“TEXTO DE CEREMONIA
DE PREMIACIÓN”
Por: Miguel Ildefonso
La poesía es como transportarse en Lima día a día, un arduo trabajo no
remunerado. Pero así como de pronto se puede avistar a una hermosa chica en el
asiento de la otra fila, en el paradero esperando su combi, o ser testigo de un
acto de humanidad, caridad, solidaridad o desprendimiento, en esta Lima la
horrible, así también puede haber noches como esta en que el poeta puede decir
que vale la pena seguir escribiendo.
Hablo de mi experiencia. Yo empecé escribiendo sin saber si publicaría algún
día. Luego, al conocer a Luchito Hernández, a Fernando Pessoa o a Martín Adán,
supe que si mi obra era buena, después de muerto podría alguien sabio y con
plata llegar a publicarla. Pasó un tiempo y otra de las primeras lecciones pero
terriblemente duras que aprendí era que no siempre sucedía así. Y lo más
desolador, lo más traumático, era que nunca llegaría a ser como Luchito ni como
Pessoa ni como Adán.
La última lección de esos primeros años de mi escritura, era que debía trabajar
muy concienzudamente para ser yo mismo. Y, por otra parte, ver la manera de
publicar. En esos años iniciales de la década del noventa conocí a poetas de mi
edad o que frisaban o rondaban por ahí, y con espíritus afines. Una mañana iba
en el Chosicano a la Universidad La Cantuta con Carlos Oliva. Nos habían
invitado a un recital. Carlos era el verdadero poeta maldito del grupo Neón, el
resto éramos solamente unos fans de Baudelaire, Rimbaud o Kerouac. La figura de
Carlos podía ser intimidante para quien no lo conociera. Con su metro ochenta y
rasgos felinos, tenía una postura permanente como si estuviera dispuesto al
ataque. Pero entre los poetas, entre sus amigos del grupo Neón, y no era una
pose, era como el más chiquillo.
Había un aprecio mutuo, y yo sé que me respetaba también porque me iba formando
académicamente; cosa que en aquel entonces trataba de que no sea notorio, pues
yo quería ser el más maldito de todos. En ese viaje a Chosica, de entre sus
hojas impresas de poemas sacó uno que era un texto breve, se titulaba Epitafio,
y me dijo muy sereno: “Miguel, esto quiero que vaya en mi tumba”. No pasó mucho
tiempo y él murió trágicamente en una de las avenidas de Lima. Igual como murió
un año después, en 1994, otro amigo del grupo, Juan Vega. Gracias a Paolo de
Lima, otro miembro de Neón, salió publicado póstumamente el libro que Carlos
dejara inédito, Lima o el largo camino de la desesperación. Lamentablemente no
ha ocurrido eso con la poesía de Juan Vega, pues la familia prefirió dejarla en
la privacidad.
Quiero agradecer, por eso, a la Asociación Peruano Japonesa por organizar este
concurso, por hacer que aun persista en este oficio o karma que es la
escritura. Gracias al premio José Watanabe Varas por dar la oportunidad, a
poetas y escritores como yo, de poder difundir esa pasión que muchas veces es secreta
e incomprendida.
Por mi parte quiero que sea un homenaje para el poeta José Watanabe, a quien
tuve la suerte de conocer un poco, pero lo suficiente para aprender de él no
solo de su gran poesía sino de su humildad, esa naturalidad de ser poeta y esa
sinceridad en su sonrisa.
Quiero agradecer a mi familia porque sin su apoyo tampoco hubiera persistido,
soy solo el menor de siete hermanos. Ellos siempre han estado allí. Aunque esta
vez mi padre ya no está para recibir el premio por mí. Y es que en las ceremonias
de premiación de los concursos nacionales que tuve la suerte de ganar, estuve
fuera del país, y mi padre era quien recibía el trofeo por mí. Esta vez yo lo
recibiré por él. Y él se lo hará llegar a mi madre. Porque es por ellos que
escribo, quienes me enseñaron realmente a persistir contra viento y marea en
mis ideales.
Calle NN. 14-01-2016