miércoles, 7 de abril de 2010

"ALMA". Cuando un corazón emigra por Paolo Astorga.


“ALMA”. CUANDO UN CORAZÓN EMIGRA DE ROY DÁVATOC

Por: Paolo Astorga

“Existes / y al final nada es oscuridad / solo una luz redonda / que cae interminablemente / y a sucesiones tormentosas”. Con estos primeros versos el poeta peruano Roy Dávatoc (1981) con su libro Alma: Cuando un corazón emigra (Toro de trapo editores, 2010) es el canto intenso al amor que está desde la lejanía del recuerdo, en esa nostalgia que nos permite el contemplar, el reinventar el cuerpo amado y así poder lograr esa comunión sensual y trascendente en un mundo real, pero marcado por la intensidad de las imágenes que se van a ir hilvanando de manera acertada en este breve poemario.

El poeta comienza su viaje cargado de una esperanza avivada por la presencia del ser amado. Su descripción, su sentir, su desnudo, sus formas, su “alma” se van a ir difuminando por todo el libro. El canto es intenso, mientras más intenso es el acercamiento de los cuerpos, mientras el placer se hace disfrute, y lo sensual como momento previo a la comunión final, se transforma en experiencia que Roy ha sabido transformar de manera apasionada en poesía; el amor que se hace “exclusivo” para dos, en una ciudad que se devasta con el tiempo y la desidia. El poeta y su amada, aparecen atemporales, inmortales, dueños de la belleza del fuego robado a las horas, donde solo laten dos corazones ardiendo, la certeza de la pertenencia mutua:

Éramos pequeños e inocentes
luchando constantemente por amarnos;
y fuimos esa tarde
transeúntes de nuestros cuerpos
y como raíces hinchadas de nervios nos atamos
Éramos fecundación en silencio
y nos incendiábamos como pequeñas brasas
mientras lloraban los autos
en el tránsito insano de la sombra
y afuera una selva de cemento
devoraba otras almas.

Y es que esa voz lírica, ese yo de todos, sabe muy bien dónde pertenece. Su loa es ese incesante deseo por ser solo si esa otra amada lo reconoce como tal. El poeta es “afortunadamente” esclavo de lo amado, esa mujer que se reinventa para desnudar su humanidad, su perfume a cielo, su inconmensurable belleza que a través del alma, se intenta alcanzar como caricia entre las tinieblas:

Invento tus esquinas;
acertijos de soledad
que los resuelvo de golpe,
que seducen mi voluntad
y liberan mi sombra
con múltiples lenguajes
para hoy condenarme
-afortunadamente-
a tu eternidad
de ave nocturna.


La voz poética a lo largo del poemario acerca su discurso a lo cuasi apocalíptico. Los dos sujetos amándose son a la vez los dos sujetos viviendo la destrucción del mundo. Y es la pasión del acto amatorio lo que contiene los amantes, lo que hace que el mundo se desmorone, tiemble, esté a punto de explotar, sea adrenalina, un latir furioso en medio del silencio:

Entonces mordimos nuestras bocas
y nos desgranamos sobre la tempestad
de la tierra desgarrándose


Y el amante a pesar de los desmanes, de la derrota o el olvido, retorna a ese cuerpo amado, que ya es cielo verdadero, receptáculo de eternidad. Aquí él nos habla de esa “lealtad de cuerpo”, el amor que se va a repetir ad infinitum:

Vuelvo a ti y a tu regazo
con las manos cárdenas
aguzando
la noche y mi plegaria
entre tu luz en la ausencia de la muerte
y mi helada lealtad de cuerpo.


Por otro lado el poeta busca vencer el olvido y el tiempo. La forma más sencilla de lograrlo es el escape, el desenfado, la furia del espíritu en libertad, el abandono de la piel por la piel, la trascendencia de ese cuerpo que ahora es reminiscencia:

Amor

la tarde es troquelada
magníficamente
para perdernos
lo suficiente
en el abandono
de todas las experiencias.


Por último este poemario nos termina con una cuota de esperanza, un aliento de vida para resurgir de esa ceniza que nos crea inanición. El poeta termina su marcha, su evocación, su acto amoroso, alentándonos a la valentía de amar en tiempos del cólera (como diría García Márquez). He aquí el verso sudoroso, la pasión desmesurada, la soledad hecha carne que ha trascendido la carne, he aquí esa sensualidad que rechaza al tiempo y a la derrota, pues solo basta amar para crear el cielo o destruirlo:

seamos la renuncia de los afligidos
y la dosis de los solitarios
sin abandonar el corazón y la esperanza en
el póstumo reglón de esta última oración.


P.A.

Sobre el autor:

Roy Dávatoc. (Perú, 1981) Actualmente reside en la ciudad de Lima. Estudia la carrera de Administración de empresas en la universidad nacional Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”. Forma parte de la fundación cultural “Laberintos” en Colombia. Algunos de sus poemas y textos han sido publicados en revistas de difusión artística. Es parte de la Antología Virtual de Poesía de Ediciones La silla BíoBío- Chile. Este es su primer libro.

Nota:

*Reseña aparecida en la Revista Literaria Remolinos # 43, abril - mayo del 2010, págs. 220 – 222.

Fuente:
http://revistaremolinos.blogspot.com/

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