“HUELLAS ENCONTRADAS EN LA ARENA, PERDIDAS EN EL MAR DE JORGE BUCKINGHAM”
Por: Antonio De Saavedra
A la memoria de mi adorado padre
Ricardo Saavedra Campos,
Recientemente fallecido,
quien cultivó en mí
la única religión que profeso:
la poesía.
A estas
alturas, nadie debería dudar que la actividad literaria se ha vuelto una jungla
en la que sobrevive el más fuerte o el más precavido. Por ello, es entendible
la existencia de notables textos que guíen a quienes se inician en ese mundo.
Ahí están las Cartas A Un Joven Poeta (1903-1908)
que el entrañable Rainer Maria Rilke legara a la posteridad. Sin embargo, es
una lástima que noveles escritores no conozcan esas esquelas rilkeanas u otros
similares (¿cuándo traducirán al español Literature
For Dummies?) antes de publicar sus manuscritos, pues es como zambullirse
desde lo más alto del trampolín hacia una piscina vacía.
Esta idea
viene a mí luego de la lectura del libro de cuentos y poemas Huellas… de Jorge Buckingham quien, a
pesar de haber publicado con anterioridad en formato electrónico varios
escritos suyos y sin menguar su trayectoria, lo realiza en físico por primera
vez, pero con resultados desafortunadamente frustrantes.
En primer
lugar, se evidencia la nula capacidad de conectarse con sus relatos, pues
muchos resultan inverosímiles, faltos de todo el bagaje y la parafernalia que
la narrativa contemporánea ha avanzado desde los tiempos decimonónicos. No
estoy pidiendo que sea un Maupassant, un Cortázar o un Calderón Fajardo, pero a
Buckingham le queda mucho por hilar en la madeja. Ganas no le faltan, como lo
muestra per se el libro, pero en fin
no logra alzar vuelo en sus textos, no agarra carne en ningún relato. Tampoco
estoy pidiendo que siga a pies juntillas el “Decálogo del Perfecto Cuentista”
de Horacio Quiroga, pero sin dudar su lectura le hubiera sido útil al autor, a
quien también asistir a un taller de narrativa le hubiera sido provechoso.
En segundo
lugar, es notoria la poca cultura literaria del autor, pues sus prosas denotan
que algo ha leído, pero de ninguna manera ha tenido entre sus manos a los
clásicos y, mucho menos, a los contemporáneos. Sabido es que Jorge Buckingham
es admirador de los grandes autores de ciencia ficción (véanse algunos de sus
comentarios sobre dicho subgénero en este mismo blog; es decir, Asimov, Lovecraft,
etc.), quienes a pesar de su conocida infravaloración por parte de los letrados
tienen una prosa cautivante y argumentos que fascinan, pero que el presente
autor no ha sabido asimilar o mínimo imitar. Creo que si Buckingham hubiera
leído antologías de narrativa peruana reciente (por ejemplo, Disidentes [Altazor, 2011-2012],
recopilada por Gabriel Ruiz Ortega) o haber repasado a sus contemporáneos (que
calculo son los narradores de los 80’s, dado que para variar el libro carece de
la fecha de nacimiento del autor) el ideal de su obra hubiera sido mejor
reflexionada y situada en su medio, pues la literatura de todas maneras tiene
que enfrentarse con los contextos a los que estamos expuestos, y por tanto
quizás mejor reelaborado su oficio con el transcurso del tiempo. Parafraseando
el título diremos que estos relatos debieron perderse en el mar y resurgir
pulidos por las mareas, cuales piedras preciosas.
El primer
relato “Lunes 3.00 p.m.”(pp. 15-22) es el más flojo, pues cuenta nimios
entretelones que distraen del verdadero discurrir del personaje. Pero lo que
mortificaría a cualquiera son algunas frases insensibles: “Y eso de que una
chica sea mi jefa, como que hiere un poco mi orgullo” (p. 19) y “Las chicas
son, básicamente, todas iguales. Con plata en el bolsillo, cualquiera truena
los dedos y solitas vienen una por una en fila” (ibíd.). Esas dos expresiones harían rabiar a Rocío
Silva-Santisteban y a los colectivos Manuela Ramos y Flora Tristán. Mientras
que la siguiente: “Y, luego, allí estaba el hámster bien coquetón, con su lazo
rojo y perfumado. Parecía marica el pobrecito” (p. 20), es degradante para la
comunidad LGTB y del MHOL. Si de primeras impresiones habláramos, este relato
que inicia el libro es verdaderamente chocante.
El
siguiente, “Gritos De Celibato”(pp. 25-32),es el típico relato de collera
(véanse La Ciudad Y Los Perros, Los Inocentes, El Viejo Saurio Se Retira, etc.) en el que trata de hilvanar una
traición, como ocurre en las novelas mencionadas, pero de nuevo poco creíble.
En él, la profesora Ornella “rescataba la jovialidad y frescura de la mayoría
de sus alumnos, pero deploraba su inmadurez y falta de buen gusto” (p. 26), y
después se dice: “En sus clases, siempre se preocupaba por fomentar el
desarrollo de la sensibilidad de sus alumnos y estimular a aquellos que
manifestaban mayor interés” (p. 27). Perdón, ¿leí mal? Luego, se dice que El
Abuelo “no pertenecía a la Pandilla Basura” (p. 27) y que “él prefería estar
solo que parar con la Pandilla Basura” (ibíd.),empero
interactúa con ellos sin problemas. Y para remate, El Abuelo se queda con la
bella Ornella sin hacer ninguna hazaña memorable. ¿En dónde quedó la linealidad
(héroe-lucha-y-se-queda-con-la-amada) que estudia la narratología y que nos
ofrecen los relatos desde La Odisea
hasta Star Wars?
En “Mentiras
blancas” (pp. 35-40),un profesor de Literatura de la Universidad de San Marcos
también goza de la fama de gran escritor, algo remoto si lo comparamos con la
realidad. Además, el relato de ciencia ficción insertado en medio resulta hollywoodesco
y predecible, buen guion para un cómic de aventuras. Con todo, lo peor es la
insólita confianza con la que los protagonistas recién reunidos se tratan:
dónde se ha visto que un niño que nunca ha visto a su progenitor le diga sin
complejos “papá”, y este a la vez le llame “Rafito” sin que le tiemble el
cuerpo.
“El Salón De
Los Espejos” (pp. 43-52), asimismo tiene una trama inexplicable: cuando la top model le dice a su anfitrión que desea
entrar al dichoso salón, ella le explica que el personal de seguridad le había
impedido ingresar allí la primera vez que estuvo en la mansión, si no es con el
permiso expreso del dueño. A pesar de ello, párrafos después, la modelo
consigue la llave, no se sabe cómo pues ese breve episodio no es relatado, y
logra su cometido. Espero que algún día, de la misma manera que Odette Le
Monde, pueda conseguir de la nada la llave de mi joven y rubia vecina y hacerle
una visita.
En “Eutanasia”
(pp. 55-61), el último relato, después de referir una característica fiesta
oligárquica, en una gran mansión y con presencia de la gente bonita, una gresca induce al personaje principal a un
estado vegetativo quien, estando a punto de recibir “el Dulce Sueño” final,
obtiene sin querer similares poderes a los del Doctor Manhattan y puede irse
hasta “los confines del Cosmos, y los Ángeles del Cielo se unieron a mí en su
vuelo, y juntos cantamos alabanzas al Altísimo” (p. 60). Esto es, sin lugar a
dudas, ciencia ficción…
Algo que
hace bastante inverosímiles a estos relatos, por ejemplo, son los nombres de
los personajes: Marcela D’Onofrio, Ricardo Bremen, Martin Beckham, madeimoselle
Odette Le Monde, miss Lansbury, doctor Nooten, señor Kaiila. ¿Es que acaso esa Camelot
o Guermantes existe en algún lugar de Lima, tal vez cerca de la avenida
Conquistadores o en los Cedros de Villa? En tal caso, siempre es grato leer la
actualidad de la oligarquía limense, que perpetuamente se está pensando a sí
mismo, viéndose el ombligo, como creo es la metáfora en “El Salón De Los
Espejos”.
Y en cuanto
a su poesía, hay que lamentarse por sus lugares comunes, por sus frases de
salón aristocrático, por sus metáforas que rayan con lo romántico a estas
alturas del siglo XXI, que van de un lado a otro sin dar una idea clara de lo
que se quiere poetizar. Si me hubieran pedido mi opinión, yo hubiera preferido
que el autor diera a la luz su poema en prosa titulado Más Profundo Que El Mar (que publicara en una entrada de este mismo
blog) siendo aquel un texto muchísimo más rico en matices simbólicos y de
abierta plenitud cósmica y metafísica. Lástima, será para la próxima.
En cuanto al prólogo de Manie Rey hay que cuestionarle todo,
desde el notorio apresuramiento con que lo hizo, hasta su pobre cultura
literaria (por no mencionar la poética). Zapatero a tus zapatos…
Y algunas
observaciones técnicas: he encontrado el vocablo “solo” (abreviación de
“solamente”) sin tilde y un par de veces con tilde; en la gramática actual se
ha establecido que no lleve tilde, pues no se confunde con la otra acepción,
“solo” de soledad. Otro asunto es el uso incorrecto de las distintas clases de
comillas y de los guiones entre los diálogos. Otro punto en contra de Huellas… es la tipografía y la
disposición gráfica que se utilizó, que no ayudan a una buena lectura del
libro. Además, se han utilizado las negritas sin discreción, por lo que cada
página aparenta estar manchada con tinta; es decir, los interiores contrastan
notablemente con la amable carátula. Y los poemas han sido centrados en página,
técnica usada en el tiempo de nuestras bisabuelas y preferida por poetas hoy
olvidados, como Ramón de Campoamor o Gaspar Núñez de Arce.
Esto me
lleva a una reflexión final: la labor de un editor/a es guiar al novel autor
cuando este viene con su manuscrito bajo el brazo, para que cuando aquel se
vuelva un libro este sea bien recibido. Por ello, las editoriales no deben ser
solamente imprentas que cobren por sus servicios; si no ser casas editoriales
que fomenten una escritura transcendental entre sus acogidos. De lo contrario,
seguiremos en ese círculo vicioso en el que se ha vuelto la literatura en
general.
Si Huellas…, al
margen de su corto tiraje, hubiera llegado a las manos de uno de esos críticos
literarios expertos que abundan en blogs, diarios o revistas, estoy seguro que
ellos hubieran opinado lo mismo que quien esto escribe; porque, como dije al
inicio, la literatura se ha vuelto una jungla, pues si no sales con un buen
libro (el más fuerte), o por lo menos con una obra aceptable según los cánones
actuales (el más precavido), serás devorado por los otros que también están en
los mismos linderos, siempre al acecho cual leones, hienas y buitres. Y como
esas actitudes salvajes no ocurren en la poesía (puesto que sabemos de antemano
que la poesía no es literatura), por
eso es que opto por quedarme en ella y morir en ella; y así también debo decir
que mi pluma no está a la venta para nadie en particular y ni para algo en
especial.
Termino citando un fragmento de las mencionadas Cartas A Un Joven Poeta de Rilke, que
espero le sirva a Buckingham en el porvenir:
Me
preguntas si tus versos son buenos. Me lo preguntas a mí. Antes se lo has
preguntado a otros. Los envías a revistas, los comparas con otros poemas y te
afliges cuando las redacciones rechazan tus ensayos poéticos. Desde ahora
(puesto que me permites aconsejarte) renuncia a todo esto. Tu mirada está
dirigida hacia afuera y eso es lo que debes evitar en el futuro. Nadie puede
aconsejarte ni ayudarte, nadie. Solo hay un camino: entra en ti. Investiga la
causa que te incita a escribir; examina si sus raíces se extienden hasta el
fondo de tu corazón. Confiésate a ti mismo: ¿Morirías si se te prohibiera
escribir? Sobre todo esto: pregúntate en la hora más callada de tu noche:
“¿Realmente tengo la obligación de escribir?". Ahonda en ti mismo en busca
de una profunda respuesta, y si esta resulta afirmativa, si puedes responder a
tan grave pregunta con un fuerte y simple “debo hacerlo”,
entonces construye tu vida de acuerdo con dicha necesidad. Tu vida, incluso en
su hora más indiferente, la más vacía, debe convertirse en signo y testimonio
de este impulso...
***
1. Jorge
Buckingham. Huellas… Encontradas En La
Arena, Perdidas En El Mar. Fotografía en carátula de Juan Carlos Carrión.
Prólogo de Manie Rey. Lima: Comunicarte Editores, [octubre] 2014. 74 pp. 100
ejemplares. ISBN 978-612-46794-0-7.
2. [Nota del autor: La presente reseña fue
redactada para el blog El Hexágono Carmesí (http://hexagonocarmesi.blogspot.com) en el que vengo publicando
artículos de crítica literaria desde hace un año (que pueden leerse en: http://hexagonocarmesi.blogspot.com/search/label/Literatura).
En octubre pasado Jorge Buckingham, uno de los redactores del blog, presentó su
primer libro en físico, Huellas…,
para el cual se me pidió expresamente una reseña, no solamente por los redactores
de dicho blog (Buckingham y John Pereira, quien escribe bajo el seudónimo de
Hákim de Merv), sino también por los editores el día de la presentación del
libro. Pero ante sus grandes expectativas, al parecer fui demasiado sincero con
el libro de Buckingham, pues como digo al final de mi reseña: “mi
pluma no está a la venta para nadie en particular y ni para algo en especial”,
por lo que han decidido no publicar
esta crítica en El Hexágono Carmesí, como estaba programado para el sábado que
pasó, y por tanto censurando mi opinión personal que había sido pedida. Amigos
lectores: apelo a su buen criterio para que juzguen mi texto. Gracias de
antemano].