jueves, 26 de febrero de 2009

Aparición del libro "Las púas y otros cuentos" de Charly Martínez Toledo



El joven narrador Charly Martínez Toledo (miembro del Movimiento Literario "Di - versos" de Ate - Vitarte y del Taller de Literatura de Chosica "Mario Vargas LLosa") me acaba de alcanzar -recién salido de imprenta- su primer libro de cuentos. En los próximos días colgaré algunos comentarios sobre su texto. Desde aquí felicitamos su novedosa incursión dentro de la narrativa peruana.

martes, 24 de febrero de 2009

¿Es Ciro Alegría un escritor indigenista? por José Luis Ayala

Ciro Alegría, escritor social maravilloso.

Por José Luis Ayala

Con ocasión del centenario del nacimiento de Ciro Alegría (4/11/1904 Quilca, Huamachuco), seguramente se escribirán nuevos ensayos de revaloración acerca de su obra narrativa.

El marco de este centenario también debe ser una ocasión para replantear algunos juicios equivocadamente consagrados. Un concepto que deberá ser revisado y sin duda desterrado para siempre es el que sostiene que Ciro Alegría, así como quienes pertenecen a su generación, fueron escritores indigenistas.

Ciro Alegría fue más bien un escritor social maravilloso porque supo reflejar en sus novelas la condición humana de las personas que habitan los Andes. La palabra indigenismo denota segregación, desprecio, racismo. Es el resultado de la mirada del otro, del concepto del otro en la práctica de la otredad. Está enmarcada en el síndrome de la colonia, en la forma de ver desde la sociedad dominante mestiza a los demás, a quienes no tienen la misma cultura, derechos ni idioma. Y porque además habitan la sierra del Perú.

En consecuencia, ellos son indígenas y la literatura que genera esa realidad o trata esa clase de gente, su tragedia humana y lucha por su subsistencia, es indigenismo. Aunque indígena según la Enciclopedia Salvat es: “Originario o propio del país de que se trata”. En cuanto a indigenismo, es el “estudio de los caracteres, valores, estructuras culturales, y sociales de las poblaciones indígenas de Hispanoamérica”.

José María Arguedas, Gamaliel Churata y mucho menos Ciro Alegría fueron indígenas. Los temas que trataron pertenecen a una época feudal, a una sociedad escindida entre gamonales y trabajadores campesinos. La crítica hispana criolla los motejó de indigenistas porque sus textos mostraron la cruel realidad de sociedades diezmadas desde la formación de la colonia.


Si se llama indígena a un aymara puneño y a un quechua cusqueño, ¿por qué no se puede llamar también indígena a un chalaco, a un miraflorino y a un chiclayano?, si indígena es todo originario del Perú. No, indígenas son sólo quienes están atrapados en las culturas ancestrales, en la pobreza pero sobre todo en la sierra.

En fin, ojalá que esta palabreja, con características de mote, sea discutida en algún certamen, y este concepto con contenido racista sea borrado de los futuros estudios y textos de la literatura peruana.

24/02/2009

Fuente:

jueves, 19 de febrero de 2009

Poemas de Eduardo Vilchez Dianderas


El poeta Eduardo Vilchez Dianderas, más conocido como "Chompita", nos hacer llegar algunos de sus poemas. A continuación un ramillete de versos.

MI CHOMPA

Mi amor,
fue como una chompa de invierno
para ti.
Te abrigaste con ella
porque sentías frío.
Mas ahora que llegó el verano,
te la quitas y la dejas de lado.
Pero quiero que sepas, ingrata,
que el invierno volverá.
Pero mi chompa,
mi chompa, no te abrigará.

TÚ Y YO

La vida nos puso frente a frente
y el destino nos alejó.
Tú irás por un camino
y yo por otro.
Pues somos dos líneas paralelas
que estaremos siempre cerca,
Pero jamás encontraremos
el punto de intersección.

POEMAS

Ahora sólo escribo poemas
sobre las arenas de las playas
para que vengan las olas
y las borren por mí.

Son poemas exorcistas
son poemas egoístas
son poemas que sólo
hablan de mí.

Mis poemas, han perdido
la misión de comunicar
sólo se centran en mí
sólo vuelven a mí.

Soy el centro del universo
y el mundo
gira alrededor de mí.

Las penas y tristezas
de los demás
sólo son insignificancias
frente a los míos.

Pero el mundo es de todos
menos de mí.

PSICOANÁLISIS

Estoy armando el rompecabezas
de un poema,
y estoy buscando
las palabras que me acerquen a ti.
He leído tantos versos,
versos que muchas veces no comprendí.
Quiero publicar mi primer poemario,
y estoy buscando a un excéntrico editor.
Pero, antes, lo haré leer
por un eximio poeta,
y le pediré:
Que le quite el pecado
Que lo vuelva casto, puro
Que le dé lenguaje de cielo,
y que ocurra el milagro,
milagro… de ser leído por ti.

CÓMO QUISIERA

Cojo el lapicero
y empiezo a escribir
un poema.

Una dos tres horas
buscándote
y no te encuentro.

Quiero coger el teléfono
y llamarte.

Miro la hora
y es la una y treinta
de la madrugada.

Tú tal vez estés durmiendo
tal vez estés soñando.

Cómo quisiera estar
a tu lado
y velar tus sueños.

Cómo quisiera sentir
tu delicada
piel junto a la mía
¡Cómo quisiera, cómo quisiera!

ENGREIR

Te dejas engreir
cuando toco tus manos.
Te dejas engreir
cuando tiernamente
te abrazo.
Te dejas engreir
cuando miro
tus ojos
y en ellos contemplo
delicados destellos
de aceptación.
¡No, no creo equivocarme!
Porque cuando
me acerco a ti,
mi mundo desaparece
y sólo el tuyo
queda para mí.
Te dejas engreir
cuando esbozas
una sonrisa
y eso... ¡es todo para mí!

Datos bio-bibliográficos:

EDUARDO VILCHEZ DIANDERAS, nació en Chosica (1965), (Lima - Perú). Ha cursado estudios en la especialidad de Lengua Española y Literatura en la UNE Enrique Guzmán y Valle. Por los años 90 organizó varios grupos poético–culturales: Círculo Cultural Línea y Proyección Literaria. En la universidad funda el Movimiento Cultural “3 Líneas” (2003) y tiempo después, con otros escritores: Luis Morón, Charly Martínez y César Pineda, fundan el Taller de Literatura de Chosica “Mario Vargas Llosa” (2008). Ha publicado la plaqueta “Para aprender a olvidar” (2009) y en el Proyecto Literario “Alguna vez leí” (2005). Asimismo ha sido publicado en revistas virtuales “Remolinos” y “Urbanotopía”. Actualmente reside en Chaclacayo y realiza Talleres de Creación Literaria (poesía y narrativa). Es editor de: “Ediciones Luna Verde”. Próximamente publicará el poema infantil “La Tortuga” y la plaqueta de poesía “Amores de insomnio” (2009).

miércoles, 18 de febrero de 2009

Presentación de "Tierra adentro" de Néstor Espinoza en los "Miércoles Culturales"

Gremio de Escritores del Perú

MIÉRCOLES CULTURALES

Presentación de

"Tierra adentro"

Libro de poesía de Néstor Espinoza

Comenta:
Ricardo Ayllón

Conducción:
Viviana Gómez

Música - Libros - Brindis

18 de febrero - 7:00 p.m.
Club Departamental Puno, Jr. Cervantes 137
Cdra. 2 de Av. Brasil

INGRESO LIBRE

¡Te esperamos!

martes, 17 de febrero de 2009

"Conocimiento del este": Otro ramo de las Flores del Mal

Paúl Claudel,
Poeta francés traducido por Jorge Nájar.

"Conocimiento del este" es un libro del poeta francés Paúl Claudel y ha sido traducido al español por Jorge Nájar. La obra ha sido editada por la PUCP en la colección que dirige Ricardo Silva Santisteban.

La contribución de la PUCP a la cultura literaria es permanente al publicar los libros más importantes de la literatura universal. Un caso singular es el que se refiere al libro "Conocimiento del este", cuyo autor es el poeta y dramaturgo Paúl Claudel (1868-1955), traducido al español por Jorge Nájar, quien escribe una presentación que denota el dominio del francés así como un gran conocimiento de la literatura francesa.

Nájar sostiene de modo rotundo: “El conocimiento se muestra como una trama de signos que vinculan el mundo natural con lo social, la cultura con la lengua; y el poeta, inicialmente maravillado por el entorno natural, asqueado luego de ese mundo abominable, vagabundea en su territorio imaginario. Y en ese ir y venir por la realidad y el espacio imaginativo ha encontrado la grandeza cultural del mundo asiático. Tal vez por eso se ha dicho que el conjunto Conocimiento del este, constituye otro ramo de flores del mal”.

Es la primera vez que este libro es traducido y permite tener una visión acerca del asombro del Claudel en su residencia en la China, llegó a Shangai en 1895. Pero el valor de un libro como éste, más allá de lo que mira y escribe el poeta, radica en la riqueza de un lenguaje limpio y cautivante.

17/02/2009

Fuente:

http://www.diariolaprimeraperu.com/

"Crónica de una herida": El dolor de la soledad por Sandro Barrella

Claude Esteban fue poeta, traductor y ensayista. Hijo de un exiliado español, tradujo al francés obras de Jorge Guillén, Octavio Paz, Jorge Luis Borges y César Vallejo, entre otros.

"Crónica de una herida", del poeta francés Claude Esteban (1935-2006) se propone, a través de una serie de prosas breves que hacen contrapunto con poemas aun más breves, como el racconto de una enfermedad y su secuela inmediata: el dolor físico. La intervención quirúrgica, el acoso que el cuerpo padece en el orden hospitalario, el desamparo en que el sujeto se ve arrojado fuera del tiempo, de la vida cuando ingresa en la sucesión ilusoria, suspendida, de la internación encuentran su contraparte en el límite o la imposibilidad que el poeta percibe en su instrumento más caro, el lenguaje: "Un relato/ desierto de palabras, este/ pensamiento/ ofrecido agujereado". La experiencia del dolor es retratada por Esteban como una prueba inútil ("se repite incansablemente como una frase sin sentido"), una sustracción al espíritu, la cesación de la existencia real.

En un ensayo de 1934, Ernst Jünger estudia el problema del dolor. Para el escritor alemán, se trata de la reflexión y la expresión de una experiencia, colectiva y personal a la vez, en el marco de la contienda bélica y como trasunto de un pensamiento que, si bien no desdeña el elemento heroico, se hunde, ante la certeza de una nueva guerra, en las arenas del nihilismo. Para Esteban, en cambio, se trata del individuo reducido al accidente solitario, acaso como presagio o ensayo de la experiencia de la muerte. Es posible, sin embargo, que las ideas de los dos autores se encuentren en un punto. Jünger escribe: "Qué indiferente le resulta al germen patógeno destruir una brizna de paja o un cerebro genial". Esa indiferencia de la naturaleza, como amenaza, como agente externo o intruso sin dimensión metafísica, está presente en el libro de Esteban, que no eleva su voz a la altura de la queja, sino que percibe el proceso de desintegración de la materia como un límite impuesto al ser.

"Crónica de una herida" es un libro en el que la poesía registra la tensión de un discurso cuya tentativa oscila entre la objetivación del yo del que escribe y una subjetividad arrasada por el sufrimiento. En el último fragmento, Esteban opone su experiencia a las catástrofes que el siglo XX prodigó a manos de los Estados, desde los campos de exterminio a la institución psiquiátrica, sin ánimo de equiparar su dolor al padecido por millones. Se reserva para sí el lugar de quien no puede dar testimonio de su experiencia. Señala, de ese modo, una barrera íntima. Jünger podría agregar que "como criterio el dolor es inmutable; variable es, en cambio, el modo y manera como el ser humano se enfrenta a él".

Sábado 14/02/2009

Fuente:
http://adncultura.lanacion.com.ar/

jueves, 12 de febrero de 2009

Presentación de "Antropología de la espuma" en Chiclayo el 14 de este mes



El poeta Stanley Vega nos hace llegar la siguiente…

Invitación

Estimados amigos, este sábado 14 de febrero presentaré el poemario “Antropología de la espuma, tercer libro de mi amigo Jimmy Marroquín.

La cita es en el Café Bar 900, ubicado precisamente en la calle Manuel María Izaga número 900.

Pueden aterrizar a eso de las 5 y 30 ¿Y por qué tan temprano dirán por ahí? Pues algo muy sencillo. Es día de la amistad, del amor. Así que a eso de 8 ya deberemos estar con varios tragos encima. La noche quedará corta para la doble celebración.

No falten. La entrada es completamente libre.

Algunos datos del autor

Jimmy Marroquín Lazo (Arequipa, 1970) es abogado e hizo estudios de Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y en la Maestría de Literatura Peruana y Latinoamericana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, de la que es egresado. Ha publicado los libros “Dinámica del fuego” y “Teoría angélica”, así como poemas y artículos en periódicos y revistas del medio. Tiene en próxima publicación el libro “Políptico de la lluvia”. El año 2002 se hizo acreedor al Premio Copé de Plata de la Décima Bienal de Poesía convocada por Petróleos del Perú, con el libro “Teoría angélica”.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Roger García Clavo: Un narrador de la Amazonía

Roger García Clavo,
un narrador de la Amazonía.

La narrativa y la oralidad amazónica

Es singular el hecho de que la antología de cuentos “Perú: Mural de palabras” (EDUCAP 2009) haya consignado a Roger García Clavo como el más joven cuentista peruano.

-¿Cómo has elaborado el cuento Panchín el policía?

- Es un cuento sencillo, una narración que pertenece al pueblo, ha sido extraído de la oralidad. Está elaborado con la sensibilidad, diría de un campesino que ama su tierra. Es un cuento que refleja los conflictos que afrontan los niños, en sus juegos y fantasías. En un cuento Panchín trata de resolver un conflicto con inocencia.

- ¿Por qué tiene el recurso de la oralidad?

- Porque la tradición oral es una fuente que abarca la idiosincrasia de un pueblo en todos sus aspectos, incluso más allá de lo instructivo. Panchín el policía es producto de eso. La particularidad está en que los relatos de la oralidad se entienden de forma amplia y no tienen límites en su lectura.

- ¿Cómo ves la crítica literaria en Lima?

- Lima tiene dos características en la crítica literaria. La primera está más identificada con los gustos superficiales y el amiguismo, con la narrativa y la poesía sin contenido, sin propuesta, es academicista. Entre ellos se resaltan, se vanaglorian y entregan premios. Y si toman en cuenta a escritores como por ejemplo de la Generación del 50 o a quienes tienen un compromiso social, es porque la misma sociedad los obliga.

La otra está en revistas, como "Vórtice", "ArteIdea", etc. que circulan en eventos culturales, pero es relegada por los medios de información y apabullada por “especialistas democráticos”. En esta segunda propuesta se resalta a escritores como de mucha importancia y estética literaria.

- ¿Cómo te ubicas en el cuento peruano?

- Diría que estoy entre los jóvenes que desean ser escuchados más allá de los límites de Lima y las capitales de provincia. Soy un escritor que se inicia con tropiezos, pero expresando la intensidad de un pueblo, en particular de la zona nor-oriental del Marañón.

- ¿Por qué crees que te hayan antologado?

- Soy alguien que escribe con mucho fervor, así también ejerzo la docencia, a pesar de la incertidumbre que genera este gobierno. Voy a seguir escribiendo aunque no me tome en cuenta la crítica. Hay ejemplos que seguir: César Vallejo, Ciro Alegría, José María Arguedas, finalmente tuvieron que rendirse frente al talento.

Miércoles 11/02/2009

Fuente:

http://www.diariolaprimeraperu.com/

DETALLE

Roger García Clavo (Camporredondo-Amazonas) es licenciado en Educación por la Universidad La Cantuta. Ha publicado "Camino de serpiente" (2006) con un prólogo de Leoncio Bueno.

Homenaje al poeta "Reynaldo Martínez Parra" en los "Miércoles Culturales"

Reynaldo Martínez Parra

"Gremio de Escritores del Perú"

MIÉRCOLES CULTURALES

Homenaje a "Reynaldo Martínez Parra"

Participación especial

Antonio Muñoz Monge – Julio Humala

Cuento: César Vega Herrera – Víctor Hugo Romero
Doris Puente – Zelideth Chávez

Poesía: Arturo Bolívar – Moisés Azaña – Dalia Espino
Luis Juscamayta

Conducción: Viviana Gómez

11 de febrero - 7:00 p.m.

Club Departamental Puno, Jr. Cervantes 137
Cdra. 2 de Av. Brasil

INGRESO LIBRE

Presentación de plaqueta de poesía: "No vales una bala" en el Yacana este 13


Este viernes 13 presento mi plaqueta de poesía llamada " No vales una bala" . Será en el ya conocido Bar Yacana del Centro de Lima. El afiche fue hecho por mi amigo y poeta Carlos Wetherman. Presentan los poetas Héctor Ñaupari y Karina Valcárcel. Se espera la asistencia de ustedes y el apoyo. Espero verlos ahí y compartan conmigo este momento. Un abrazo poético a cada uno de ustedes.
(M.A.J.M).

martes, 10 de febrero de 2009

Recital de poesía "Por el día de la amistad" y presentación de la plaqueta "Para aprender a olvidar" el día viernes 13 en la Cantuta


UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN
"Enrique Guzmán y Valle"
La Cantuta

Biblioteca Central y Centro de Documentación de la UNE

Taller de Literatura de Chosica
“MARIO VARGAS LLOSA”

Tienen el gusto de invitar al público a la:

PRESENTACIÓN DE LA PLAQUETA

“Para aprender a olvidar”
Del poeta
EDUARDO VILCHEZ DIANDERAS

COMENTARIOS:

César Pineda
Raúl Heraud
Miguel Ildefonso

Recital de Poesía por el "Día de la Amistad"

José Jiménez, Favio Álvarez, Charly Martínez, César Pineda, Paolo Astorga, Eduardo Vilchez, Niko Velita, Raúl Heraud, Raúl Jurado, Tulio Cárdenas, Luis Morón, Miguel Ildefonso, Roger García Clavo, José Luis Adrianzen, Jordy Valderrama, César Reyes, Hernán Flores y César Toro Montalvo.

Viernes, 13 febrero del 2009
10:30 a.m.
Biblioteca Central de la UNE – Salón de Audiovisuales, 2do. Piso.

Ingreso Libre.

lunes, 9 de febrero de 2009

Salman Rushdie: «El puritanismo es temer que alguien en algún lugar del mundo esté siendo feliz»

El escritor de origen británico,
Salman Rushdie /EFE

«Cuatrocientos años después, el debate sigue siendo el mismo... Dios, el hombre, la libertad»


Por FÉLIX ROMEO

Lleva sombrero blanco, gafas de sol graduadas, bebe una cerveza y tiene buen color en la cara, que le ha tomado en los pocos días que lleva en Cartagena de Indias (Colombia) como invitado estrella del "Hay Festival". Sonríe como un niño malo.

—Sé que está harto, porque se sintió muy molesto cuando al llegar, encontró en el aeropuerto un gran despliegue policial, pero el 14 de febrero se cumplirán veinte años desde que Jomeini dictó su fatwa contra él y tengo que empezar por preguntarle por ella.

—La fatwa no me importa. Es sólo una vieja historia.

—Entonces hablemos de su nueva novela, «La encantadora de Florencia», que aparecerá dentro de unas semanas en España, publicada por Mondadori, donde vuelve a enfrentar Oriente con Occidente.

—Hasta el Renacimiento, Europa se había acercado muy poco a la India. Vasco de Gama, algunos otros exploradores, los portugueses de Goa… pero lo cierto es que casi nunca se habían adentrado hacia el norte del país. Por otra parte, ningún indio había ido a Europa. Y pensé que sería una buena idea crear un personaje indio en esa Italia de los príncipes. Me basé en algunos datos históricos, pero mi protagonista es una mujer que escapa de su confinamiento.

—Hay otros pares enfrentados en la novela, como la magia y el humanismo.

—La gente entonces creía más en la magia que en su fe (ya fuera el cristianismo o el islamismo): de hecho, el emperador Akbar puede discutir sobre religión pero en ningún caso puede poner en entredicho la magia. La magia era una parte importantísima de la vida, tanto en India como en Europa.

—Pero el humanismo tiene un papel importante.

—Sí, porque el emperador, como los pensadores europeos, se da cuenta de que no había sólo sirvientes, sino que todos éramos seres individuales. Ya entonces todo fluía entre extremos: por un lado el puritanismo, y ahí aparecen muchas voces críticas contra el emperador por dejar de lado la religión, y por otro el hombre libre. Es el punto de partida para el mundo moderno. El mismo debate que existe 400 años después… Dios, el hombre, la libertad.

—Un tercer par que destaca en la novela es la teoría del poder, encarnada por Maquiavelo, frente a la práctica del poder, encarnada por el emperador.

—Es curioso, pero en la autobiografía del primer emperador (abuelo del emperador de mi novela) hay frases que podrían ser de Maquiavelo… no se conocieron pero tuvieron la misma idea del poder. En mi novela está muy presente el tema de la moralidad y el poder. ¿Puede ser bueno un gobernante? ¿Cómo pasa del bien al mal? Los príncipes italianos comienzan con un deseo de hacer el bien pero pronto se ven conducidos al mal. Mi emperador tuvo un gran poder, a diferencia de Maquiavelo que no lo tuvo, pero siempre estuvo obsesionado por los mismos asuntos: ¿había una forma de, sin ser un déspota, aunque sin renunciar al gobierno, ser un buen gobernante? Lo cierto es que sueña con un poder ideal pero no puede ser otra cosa que un déspota.

—Presenta en la novela a una mujer bruja que no tiene mucho que ver con la imagen que solemos tener.

—Es curioso, pero en el Renacimiento se transformó la idea que se tenía sobre las brujas. Hasta entonces eran todas feas, pero de repente pasaron a ser bellas. Creo que fue producto de la búsqueda del paradigma en la antigüedad clásica. En el Orlando el furioso hay 12 brujas y las 12 son bellísimas. Mi protagonista combina la belleza con el poder oculto, pero tiene que moverse en ese camino con mucho cuidado… porque los gustos pueden volver a cambiar.

—Y tanto en Florencia como en India, hay en esa época una gran libertad sexual.

—En India, entonces, aparecen una gran cantidad de manuales de sexo, para ayudar a las personas a tener una vida más feliz. Y lo mismo sucedía en Florencia, una ciudad que pensamos llena de tranquilidad pero que vivía en plena locura: ¡cuando se entusiasmaban demasiado le pegaban fuego a algo!

—Me gustan mucho unas frases que incluyó en Pásate de la raya (Plaza & Janés): «Para demostrar que el fundamentalista se equivoca, tenemos que saber primero que se equivoca. Tenemos que estar de acuerdo en qué es lo que importa: besarse en público, los bocadillos de jamón, la divergencia de opiniones, la última moda, la literatura, la generosidad, el agua, una distribución más justa de los recursos mundiales, las películas, la música, la libertad de pensamiento, la belleza, el amor. Esas serán nuestras armas». ¿Sigue estando de acuerdo?

—¡Por supuesto! El puritanismo es temer que alguien en algún lugar del mundo esté siendo feliz. La mejor respuesta al puritanismo es la felicidad. No tenemos, de ninguna manera, que convertirnos en el espejo de las personas que nos odian. Tenemos la obligación de ser felices.

09/02/09

Fuente:

http://www.abc.es/

«Locus amoenus»: la lírica medieval, en una edición de antología por Manuel de la Fuente


"Cientos de poetas, de textos de anónimos, docenas de trovadores, de jarchas, de villancicos, un tesoro que vale su peso en oro cultural".

Por Manuel de la Fuente

Asedios, degollinas, hambrunas, cruzadas, guerras de los cien o más años, penas y penurias, invasiones, bosques demasiado encantados, felones y felonías, enfermedades. Eso parece contarnos la historia de ese largo y a menudo tan desconocido periodo llamado Edad Media, siete siglos entre la caída del Imperio Romano y el Renacimiento, siete siglos en los que se cuenta que nuestros antepasados no dejaban de clamar a los cielos: “Peste y carestía”.

Sin embargo, aquellos hombres, pastores y nobles, príncipes y mendigos, siervos de la gleba y señores, soldados y capitanes, princesas y posaderas también supieron, a poco que las circunstancias fueran mínimamente favorables, encontrar su lugar en el mundo, su «locus amoenus», ese sitio agradable donde buscar el esparcimiento del cuerpo y el espíritu, dejarse seducir por las notas nacidas del flauta del dulce dios Pan, y ponerse a cantar y a contar a los cuatro vientos.

«Locus amoenus», lugar de solaz, a la orilla de un riachuelo, escanciados los ánimos y el gaznate con algún caldo de la tierra y unos buenos versos. «Locus amoenus», paraíso en la tierra, paraíso por horas y título también de un libro que transpira sosiego, “Locus amoenus”, una “Antología de la Lírica Medieval” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), cuya primorosa edición ha corrido a cargo del poeta, traductor y catedrático de Literaturas Hispánicas Jenaro Talens, y de Carlos Alvar, catedrático de Literatura Española Medieval, presidente de la Asociación Internacional de Hispanistas, y destacado filólogo.

Crisol de culturas

Tantos siglos después, tantos cambios en el ser humano, los editores no han querido imponer más fronteras al lector moderno, que las propias del paso del tiempo, como explica Talens: “Al preparar la antología, he pensado en el lector de poesía contemporánea y hemos querido no apabullarle con un aluvión de notas, ese tipo de libro que al final tienen más notas que texto, que se pueda leer sin tener que estar continuamente buscando al final, o las notas pie de página. Igualmente, hemos pretendido escapar de esa visión de que en la lírica medieval sólo existe la lengua castellana, aunque más de la mitad del libro se dedique a ella. En aquellos siglos, España era aún una entelequia y queríamos ver y dar cuenta de la variedad y la diversidad enormes que existió”.

“Es cierto, apostilló Carlos Alvar, “como a la propia gente de entonces le gustaba decir, la época medieval era un crisol de culturas, un mezcla enriquecedora”. Por eso, están representadas en la “Antología” todas las líricas que alimentaron la poesía peninsular. Por orden de aparición: poesía en latín, árabe, hebreo, mozárabe, provenzal, galaico-portugués, castellano y catalán. Cientos de poetas, de textos de anónimos, docenas de trovadores, de jarchas, de villancicos, un tesoro que vale su peso en oro cultural. “Se ha hecho circular una noción unívoca de la poesía medieval, que todo se reduce a a, b y c…, pero es justmente lo contrario: si hay una multiplicidad de formas, estilos y temas, es precisamente en la Edad Media. La poesía medieval está mucho más cerca de lo que se pueda pensar, un lector contemporáneo puede aprender mucho en ella”, concluyó Talens. “Locus amoenus”, ese lugar de paz, ese lugar apacible, ese territorio que tan cristalinamente surca el arroyuelo de la poesía.

09/02/09

Fuente:

http://www.abc.es/

Nota: “Locus amoenus”, significa en latín “Lugar placentero”.

domingo, 8 de febrero de 2009

Un poeta de las ideas: "Luis Yáñez" por Roger García Clavo


El poeta cantuteño, y amigo de varias lunas, Roger García Clavo nos envía una pequeña semblanza de la disertación "POESIA Y COMPROMISO SOCIAL" que ofreció el poeta y maestro Luis Yáñez el día miércoles 04 de febrero en "Casa Mariátegui". Aquí la nota.

Un Poeta de las Ideas:
Luis Yánez

Por Roger García Clavo

Entre mis primeros libros que había leído, cuando estaba en la escuela, era un libro muy hermoso de pasta verde con muchas historias fantásticas (El sembrador) y otro libro, de pasta roja con una ilustración andina, con muchos cuentos peruanos. Libro antologado por el Maestro y Poeta Luis Yánez. Me interesaba más su lectura que en responder el grupo de preguntas de las actividades de cada cuento, así como me fascinaba los cuatro libros de “Las mil y una noches”, pequeños libros de pasta negra con sus ilustraciones.

A don Luis lo conocí un viernes en el "Averno", cuando declamaba su poema "Arte poética"; lo hizo con tal fuerza que incluso sus lágrimas eran las mías. No había tenido una visión formal de alguien que recitaba sus propios poemas, don Luis se impuso a esas fronteras.

No quiero entretenerlos en esta posición, sino en lo que se aprende de don Luis Yánez.

No importa su edad sino su lucidez para decir las cosas que a la gran mayoría nos interesa. Saramago plantea cuando el hombre tiene una posición definida de la vida, mientras más viejo es más radical.

Don Luis es convincente, formal y creativo.

Quisiera transcribir sus palabras del último conversatorio que dirigió en la Casa Mariátegui.

“Espero que no sea la última vez que esté en esta casa, donde Mariátegui se acercó al pueblo. Hombre que debe ser imitado, y más aún por los poetas que deben interpretar su época en que viven, porque no vaya a ser que la poesía le juegue una mala pasada". El hombre –decía- no camina por una sola arilla y eso justifica su complejidad de ser hombre, pero el artista es juzgado por esa realidad viva, así como Gogol, desde su posición, se reveló contra el Zarismo, por intermedio de su obra “Almas muertas”, a pesar de pertenecer a esa élite rusa.

¿Qué nos puede explicar de Vargas Llosa? Intervino un asistente emocionado. Se calmó un momento, se fue a la mesa donde se encontraba su bolso y sacó una hoja.

“Vargas Llosa, fue un revolucionario, apoyó a la revolución cubana, apoyó a Fidel Castro. Era un hombre talentoso, era un hombre con muchos méritos al favor del pueblo (alzó la hoja), aquí ustedes ven la copia de la hoja de un diario en que sostenía que la “literatura es una arma de combate”, pero se equivocó porque ese pensamiento él la convirtió a su literatura en “un arma de hacer dinero”. Un escritor como él no creo que vaya lejos, al no ser que lo pase como a Gogol. Por eso, amigos y amigas, -prosiguió- la literatura puede jugarle una mala pasada al escritor, y su gran falta es que no estudia.

La literatura es un arma que debe dar una lección, así como lo dieron, Vallejo y Neruda. Asumieron el marxismo no como dogma sino como guía para la acción; es como el cristianismo, no es un dogma, es por ello que hay malos cristianos.

Yo no he cambiado, incluso estoy peor, no he cambiado y estoy aquí para comprometerme con ustedes, comprometerme con los jóvenes, con el obrero, con el campesino, porque el Perú no necesita tanto decreto, tantas normas, tanto derecho; el Perú necesita de justicia y libertad. Necesita una explicación convincente para erradicar las desigualdades.

“¿Quieres ser eterno? Aquí y ahora”, plantea Benedetti. No vaya a ser que a los poetas jóvenes las técnicas y el lenguaje florido les acomode por otro camino. Los poetas populares tienen una intuición especial, están en relación a sus sentimientos y su realidad; mientras que la poesía o la literatura erudita van contra la imaginación y más aún contra la comprensión de esa realidad.

A pesar de ello no sólo la literatura esta descuidada sino el lenguaje. Descuidado en la escuela, en el colegio y universidades. Es por ello que la gran mayoría no sabe leer. La gran culpa en parte, que nuestros alumnos no lean, la tienen los maestros; porque no dan al alumno lo que necesita.

Un niño lo primero que necesita es hablar y leer.

El lenguaje es la primera tarea de todo hombre y más aún de un poeta. Lo primero que debe hacer es conocer el lenguaje.

Javier Heraud conoció ese lenguaje, recuerdo –nos dice don Luis- cuando fui a su habitación de Javier, detrás de su puerta había muchos papeles pegados con inscripciones suyas que había hecho de algunos poetas que admiraba y uno de ellos era de Quevedo que se refería al sueño:

“No te busco yo
por ser descanso
sino por ser la muda
imaginación de la muerte”


La literatura se busca en las palabras del escritor y Javier Heraud lo encontró en estos versos y muchos más. Era un escritor que leía para comprometerse con su pueblo. Incluso Martín Adán, desde su posición explicó los problemas de su clase, con todas sus miserias. “

Sin darme cuenta todos estábamos de pie aplaudiendo a don Luis Yánez que se despedía.

Pienso que es un poeta admirable, no sólo por su poesía, sino por su ánimo de incentivar a los jóvenes escritores, a escribir con criterio y responsabilidad con su tiempo. Es un poeta no oficial para los críticos de argollas, es un poeta de las luchas populares.

7/02/09
RGC.


Bio – bibliografía:
Roger García Clavo
(Amazonas – Camporredondo, Perú). Es Licenciado en Educación en la Especialidad de Lengua y Literatura, otorgado por la Universidad Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”. En la Colección "El río y el Huarango" dirigido por el CEPS a cargo del Prof. Luis Morón H. ha publicado el poemario “Marea Celeste” (2004). El 2006 ha publicado el poemario “Camino de Serpiente” y la plaqueta “Piel de madero”. Fue ganador de los Juegos Florales "Víctor Mazzi Trujillo" 2006, en cuento y poesía, organizado por CEPS de la Facultad de Humanidades de la Universidad La Cantuta.

25 años sin Cortázar por César Hildebrandt


Por César Hildebrandt
La Primera

“No quiero llegar a ser un viejo decrépito”, dijo alguna vez Julio Cortázar.

Y se murió a los 70, antes de ser un viejo de verdad siquiera. Los rufianes del chisme dicen que se murió de Sida, como si eso importara.

Se murió, sencillamente. Pero dejó una obra que lo sobrepasa, un ejemplo de coherencia que los tránsfugas siempre le envidiaron, y un modo de ser y de leer, de escribir y de jazzear, de puntuar y de vocear que lo hacen único e inolvidable. Cortázar fue un escritor genial que no quería honores. Lo que tuvo siempre fueron lectores. Y lo que podía regalar era estilo.

Hay escritores de enorme talento sobre los que pesa, sin embargo, la desgracia de carecer de firma. Son buenísimos pero jamás le sacaron al idioma una franquicia que les permitiera algunas exclusividades (que en eso consiste el estilo, no me digan).

Cortázar, en cambio, dejaba la huella de un bisonte en cada página. No hay cómo confundirlo. Allí están sus parrafadas enormes que imitaban el oleaje, su antisolemnidad, su incapacidad orgánica de ser huachafo, sus cuentos sin sobras, sus guiños anarcosurrealistas, sus burlas despiadadas, su intelectualismo moteado de ternura (ejemplo: algunas conversaciones de Lucía -la Maga- con Horacio Oliveira).

Y por encima de todo eso estaba la marca Cortázar: un modo personal y brillantísimo de entender la narración, de quitarle sonsonetes al idioma, de incorporar ráfagas de monólogo interior sin perder de vista la exterioridad del relato.

Y unas ganas de joder que sólo podían venir de un hombre lúdico y de un espíritu burlón. Ejemplo clásico de estas ganas es el idioma inventado en “Rayuela” (el glíglico) para describir el sexo entre la Maga y Oliveira (¿o debería decir entre la Maga y cualquiera?). El glíglico consistía en frases como esta:

“Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa...”

La primera vez que leí “Rayuela” fue en 1966, a los 18 años. Leyendo esa página de jerga de cama (y hasta de camastro) reí como sólo se puede reír a los 18. Y lo increíble es que ahora, varias mujeres y décadas después, el “glíglico” me sigue alegrando y entonando.

Valga este recuerdo para quienes sólo quieren evocar al Cortázar comprometido y casi nicaragüense. Ese Cortázar valía -aunque escribió una mala novela que se llamó “Libro de Manuel”-, pero a su lado siempre estuvo el Cortázar intemporal que me cambió la vida con su prosa de gabardina sucia.

Y no hablo, claro, sólo de “Rayuela”. Hablo también de sus cuentos -los mejores que se han escrito en la literatura latinoamericana-, esas piezas maestras que nos llevaban al desespero (los de “Bestiario”), o a la parodia de la inviabilidad social (“La autopista del sur”), o a los lugares menos soleados de la creación (“El perseguidor”).

Cortázar fue un cuentista magistral de muchísimos cuentos y el novelista supremo de una sola novela. Y esa fue “Rayuela”, un libro actualmente proscrito, quizá porque nada tiene que ver con los aspartames seudoliterarios que hoy cotizan las editoriales y sus mafias.

“Rayuela” es uno de los pocos libros que me hizo mirar al mundo de otra manera y a la literatura de otra manera y al amor de otrísima manera. Jamás podré olvidar a la Maga siendo leal a Oliveira y defendiendo su soledad de hembra deseada en el París que hablaba de Mondrian:

“-No sea asqueroso -dijo monótonamente la Maga-. ¿Qué gana con querer embarrar a Horacio? ¿No sabe que estamos separados, que se ha ido por ahí, con esta lluvia?”

No hay muchos libros que te abran los ojos y que te llenen los oídos. “Rayuela” es uno de ellos. Y hoy que estamos cerca del vigésimoquinto aniversario de la muerte de Julio Cortázar he sacado de un estante el viejo libro -decrépito, él sí- y lo he ido brincando y salteando como si fuera lo que es: una rayuela, el juego misterioso que Cortázar nos hizo jugar, el juego que termina en un cielo pintado con tiza en una acera.

08/02/2009

Fuente:

http://www.diariolaprimeraperu.com/

sábado, 7 de febrero de 2009

El rey Lear en Asunción por Tomás Eloy Martínez

PRIMEROS AÑOS.
El joven Roa Bastos escribió "El trueno entre las hojas" en los descansos que le permitía su trabajo como camarero en un hotel de citas

Considerada una de las grandes obras de su autor, "Lugar común la muerte" reaparece por estos días en las librerías argentinas, con el sello de Alfaguara. Adelantamos el texto sobre Augusto Roa Bastos -versión ampliada de un artículo publicado en LA NACION con motivo del fallecimiento del escritor paraguayo- que constituye una de las novedades de la presente edición del libro.

Por Tomás Eloy Martínez

La última vez que hablé por teléfono con Augusto Roa Bastos, una mañana tórrida de enero de 2005, nos quedamos varios segundos en silencio. Lo sentí fatigado, tristísimo."¿Estás ahí todavía?", le pregunté. "Estoy -me dijo-, pero no sé por cuánto tiempo." Me pareció otra de las bromas que se gastaba a sí mismo: las centellas de sarcasmo que dejaba caer sobre la decadencia del cuerpo y la fugacidad de la fama. Han pasado tres meses y hoy, 26 de abril, acaban de avisarme que ha muerto en Asunción -adonde fue hace diez años para eso: para despedirse y morir-, y me resisto a creerlo. Es una muerte que me agravia en primera persona.

Augusto fue el primer amigo que tuve cuando llegué a Buenos Aires, poco después de cumplir 20 años, y el escritor con el que he compartido más intimidades a lo largo de la vida. Durante meses nos enviamos cartas en las que reflexionábamos sobre nuestra condición de latinoamericanos subtropicales. Con desvergüenza le conté que me desvelaba escribiendo una novela sin pies ni cabeza mientras él me hacía llegar los cuentos poderosos que luego reuniría en “El trueno entre las hojas”. En una de sus cartas me confió: "Escribo los cuentos en los descansos de mi trabajo como mozo de dormitorio de la amueblada F". Amueblada era el nombre que se daba en la Buenos Aires de los años cincuenta a los hoteles para las parejas clandestinas. Alguien me había contado, poco tiempo antes, que Augusto era agente de la compañía de seguros Continental, y ya me había acostumbrado a imaginarlo como el Fred Mac Murray que vende pólizas envenenadas en Double Indemnity. Conocer su verdadera y extravagante ocupación descolocó al provinciano ingenuo que yo era entonces, y que quizá sigo siendo. "El trabajo que hago no es exigente y me quedan muchas horas libres. Llevo bebidas a los cuartos y las parejas me dan propinas generosas por eso. Cuando se van, recojo las sábanas y las toallas y las llevo a la lavandería. Todos los clientes se avergüenzan. Los aterra el escándalo y por lo general no hay problemas. Yo finjo que a nadie reconozco, pero más de una vez me he cruzado con escritores que me dan vuelta la cara. ¡Si supieras! Los aterra la idea de que uno de sus colegas se rebaje a menesteres tan despreciables, porque ven en mí el espejo de sus abismos."

Cuando releo esas viejas cartas amarillentas tengo la impresión de que su voz todavía sigue viva en ellas, burlándose de las formalidades del mundo y, sobre todo, burlándose de sí mismo.

Ya en Buenos Aires, nos reuníamos con Amelia Biagioni en el café La Fragata, a pocos pasos del diario LA NACION, donde yo empecé a trabajar en 1957. Augusto me daba a leer los cuentos del entonces desconocido Juan Rulfo, y Amelia se solazaba sorprendiéndonos con los versos más herméticos de “Trilce”. Muy pocas veces condescendía a leernos su propia obra, que era extraordinaria y sigue siéndolo. Yo tenía la sospecha de que estaba enamorada secretamente de Augusto. Hablaba de él con una admiración que llegaba casi hasta el endiosamiento. Roa Bastos parecía no advertirlo o prefería dejar el tema en el aire. Otras Amelias lo inquietaban entonces.

Una de esas tardes nos llevó a La Fragata ejemplares de “El trueno entre las hojas”, que acababa de ser publicado por Losada y nos habló por primera vez del fresco sobre la guerra del Chaco que estaba escribiendo entonces y que iba a llamarse “Hijo de hombre”. Creo que fui una de las primeras personas a la que dio a leer el manuscrito de esa obra, así como él fue el primer lector de mi fallida novela “Sagrado”, a la que dedicó reseñas demasiado generosas en el diario La Gaceta de Tucumán y en la revista “Sur”. En 1972 compartía con Amelia Nassi -su compañera de entonces- un departamento modesto en Villa Crespo. Yo solía visitarlos por las tardes. Oía entonces a Roa leer las páginas majestuosas de “Yo el Supremo”, en las que brillaba una luz de eternidad que parecía engendrada por un poeta de otro mundo. Amelia nos servía té, y ella también se extasiaba escuchándolo. Una o dos veces me despertó en medio de la noche para que fuera en busca de un médico. Augusto se quedaba sin aire y parecía que iba a morir de un momento a otro. El médico lo revisaba, verificaba la presión, lo sometía a electrocardiogramas, y al fin dictaminaba que su salud era tan buena como la de un niño feliz. Augusto insistía en que se estaba muriendo de un ataque al corazón, cuando lo que estaba desquiciándolo, en verdad, era la angustia de esa novela monumental, omnipotente, que le crecía por dentro como una población de difuntos.

Al regresar de una de las excursiones a la sala de emergencias, nos entretuvo recitando, como si nada hubiera pasado, unos versos de “El rey Lear”, la tragedia de Shakespeare que más le gustaba: "La vida es tan dulce / que preferimos una muerte incesante / a morir de una vez". Tenía una voz musical y sentenciosa, que acentuaba las consonantes con la lengua doblada hacia adentro, tal como hacen los guaraníes.

Muchos años después le pregunté si lo que le sucedía en aquellas noches no eran meros ataques de pánico por el miedo a morir antes de terminar su novela. La pregunta lo ofendió. "Estaba enfermo de veras", me corrigió. "Sufría arritmias graves, picos de hipertensión, y en el hospital se lo tomaban muy en serio. Contra lo que suponés, nada me daba miedo. Yo estaba seguro de que no moriría antes de la última página del Supremo y sabía que, aun muerto, la novela se seguiría escribiendo."

Después del éxito abismal de su libro, Roa Bastos se afincó en el sur de Francia, convocado por la universidad de Toulouse le Mirail. Allí conoció a su siguiente compañera, Iris Giménez, especialista en la lengua náhuatl y en cultura azteca. Desde entonces nos veíamos muy de vez en cuando. Aun así, yo lo llamaba por teléfono siempre que pasaba por París así como él me llamaba cada vez que viajaba a Caracas, donde me refugié de las crueldades argentinas durante casi una década.

Hacia 1989, cuando le dieron el premio Cervantes, recuperamos la costumbre de las cartas. En verdad, era yo quien le escribía. El Supremo era una obra irrepetible e inalcanzable, y todo lo que Roa publicó después parecía la sombra pálida de aquel portento. Leí con avidez “Vigilia del Almirante”, que apareció en vísperas del Quinto Centenario del descubrimiento de Colón. Al año siguiente me precipité sobre “El Fiscal”, que prometía continuar la trilogía sobre lo que Roa llamaba "el monoteísmo del poder", con la esperanza de que asomara allí la grandeza de sus obras mayores. En Vigilia noté que se cubría las espaldas repitiendo algunos de los trucos retóricos del Supremo; y que en El Fiscal reaparecían ciertas malezas naturalistas de “Hijo de hombre”. Como lo quería mucho, incurrí en la torpeza de señalarle que su camino de narrador llevaba ya quince años navegando con las velas caídas. No había pedido mi opinión y temí perder su amistad, pero me desarmó con un mensaje lleno de afecto. Me dijo que cuando leyera “Madama Sui” -la novela sobre la amante del dictador Stroessner en la que por entonces trabajaba- tendría que retractarme. Hasta el sol de hoy lamento no haber podido darle la razón. Tuve que esperar hasta el año 2002, cuando me hizo llegar desde Asunción un relato extraordinario, "Frente al frente argentino", parte de un libro escrito a ocho manos con Alejandro Maciel, Eric Nepomuceno y Omar Prego Gadea. Es otra de sus obras maestras: un diálogo sobre la guerra y la creación artística entre el pintor Cándido López y el general Bartolomé Mitre, desvelado el uno por la traducción de “La Divina Comedia” y atormentado el otro por la torpeza con que su mano única, la izquierda, vertía en el lienzo las imágenes de la batalla de Curupaytí.

Casi todos mis recuerdos de juventud están enlazados a la figura de Roa Bastos. En 1961 renuncié a LA NACION y me gané la vida tejiendo frasecitas para una agencia de publicidad. Vivía en Adrogué, a cuarenta minutos de tren de Buenos Aires, y no tenía dinero para acercarme a La Fragata, donde Roa y Amelia seguían encontrándose.

En esos meses escribí unos pocos guiones de cine, a los que Augusto prestó una atención que no merecían. Me invitó a colaborar en tres o cuatro de las películas que le encomendaron los directores jóvenes del cine argentino. Yo tardaba semanas en un trabajo que a él le fluía en pocas horas con una facilidad y una felicidad que siempre me parecieron milagrosas. Nunca supe si los diálogos que escribí le sirvieron de algo y tampoco me animé a preguntárselo. Temía que no me dijera la verdad, o que esa verdad fuera desoladora.

Todas las noches nos reuníamos con el productor Sergio Kogan a discutir nuestros libretos en un piso suntuoso de la avenida Libertador, al que yo llegaba después de caminar seis kilómetros. El productor nos convocaba en el dormitorio de su esposa -la actriz mexicana Rosita Quintana-, tapizado de pieles blancas y de almohadones de seda. Yo no prestaba atención al decorado sino a la invariable comida con la que Kogan nos despertaba la imaginación. Roa siempre recordó con ironía esos años difíciles y las carcajadas de alivio con que emergíamos de nuestras vigilias.

Más de una vez me lanzó salvavidas para eludir la pobreza. Todos fueron providenciales. Hubo uno, sin embargo, que estuvo a punto de hundirme. Cierta noche de 1963, cuando acabábamos de llegar a la casa de Kogan y aún no habíamos comido, supimos que el productor estaba urgido por encontrar una novela que contara la historia de un boxeador y de una esposa infiel. "Necesito algo simple con lo que ustedes me puedan hacer un guión en pocos días." El productor había contratado al campeón letón Wolf Rubinsky, lo tenía desde hacía un mes alojado en su casa y no sabía cómo ni en qué podía emplearlo. Sin un aviso ni una seña, Augusto dejó caer la noticia falsa de que yo tenía una novela con ese tema. "Es una novela muy buena, Sergio. Ya que usted tiene tanto apuro, Tomás se la puede traer mañana mismo. Si quiere la exclusividad, le tiene que pagar por lo menos tres mil dólares." Yo recibía diez veces menos por cada guión terminado, y tres mil era una suma que no me cabía en los sueños. La novela no existía y Augusto había soltado al viento una oferta imposible, pero no me animé a desmentirlo.

Lo miré incrédulo. Aunque yo estaba trabajando en una novela sin boxeadores ni esposas infieles, marchaba a ritmo tan lento que para terminarla necesitaba al menos dos años. Enmudecí, sin saber qué hacer. "Si me gusta el libro, pagaré lo que sea", dijo Kogan.

Pensé que era Augusto quien tenía ya escrita una novela con esa historia u otra parecida, y que me usaba como escudo porque no se animaba a presentarla como propia después de haber pedido una suma tan inusual. Nunca, sin embargo, me había mencionado algo así. Sus proyectos tenían que ver con la guerra del Chaco -en la que había servido como enfermero- y con experiencias de escritura que exploraban las tensiones entre la oralidad guaraní y la tradición castellana.

Salimos a medianoche de la casa de Kogan, y nos sentamos a ordenar las ideas en un café. Le pregunté cómo íbamos a zafarnos del aprieto de una novela que no existía y sin tiempo para completar al menos un borrador decente de cualquier otra. "Animate a escribirla", me dijo. "Va a ser más fácil de lo que creés. La necesidad hace milagros. Con esos tres mil dólares podés vivir un año y librarte desde ahora mismo de tu noria publicitaria. Encontrémonos mañana a las 7 de la tarde en este café. Primero, vos y yo vamos a echarle una ojeada rápida a la novela que vas a improvisar, antes de llevársela a Kogan. Si hay algo que corregir, lo haremos en voz alta, mientras se la leemos."

Eran las 2 de la madrugada y el tren me dejó a las 3 en Adrogué. Tardé doce horas en componer las sesenta páginas que entregué cuando se vencía el plazo. Soy incapaz de recordar los lugares comunes que acumulé en esos borradores y lo único que conservo de ellos es el guión admirable que mi amigo transcribió de la conversación que grabamos. Esas hojas están llenas de sus anotaciones manuscritas y, aunque sé dónde las guardo, una recóndita superstición me impide releerlas. Cuando Augusto murió, abrí la gaveta donde sé que están para verificar que el tiempo no las había estropeado. Allí seguían, intactas e imperturbables.

Kogan jamás filmó aquella película, pero yo gané mucho más que tres mil dólares. Aprendí en esas doce horas de trabajo que la literatura es un fuego que salva sólo a quienes se queman en él con libertad y sin miedo, tal como hizo Kakfa cuando completó "La condena" en una noche que vale tanto como una vida.

En 1978, Augusto llegó a Caracas con su compañera Iris Giménez y con Francisco, Tikú, el hijo mayor de ambos. Iris estaba embarazada y hacía calor: el calor húmedo, palpitante de los trópicos. Decidimos pasar el día juntos. A la hora del almuerzo, le conté a Iris la luna de miel de los padres de Augusto -tal como se la había oído a él mismo-, en un hotel junto al lago de Ipacaraí. El tiempo ha confundido sus hilos y no es mucho lo que recuerdo de aquel mediodía. Sólo el aire oscurecido por la lluvia inminente y el vago perfume de incienso que se escurría entre los árboles de mango.

Los padres de Augusto se llamaban Lucio y Lucía. Lucio talaba bosques y conocía a la perfección el lenguaje de los árboles. Dejaba el hacha a un lado cuando oía las quejas de dolor de la madera herida. A la madre le apasionaba el teatro y en 1928 escribió con el hijo de 11 años un drama breve que ambos representaban de pueblo en pueblo, recogiendo dinero para los soldados que esperaban en la frontera el estallido de la guerra con Bolivia. Augusto pasó los primeros años de la infancia en Iturbe, donde Lucio trabajaba como peón en un ingenio azucarero. Tanto él como Rosa -su hermana entrañable- no recibieron educación formal. Tenían una hora de clase diaria todos los días después de la siesta. Lucio había dispuesto una habitación especial de la casa para que les sirviera como escuela. Allí estaban los dos bancos que había fabricado, con ranuras para los lápices y pequeños fosos para los tinteros. Afuera, en el patio, improvisó una campana con un pedazo de riel. Durante la hora de clase izaba una bandera, que plegaba cuando oscurecía. Augusto detestaba trabajar. Le gustaba, como él decía, "estar en un catre, a la intemperie, bajo las viñas, contemplando la limpieza del cielo, las estrellas, el paseo de las nubes".

Después de Iturbe completó su aprendizaje en la casa del obispo Hermenegildo Roa, tío del padre. Compartía las camas y la comida con muchachos de 18 a 6 años, "Yo era el más pobre de todos", contó. "Tenía un solo par de medias y vivía muerto de hambre. Les hacía los deberes a los compañeros ricos a cambio de un quesito gruyere." Había pasado descalzo la vida entera y sólo cuando dejó la casa del obispo pudo comprarse el primer par de zapatos.

Varias veces nos contó la historia a Amelia Biagioni y a mí, y siempre la iba cambiando. A veces los zapatos habían pasado por varios pies y sólo llegaban a los de él cuando ya estaban amansados. En otras versiones el cuero era tan rígido que nunca podía calzarlos. Para Roa no había otro modo de abarcar la realidad que imaginándola, trastornándola, obligándola a que siempre nos sorprendiera. De aquellos zapatos sólo recuerdo que tenían suela de goma crêpe y que para poder comprarlos había ahorrado durante años las monedas que le pagaban por barrer y lavar los platos. Los estrenó mientras viajaba por primera vez a Asunción en compañía de una amiga de su padre. El tren debía detenerse junto a un zanjón cavado por los explosivos de la guerra. Los pasajeros esperaban a la intemperie la llegada de un segundo tren al que trasbordaban. Había oído ya la historia en La Fragata y aquel mediodía de Caracas le pedí a Roa que la repitiera, con la certeza de que la cambiaría. La borrasca avanzaba y la montaña cercana se estremecía a la luz de los relámpagos. Una nube de luciérnagas y de mariposas amarillas se posaba sobre los árboles mojados. "La mujer -dijo Augusto- viajaba con un chiquito de pocos meses, al que daba de mamar. Para el transbordo tuvimos que esperar toda una noche bajo un cielo sin estrellas. La mujer le ofreció uno de los pechos al hijito y yo me prendí del otro. Fue la primera vez que tuve una sensación erótica." Nunca supe si la aventura le sucedió en realidad o si la deseó tanto que acabó transfigurándola en una de las ficciones de “Hijo de hombre”.

Muchos años después de la muerte de Augusto recibí noticias tardías de Iris. Después de la entrega del premio Cervantes en 1989, la universidad varias veces centenaria de Alcalá de Henares les ofreció a Roa Bastos y a su compañera dos cátedras permanentes. Si las aceptaban, tendrían que mudarse de Francia con los tres hijos: Tikú y las dos niñas que siguieron, Silvia y Aliria. La idea entusiasmaba a Roa tanto como disgustaba a Iris. Nunca se pusieron de acuerdo. Ella regresó a Toulouse y terminaron separándose.

Augusto llevaba décadas soñando con su regreso de hijo pródigo al Paraguay del que se había exiliado en 1949, luego de haber escapado a la persecución del general Raimundo Rolón. En La Fragata nos contó que los militares le mordían los talones y que sólo pudo burlarlos cuando logró esconderse dentro de un tanque de agua, donde pasó dos días y sus noches con el aliento suspendido. Los dictadores lo obligaron a vivir a salto de mata pero fue el último, Alfredo Stroessner, quien lo persiguió con más saña. El personaje de “Yo el Supremo” es Gaspar Rodríguez de Francia, pero era Stroessner a quien Augusto llevaba en la imaginación cuando escribió esa novela.

Meses antes de la buena noticia del Cervantes el feroz dictador fue derrocado. Desde entonces Roa Bastos empezó a pensar en el regreso. Sentía que estaba en deuda con el país natal y creía que, apenas pusiera los pies en Asunción, podría por fin hablar con los jóvenes, decir lo que pensaba y estimular a legiones de creadores. No contaba con que su fama internacional había desatado una envidia invencible entre los colegas con menos talento y que no lo esperaba la admiración sino la ponzoña.

Su extrañamiento duró hasta octubre de 1996, casi medio siglo. Ya en Asunción, encontró refugio en la casa de su hermana Rosa; al poco tiempo compró un departamento espacioso en el barrio de Las Carmelitas. No le faltaba compañía. Estaba rodeado de discípulos, escritores y profesores interesados en su obra. Desde fines de 1996 se encontraba casi a diario con el médico Alejandro Maciel, que lo asistía en los viajes y le servía de secretario. De los cuidados del escritor y de la casa se ocupaba Cesarina Cabañas -a la que se conocía como Karina-, una joven de 30 años o pocos menos que se instaló en Las Carmelitas, en un cuarto contiguo al de Roa: él le cobró un afecto inmediato y quedó unido a ella por una dependencia creciente. Karina lo cuidó con diligencia durante algunos años, pero toleraba cada vez menos el agobio de la rutina. Sentía que la vida se le estaba yendo sin amor y sin hijos junto al anciano enfermo, y casi inadvertidamente comenzó a descuidarlo. Augusto cumplió 80 años en junio de 1997 y su memoria -antes siempre infalible- dio los primeros signos de flaqueza. Con frecuencia tenía picos de hipertensión y a veces perdía la noción de dónde estaba. En 1999 sufrió una crisis cardíaca y la cirugía se hizo inevitable. Lo operaron en la Fundación Favaloro, en Buenos Aires. Los médicos temían que no sobreviviera a la anestesia. Pero Augusto estaba decidido a no cejar. Todavía le faltaban páginas a su obra.

El aire feliz de Asunción le permitió reponerse en pocas semanas. Volvió a la vida de siempre, si bien las atenciones de Karina no eran ya las de antes. Desaparecía por largas horas durante los fines de semana y Augusto quedaba aislado del mundo. Siempre había mantenido su intimidad en extrema reserva y nadie le oyó una queja durante esos meses de soledad y desconcierto. El doctor Maciel cuenta que perdía estabilidad y se caía con frecuencia. Debía de sufrir mareos y ataques súbitos de pánico. En septiembre de 2004, una noche de lluvia, resbaló en los adoquines de la calle. Nada grave pasó, pero Maciel llamó por teléfono a Mirta, la hija de Augusto que vivía en Caracas -a la que él llamaba "mi Cordelia", en alusión al personaje de “El rey Lear”-, para que ella dispusiera cómo lo seguirían cuidando. Roa insistió en que Karina no se apartara de su lado. La joven, descontando que la energía y las fuerzas del escritor eran inagotables, se concedía respiros cada vez más largos. Para que sus abandonos pasaran inadvertidos, al salir de la casa le vedaba las llamadas telefónicas y dejaba las puertas trabadas. En cierta ocasión Augusto se quedó sin comida y salió al balcón a pedir auxilio. Alguna vecina lo vio e hizo circular la triste imagen del gran hombre desamparado. Es una estampa de lástima que, sin merecerlo, ha dado tantas vueltas al mundo como “Yo el Supremo”.

Lo inevitable sucedió. En marzo de 2005 Roa se volvió a caer, mientras se desplazaba del dormitorio al baño. Se le formó un hematoma subdural que exigió una cirugía de emergencia. El doctor Maciel dio la infausta noticia a Mirta y a Carlos. Ambos llamaron a su madre, Lidia Mascheroni, que vivía en Buenos Aires y era, de todas las incontables parejas de Augusto, la única con la que se había casado. Lidia, los dos hijos y Maciel aguardaron el desenlace fuera del quirófano, en el hospital Santa Clara. Augusto no se rindió. Sobrevivió otros tres días, hasta la oscura mañana de este martes 26 de abril, cuando el corazón, cansado, lo derrotó. Pienso en todas las veces que estuve a punto de llamarlo durante todos estos años pero no lo hice. Es demasiado tarde para decir cuánto me arrepiento. Muchas memorias felices de mi juventud yacen a su lado ahora, junto a los ejemplares de sus libros y las flores que le acerca la devoción de la gente. Miro el sol de la primavera boreal a través de la ventana y, para no sentirme tan solo, me recito en voz baja las líneas de “El rey Lear” que tanto le gustaban. Corresponden a un monólogo de Edgar en el acto quinto de la tragedia: " O, our lives´ sweetness, / which, for they yet glance by and scarcely bruise, / this sword of mine shall give them instant way ". Y me las repito, también callado, en la maravillosa traducción de Nicanor Parra: " Oh, la vida es tan dulce, / que en vez de morir de una vez / preferimos el peso de una muerte continua".

... se no es el final de la historia. Karina Cabañas fue condenada a seis años de prisión por "robo y abandono de persona". En la cárcel se casó y pudo tener el niño con el que había soñado. Augusto ha dejado seis novelas, cuatro libros de poemas, seis de cuentos y cinco guiones de cine. Sus hijos fueron también seis. Uno de ellos, el tercero -que llevaba su nombre-, murió accidentalmente en Suecia un año antes que el padre. Mirta decidió afincarse en Asunción, donde ha creado la Fundación Augusto Roa Bastos, que reunirá la obra inédita dispersa y difundirá la que ya está publicada.

Tanto “Yo el Supremo” como el último relato, "Frente al frente argentino", despliegan una voz única que va abriéndose en incontables afluentes. En todos ellos, el poder devora a los personajes, los somete al imperio de su mayúscula identidad, para terminar al fin vencido por la historia, sobre la que no ejerce influencia alguna.

Desde “El trueno entre las hojas”, Roa Bastos se reveló como una figura mayor de las letras latinoamericanas, un creador de voz tan única como Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti. Confirmó esa grandeza en “Hijo de hombre” y en los cuentos de “Moriencia” (1969) y “Cuerpo presente” (1971), que fueron eclipsados por la sombra invencible del “Yo el Supremo”.

"Todavía estoy aquí", me dijo la última vez que hablamos. Como si supiera que siempre estuvo aquí, en éste y en todos los mundos, paraguayo y argentino a la vez, hasta la muerte. Como si supiera que nunca lo dejaríamos ir.

(2005-2008)

07/02/2009

Fuente:

http://www.lanacion.com.ar/