomia social que ha invadido como una pandemia al mismo oficio del acto de escribir con temas y cultura underground y de los escribidores con sus actitudes díscolas y enfermizas.

Dado que los escritores de éxito económico, los que han logrado convertirse en los midas libreros, son escasísimo y estadísticamente tal vez representen el 1% del total de esta cofradía universal, la inclinación se da por los que, a pesar de no haber alcanzado el éxito económico, han logrado tener el reconocimiento y admiración tanto por sus obras como sus vidas extremas y sus escándalos originados por la misma rebeldía e inconformismo de su fracaso material y sentimental. Esta falange mayor de escritores con un reconocimiento mediático y una admiración entre pena presentista y gloria póstuma, terminan siendo los grandes “modelos y prototipos a seguir”, tanto en estilo, temática, actitudes y formas de actuar de los noveles escritores que apenas leen sus obras y más conocen y les interesan sus vidas y actos escandalosos y ripiados.

Pareciera que las nuevas generaciones de escritores no están interesados en emular a escritores oficiales y con éxito sostenido en el equilibro esforzado de sus vidas y obras, sino en marginales con éxito publicitario contrasistema, porque se sabe que el éxito de un best seller requiere más que talento: se necesita de una maquinaria industrial publicitaria y política a la que no todos creen alcanzar.

Como en las nuevas generaciones el tema del escritor comprometido y militante izquierdoso, ha quedado relegado y satanizado a rebeldes sin causa y anacrónicos varados en el mar de los Sargazos de su propia ideología totalitaria, fanática y rabiosa. Como las nuevas generaciones el escritor oficial, exitoso y potentado, ha quedado como un mercachifle eficaz, un mercenario publicista de imagen de ideologías y gobiernos a sueldo, un mafioso y convenido del sistema capitalista, las nuevas hornadas literarias han optado por una tercera vía: el camino sórdido y oscuro del neomalditismo anarquista, anómico, perdulario, festivo, báquico, capaz de desafiar y evadirse de los dos sistemas en pugna eterna.

Fuente:
http://literaturaenlambayeque.blogspot.com/

Link:
http://literaturaenlambayeque.blogspot.com/2010/07/la-tercera-via-el-neomalditismo.html

“LA POESÍA QUE VENDRÁ DEL SUR DE LIMA...‏” POR JAVIER GARVICH.


“LA POESÍA QUE VENDRÁ DEL SUR DE LIMA...‏”

Por: Javier Garvich

Viven en Pamplona Alta, en la periferia sur de Lima. Es un espacio de pobreza y pobreza extrema. En sus alturas tenemos unas de las zonas más deprimidas del país (no hay que ir hasta Huancavelica para conocer la miseria peruana) donde más de cien mil personas viven apiñadas en casuchas de plástico y triplay sin servicios públicos de luz, agua y desagüe, junto a chancherías clandestinas y sin un hospital decente en muchos kilómetros a la redonda. Las familias se recursean cavando zanjas para los programas eventuales del gobierno por quince soles diarios o tejiendo chompas de lana que venden a los proveedores por no más de dos soles la unidad. Buena parte de las familias están rotas, las dirigen heroicamente madres de familia abandonadas junto a los hijos mayores que tienen trabajar y estudiar al mismo tiempo. El índice de embarazo adolescente es uno de los más altos de Lima.

Allí, los colegios públicos tienen una serie de carencias, desde carpetas ruinosas que desafían la ley de la gravedad hasta rincones polvorientos que otrora encerraban alguna biblioteca cerrada (¿para siempre?) por endémica falta de personal. Los profesores tienen que enfrentarse (¿inútilmente?) al clima de agresividad juvenil, violencia familiar y trabajo infantil que diariamente sabotea cualquier proyecto educativo. Hay adolescentes que se levantan a las cinco de la mañana para trabajar y a la una de la tarde ingresan a su colegio a seguir las clases de forma casi catatónica. Cualquier menor de edad puede comprar trago en las bodegas de la zona sin ninguna restricción y consumirlas en cabinas de Internet o en determinados descampados, que son los puntos de encuentros furtivos de adolescentes y mototaxistas. Los mismos descampados que también son tristemente conocidos como escenarios de raptos, consumo de droga y agresiones sexuales de todo tipo.

Como música de fondo, los kioskos de prensa infestados de titulares sensacionalistas por las mañanas y este fascista dirigiendo la telebasura nacional por las tardes.

Y sin embargo, esta zona no está llena de chicos suicidas o carne de hampa. Más bien, se resisten al feroz menú cotidiano. Quieren hacer otras cosas, quieren probar otras cosas. Hacer literatura, por ejemplo. Y desde hace un año que trabajamos talleres de creación literaria en un par de colegios de Pamplona Alta.

Hacer un taller de creación literaria en esta parte del país no es muy complicado. Es mentira eso que los chicos no leen o solamente viven para la crónica roja y el bailongo. Al contrario, es en lugares como éste donde la literatura se convierte en otra forma de enfrentar los hechos, a veces en una vía de liberación.

La ignorancia de la historia de la literatura (ignorancia que puede alcanzar tranquilamente a la gran mayoría de nuestra población universitaria) no resulta una rémora sino más bien un acicate. Vallejo, Eguren, Arguedas, Florián aparecieron como personajes de carne y hueso y dejaron de ser esos monumentos hieráticos que pueblan nuestros libros de texto. Las chicas se enteran que en el Perú a los poetas también los metían a la cárcel, los mataban de hambre, les obligaban a irse del país. Que Ciro Alegría escribía sus novelas derribado en su lecho de enfermo. Que la Tía Julia de Vargas Llosa y el Loco Moncada de Arguedas existieron de verdad.

Cuando se toparon por primera vez con los Cinco Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat fue extraordinario: no podían creer que se podía desafiar tan abiertamente los cánones clásicos (en el colegio nos malacostumbran a que toda poesía debe tener una rima y una métrica), que se podía ser tan radicalmente innovador y mucho menos aún que hubiera sido escrito hace más de ochenta años. Cuando les leí el Julio Polar de Juan Ramírez Ruiz armaron una frenética discusión sobre si eso era poesía o no. Una discusión que -a mí me consta, como decía el poeta- han eludido varios claustros y facultades de demasiadas universidades capitalinas.

¿De qué escriben esos chicos y chicas?¿De qué pueden escribir? Evidentemente de lo que no le gusta ni le interesa al Ministerio de Educación. En la convocatoria para los Juegos Florales Nacionales de este año, los burócratas apristas fueron muy claros en su concepto de literatura para jóvenes: "Se recomienda que los estudiantes compongan poemas con temática que reflejen la esperanza, el amor, el optimismo, la pujanza, el valor, la heroicidad, las raíces históricas de la nación peruana, la dignidad y el orgullo colectivo del pueblo; descartándose poemas con temáticas lastimeras, pesimistas o depresivas. Motivo por el cual se sugiere investigar a poetas peruanos en esa línea".

Se pueden imaginar los horrores que obligan a escribir a nuestros hijos.

Sin embargo -y a pesar de ello- Carlos, de quince años, que cuida de su hermano pequeño, escribe:

"Me envolvieron en una
bolsa primero y en una
caja después. Para que me cuidara del polvo
y de la maldad.

Me pusieron fecha de caducidad
y también la fecha de mi muerte.
Pero no me pongo triste..."


Nilda, de trece años, trabajadora infantil doméstica desde los diez, es más directa:

"La vida
apenas da
tristeza, dolor
vergüenza
tragedias y tormentos.
La vida
no nos sirve
pues en cualquier momento
nos traiciona
y la perdemos
la perdemos..."

En cambio Denisse, de quince años, lo dice con otras imágenes:

"Desde que te fuiste
tengo anoréxico el corazón
pues arrojo cualquier amor

Desde que te fuiste
reconocí mi dolor
y fui a sufridos anónimos

Y ahí me rehabilitaron
y me enseñaron
a vivir sin ti

La cura es hacer versos y versos
como quien da pasos largos
entre la arena seca

(...)tantos versos hice
que hasta me olvidé de ti

Desde que te fuiste
por fin puedo vivir
por fin puedo salir
por fin puedo respirar"

He visto a raperos que compulsivamente improvisan versos mientras van a comprar el pan o acompañan a una amiga calle abajo, o a fanáticos de la ciencia ficción que se ponen a escribir ucronías sin saberlo. O el caso de una estudiante de quince años que trabaja en los mercados desde hace tiempo y redacta con unas faltas de ortografías espantosas; pero tiene la literatura en la sangre y escribe, escribe, escribe todos los días (Y me acuerdo de muchos poetas que me dicen, entre chela y chela, que tienen bloqueo creativo, que ya no escriben porque no ven temas trascendentes en el mundo...).

Evidentemente les he mostrado una antología. La inmensa mayoría de las/los estudiantes de estos talleres escribe desaforadamente acerca del amor ("Cómo olvidar al chico que/calmó la tormenta que había/en mi corazón"), de amor no correspondido ("Mañana, cuando llore sin consuelo/y la juventud pase/y no regrese/¿A quién voy a amar?"), auténticas letras de bolero ("te busqué sin descansar, te busqué sin poder más") bucolismo enternecedor ("teníamos nuestro árbol en la entrada/en un jardín pequeño, da moras cada año en otoño/y llena de hojas las puertas de mi casa") y hasta esos versos que aprobaría cualquier jurado de entrecasa de la UGEL ("porque la amistad, sí, ella/mantiene viva la ilusión/Entonces, nunca dejes de buscar, aunque la magia..."). Sin contar los acrósticos que les he prohibido redactar bajo pena de muerte (bueno, es un decir, digo).

Pero, amigos ¿De qué escribe un adolescente cuando descubre la literatura?

Ya tendrán tiempo de torcerle el llanto a la melancolía, como cantaba Romualdo. Y llegará el día en que maten a la tristeza con un palo, como exhortaba Scorza.

Ellas (y ellos), no me cabe la menor duda, serán las poetas que reciban el Bicentenario y nos canten desde la memoria de su amarga infancia, de su insólita adolescencia. De ese cruel país que están viviendo y al que obligarán a homenajearlo (como ahora le obligan a escribir el respectivo poema para el 28 de julio).

Hace unos meses en Jauja, mientras caminábamos con el poeta Armando Arteaga, vino hacia nosotros una marcial columna de escolares. Pese al calor del mediodía, los adolescentes iban enfundados en abrigos, chompas y chalinas que los hacían sudar a chorros, e igual tenían que marcar el paso, pisar militarmente la grava y marchar al mecánico ritmo que imponía el monitor. Frente a ese penoso espectáculo, Armando me dijo.

-Bueno, por lo menos de ese grupo saldrán tres o cuatro poetas.

Y es que nada como la ignorante arbitrariedad, el autoritarismo cerril y las imposiciones absurdas para despertar en los adolescentes la chispa de la rebeldía y, si hay suerte, también de la poesía. De acá al 2021 cuánta rebeldía puede crear el Perú.

Pero, como sabréis ya de sobra, optimista precisamente no suelo ser. Muchas de estas prometedoras poetas del Bicentenario serán sólo promesas, muchas de ellas terminarán domesticadas o derrotadas por el Sistema, por la rutina, devoradas con igual crueldad por nuestro país. Y quizá el mejor colofón sean los versos de esta hermosa joven a quien llamaremos Claudia, a quien las dificultades familiares y el trabajo infantil no liquidaron su precoz talento. Claudia, ya a punto de terminar el colegio, ha decidido no tomar la literatura en serio. Ella solo quiere escapar del perro de la miseria y posiblemente lo haga:

"Estoy escribiendo
bajo una sombra
tengo sueño
pero no puedo
todos me miran
y yo los veo
no me importa
es para mañana
parece difícil
pero ya entiendo
ya termino
sólo un punto
y listo."

No importa Claudia, la literatura siempre nos espera a todos.

Fuente:
http://lapizymartillo.blogspot.com/

Link:
http://lapizymartillo.blogspot.com/2010/07/de-las-poetas-del-bicentenario.html

VIERNES DE LETRAS - RECITAL DE POESÍA EN EL BAR ZELA (ESTE 30 DE JULIO).


VIERNES DE LETRAS - RECITAL DE POESÍA

BAR ZELA

Presenta

Lectura de poesía a cargo de:

- Frido Martín
- Giancarlo Huapaya
- Willy Gómez
- Cecilia Podestá
- Óscar Ramírez
- Luis Salvatierra
- Elizabeth Neira (Chile)
- Luis Carlos Musso (Ecuador)
- Ernesto Carrión (Ecuador)

Viernes 30: 8:00 - 11:00 p.m

BAR ZELA.

Av. Nicolás de Piérola 961. Plaza San Martín

"Viernes de Letras" cierra el mes de julio con una fecha poderosa. Poesía y más poesía en una semana de plena FIL. Pero como no todo es feria del libro, la ciudad sigue teniendo posibilidades de habitar el poema en otro espacio.Y ya que Ecuador es el país invitado este año a la feria, gracias al "polisexual" tendremos la oportunidad de oír a dos voces del vecino país. Una amiga chilena también nos acompañará. Por otro lado, la presencia de Óscar que viene desde el norte del Perú, era una presencia que estábamos esperando hace algún tiempo. Ellos, junto a las voces de Huapaya, Gómez, Podestá y Martín -voces referentes de la actual poesía peruana- harán de esta velada en el Bar Zela, una fecha imperdible.

PRESENTACIÓN DEL POEMARIO “MORIDOR” DE WILLY GÓMEZ MIGLIARO EN LA FIL-LIMA 2010.


15ª FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE LIMA, FIL-LIMA 2010

Presentación de libro

“Moridor”

De Willy Gómez Migliaro

Participan:

- Dalmacia Ruiz Rosas
- Paolo de Lima
- Paúl Guillen

Organiza:

- Editorial Pakarina

Miércoles 4 de agosto 8:00 p.m.

SALA CIRO ALEGRÍA

Parque de los Próceres de la Independencia

Jesús María (Alt. cdra. 17 Av. Salaverry)

Entrada libre

lunes, 26 de julio de 2010

EDUARDO BORJAS BENITES EN “TV BLOG LITERARIO”.


“EDUARDO BORJAS BENITES EN TV BLOG LITERARIO”

Amigos de Tv Blog Literario:

Les informamos que de nuevo reaparecemos con más fuerza que nunca. En esta oportunidad nos complacemos en presentar la entrevista realizada al joven poeta peruano Eduardo Borjas Benites, quien además de escribir poemas se ha puesto la mano al pecho y está promoviendo una serie de recitales y presentaciones de libros en la Universidad Federico Villareal (Lima - Perú).

Esperamos, nos acompañen como siempre.

Abrazos.

Atte,

César Pineda y Raúl Heraud.

Si desea ver esta entrevista ingrese a: http://tvblogliterario.blogspot.com/

“LA IMAGINACIÓN CRÍTICA”.

Julio Ortega.

“LA IMAGINACIÓN CRÍTICA”

El jueves 29 a las 7:00 p. m., en la Feria Internacional del Libro Lima 2010, en la sala Blanca Varela (Av. Salaverry cuadra 17, Jesús María), se presentará el libro de Julio Ortega: La imaginación crítica. Prácticas de innovación en la narrativa contemporánea y es una edición de la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Se trata del ejercicio e innovación en la narrativa contemporánea. Comentarán Susana Reisz, Rocío Silva-Santisteban, Lucero de Vivanco y Alonso Cueto. Es un texto en el que Ortega reúne estudios sobre Rulfo, Fuentes, Sar-duy, Lezama Lima, Borges, Pacheco, Cortázar, Argue-das, Eltit, Vargas Llosa, García Márquez, Arenas, Ferré, Bolaño, Boullosa, entre otros. Las secciones son: La contemplación y la fiesta, Poética del cambio y Rutas de lo nuevo (incluye cinco na-rradores Chilenos). La Universidad Alberto Hurtado, como la Universidad Antonio Ruiz de Montoya son parte de la Asociación de Universidades Jesuitas de América latina (AUSJAL) y agrupa a 30 Universidades de las tres Américas.

26/07/2010

Fuente:
Diario “La Primera”

“COLOQUIO LITERARIO CONVOCARÁ A ESCRITORES CHIRIHUANOS EN SU TIERRA NATAL”.

Poeta: Fernando Chuquipiunta.

“COLOQUIO LITERARIO CONVOCARÁ A ESCRITORES CHIRIHUANOS EN SU TIERRA NATAL”

Escribe: Fernando Chuquipiunta

Cinco reconocidos escritores de la provincia de Huancané, se congregarán para ofrecer al pueblo chiriwano, el segundo coloquio literario denominado “Escritores huancaneños en el siglo XXI”, acontecimiento cultural a desarrollarse este 23 de septiembre, en las instalaciones de la Institución Educativa Secundaria “Heriberto Luza Bretel” de esta localidad.

Entre estas figuras emblemáticas se encuentran José Luis Ayala Olazábal, Fidel Mendoza Paredes, Gloria Mendoza Borda, Julio Aberlado Luza Gironzini y Fernando Chuquipiunta Machaca. Los escritores, además, ofrecerán conferencias magistrales y, en especial, recitarán en una variedad de géneros literarios, tales como: poesía, cuento, novela, respectivamente.

El evento cultural es organizado por el joven poeta huancaneño Fernando Chuquipiunta Machaca, quien dijo que esta actividad tiene como propósito fundamental de analizar y revalorar los aportes de la literaria local, regional y nacional, tras manifestar que el punto principal para estas ocasiones culturales, es, sobre todo, la masiva participación de los ciudadanos en general.

Las líneas temáticas que se abordarán en este segundo coloquio literario están vinculadas prácticamente dentro de los cánones de la crítica literaria, en el cual debatirán punto por punto sobre la literatura escrita en Huancané. Asimismo, se efectuará un recital poético en honor al celebrado escritor huancaneño Julio Abelardo Luza, quien escribió el libro “Tambores Pluviales”.

Es menester señalar que el poeta chirihuano Fernando Chuquipiunta Machaca presentará en los próximos meses su nuevo libro de poemas llamado “Voz de los Silentes” en la ciudad de Lima, Arequipa, Cusco, Puno, entre otros.

TALLER DE NARRATIVA CON EL ESCRITOR JOSÉ DE PIÉROLA (26 Y 27 DE JULIO) EN LA 15 FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO.‏

RECITAL: POETAS DE BISAGRA E INVITADOS.

domingo, 25 de julio de 2010

“EL DEBER DE CAUTIVAR”. ENTREVISTA CON JOSÉ DE PIÉROLA REALIZADA POR JOSÉ VADILLO VILA EN EL DIARIO “EL PERUANO”.‏

José de Piérola, narrador.


“EL DEBER DE CAUTIVAR”

Considera que cada novela es una suerte de casa con muchas puertas. Presenta edición final de su libro Un beso del infierno.


Por: José Vadillo Vila
jvadillo@editoraperu.com.pe

El infierno queda en una meseta a cuatro mil metros de altura de Lima. Es una soledad lunar y puede recibirte con un muerto en la puerta de esa choza solitaria donde has ido a acampar con tus amigos para escaparte de la metrópoli, de su mugre y violencia. Iluso.

Esas son las tinieblas de Un beso en el infierno (La Otra Orilla, 2010), con la cual José de Piérola ganó el Concurso de Novela Corta 2000 del Banco Central de Reserva. La presentó como Un beso de invierno, una obra de capítulos ágiles e intensos.

De Piérola explica que la nueva edición que tenemos en manos es la final; la que estuvo esperando por años: le agregó los tres capítulos que tuvo que suprimir inicialmente para que calce con las bases del concurso en ciernes y tuvo que cambiar “algunas pequeñas cosas”, para que los tres capítulos entren “sin que se noten las costuras”.

“Las preocupaciones (de mis novelas) siempre parten de una experiencia personal”, explica el autor, quien en los años ochenta fue consultor, viajaba bastante por los andes centrales y vio de cerca los estragos que dejaba la guerra interna. “Me gustaba la idea de cómo se ve la violencia. Porque no es solo documentar actos terribles, o qué les pasa a los afectados, sino también incluir los dos marcos en que ocurren: los Andes y Lima.”

Junto con el libro de cuentos Sur y Norte y la novela El camino de regreso, ¿Un beso... forma una suerte de trilogía?

–Las preocupaciones centrales son diferentes. Sur y Norte es más sobre el desplazamiento, la migración y la identidad. Un beso... como El camino..., y otra novela que estoy preparando, se sitúan en los años noventa y tienen por preocupación central la violencia. Constituyen una trilogía. En ellas, me pregunto,

¿Cómo se confronta un ser humano con la violencia extrema? Una trilogía singular...

–Sí. La considero una trilogía por el lugar, la época y la preocupación temática porque sus personajes e historias son distintas. Para mí es una labor importante que cada novela tenga sus propios personajes, temáticas auxiliares, estilo y estructura diferentes.

¿Hoy se escribe novelas más para entretener que para pensar?

–Una novela debe entretener en el sentido más amplio del término: debe absorber y mantener el interés del lector. Una novela es como una casa con muchas puertas, que llevan a cada lector a un mundo diferente.

En EE UU, donde resides, muchos novelistas hoy son guionistas de teleseries exitosas.

–La narración de cine o televisión tiene muchas afinidades con la novela y el cuento, y escritores como Faulkner colaboraron con Hollywood. Me parece muy fructífero que los escritores pasen a escribir para la TV. Los escritores han demostrado que la tele no es mala y que las historias interesantes tienen buena audiencia.

¿A qué escritor siempre vuelves?

–Releo a Vargas Llosa por la vastedad de su obra y porque es uno de los pocos escritores del siglo XX que ha abrazado la literatura convirtiéndola en un modo de vida, que incluye poder leer y escribir lo más que uno pueda.

23/07/2010

Fuente:
Diario “El Peruano”

sábado, 24 de julio de 2010

PRESENTACIÓN DEL POEMARIO "FUNDACIÓN DE LA NIEBLA" DE ERNESTO CARRIÓN EN LA FIL LIMA 2010.


PRESENTACIÓN DEL POEMARIO "FUNDACIÓN DE LA NIEBLA" DE ERNESTO CARRIÓN

Estimados amigos:

Los invito para el día de mañana a la presentación del libro "Fundación de la niebla" del gran poeta ecuatoriano Ernesto Carrión. Me acompañará en la mesa de presentación el crítico y poeta peruano Paul Guillén. La presentación se llevará a cabo en la Sala Blanca Varela de la XV Feria Internacional del libro de Lima, a partir de las 8:00 de la noche. Los espero.

ECUADOR

Presentación de libro

Fundación de la Niebla de Ernesto Carrión

Participan:

- José Córdova
- Paul Guillén

Organizan:

- Ministerio de Cultura
- Embajada de Ecuador
- Cámara Ecuatoriana del Libro
- Cascahuesos Editores

José Córdova
Editor de Cascahuesos Editores
(51-54)-95868354

MARTES 27: PRESENTACIÓN DEL POEMARIO “ARQUITECTURA DE UN DÍA COMÚN” DE OSCAR RAMIREZ.


PRESENTACIÓN DEL POEMARIO “ARQUITECTURA DE UN DÍA COMÚN” DE OSCAR RAMIREZ

EDICIONES OREM

Invita a toda la gentita de Lima (y balnearios)a la presentación del poemario

“Arquitectura de un día común”
de Oscar Ramirez

PRESENTAN:

- Héctor Ñaupari
- Roy Dávatoc

FECHA: Martes 27 de julio

HORA: 6.45 p.m.

LUGAR: Sala del Autor, de la Casa de la Literatura Peruana (ubicada en la antigua Estación de Desamparados, Jr. Ancash 207, Centro de Lima)

ENTRADA LIBRE

“DIANA BELLESSI, POETA” POR RODOLFO BRACELI.


“DIANA BELLESSI, POETA”

Dice que le gustaría que sus poemas fueran completamente claros, pero que lo que de verdad anhela es llegar al corazón de sus lectores. De sus propios recuerdos, gustos y sentimientos, habla a fondo aquí la escritora santafesina, muchas veces premiada y dueña de una obra tan interesante como fecunda.

Por: Rodolfo Braceli
Para LA NACION - Buenos Aires, 2010

Nuevamente, ¿qué es poesía? O, para decirlo urgente: ¿qué es poesía? ¡Pánica pregunta! Más fácil sería averiguar el dedondevenimos y adondevamos. Pero atrevámonos: ¿poesía es la sed hasta las últimas primeras consecuencias? ¿Es el verbo sin retorno, arrojándose sin red? ¿Es el marinero que quiebra adrede el eje de la brújula? ¿O, en una de ésas, es el perro que muerde la mano del amo -llorando el perro-? Por favor, ¿qué es, qués poesía? ¿Será la desesperación entusiasmada? ¿O tal vez el pensamiento menos pensado? Con estos interrogantes en la mollera llego a la casa de Diana Bellessi. Sembrado llego por la lectura de su reciente Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo). Y con el propósito, paradójico, de averiguar en qué consiste "ser Bellessi" sin incurrir en estas preguntas.

Ella me abre la puerta. Un largo pasillo, se adelanta. A ver, ¿cómo camina Bellessi?, ¿como una poeta temeraria capaz de tejer catorce sonetos endecasílabos sin rima? Tiene el andar de alguien que sabe de intemperies. Singular, gracioso, porque mueve sus hombros, anticipándolos a sus pasos. Caminar de compadrita, ¿acentuado por la timidez del encuentro? Su nuca está escuchando mi mirada, ¿por eso la timidez?

Sanguchitos, masas, yerba y agua a punto, habrá mate enseguida. Entre las naderías después del saludo nuevo ella ríe, tres, siete veces. En adelante indicaré su risa con un simple jaaaa, para no tropezarle de paréntesis el camino al lector. ¿Cómo definir esa risa-tos? Es un cordial revoltijo bronquial. Pero téngase presente: le marcará el compás a su sintaxis. Esa risa y el incesante cigarrillo.

Me miran desde un retrato una mujer y un hombre mayores: ella inclina su cabeza sobre el hombro de él.

-Mi mamá y mi papá, siempre tan enamorados...

-¿Tenían que ver con la literatura?

-Nada. Me crié en una familia ampliada con tíos, abuelos y trabajadores golondrina en una chacra de la pampa húmeda santafesina; ahora es pura soja. Familia de italianos, inquilinos, no dueños de la tierra. Por el hambre emigraron. Aquí tuvieron hijos, pero nunca una tierrita propia.

-¿Y tu relación con los libros?

-Nada. Pedro, el tío menor, el único que sabía leer, leía las cartas que venían de Italia. Mi papá, apenas tercer grado y mi mamá, la primaria sin terminar.

-Si te vieras la cara, te salió el sol.

-Es que estoy recordando una cosa bonita, con orgullo... cuando yo era chiquitita mi vieja fue a Santa Fe a rendir para terminar la primaria, y me llevó, y mi papá la acompañó. Tengo fotitos con palomas en una plaza, y mi mamá orgullosa con su diploma. Una vez por semana caía el diario en mi casa, y El Tony y D´Artagnan , mis primeros tesoros. Ellos me impulsaron a leer, a salir de la clase a la que pertenecía? bah, nunca salí de todo. Pero fui la primera en mi familia en ir a la secundaria. Cuando subió el onganiato quitó la protección del peronismo para los inquilinos. Toda mi familia se quedó con el culo al aire. Mi viejo salió a ganarse la vida como podía. Poquito después yo entré a la universidad, estatal. A mi mamá modista la recuerdo en largas noches cosiendo a la luz de la velita... la Singer... Mis viejos hasta me mandaron a estudiar piano como una niñita de clase pudiente. La pasé mal con las chicas ricas, me hacían el vacío.

-Ahora se te nubló la cara.

-Ahí adquirí un resentimiento de clase, fuerte. Me acompaña hasta hoy... y me hace acordar de dónde vengo... A propósito, fui a la Universidad del Litoral y estudié filosofía; fijate, sentí que letras lo podía hacer solita.

-¿En qué momento empezás a deletrear el mundo?

-Tempranito yo escribía versos. Me gustaba la hora de composición, con esas maestras rurales increíbles que iban con vos de segundo grado a sexto. Honro a doña Claribel Mastroberardino. Ella me enseñó el camino a la pequeña biblioteca. Pero ¿me habías preguntado?

-Tu nacimiento de poeta.

-A los 13. Me decía: ¡yo soy poeta! ¿Entendés? Ah, la mami a los 12 me dijo: "¿Qué querés ser?" "Escritora y actriz." Yo tengo como el recuerdo de un momento de intemperie cuando ella me dijo: "Pero hija, eso no es pa´ nosotros". Pero fue a contarle a Claribel; ella le preguntó a un profesor de literatura y le respondió: "Lo que tiene que hacer Diana es la secundaria".

-¿Te recordás en el acto de aprender a leer?

-No, me acuerdo de otro flash... todavía no iba a la escuela, en la chacra atardecía, pasaba un tren allá lejos, y yo sentí algo... como decía el maestro Juanele: la intemperie sin fin del mundo. Estaba al lado de una chata de maíz, ¿viste los parantes?, tenía unas pinturitas y dibujé un trencito naranja. Ése es el primer verso que escribí...

-Estás recordando "el día cuando" empezaste "a recordar los días".

-Lo que sentí dibujando aquel trencito era lo que he sentido toda la vida, que es que me quiero quedar me quiero ir me quiero quedar me... Me quiero ir en el sentido de conocer, de andar por ahí. Pero ahora ya sólo me quiero quedar.

-¿Quedarte significa cansancio, falta de sed?

-Quedarse es tan hondo como irse. Cuando me quería ir vivía en un mundo donde irse era algo remoto...

-Como ser escritor o poeta.

-Igual, igual... El papá, con su mansedumbre melancólica, y la mamá, con su gesto apasionado, también querían ampliar el mundo y me empujaron a que lo hiciera.

-Ignorantes, y tan sabios.

-Sí, es que ignorancia, nanai. Más rememoro mi infancia y más sabiduría encuentro. Si en la adolescencia me sentí desligada de mi clase, fue consecuencia de esa migración mía. Pero pronto hice un retorno interior. Sentí que las cosas fundamentales ¡ya estaban ahí! En la secundaria era una rara no sólo porque escribía versitos. Para no ser la tímida me convertí en la mala, peleaba con los profesores... pero ahí encontré gente que también me acompañó, ¿no? Desde mi querido hermano, el pintor Oscar Gabriel Martínez, hasta profesores que me pasaban libros. Y justito, me acuerdo: en segundo año, haciendo cola para el comedorcito, un profesor me toca el hombro: "¿Así que vo ecribí?" "Sí." "¿Y leíste los románticos alemanes?" "No." "Bueno, leélos eh." Y salí disparada y me topé con los románticos ingleses, y alemanes... Él profesor era uno de los poetas que más quiero, admiro, Aldo Oliva, de Rosario. Un maestro de café para mí.

-Claribel, Aldo... te fuiste buscando, te fuiste encontrando.

-Es más lo que te viene por donación que lo que vos buscás.

-Pero estabas a disposición de los milagros.

-Divino, precioso eso. Sí, sí.

-¿Fecha de tu primer nacimiento?

-En 1946, el 11 de febrero. No quiero hacer historieta pero soy hija del peronismo emergente... Nací con comadrona: pleno mediodía, atareadamente mi papá calentaba el agua. Fui la primera hija, deseada, querida.

-Otra vez sol en tu cara.

-Algo que ahora recuerdo... yo me crié con velas y faroles de querosén... Un día volvía de la escuela a la tardecita y mi mamá me esperaba en la puerta: "¡Mirá!" Hizo clic ¡y luz eléctrica por primera vez! Jaaaa... Por supuesto que los techos de nuestro ranchito eran un colador... En invierno nos bañábamos en un fuentón, con una regadera colgando con agua tibia.

-¿Algún olor sella esos recuerdos?

-Divina pregunta... ¡es el olor de las sandías! Mi abuelo tenía una huerta y mi mamá, limpiada la cocina, decía: "¡A buscar una buena sandía y a comerla!" Las rompíamos contra una piedra y le comíamos el corazón, así, ensuciándonos la cara... ahhh, ese olooor maravilloso.

-Un olor con color.

-¿Te hablo mucho? Es que me preguntás cosas que... Y sigo con otro recuerdo sagrado: un día mi madre me alzó de la cama y me sacó al patio de tierra: "Te voy a mostrar, esto es la primavera... Mirá qué lindo el olor de las flores de paraíso..." Creo que ahí nació la poesía.

-Tu segundo nacimiento.

-¡Nacimiento sin dolor de parto!

-¿Y el color de aquellos años?

-Ah, sí... a veces me dan vergüenza mis versitos, aparece mucho la palabra oro. Nada que ver con el oro de Lugones, ¿eh? Es como la reverberación de la luz en el campo, entre las hojitas, entre las nubes, oro y plata, el color como luz...

-...espumita del aire...

-...donde se hacen nítidas las cosas...

-Hablemos de las comidas.

-Disfruto comer. Me gusta hacer de comer. Las pastas me salen. Como buena tana.

-A ver, un tuco de los tuyos.

-Según lo que haiga en la cocina. Pasé por varias escuelas, la de la infancia es la más exigente; mi mamá, Elda Paván, gran cocinera. Ese tuco es con un buen estofado. Fijate que la cebollita esté a punto de dorarse, ponele la carnecita, agregale pimiento rojo, rallale un poquito de zanahoria que equilibra los gustos. El tomate, que sea natural, pimentear bien, especias, un poquito de ají molido... Bueno, después de este básico aprendí a hacer salsitas de los lugares por donde vagabundeé. Día por medio me hago una pastita yo, con tomate y ajo por ejemplo. Pero las hago incluso con repollo saltado, brócoli... Y siempre me queda rica. Dicen. Para el arroz tengo la escuela latinoamericana. Ah, y sé hacer buenos asados. Me enseñó un grande, mi papá.

-Vamos al secreto de tu asado.

-Paciencia y obsesión... Como escribir versos, jaaaa... ¡y disfrute!

-Arrimándole brasitas a la famosa página en blanco... Contame de tu condición de caminante.

-Yo era mochilera, me subía a los camiones, seguía en trenes, en autos. Así hice un viaje como de seis años, tenía 24. Llegué a Chile, me encontré con la campaña de alfabetización de Salvador Allende, me quedé un tiempo ahí y seguí, agarré los Andes por el Pacífico y no paré. Hice todo tipo de trabajos: obrera metalúrgica, ayudante de pintor, hasta contrabandear jaaaa...

-Qué bonito.

-... pilas Eveready, calzoncillos, el pequeño contrabando del "¿querés pasar con nosotros? Te forramos y pasás". Fui lavacopas, tiré la manga. En Ecuador conocí unos amigos geniales en eso. Pero nunca pude sola. La clave según ellos era ir a los profesionales con el cuento de "somos estudiantes argentinos". Los más generosos eran los arquitectos, seguían los abogados y los peores eran los contadores jaaaa... Cambiaba versitos por un sándwich. En Bogotá estuve una semana a café con leche. Ya vomitaba cuando sentía el olor, hasta que me dieron sopa de frijoles, ¡un banquete!... Ya en Perú, fui freelancera de El Expreso expropiado por los milicos progresistas del 70 y en México laburé para muchas publicaciones.

-Cerca del hambre estuviste.

-¡Uy sí! Cuando te duele el estómago de hambre es horrible. Pero hay una diferencia: estaba segura de que al día siguiente iba a comer. Que no es lo mismo que el hambre del que no sabe si al día siguiente va a comer. Además, ¡siempre se podía volver!... Recuerdo en Nueva York, yo paraba en el departamento de Jerome Badanes, novelista de culto, activista. No tenían plata para la celebración del pavo y me fui al supermercado y agarré una bandeja con el más grande y salí derechita, nadie me paró. ¡Y comimos pavo! ¡Y me convertí en una leyenda!

-De tiradora de manga a audaz afanadora.

-Ah no, pero eso es otra cosa: es expropiar, es más como los bandoleros anarquistas, viste.

("Che, ¿no te cansé, Rodolfo?", me dice, mientras hilvana un cigarrillo con otro. Su perra, Talita, nos mira muy quieta, economizando pulsaciones. Diana me pesca mironeando unos patines de aquéllos...)

-Entre las cosas a que me impulsaba mi mamá están esos patines, me los compró y me mandó con las chicas con plata a la Sociedad Italiana... Los tengo ahí para recordarme algunas cosas.

-¿Cómo es tu relación con tus pies?

-Me gusta muchísimo caminar. Le tengo cariño a esta casa, pero mi verdadera casa es mi ranchito del Delta. Allí pasé los años de la dictadura, allí paso los veranos enteros... Me gusta andar en pata, y siempre voy con la perra.

-Estábamos hablando de Diana vagabunda.

-Para mí viajar es afrontar ciertos momentos, mientras más salvajes las carreteras, más intensos... Un camión para, subís y avanzás con el sol golpeando en contra, ¡eso es para mí viajar! A dónde, no importa. Cuándo llego, tampoco. A qué voy, no sé.

-Viajar es como vivir.

-Como vivir. Y cuando tengo nostalgia es de eso, no de los viajes que hago ahora, uno los disfruta pero son con invitación y pasaje. Ahora estoy vieja y quiero más cuidado.

-Tus miedos, según pasan los años, ¿cuáles son?

-Mmm... seguramente que le tengo miedo a lo desconocido, y a la muerte, lo gran desconocido. A la partida de los seres que amo...

-¿Tenés a tu papá y a tu mamá vivos?

-Se murieron los dos.... Los tenía muy cerca del corazón, iba con frecuencia a visitarlos... Sí, le tengo miedo a la muerte, bueno, no sé, porque mucho no me la creo que me vaya a pasar. Pero ¿y si me pasara? Miedo tengo a no despertarme con alegría una mañana porque hay un día más pa´ vivir, viste.

-Diana, en un poema decís "si dejo la poesía agarro una escopeta"...

-Jaaa, es que de joven sentía que la vida estaba en otra parte. Ahora creo que la vida está en las rutinas más invisibles, abrir la ventana, preparar el mate, la perra que viene. La grandeza está ahí. Aunque a veces también siento que lo que vale es salir a la calle y cambiar el mundo ¡ya!... O veo una pareja besándose arriba de una moto y digo ¡ahí, ahí está la vida! Pero yo también he tenido esos momentos ¡qué me ando quejando!

-¿El pensamiento de la muerte te saca del vivir?

-El tema me viene asociado con el del sentido de la vida. ¿Por qué existe lo que existe? En esta escuelita maravillosa de la vida soy una hormiga invisible, yo y las grandes estrellas, todo, percibo, debe de tener un sentido. El miedo o la pena (más pena que miedo) es que nos salimos del concierto a cada rato... ¿Viste que lo viviente es como un concierto? Cuando miro fijo, me parece que todos están dentro del concierto, pero nosotros nos salimos. Estamos preocupados por si hay vida después de la muerte, por lo que pensará el otro, por el miedo a vivir abajo del puente... Constantemente nos salimos del concierto, de la belleza de la vida.

-Salirse, una manera de no vivir.

-Como cuando hay un día de sol maravilloso y vos decís "estuve metida entre cuatro paredes", ¡mirá, mirá los yuyos y los pajaritos y las plantas! En esos momentos siento no ser digna de la vida. Y me gustaría decirle: sí, ya está bien.

-Ese "está bien", ¿algo que ver con el suicidio?

-Me resulta completamente ajeno el suicidio. No tengo el dedo moral ahí y creo que todo el mundo tiene ese derecho.

-En algún poema aludís al "estrago de la distancia y de los días". La vejez, la humillación de los días, hacia adelante, ¿te preocupa?

-No la siento, todavía no. Siento el agradecimiento sin fin por estar viva... Mirá, yo la vi a mi mamá hasta el final en su camita de hospital, con sus 81. Antes de eso, ella se levantaba con gestos de dolor físico y salía pa´ afuera... "A ver hija -me decía- vamo a tomar un matecito y a mirar el jardincito. Yo ya no quiero más nada, sólo un poco más de esta belleza..."

(Silencio quieto. Diana sonríe desde sus ojos. Al mate lo rodea con las manos, como un cáliz...)

-...Tuvo un aneurisma en la aorta, con mi hermana le hablamos de hacer una cirugía. Hizo un silencio y nos dijo: "¿No hay otra opción? Bueno, hagamos la cirugía". Me quedé con ella hasta que la empezaron a preparar, y de pronto, mirando sus manitos, dijo: "¿De qué tengo miedo? De qué, si tuve una vida larga y hermosa". Así nos despedimos.

-Irse así es confortante. Pero muchas veces sucede que la última línea del último párrafo de la última página está atravesada por la humillación de la vejez y del dolor. Sin alejarnos de esas sombras, veamos un poco tu religiosidad.

-Tuve una niñez con una especie de cristianismo heterodoxo, con padres que te llevaban una o dos veces al año a la misa, a la comunión...

-Como para cumplir.

-Claro, bien, cumplían... sin demasiada devoción, pero con una cosa cariñosa, como si entendieran la Navidad y la Pascua. Pero mirá, acá, todos los años cuando se acerca el Día de la Virgen, voy por mis figuritas de yeso, prendo una velita... siempre me dio una ternurita eso del nacimiento. Eso hago, aunque he tenido mi pelea con la Iglesia y con todo lo que significa. Lo que nunca entendí fue la Pascua, la Pasión digamos. Me emocionaba pero la rechazaba. La muerte de mi viejo me hizo entender el largo calvario que está al final, para todos... Creí entender. Te lo digo y ya no sé si entiendo, porque viste que comprender es un sentimiento que cuando lo enunciás...

-Un relámpago.

-Y se te va y chau, ¿no? Pero ahí con el final de mi papá, sentí y dije: "Ah, era esto, al final hay esto, el calvario, el Gólgota de la enfermedad, el denigramiento, la intemperie... y te vas tan solo, papá".

-Así amasaste tu religiosidad.

-Sí, un día voy a la sinagoga, otro a la mezquita y otro hago meditación budista y otro voy a la iglesia... jaaaa, soy una excursionista. Hay mitos que tienen algo hermoso y algo atroz también. Suelo ir para la misa de resurrección: la iglesia cubierta de cortinas, luces apagadas, entra el cirio pascual y prendemos nuestra velita y la iglesia entera se ilumina y hay chispas, muchas. Y yo lloro. Por el cuerpo presente, como diría Ernesto Cardenal, de los seres que estamos ahí y que por un instante nos abrazamos. Como en las manifestaciones políticas, de pronto, como hermanitos, ¿no?

-Me quedó zumbando, qué sentido le damos a esa humillación sin retorno.

-Hay que ser un cordero... Yo creo que ha de venir algo... Pero no tengo certeza y fe en la vida después de la vida.

-Pero algo suponés.

-Supongo que hay un momento en que el dolor cesa, la hermana muerte llega y te lleva en sus brazos como tu mamá cuando naciste. Tiene que haber algo que lave el dolor, los errores, todo. Me gusta pensar que es así. Aunque es muy probable que no me toque ésa, ¿me entendés? Porque por lo general no te toca lo que más deseás. El resto... velatorios, la carne que se corrompe. Nosotros metemos los cuerpos en cofres; en cambio, la naturaleza los deja caer, los asimila al suelo para que alimente y transforme. En ella no hay suciedad, no hay asco. Pero te cuento: igual yo...

-¿Igual vos?...?

-...vestí a mi mamá y a mi papá cuando se murieron. Y lo hice porque me daba ¡tanto miedo! Y dije: un rito antiguo debe ser el correcto, y si yo atravieso este miedo, algo bueno va a haber detrás. Sí, cambiarles la ropita para el velatorio de pueblo, el cajón abierto, tocarlos... Una manera de acompañarlos hasta el fin, ¿no?

-¿Tu padre tuvo un final tan luminoso como tu mamá?

-Pobre, no le dieron la oportunidad, murió entubado, en esa máquina picadora que es la institución hospitalaria. Que hace todo tipo de cosas cuando te tienen que decir "llévenlo a casa, basta".

-Te propongo desquite, recordá alguna frase viva de tu papá.

-¡Uy, muchas! Pero te digo una: cuando aparecía una luciérnaga, la primera que veía, él decía: "¡Lucelle, ya viene el trigo!". Era muy bonito mi papá, sabía mucho de pájaros y de caballos y de plantas. Era precioso hablar con él. Cuando rompía el silencio, porque también era dueño de grandes silencios.

-Como la hija, Diana, en su poesía.

-¡Pero vos me estás haciendo hablar como una cotorrita!

-En tu habla y en tus poemas te animás a la ternura y a los diminutivos, que no tienen prestigio literario.

-Ah, sin duda, uno siempre está acusado de ser un sentimental al borde del abismo. Los diminutivos son como la dulzura andina que va bajando y llega hasta el Atlántico.

-Mirás mi bolso, curiosa... Traigo tu Tener lo que se tiene. ¿Qué sentiste al alzar tus 1200 páginas?

-Asombro, sí, y pudor también. Los poetas no estamos acostumbrados a la reedición, y menos a ver publicados todos nuestros libros al mismo tiempo. Fue como meter el pie en el zapatito de cristal. De inmediato me replegué a trabajar en el nuevo libro, como sortilegio frente a esa sensación de "obra completa" que les publican a los muertos.

-Para escribir, ¿te imponés una implacable rutina?

-Yo querría. Sentarme, esperar, me encantaría. Pero trabajo, tengo diecisiete alumnos que recibo de a uno. Los períodos en que más escribo son cuando me voy al ranchito, por eso la naturaleza está tan omnipresente.

-¿La poesía cómo te viene?

-¿Ahorita? Porque no ha sido igual siempre... A mí el poema me viene entero. Muchas veces estoy caminando a la tardecita, buena hora de resonancia, buena caja de guitarra, digamos, y viene el verso, portando algo, qué sé yo qué... Y yo lo escucho y me lo repito, anoto en papelitos. Es la materialidad del verso; el primero, el segundo, el tercero ¡signan todo el poema! Y por supuesto empiezan a irradiarse los sentidos, ¿no? Yo no trabajo tanto con una imagen, trabajo con la frase.

-¿Frase que marca la melodía?

-La melodía, la melodía. Viene el tono, algo que de entrada uno sabe que va a sostener el poema entero. Y lo sigo. Y empieza y termina. A posteriori mucho lo miro fijo al poema y puedo tocar detalles. Melodía y estructura me vienen de entrada y después un trabajo finito, así, donde un "allí" se transforma en una "y". No escribo a lo largo del tiempo yo, agregando. Ésa es una experiencia por la que no he pasado. Me viene el poema enterito, de un saque.

-Eso que se califica de poesía hermética se suele dar en tus libros. Hay momentos en los que uno se queda ahí, en el umbral, vislumbrando algo, sin apresarlo. Cuando te vienen poemas que podrían pescarlos unos pocos, ¿cuál es tu sentimiento?

-Que me gustaría que fueran completamente claros. Pero el ideal es el ideal y lo que uno puede es lo que uno puede. Girri decía una cosa bonita: un poema puede ser hermético pero siempre tiene llave y cerradura. Los poemas que no las tienen no son herméticos, son confusos, decía. En verdad a mí lo que me preocupa, ¡lo único que anhelo es el corazón del otro! Mi mayor alegría es cuando un lector común me dice: "Tal cosa me emocionó tanto, me hizo pensar en...". Ahí está: el momento de comunión es lo que me importa. Y por eso admiro hasta la devoción a un tipo como Atahualpa Yupanqui. Amor tengo por la copla. Escrita por muchos, es como un canto rodado que se va convirtiendo en un diamante.

-Inesperada tu alusión a Yupanqui.

-¿Por qué te sorprende? Tengo grandes pasiones por poetas que no están a la moda. Por ejemplo, Gabriela Mistral, manoseada por la escuela, grande entre las grandes, y aquí y allá, eh. En ella hay una parte de la poética de José Martí, al que amé enormemente.

-¿Y con la poesía de un Neruda?

-Una relación paradójica. Extravagario me parece maravilloso. Canto general , extraordinario sólo como proyecto. Pero me quedo con los Poemas andinos de Mistral. En Neruda, la ambición del proyecto hace que fracase en alto grado. La no ambición mistraleana, con sus poemas más breves, llega mucho más lejos.

-¿Sintonizás con Jorge Enrique Ramponi?

-Gran poeta. Anoche hablábamos de él, mirá, con Jorge Monteleone. El que me parece otro poeta descomunal es Ricardo Molinari, aquí y allá. Tengo la fortuna de tener un ejemplar de Las sombras del pájaro tostado, edición que después la dictadura arrasó. Y sin duda siento que nunca terminé de leer bien a César Vallejo. Adoro el Vallejo de Poemas humanos.

-El destripador de palabras... ¿Y por qué Poemas humanos?

-Porque ahí da la vuelta a casa. En Trilce hace lo que tiene que hacer para después poder escribir Poemas humanos. Es la plenitud, la impudicia de sus poderes, porque la poesía reclama eso, ¿no?, reclama impudicia lírica.

-A propósito, vos destripás los silencios. En tus poemas son como abismos... ¿Un abismo puede ser un puente?

-El lenguaje está hecho de palabras y de silencios. Es como la anotación musical: vale tanto la nota como el silencio. El sentido se organiza con el juego de ambos. Pero hay libros más astillados en la página en blanco. Me parece que en mis poemas de los últimos libros todo va más solito y natural, y quizás, lo que se sigue notando es el encabalgamiento que a mí me convoca, y que quiebra la sintaxis funcional de la lengua con un pequeño silencio y lo recompone a posteriori. ¿Por qué? ¡No tengo la menor idea!

-Todo sea por la impudicia lírica.

-Es mejor, ¿no? Porque uno lidia con el misterio.

-Entonces, la virginidad de la palabra.

-¿Te acordás de esa copla flamenca que dice: "Fui piedra, perdí mi centro y me tiraron al mar,/ pero al cabo de algún tiempo mi centro volví a encontrar"? Pienso que eso le pasa a uno en la vida, en la escritura: hay que perderse pa´ encontrarse... El fracaso es parte del movimiento de la creación y de la vida.

-El combustible.

-Exacto. Por eso creo que es necesario perderse pa´ encontrarse, aunque, claro, a veces no te encontrás, ni te perdés. Creo que pertenecemos a una cultura que delimita demasiado los opuestos, que componen el movimiento, el espiral. No como una concepción dialéctica, más como una concepción misteriosa, paradójica. ¿Viste que uno dice: "A menudo descubro en mi cara la cara del enemigo"? En ese sentido hablo. Perderse pa´ encontrarse, o para encontrar los seres con los que uno arma el concierto.

-Sin perderse, la vida no tiene sentido, otra paradoja.

-Por ejemplo, mis poemas voluntaristas son los de menos logro. Mientras más consigo perderme, sin saber adónde voy, avanzo mejor... Uno tiene ideología, conciencia, biografía y por supuesto que esto estalla en el poema ¡y está bien! Pero también está el accidente y está lo que descubrís. Y ésos son siempre momentos muy dichosos, cuando decís ¡qué bien, qué estoy diciendo!

-Arrojarse sin red, si no el salto qué gracia tiene.

-Es verdad, de chica me encantaba el circo. Una vez fui con mi abuelita a un circo, hacía tanto frío, nos tapábamos con frazada, y los trapecistas ¡qué cosa extraordinaria, Dios mío! Pero lo hacen solitos o de a dos. Entonces la historia no es la red, la historia es el otro. Ser preciso y rrriiiip. Ahí está el lector, sin el cual el poema no existiría.

-¿Tu relación con don Borges?

-Le tengo gran respeto. Pero no es mi patrono. No siento hacia él la admiración que siento hacia Francisco Madariaga, por nombrar uno de los muy caros a mi vida. O por momentos con Juanele, un poeta del que todavía me falta una lectura intensa, siendo, como dicen y como digo, próximo en muchos sentidos a mí.

-Parientes.

-Extraño, porque yo, si te tengo que citar un pariente o la poeta que yo hubiera querido ser, diría Madariaga. Ese criollo universal de los esteros correntinos como una sola naturaleza, una sola leyenda y relámpago.

-¿Y Cernuda? y Pablo de Rokha?

-De Rokha me cansó. Pero dijiste alguien más...

-Cernuda.

-Ah, tremendo respeto por Cernuda. Y por algunos poemas de Miguel Hernández también. Pero en cuanto a mi corazón, García Lorca, por su Romancero gitano... Leyéndolo a veces digo: "¡Guacho de mierda, sos maravilloso!"

-¿Y qué te pasa con Teresa Cepeda?

-Nada. Es que nunca la leí.

-Saludable escuchar a alguien que declara a tal no lo leí.

-¡Pero ahora esa lectura me queda como un regalo ahí adelante!

(Con esa hospitalidad de quien se crió en el campo, Bellessi se inquieta porque apenas probé los sanguchitos. "¿Querés café, té, cerveza?" "Sigamos con el mate". Entonces se levanta para "arreglar el mate." Dos pasos y se vuelve y me dice: "¿Te puedo dar un beso?" Me agradece por haberla vuelto a colores y olores de su niñez. Mientras viene el mate, hojeo, ojeo, su obra completa, el azar me elige algunas hebras:

... "quedarse todo el día con la cabeza fuera de la ventana viendo reventar las flores de cerezo es un buen oficio Uli. Particularmente cuando se tienen tantas ganas de vivir que uno cree que va a morirse dentro de ellas..."

..."Pezón/ lengua/ diente apenas/ sensible succión que mueve/ la materia”... "labios sobre el hueco// aquí fundo mi estirpe/ a favor del eterno// tramado del amor”...

..." hay luz alrededor de los cuerpos..."


El mate otra vez es con nosotros:)

-Diana, en tu poesía atravesada por una metafísica de médula, de pronto la palabra "revolución". ¿En qué consiste esa revolución?

-En la distribución de la riqueza y de las responsabilidades; en la celebración de la diversidad; en el reconocimiento de la belleza de lo útil y de lo aparentemente inútil como alimento del alma humana; de darnos cuenta de que sólo en la relación nos expresamos, y que el cerrojo del sentido es el amor... La felicidad nos vuelve generosos; si tuviéramos vidas dignas y fuéramos educados en mecanismos de autorregulación donde halle su lugar el exceso liberador y la conciencia del cuidado, sería posible que ese mundo diferente adonde la continua revolución nos lleve se manifieste para volver a cambiar, una y otra vez.

-A esa revolución, ¿la creés posible o es una expresión, una desesperación de deseo?

-La creo realmente posible; más aún, diría que la sola existencia del anhelo le otorga ya su virtualidad posible.

-A la sangría de los años 70 se la suele archivar como fracaso sin retorno.

-Fracasar también significa aprender, mejorar los sueños y los caminos para acercárseles. Engorda la tierra, que siempre vuelve a brotar y nos asombra con sus creaciones, sus accidentes, como la historia.

-¿Soñás con un mundo mejor o con un mundo diferente?

-Sería fácil decir "diferente". Pero si "mejor" significa mejorar las vidas humanas y no empeorarlas de otra manera, si generaciones de niños no fueran sacrificadas día a día, le daría la bienvenida a un mundo mejor y guardaría en un escapulario, cerquita al pecho, el sueño de un mundo diferente, para que no se me olvide. A veces nos acercamos al sueño, y otras, las más, sólo a su pesadilla.

-Hijos no tenés. A propósito: ¿qué pensás del concepto según el cual la mujer alcanza la plenitud siendo madre?

-No creo en esa cualidad del instinto maternal. Pero sí creo que varones y mujeres tenemos a veces ese impulso tierno hacia lo necesitado, lo frágil. Como decía Lévinas, el ser quiere ser, pero lo que nos hace humanos es deponer un poco nuestra necesidad de ser frente al rostro recortado del otro. Todos somos madre de vez en cuando.

-Estamos hablando de amor. ¿Y el sexo sin amor qué?

-Puede disfrutarse, aunque lo prefiero con amor. No soy quién para alzar la vara sobre los misteriosos regímenes del deseo.

-¿A qué poetas te gustaría hacerles de comer?

-Seguro arruinaría la comida, sólo cocino bien en estado de total confianza... Puedo sí imaginar que Emily Dickinson me invitara a tomar el té, y que Tu Fu, de la dinastía Tang, cocinara para mí mientras ayudo en las tareas menores, en una larga noche de conversación y de silencio.

-Ahora hamacate, la pregunta más difícil: ¿sabés andar en bicicleta?

-Ah, sí. Nada más hermoso que andar en bicicleta por el campo, en mañana de primavera o tardecita de otoño. Mi amiga de toda la vida, la poeta cordobesa Niní Bernardello, solía decir que seguro la bicicleta la habían inventado los griegos. Yo creo que fueron los chinos, y puedo verme, ligera en el aire, rumbo a la casita de Tu Fu tras un predio de bambúes, para cenar con él.

-No irás con las manos vacías.

-Nooo, voy con unas botellas de buen vino.

-Ya que estamos jugando a suponer, después de la muerte, ¿qué?

-No pienso en después, pienso, sí, en el momento de su llegada. Me gustaría dejarme ir dulcemente hacia sus brazos, la hermanita muerte, la otra cara de la vida... No pienso en epitafios, me repelen; pienso en la tierra y en los yuyitos... en una bandada de pájaros, allá arriba, fuera de todo discurso, puro silencio, pura voz.

(Al despedirnos me dice: "Pero vamos, ¡dame un abrazo!". Ya en la vereda, me apoyo en el primer árbol. Acabo de estar con una poeta de corazón absoluto, poeta porque cuando mira se desmantela, poeta porque hasta escucha con la mirada. Apoyado en el árbol siento, como pocas veces, una demasiada vergüenza por haber incurrido en una sarta de preguntas. Quisiera volver y decirle: querida nueva amiga, disculpe tanto interrogatorio intruso, tanta jodienda. Y hondas gracias por recordarnos que "es bella la amenaza de la noche", y por hacernos saber que "abrir los ojos es dejar el aliento/ en amor de lo mirado", y que la "muerte preñada" busca "formas nuevas, de luz que no se cansa". Gracias por arrojarse de cuajo, en una frase desnuda de literatura: "Yo lo único que anhelo es el corazón del otro".)

© LA NACION

Argentina 2003


Qué mirás le digo
a la aparición esta
cruzando la esquina
mientras anochece

el torso ahí parado
rapada cabeza
y la cara intacta
mirándome fija

como niña o como
una enana esperando
no sé qué cosa
y cigarrillo en mano

le hablo yo si fuera
persona pero es
un pedazo nomás
de maniquí en la calle

del desamparo
vestida en harapos
se me hace un nudo
de lo no hablado

caricia o cobijo
en serio nunca dados
al que espera algo
ahí en la calle y

más vale no le hablo
por miedo a que conteste
pero con vos soy
cobarde y pregunto

quién sos total fantasma
vas a responderme
sólo si yo quiero
para armar mi frase

nada por aquí
ni por allá sálvenos
la campana último
round que ya anochece

No. Es el corazón

¿Qué es esta ola de amor
que me cierra a vos y me abre
a ese dolor de la muerte
como río en su boca
yéndose de madre al mar?

¿Qué, bellecita del alma
pequeña y perfecta, arqueo
de plumas, ala en veloz
movimiento inestable
en pos del rocío, el pan

de la vida, néctar y gracia?
¿Vos me escuchás?, ¿mi saludo
te roza como el tuyo a mí?
Mi bebé, madrecita qué
en tus formas recuerda

lo distinto, lo enemigo
que ante vos estaría
como flecha en deseo
tensada. La gatita,
sí, a ella traés a casa

Por qué efecto del amor
la más loca conexión
de esta dulzura siento,
soy en vos y soy en Humo
convocada. ¿Es la atención,

la presencia de una entrega
desbocada y sin tregua?
No. Es mi corazón, boca
de un infinito río
que el instante hermana,

celebración de las formas
donde el alma parece
madre. O soledad de Dios

24/07/2010

Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura

Link:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1286589