lunes, 29 de diciembre de 2008

Primer Premio de Poesía Rodolfo Walsh 2008: Tamym Maulén




P A F
(selección)
Poesía ganadora del Primer Premio de poesía Rodolfo Walsh, Buenos Aires 2008
Tamym Maulén


S H H H H H H

I

Mi hermano raya los muros del barrio con spray:
grafitis que no entiende nadie. Llega a casa y se lava
las manos pero quedan sucias. Cuando comemos
yo miro sus manos y pienso qué habrá cocinado mamá
Pollo, arroz con ensaladas, por qué raya los muros.
Mamá cocina sola, yo no le ayudo. Mi hermano
toma el pollo con sus manos negras y llenas de pintura.
Mi hermano se llama Gabriel.
De eso me acuerdo:
comíamos juntos, en silencio, se llama Gabriel. Yo miraba sus manos pintadas y me iba.
Papá lo golpeaba. Mi madre traía los platos a la mesa:

―Grafitis sin sentido
que no entiende nadie


II

Lo único que existe es una araña de rincón, polvo
rastros de humedad goteando en las murallas
limpiando las paredes y haciendo ver que alguna vez
esas paredes fueron blancas, nuevas, estamos muertos.
Hola. Alguna vez pintamos de blanco esta casa
comimos pan tostado y fuimos felices.
El pasado no está vivo. En mi casa el único ser vivo
es una araña de rincón acechando los fantasmas
que somos. Mi casa es un rincón del mundo
donde no vive nada salvo esta araña de rincón
esperando callada detrás de un cuadro viejo
donde estamos todos juntos, abrazados
(Mi casa es esta foto vieja donde estamos abrazados)
desteñidos, celebrando mi primera comunión.


III

Me hubiese gustado ser otra cosa, papá.
Si me pegaste fue porque me porté mal
porque le dije a mi madre la soledad
es lo más asqueroso del mundo.
Recuerdo cuando me enseñaste me dijiste sí
pero no lo hagas. Ahora lo pienso y tenías razón:
ya casi nada vale cien pesos.
Después de equivocarnos lo más sincero
sería equivocarnos más.
Me hubiese gustado ser otra cosa, papá:
tu hijo, por ejemplo.

IV

Me mata tener que limpiar siempre la mesa
para sentarme a comer. Hay tanta sangre ajena
sobre el ajeno mantel. En las noticias, en el televisor
muchas personas mueren de otras formas: ¡Pum!
un balazo, tu atropello, la guerra de siempre, las hambres
de siempre. Sin embargo ahora yo me muero así
(La muerte es un día perfecto que de pronto se nubla).
A veces pienso tanto en Cristo que no me persigno.
¿Qué nos mata entonces? Me pregunto cenándome
Preferiría entonces tener nada que comer. Tal vez así
comprendería lo que es vomitar de verdad.
Mientras tanto agarro el tenedor:

—Comienzo a escribir en la sopa
aquello que se desvanece.


V

Porque los ángeles no existen, ni el amor, ni el fin del mundo.
Cuando niños nos dijeron que el mundo terminaría
en el año dos mil. Pero, ¿cuándo terminan las cosas
que nunca comienzan? Después que nos pegaba papá
mi hermano y yo subíamos a nuestra pieza chica
no decíamos nada: como Michael K conocimos
el silencio. Bolaño dice que el silencio no existe
que es estúpido pensar en él. Pero mi memoria
sí que conoce el silencio: Yo___________ mi hermano.
Una línea así de fea nos unía. Mejor, una pena
así de tiesa nos ligaba. Mi hermano y yo
nos quedábamos quietos, cada uno en su cama
dos muertos en la sala de autopsias. Nuestra casa
era el silencio. Nuestra casa grande y llena de ventanas.
Nuestra casa llena de muebles. Y en el patio
una piscina seca, porque es invierno.


VI

Entonces me dice que la gente se muere.
Que incluso la muerte algún día se tiene que morir
Las guitarras, la poesía, el flan, las nubes, todo.
(La muerte es un día celeste que de pronto se nubla)
Pero ¿dónde está? Y la vida, muchacho, ¿dónde?
Fuimos a comprar dos flanes para el postre
mientras tres niños lamían yogurt del basurero.
Entonces mi hermano dice que la gente se muere
que incluso la vida algún día se tiene que morir.
Yo le digo no importa, silencio, cállate
Shhhhhh, todos algún día nos vamos a morir.
(La muerte es una guitarra celeste que de pronto se nubla)
Ja, pero eso ya es cosa de la imaginación

—Hablemos de otras cosas, total
es eso lo que hacemos siempre

VII

Mi hermano raya los muros del barrio con spray
grafitis en pleno silencio. Toma con sus manos
el spray y presiona la válvula: shhhhhh
y escribe su nombre en la pared. Es de noche.
Nadie está despierto excepto los perros hermosos
que quieren pelear. Cuando niños una vez
nos peleamos. Le pegué tan fuerte que no cesaba
de llorar. Me pegó también, pero no lloré.
Gabriel es mi hermano menor. Shhhhhh le decía
pero él no dejaba de llorar. Mi hermano escribe
su nombre en la pared recién pintada: la firma
del artista. Si le pegas a tu hermano te voy a pegar
decía mi padre. Shhhhhh, ¡silencio!, pero mi hermano
no dejaba de llorar. Ja. Ahora me río (del dolor)
Tomo con mis manos el lápiz grafito,

—Escribo este poema
contra una pared:
la firma del silencio


* * *

TAMYM MAULÉN

(Santiago de Chile, 1985). Estudió Filosofía en la Universidad de Chile y Letras en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Ha obtenido, entre otros, el Primer Premio Municipal de Literatura de Santiago Gabriela Mistral 2007, el Primer Premio de poesía Rodolfo Walsh, Buenos Aires 2008, y el Primer Premio de poesía joven Animita Cartonera Santiago 2006, galardón al que renuncia. Ha obtenido también la Beca para la creación literaria de la Fundación Pablo Neruda, la Beca de excelencia Universidad de Chile y la Beca de creación literaria del Fondo del libro y la Lectura en Chile. Ha sido publicado en diversas antologías de poesía contemporánea en Chile y en el extranjero. Los siguientes poemas pertenecen a su libro inédito PAF. Actualmente reside en Buenos Aires, Argentina.

sábado, 27 de diciembre de 2008

A través del lente: "AFTER DARK" por Pedro B. Rey


Haruki Murakami

Una película de Godard y un tema de Curtis Fuller son las claves iniciales de la última novela de Haruki Murakami.


Las ficciones de Haruki Murakami (Kioto, 1949) acopian hasta el abuso referencias a los productos de la cultura occidental. Esas alusiones funcionan por lo general como contraseña generacional y, en otras oportunidades, como principio de construcción. En su nueva novela, un tema de Curtis Fuller ("Five Spots After Dark") es la coartada para ponerle música cool a una trama que se despliega en una única noche, aunque una película ( Alphaville, 1965) funciona en realidad como clave de bóveda.

En la cinta de Jean-Luc Godard, la historia transcurría en una ciudad futurista donde, al estilo de Orwell, palabras como "amor" o "llorar" estaban prohibidas y a las emociones se las castigaba con la muerte. "Alphaville" se llama aquí el love-ho (hotel por horas) en el que se concentra buena parte de la acción, la técnica narrativa mima los movimientos de una cámara de la Nouvelle vague y el paisaje urbano, en su perfección contemporánea, no se priva de remitir a la urbe demencial por la que deambulaba Lemmy Caution.

Al inicio de cada capítulo de "After Dark" , los cuadrantes de un reloj indican la hora en que, de la medianoche al amanecer, se van sucediendo los hechos a la vez que permiten desgranar de manera sincrónica los acontecimientos de la historia. La ciudad es presentada, desde las alturas, como un ser vivo gigantesco, "una multitud de corpúsculos entrelazados". De esa colmena poblada de protagonistas en potencia, la voz narradora selecciona a una adolescente que lee, abstraída, en un bar. A partir de ella, y de su encuentro casual con un joven músico de jazz, antiguo condiscípulo de su hermana, se irán perfilando unas pocas historias imbricadas que nunca se resolverán: Eri Asai, la hermana de Mari, duerme en su cuarto desde hace un par de meses, mientras que un individuo la observa desde la pantalla del televisor, como si estuviera del otro lado de un espejo; una ex luchadora administra un albergue para parejas en el que una prostituta china es apaleada por un sádico analista de sistemas que lleva una vida en apariencia normal; el proxeneta, también chino, planea encontrarlo.

En este nocturno minimalista y fluctuante, reaparecen las constantes poéticas (ya lugares comunes) del universo de Murakami: los hoteles como metáfora de lo pasajero, el sueño como un territorio magnético y colectivo en el que acecha lo ominoso, los personajes juveniles que parecen trasplantados de las páginas de Salinger. Pero la omnisciencia ambigua del narrador, que se comporta como una inquieta cámara de videoclip y se define a sí misma como un simple punto de vista, le da una inteligente frialdad a la historia. "Ya lo hemos mencionado antes, pero nosotros no somos más que una mirada. No podemos bajo ningún concepto inmiscuirnos."

Esa distancia, casi objetivista, que recuerda también las vanguardias literarias contemporáneas a la película de Godard, evita que la novela naufrague en aguas sentimentales. Curiosamente francófila, "After Dark" tal vez no sea más que una obra de tránsito, un agradable ejercicio de estilo, pero en su descargo debe decirse que acaba con un malentendido: Murakami no es tanto un novelista como la versión posmoderna de un narrador popular, en el más tradicional sentido de la palabra. Baste como prueba la Bella Durmiente que figura en este libro.

Sábado 27.12.2008

Fuente:
http://adncultura.lanacion.com.ar/

viernes, 26 de diciembre de 2008

Nueva crítica literaria según Dorian Espezúa Salmón

En la foto: Profesores de Literatura
Carlos García, Mauro Mamani, Gonzalo Espino y Dorian Espezúa.

Hoy en el diario "La Primera" sale una interesante entrevista al crítico y acádemico Dorian Espezúa Salmón. A continuación se reproduce la nota.

-¿Hay una nueva crítica literaria en el Perú?

- Sí, hay una nueva crítica porque hay una nueva generación de críticos, son migrantes provincianos o hijos de migrantes que vuelven los ojos a sus fuentes, tradiciones y lugares de origen. Entonces, están empezando a mirar a escritores marginados, a escritores olvidados por la crítica centralista. Es una crítica que se ha propuesto apoderarse de los aparatos teóricos y metodológicos que vienen de las academias metropolitanas.

- ¿Cómo la defines?

- Es una crítica híbrida. Tiene tanto de lo académico occidental como de lo “académico” local ¿no es cierto? Es decir que se trata de una crítica que se está fijando en la riqueza cultural de los comuneros, en la oralidad, en la gente mayor de las zonas rurales que tienen mucho que decir. Es una crítica que está aprendiendo de la oralidad que no necesariamente ha pasado por la academia, por la universidad.

- ¿Quiénes son los críticos que anteceden a la nueva generación?

- Bueno, hay una rica tradición de críticos provincianos en el Perú. Mariátegui, More, Valdelomar, eran provincianos. Prácticamente la crítica limeña, centralista ha sido hecha por sujetos criollos o sus descendientes que se han “apoderado” de los medios de comunicación y ejercen una especie de control de canon literario. Me refiero a la televisión, los diarios y revistas académicas. Los nuevos críticos más bien están haciendo una crítica subversiva, en sentido de escribir en revistas estudiantiles que ahora son muchas, hacen crítica seria para publicarla en ediciones de carácter local y regional.

- No han llegado todavía a los grandes medios.

- No, todavía no han llegado. Lo que sucedió con Manuel Baquerizo es un caso patético. Era un hombre culto y buen crítico; sin embargo, nunca llegó a la academia, tuvo que refugiarse en Huancayo y trabajar de manera aislada, de modo soterrado. Pero es un crítico que ha dejado un trabajo muy importante y la nueva crítica lo está rescatando.

- ¿Así desaparece ese concepto de criollos y andinos?

- Ese no ha sido un debate improductivo. Hay que encaminarlo por preguntarse quiénes son ciudadanos de la literatura y quiénes no son. Así como hay ciudadanos en la creación, así también hay ciudadanos en la crítica literaria. Los que son ciudadanos tienen los privilegios para elegir y ser elegidos como críticos o denominarse críticos.

- ¿Cómo lograste tu formación?

- Soy un provinciano que tuvo que estudiar en un pedagógico para venir a Lima, estudié literatura en San Marcos y trabajé en Ayacucho. Hasta que gané un Premio Nacional de Ensayo, me llamaron a la Villareal y después a San Marcos. Para mí el camino ha sido muy difícil.

26 – 12 - 08

Fuente:
http://www.diariolaprimeraperu.com/

Dorian Espezúa Salmón

Magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana (UNMSM). Premio Nacional “Horacio” 1999. Publicó: “Entre lo real y lo imaginario”, (UNFV, 2000). Docente en la UNMSM.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Deseando a todos: UNA FELIZ NAVIDAD


Feliz Navidad a todos los seres que hacen posible la existencia de este modesto blogs.

En esta fiesta de “Nochebuena” reciban el caluroso saludo de amor y paz y, por supuesto, el abrazo más fraterno de mi vida.

Agradezco de antemano, durante casi estos tres meses, a todos los lectores, amigos y colaboradores que HICIERON Y HACEN hasta lo imposible para que este blogs sea un espacio de reflexión o un punto de encuentro entre la difusión y creación. Sin ellos, este blogger no sería nada. Y vaya que lo reconozco y se los grito a todo pulmón, una vez más: GRACIAS.

Por esa mágica razón hago extensivo, para cada uno de ustedes, mis buenos deseos.


Y que todo sea
Más que una palabra,
Tal vez una fantasía o un globo de felicidad
Quizás el vuelo de una enumeración constante y decreciente:

5
4
3
2
1

O

El brindis
De una

NAVIDAD LLENA DE LETRAS
Muy al fondo
De nuestro corazón

"La Carretera" de Cormac McCarthy por Carolina Lozada


Confieso que me acerqué a "La carretera" (Barcelona: Mondadori, 2007), de Cormac McCarthy, por un interés más fílmico que literario. Buscaba en este libro las señas de una road movie escrita, pero hallé algo más que un libro con un lenguaje cinematográfico evidente; encontré uno de esos autores egoístas que se posesionan de sus lectores. La historia de McCarthy es una sombría pesadilla sobre un mundo arrasado por alguna hecatombe nuclear en un tiempo impredecible. Un padre y su hijo son los sobrevivientes, junto a otros pocos habitantes, de la gran catástrofe, y ambos deambulan como sombras desgraciadas sobre caminos de cenizas buscando el sur, un improbable destino de anclaje, donde el tortuoso viaje a pie finalice y ellos puedan comenzar de nuevo.

El libro, al igual que las road movies, se desarrolla a lo largo de un tránsito de eventos y repeticiones vívidas sobre el espacio físico de la carretera. Hombre y niño huyen del mundo herrumbroso y de los oscuros sobrevivientes, quienes, bien sea empujados por el hambre o la locura de la destrucción, acechan los caminos. "La carretera" está escrita en una continuidad que no admite puntos de quiebre en capítulos; el autor se vale sólo de espacios en blanco, equivalente textual de los cortes en negro del cine. Y a pesar de correr el riesgo de la monotonía por la reiteración de situaciones donde se nos relata cómo el padre busca alimento, trata de abrigar al pequeño y mantenerlo calmado ante sus constantes temores, la novela logra colar temas fundamentales de la reflexión humana: el bien y el mal visto desde los ojos de un niño, la mutilación de la memoria colectiva producto de las destrucciones masivas, y esa cosa indefinible entre la culpa y la piedad. Retoma McCarthy, además, antiguos motivos de la búsqueda del hombre: el viaje iniciático fundacional y el motivo de Prometeo, el hombre que les roba el fuego a los dioses:

Y no nos va a pasar nada malo.
Desde luego que no.
Porque nosotros llevamos el fuego.
Así es. Porque llevamos el fuego (p. 65)


En esta historia, el niño representa el fin y el principio de un mismo mundo; muerte y precaria resurrección. El niño, sin los recuerdos inmediatos del mundo antes de la destrucción, sin las ceremonias del ayer, deberá armar su propia memoria a partir de los datos aportados por el padre en su calamitosa convivencia entre los escombros del viaje:

Siguieron la vía hasta la locomotora y se subieron a la pasarela. Herrumbre y pintura descamada. Entraron a la cabina y el hombre sopló la ceniza que tapizaba el asiento del maquinista y puso al chico a los mandos (…) Hizo ruidos de tren y de sirena diesel pero no estaba seguro de qué podían significar para el chico esos ruidos (p. 134).

El relato fundamental de esta novela es el viaje de iniciación del pequeño, cuya inocencia infantil se irá desvaneciendo ante el absurdo y la rudeza de un universo que intenta sobrevivir entre la desolación del caos. Las cosas ya no son iguales que antes, pero el hijo también desconoce ese “antes”, y al padre le duele tanto recordarlo que prefiere obviarlo, deshacerse de un mundo precedente que ya se desdibuja como las viejas reminiscencias: “A veces el niño le hacía preguntas acerca del mundo que para él no era ni siquiera un recuerdo. Se esforzaba mucho para responder. No existe pasado” (p. 45).

El sur, una incierta posibilidad de destino del viaje de estos dos caminantes, no es más que una medida de postergación del siempre inminente final, sobre todo para el padre, que, enfermo, deberá guiar a su hijo en la búsqueda de un mejor lugar. El final de la novela es bastante predecible, sin embargo Cormac McCarthy se vale de buenos artilugios para mantener al lector recorriendo La carretera por sus solitarias y largas extensiones y sus oscuros vacíos. Tales artilugios se pueden resumir en la precisión de la escritura de McCarthy, en la que se destaca una narración sin excesos, completamente centrada; el acertado manejo de los personajes en un proceso de maduración que se puede registrar de principio a fin, sobre todo en el personaje del niño; y el buen empleo de un recurso notablemente fílmico: el suspenso. Durante el recorrido de padre e hijo estaremos expectantes de los peligros que los acechan en un mundo sin mar azul, con un cielo de ceniza.

Tomado de:
http://500ejemplares.blogspot.com/

Carolina Lozada

Ha publicado los libros de cuentos "Historias de mujeres y ciudades" (Caracas: Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2007), "Memorias de azotea" (Mérida: INMUCU, 2007). Un trabajo de investigación cinematográfica: "Cuadernos Cineastas Venezolanos: Luis Armando Roche" (Caracas: Fundación Cinemateca Nacional, 2008).

martes, 23 de diciembre de 2008

Entrevista en "Arteidea" al poeta Stanley Vega por Fernando Carrasco Nuñez


A inicios de año el narrador limeño Fernando Carrasco, autor del libro “Cantar de Helena y otras muertes” tuvo la gentileza afortunada o no, de hacerme una entrevista. Me comentó que a solicitud de Jorge Luis Roncal, director de la revista "Arteidea". En el transcurso del tiempo tanto entrevistador como entrevistado habíamos olvidado el asunto hasta que el mismo Fernando tras recibir una invitación para asistir a un evento en Ayacucho supo que dicha entrewiev había sido publicada. Hoy he vuelto a releerla en archivo Word y una vez más he hallado otro motivo para que el próximo año vuelva reeditar "Soliloquio de las hojas" y "Danza ominosa", textos que fueron editados en ediciones mínimas y casi totalmente artesanales (solo la carátula del segundo pasó por offset). He aquí la bendita entrevista:

“Hay un momento sin duda en que los poetas y todos aquellos que se denominan artistas te hastían”


Por Fernando Carrasco

Tu primer libro "Inútil Inventario", es un libro signado, desde el título, por un escepticismo existencial y cierto desencanto por la vida misma. ¿Qué opinas al respecto?

Es probable que haya un escepticismo existencial y hasta un cierto desencanto. Mas no lo afirmo contundentemente. Han pasado ya cerca de siete años y no he vuelto a releer este libro. Y más que opinar, asunto bien jodido tratándose de una obra propia, diría que el único recuerdo que me queda de Inútil Inventario son sus poemas construidos a base de gritos, pujos, execraciones, catarsis. Esa piel de animal tosco y apocalíptico, ese olor a grama fresca. Nada más que eso.

No obstante reflejar cierto desencanto por la vida, se percibe en este libro un tono sosegado acompañado de imágenes muy sugestivas, a la manera del hayku japonés. ¿Qué otras influencias reconoces en tu poesía?

Cosa curiosa, hasta el día de hoy no habré leído más de diez haykus. La brevedad de mi poesía se debe, en todo caso, a una concepción formal que tengo sobre ella. Considero que abundan los poemas poblados de versos y de broza, estando el poema en unas cuantas líneas. Y si de influencias se trata, me resultan difíciles de reconocerlas. Para ser más preciso hablaría de gustos, de sintonía poética y hasta filosófica con determinado autor. Y aquí si que podría citar a algunos: Baudelaire, Nietszche, De Nerval, Benedetti, Henry Miller, Michaux, Erasmo de Rótterdam, Cioran, entre otros seres creativos y pensadores que en cierto modo me resultan compinches y que en algún momento me han hecho decir, caramba, esto me hubiera gustado escribir o en el mejor de los casos, esto que acabo de leer es casi mi idea, lo que yo siento y pienso.

”Soliloquio de las Hojas” es un libro-objeto donde lo lúdico ocupa un rol protagónico. ¿Cómo nace y cómo se produjo esta experiencia poética?

Este proyecto se mantuvo guardado durante algunos años. Fueron conceptos que fui anotando y que a inicios del 2003 los llevé a cabo junto a Oscar Alarcón y unas amigas, pues las características de su realización requerían de ellos. Mi habitación se convirtió en una especie de taller. Pero vayamos por partes. Todo surgió a partir de la lectura de "Papel", libro de Eielson, hacia mediados de los años 90. Al terminar de leerlo, inconcientemente fui imaginando otros textos, otras intervenciones sobre la hoja en blanco. Y así fueron creciendo. Transcurridos cerca de siete años decidí llevar todos esos conceptos a la realidad misma, a la formación y edición de un libro concreto (a propósito de ello también está la poesía concretista brasileña), tangible. De manera que se hicieron 200 ejemplares, todos ellos hechos de manera artesanal, uno a uno. Cada cual con una personalidad propia. E incluso las carátulas, hechas por mi amigo el pintor piurano Alarcón, quien las compuso en Trujillo. Nos llevó varios meses. Imagínate, conseguir 200 hojas vegetales, disecarlas y luego pegarlas sobre la otra hoja, esta vez en blanco y de papel, solo para llamar a este poema dos hojas. Fue entretenido, casi orgásmico el concebirlo y hacerlo palpable. Es, si se quiere, un homenaje a Eielson. Un artista entero.

Ya en el libro “Danza Ominosa” el amor ocupa un lugar protagónico. Hay una suerte de propuesta donde el amor nos salva de la soledad y el tedio, pero a la vez nos perturba y consume. ¿Podrías ampliar esta idea?

Definitivamente, el amor, en términos generales, siempre será un tema incierto. Centrándonos en algo más especifico, punto al que te refieres, creo que nadie, para empezar, se salva de sus garras. Hasta el ser más desafortunado ha amado a hurtadillas. Y no es que sea uno de ellos (ja aja ja) pero sin duda una de las cosas terribles de todo esto es que ni siquiera el amor puede eximirte de tu soledad, de tu tristeza, de ese gran vacío que llevas contigo por el solo hecho de existir y respirar. Y es que el amor es un chasquido de dedos, una burbuja efímera. La idea primordial es tener conocimiento de esa fugacidad para que no haya en tu alma dolor. O en todo caso, permanecer constantemente enamorado o ebrio.

En este libro aparecen también otros temas como el vacío, la soledad, la muerte, ese sentimiento trágico de la vida del que hablaba Miguel de Unamuno.

Temas nada novedosos, como verás y sin embargo tan inherentes a nuestra especie. A veces me he puesto a pensar: si el mundo cantara al unísono, un grito horrendo se dejaría escuchar en todos los continentes. Sería una balada tristísima. Además, ¿qué tema es inédito en este mundo? Todo parece estar dicho y escrito. Nosotros, solo intentamos, ilusamente, pergeñar algo, balbucear en medio de un desierto blanco. Y es muy probable que todo nuestro rollo quede ahí, flotando, flotando. No obstante, mientras aún se respira, no queda más que ser sincero a la hora de versificar. He ahí quizá un punto que de pronto nos conduzca hacia la originalidad.

En síntesis, tu lenguaje se acerca a la poesía conversacional, tus poemas son breves y están cargados de poderosas imágenes y metáforas muy audaces. Háblanos de tu concepción de la poesía.

Para empezar, desde un inicio, al estar en este entorno, una de las cosas que no ha dejado de incomodarme es que me llamen poeta. Es como si al carpintero no lo llames por su nombre sino por su oficio. Y el oficio es sagrado, tan sagrado como para ser pronunciado en esta atmósfera, en este mundo donde abunda la hipocresía. Además, la poesía no solo está en los libros. La encontramos más saludable en la realidad misma. En la bella silueta de una muchacha, en la tierna caricia de un niño, en el vuelo suspendido de un colibrí tratando de alimentarse, en fin. Y pensar que en algún momento este monumental poema que es la tierra desaparecerá, será borrado del espacio.

¿Qué nuevos proyectos literarios vienes desarrollando?

Como siempre, trato de vivir más que escribir. Y si por mí fuera, sería un eterno errante. Conociendo nuevas comarcas, ciudades, gentes nuevas. Hay un momento sin duda en que los poetas y todos aquellos que se denominan artistas te hastían. Y hasta los libros. Hace tiempo he perdido ese afán de devorar palabras, oraciones y todo ese rollo. Tanto así que ahora creo ser un completo inculto. Y no me avergüenza ni me hace sentir mal, desdichado. No obstante, por ahí estoy haciendo germinar un par de textos, poemas y prosa. Ya se verá que sucede.

¿Mantuviste algún contacto con el desaparecido poeta Juan Ramírez Ruiz?

Recuerdo que la última vez que lo vi fue durante el otoño del 2006. Fue a mi casa, en plena mañana. Ambos, creo, nos teníamos un gran aprecio. Y de eso, hace poco, su hermano, don José, como lo llamo, me lo hizo saber a través del móvil. Con Juan hemos compartido varios días, noches de conversación, bebiendo algunos tragos o en el más tranquilo de los casos, con un vasito de gaseosa en las manos. Pero esto último solo sucedió una vez. En otra visita que hizo a mi casa, siempre durante la mañana.

¿Cómo ves actualmente la movida cultural en Chiclayo?

No ha cambiado desde hace varios años. Es decir, siempre las mismas caras, los mismos discursos, las mismas taras y poses. De hecho, no dejan de haber conciertos de rock, recitales, presentaciones de libros o qué sé yo, pero siempre manteniendo esas características. A lo mucho, existirán un par de grupos que con las justas o medianamente activan la escena literaria. Harta, que la cultura y el arte sean parte de una elite, de un pequeño grupo. Abotaga. Y también asquea el encuentro y desencuentro de los egos. Es por esto que quizás no duran mucho los grupos. Es por esto que quizás la gente no acude al llamado de un evento. Habría que reflexionar al respecto y no solo como un asunto propio de esta ciudad sino también de otros lugares, del país entero. Sin embargo, lo más rescatable es la persistencia. Peor es que no haya nada, ni siquiera un rumor.

¿Qué nuevos poetas y narradores han aparecido en los últimos años en esta ciudad y cómo percibes sus trabajos literarios?

Es algo muy extraño lo que ocurre con la nueva promoción de poetas en esta ciudad y otras ciudades del norte. Ya llegamos al 2010 y el panorama es un tanto desolador. Hasta el momento no hay nada claro. No hay revistas y son mínimas las plaquetas editadas. No obstante, hace no muchos meses atrás, apareció el grupo literario “Signos”, los que a final del año pasado publicaron una antología grupal. Matilde Granados y Alex Cieza editaron también durante el 2007, sus respectivos poemarios. En fin, es durante el año pasado en que recién se avizoran algunas figuras. Sin embargo, habría que esperar más tiempo para determinar si realmente en estos jóvenes hay una verdadera vocación. Una integra perseverancia. En este aspecto - e incluso para nosotros - , la vida y obra de Juan Ramírez Ruiz ha sido y será una muestra definitiva y bella pese a todas las circunstancias.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Siete Libros Siete por Miguel Ildefonso


Siete Libros Siete


1. Todos Los Fuegos, El Fuego: Vedrino Lozano

En la fatuidad de estos tiempos postmodernos, en que las inmensas preguntas celestes quisieran estar respondidas con esta realidad virtual tecnológica a la que cada vez todos parecen ser absorbidos, "Fuegos Fatuos" de Vedrino Lozano, como toda auténtica poesía, irrumpe con su doble voz de quien cree todavía en la virtud de la palabra y de quien exclama su irónica travesía por esta temporada desértica en el Infierno. Hoy, como dicen los versos de Juan Ojeda, que es “el tiempo de morir/ y sobre la tierra una ausencia de dioses”; hoy, que “sabemos ciertamente/ Que el tiempo es menos real que los sueños, y chapoteamos/ con nuestras pobres voces en un tiempo perdido”, yo me pregunto: ¿cómo leer un libro de poesía de un poeta joven? ¿Cómo leer un libro de poesía de un poeta joven peruano? ¿Será que la poesía desde hace unos años está que reclama un nuevo lector? Juan Ojeda decía: “Ahora los hombres sólo hablan una lengua falsa, ¿los escuchas?/ Nada hay allí que pueda servirte, todo es como una burla/ o una insidiosa pesadilla.// Ya hemos levantado sobre los días hórridos un tiempo más puro,/ y no escuchamos sino las obcecadas voces de los desgarrados.” Con esta obcecada voz de Vedrino Lozano proveniente desde su desierto, desde sus hórridos sueños, nos hallamos con un tipo de poesía de múltiples influencias, registros, tal como va la tendencia de la poética actual. Toda la tradición de la Modernidad, desde Holderlin, desde Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, las Vanguardias del S. XX, el Futurismo, el Realismo Socialista, la poesía anglosajona, se agotó en las décadas finales del milenio pasado. Las últimas experimentaciones en base a técnicas e ideologías, que surgieron con lo mencionado anteriormente, vinieron de algunos poetas, entre ellos Domingo de Ramos (a quien Vedrino dedica un poema). En los noventa sucedió una especie de puente rodeado de ausencia, un puente que todavía no llega a su fin. “Mido con secretos pasos el tiempo./ He perdido el hedor de los años que llevo/ encadenado a esta roca.” Con estos versos se inicia este Fuegos Fatuos; la ausencia mencionada está en ese mar que se le presenta ahora: “El mar se presenta ante mí como un poema inmenso/ de lenguas y cristales/ que no navegaré.”

Desde los noventa casi no hay libro de poesía que no denuncie su precariedad, su vacío, su anhelo de expresar una palabra pura: “Busco unas palabras/ aquellas que me permitan levantarme/ o renacer del polvo”, nos dice Vedrino quien luego terminando el poema dirá: “Saltaré al vacío/ donde las palabras del oráculo no soplan”. En los setenta denunciaba esta crisis Ojeda con sus versos citados antes, quien luego lo dijo con su propia vida: oh tiempos de miseria.

En Fuegos Fatuos encuentro dos partes, que pertenecen a dos planos simbólicos de la experiencia humana. La primera es una especie de travesía por lo intemporal, por las cuestiones metafísicas y los grandes temas como el amor, la muerte, la belleza, la poesía. El lugar es un desierto interior más subjetivo e irreal. Lo que me atrapa de este conjunto es la inesperada reflexión que realiza el poeta en medio de la descripción de estados y paisajes oníricos; por ejemplo: “Amar es una herida/ que sólo la muerte puede curar.”, o los esplendentes versos: “Coge los boletos/ y carga mis maletas/ que voy a llorar/ arrinconado en una letra muda.” Esta primera parte termina con el poema Tiempo: “Los albatros que solían navegar/ entre formas luminosas/ se quedaron en lo que aún no termino por definir: el sur”; los albatros, es decir, los poetas; el sur, el poema.

La segunda parte empieza con Vuelo con la vida rota. Es un desierto exterior, con seres entrañables para Vedrino, seres reales, cercanos y literarios: “Vuelvo con la vida rota./ Volver siempre es un poco triste.” Así con este modo testimonial, dramático, inicia el poema, que da cuenta de su retorno al morir, como el mito del Eterno Retorno: “Vuelvo con la vida rota./ Vuelvo con los ojos a-dentro.” Si en la primera parte la poesía se manifestaba en una historia sin historia, en mitos fugaces como el viento de las erosiones; aquí los temas mayores son el quehacer poético, la escritura, el poeta. Para Vedrino “Escribir es una forma de olvidar”, vaya paradoja, ya que por el contrario se escribe para no olvidar. Esa búsqueda de trascendencia, de ir más allá de esta realidad, la observamos en el poema En un bar oculto entre las sombras, en el que cuenta una noche de Bukoswki en un bar del desierto: “Bukowski/ se quedó solo en un bar periférico/ cerca de la frontera/ diciendo que era el último poeta/ de una estirpe maldita/ naufragada en el mar negro”. Desierto del papel, del alma, de la época, que en la tradición se ha ido haciendo cada vez más vacía de existencia, y que de eso se trata esos desiertos de Zurita, de Montalbetti, de Frisancho, y de mi Canciones de una bar en la Frontera. Doble desierto en el caso de Vedrino, así como una doble llama, que esperamos pronto su Fuego incendie las praderas heladas de la poesía peruana.


2. Pez En La Metálica Ciudad

“Ya estás del mar aquí, flor sacudida,/ estrella revolcada, descendida/ espuma seminal de mis desvelos.”, decía Rafael Alberti al mar, aquel símbolo de lo esencial de la vida, de su principio o fin. “Padre mar, ya sabemos/ cómo te llamas, todas/ las gaviotas reparten/ tu nombre en las arenas:/ ahora, pórtate bien,/ no sacudas tus crines,/ no amenaces a nadie,/ no rompas contra el cielo/ tu bella dentadura,/ déjate por un rato/ de gloriosas historias,/ danos a cada hombre,/ a cada/ mujer y a cada niño,/ un pez grande o pequeño/ cada día.” Este otro mar, un mar paternal o patriarcal en estos versos de Pablo Neruda, que concluyen asumiendo la voz de los pescadores, una imprecación: “te obligaremos, mar,/ te obligaremos, tierra,/ a hacer milagros,/ porque en nosotros mismos,/ en la lucha,/ está el pez, está el pan,/ está el milagro.”

En “Primero sueño” de sor Juana Inés de la Cruz hallamos un mar o una mar: “El mar, no ya alterado,/ ni aún la instable mecía/ cerúlea cuna donde el sol dormía;/ y los dormidos siempre mudos peces,/ en los lechos 1amosos/ de sus obscuros senos cavernosos,/ mudos eran dos veces./ Y entre ellos la engañosa encantadora/ Almone, a los que antes/ en peces transformó simples amantes,/ transformada también vengaba ahora.” Como esta mar, femenina, así también vienen los versos de Alfonsina Storni: “Mar, yo soñaba ser como tú eres,/ Allá en las tardes que la vida mía/ Bajo las horas cálidas se abría.../ Ah, yo soñaba ser como tú eres.”

En estos cuatro casos el mar o la mar es el símbolo exterior de estancia o lecho o cuna de la vida; vemos, en "Pez" de Mariela Dreyfus, un mar uterino, una mar de gestación, una mar dadora de vida y esperanza a pesar el inminente desastre mientras se desarrolla el ser, un mar interior de creación verbal del poema y vital del ser humano. Vemos al nuevo ser que se está gestando en el líquido amniótico, aquel pez en su mar maternal, como si estuviéramos viéndolo en una ecografía fetal tridimensional, y vemos cómo se está gestando el poema, el verbo que se hace carne, o la carne que se hace verbo.

El poeta se ha representado como demiurgo, como alfarero, como poseso, el poeta se ha querido representar como un ser enfrentado al caos, o receptor de mensajes suprarreales; pero en Pez nos encontramos con el poeta o la poeta madre, que con su sangre, que con sus huesos, que con su cuerpo interior da al mundo la palabra, de aquel acto de amor, del caos hacia la luz, hilo tras hilo. Y la palabra asciende, mientras ella es alimento del poema, visión interior del ser que va abriendo la visión de una realidad aun no narrada, el ser “intuye movimiento y sonido y el urbano paisaje que le inventa al paso que se apura entre la gente”. La poeta va presintiendo el desastre mientras lleva adentro el fruto que florece, que consume, florece el fruto, en la entraña, la semilla, el polen, y se forma una estructura de huesos, así como la estructura urbanística y social de Nueva York, política, interhumano y parroquial.

La palabra encarnada en Pez, en un semiótico mar de balbuceos, nos relata la historia de un nacimiento, la voz que nace en medio del desastre, la vibración sonora que después adquiere su sentido al pronunciarse. Y allí, en el hospital, en la Matria, lo amniótico, el país del ser, líquido amniótico o Madre Manhattan, megamatriz, allí habitan los exiliados en la tierra, como en una red, multiplicados otros. Mientras se teje el ser, desde el cero, para ser uno, uno y uno con el cuerpo que la alimenta, y los miembros se alistan, y ya va a respirar, las branquias que respiren el aire del Manhattan, la tripa comunica afuera, una llamada urgente, un cuerpo aferrado a otro, en una esfera de carne, cántaro y fuente que se rompe.

Y estalla la ciudad metálica, el fuego de la colisión levanta otra gestación de muerte, es un sacrificio, dicen unos, miríadas de seres esperando la hora final en pocos segundos; pero qué hay de aquella la felicidad de dar vida, de ser vida, de dadora de vida, que se enfrenta ahora al horror en una ciudad en caos, la ciudad irreal, “Ciudad irreal/ Bajo la parda niebla de una alborada de invierno”, decía Thomas S. Eliot, en El Entierro de los Muertos, de La Tierra Baldía, dos columnas de esta enorme estructura simbólica y humana que se van cayendo.

"La ciudad metálica", como se avizora en el lente de Jorge Ochoa, es una imagen de pasión, misterio y urbe, un cordón umbilical que proyecta al nuevo ser a la ciudad donde la muerte impactará en los ojos del mundo; solo el espectáculo de la muerte se ve en esos instantes por la televisión, comercializándola, construyendo mentalidades de guerra, gestándose la guerra. En la líquida morada del nuevo ser, la mirada intrauterina, el lente por un momento deforma la imagen del ser, mientras al interior del mar el tiempo se inicia cíclicamente. En el interior de los edificios en llamas, cenizas, solo los dientes quedarán. El ser de agua se enfrenta al aire de olor chamuscado, mientras que el río o la Estigia da cuenta de las muertes, la muerte de los vivos y la muerte de los que no llegaron a nacer que angustia a la madre. La desesperación se agolpa tras el alumbramiento y la destrucción. Luz y oscuridad, cuerpo dividido en el agua volátil de la pena, musitando la poeta el conteo de vértebras y dedos. Y dentro de esa superestructura, los muertos, donde nadan fragmentos y esquirlas, donde aun el agua lucha contra el fuego, el fuego calcinando a los peces en esos edificios uterinos. Así arde la sed exenta de palabras, exento de fluidos, que consume el oxígeno que quisiera la poeta para dar voz a esas súplicas. ¿Si el río se lleva los pedazos de cuerpos, cómo volverá la vida?, se pregunta.

Ella moldea la palabra como el cuerpo amado que se ha ido tejiendo adentro, gestando una imagen que deberá ser la imagen de uno, no la imagen de afuera, la del horror. Pero la palabra y el cuerpo, nos dice, no son uno, pues sería el verbo y la carne conjugados, habría luz que disipara el caos, pero el caos es nuestra época, nuestra incertidumbre, nuestra guerra que mutila, que desmiembra.

Ella ya se ve en la camilla, en la corriente del río, se rompe el cordón del pacto, en una ciudad en humareda, pero que a pesar de ello aun se pude ver la belleza de una flor entre los escombros, la palabra cumplida, el pacto de vida, ahora afuera. El pez ha nacido, a pesar de este caos, aquel pez es su palabra encarnada, su esperanza, la esperanza de que el mundo pueda ser aun habitable, aquel mar amniótico de la vida, la memoria, la belleza, donde podamos reconocernos en la palabra, para nacer otra vez, saberse un continuo pez en el reflejo del cielo.

Es difícil aceptar la verdad, es difícil vivir con la verdad, casi siempre no es rentable. Es duro, implica mucha responsabilidad, madurez. Es difícil hablar con la verdad. Repito, es difícil cargar con los muertos, es difícil despertar un día con la verdad en la cara. Libros como Pez, lo hacen, a través de metáforas, símbolos, sí, pero no hay que hurgar mucho para ver aquí lo que puede el hombre recibir de la naturaleza, llámese divina o naturaleza simplemente, aquel don de la vida. Pero también vemos lo que el hombre es capaz de hacer. Eros y tánatos, lo llamaban antiguamente. Y una voz de mujer, de poeta o madre, en estos poemas lo denuncia, lo retrata, lo vuelve crónica, lo testimonia.


3. El Jardin De Arianna

La poesía peruana escrita por mujeres tiene ya una sólida tradición, consolidada especialmente desde la década del 80. Blanca Varela, una de las más grandes poetas hispanoamericanas actualmente, con una poesía de corte existencial, colocó en nuestra tradición un referente obligatorio al cual toda poeta habría de mirar; luego vendría la voz lacerante y femenina de Maria Emilia Cornejo, la de La Muchacha Mala de La Historia, poeta de la década del 70, e inmediatamente después, con un trabajo más profundo y vanguardista, la voz de Carmen Ollé. En la década del 80 se produjo aquello que algunos denominaron el boom de la poesía femenina o poesía escrita por mujeres. El denominador común fue el tema del erotismo o lo que se llamó “poesía del cuerpo”; sus exponentes fueron Rocio Silva Santisteban, Mariella Dreyfus, entre otras. Algo afín, con preocupaciones en el tema de la mujer fueron otras voces importantes como Giovanna Pollarolo y Patricia Alba. Pero en una vertiente más ligada a otras tradiciones, como la de la poesía del Siglo de Oro español, fue la de Rosella di Paolo. La década del 90 trajo, en sus inicios, a una poeta iconoclasta, llamada Montserrat Alvarez, con su libro "Zona Dark", que marcó un rompimiento con la temática erótica. Otras voces interesantes son las de Roxana Crisólogo con una poesía polifónica y de temática intercultural o de los migrantes, y Carolina Fernández y Victoria Guerrero y Erica Ghersi. En este nuevo milenio, están surgiendo igualmente, como en la década anterior, una variedad de registros dentro de la poesía femenina. La poesía de Cecilia Podestá, Romy Sordomez, Andrea Cabel y Alessandra Tenorio, Denisse Vega, van mostrando un interesante trabajo que habrá que contar en el futuro, a las que se suma recientemente Arianna Castaneda con "El Jardín de los Amables Espinos", publicado por la editorial El Santo Oficio.

Como muchos primeros libros de poesía de un autor, encontramos una voz que busca hallarse en un territorio no solo físico sino dentro del imaginario de la literatura. Es decir, si por un lado nos hallamos en ese jardín que nos hace sentir la presencia de un hogar y una vida cotidiana en el que desfilan una serie de personajes anónimos, también nos remite a algunos autores mencionados o aludidos como Georg Tralk, Cesare Pavese y Luis Hernández Camarero, poetas suicidas y de escritura del estilo, como diría Luchito Hernández, “directo y suave”. Arianna Castañeda extrema este estilo hasta convertir su escritura, a veces, en una forma minimalista o fotográfica como son la serie de poemas titulados Polaroid. Por ejemplo veamos este poema: Polaroid 0.11: “Un perro de caza/ afila su cola/ y espera/ la mirada/ fija/ en el cuervo/ o en el violín/ a que pasen/ las horas/ y ya no sienta/ sino/ que no queda/ nada/ bajo sus patas.” Estilo que más bien se adhiere, aunque más extático, como una elevación mística nihilista casi en despegue, a la poesía de Blanca Varela y, también a Rosella di Paolo. Es decir, la presencia de la poesía japonesa, del hayku, de la poesía zen, de la poesía italiana, de la poesía mística del Siglo de Oro, de la antipoesía, y de la poesía irónica y pop de Luis Hernández. Un estilo donde la poeta se oculta aparentemente en una objetividad, en una mirada fría, desapasionada, en la palabra directa e inteligentemente irónica.

En "El Jardín de los Amables Espinos" habitan una serie de animales y seres humanos en un mismo rango o categoría. La vegetación igualmente, y el clima. Todos somos víctimas del tiempo. Y todos habemos de convivir con reglas, con costumbres, con ritos, con instintos, escabulléndonos de la muerte a veces, otras veces aceptándola. Dice en el poema ¿Por qué mueren los árboles?: “me alimento/ durante la estancia/ con brea caliente/ que luego secó/ y crecí en el jardín/ de los amables espino.” Quizá este sutil oxímoron del amable espino resuma el efecto de esta poética que nos revela los contornos y los vacíos de una vida concreta, real, cercana, y que vemos todos los días, pero que no vemos en realidad. Algo que nos recuerda a la poesía de Emily Dickinson, es el detallado catálogo de imágenes y metáforas, nacidas de una profunda observación de la naturaleza, con una imaginación juguetona y un pensamiento ingenioso. Observemos este poema de Dickinson:

EN MI JARDÍN AVANZA UN PÁJARO
En mi jardín avanza un pájaro
sobre una rueda con rayos -
de música persistente
como un molino vagabundo-
jamás se demora
sobre la rosa madura -
prueba sin posarse
elogia al partir,
cuando probó todos los sabores -
su cabriolé mágico
va a remolinear en lontananzas -
entonces me acerco a mi perro,
y los dos nos preguntamos
si nuestra visión fue real -
o si habríamos soñado el jardín
y esas curiosidades -
¡pero él, por ser más lógico,
señala a mis torpes ojos -
las vibrantes flores!
¡Sutil respuesta!

Quizás esta lectura a la poeta norteamericana resulta ser un homenaje a todos los jardines poéticos del mundo. Más que un acercamiento a la poesía en sí de Castañeda. A diferencia de Dickinson, que se aproxima a una poesía mística y visionaria, la poesía de Castañeda está más ligada a lo terrenal y sus avatares cotidianos, situados en una realidad desacralizada, sin embargo, no exenta de elevaciones líricas. Lo que las liga es también el imaginario del mundo cercano e íntimo como es el del hogar. A diferencia de la poesía épica o total de su coetáneo Walt Whitman, Dickinson practicaba el tono menor. La voz de Arianna Castañeda se nos presenta, entonces, como una nueva y muy interesante vertiente clara y directa en el nuevo espectro poético, es quizás la voz más lírica.


4. Las Dos Caras De Eva

Bachelard hablaba de los elementos, y entre ellos, del agua. Bajo sus mil formas, el agua da motivos a la imaginación para dejar allí su sustancia privilegiada, el agua es, lo cito: “una sustancia activa que determina la unidad y la jerarquía de la expresión.” Y se presenta, en palabras de Eva Velásquez: “como una ola azulada/ agitada por el aire/ acariciada por él/ hasta llegar a la orilla”. El agua siempre encuentra una orilla, la orilla en que se juntan los elementos, movidos por aquel eros alado del que nos habla la poeta sobre todo en la cuarta y última sección de su "Oleaje".

La poesía, que es expresión, y aventura ensimismada mediante la palabra, encuentra en el agua el elemento más cercano a su no-ser en su inquieta ansia de ser. “Estoy buscando/ la hora en que apareces/ como nube de viento”, dice la poeta que se despoja de su persona en el poema Destino, que abre el libro, para, con este rito inciático, aceptar el otro destino del arte de la poesía, porque solo desnudo o desnuda se debe sumergirse en la palabra, en la senda de la ilusión, hasta llegar al fondo. Y es que el agua, como la poesía, siempre está en movimiento, el movimiento que crean en conjunto todos los elementos y el eros: “como los colores/ de las armonías vírgenes/ que besan a Dios”, dice la poeta chimbotana en este poema inicial de este su primer poemario.

La poesía comunica, el agua mezcla. La poesía no dice nada o, en todo caso, le habla a ese dios que conocemos sólo por las interrogantes graves de la vida, por las inmensas preguntas celestes. El agua, en cambio, es fuente de vida, es anárquica, no tiene preguntas, dudas, siempre es, aunque sea nube o pantano, aunque no sea nada. “Despierto entre brumas extraviadas/ en un pantano oculto en mi conciencia”, dice la voz extraviada de la poeta, que va tomando conciencia de esa otra voz que es la de su poesía, de su aventura de vivir, que es la aventura de exilio y del absurdo de una búsqueda en donde se sabe que el final está en el mismo principio.

Decía Bachelard que en Edgar Allan Poe el elemento agua es un agua pesada, más profunda, más muerta, más adormecida que todas las otras aguas dormidas, que todas las aguas muertas, que todas las aguas profundas que encontramos en la naturaleza. En este Oleaje el agua es todo lo contrario. La poesía y la ensoñación de Eva transcurren desde el aire, en forma de nubes, o por desiertos sin sombras, y van cayendo, en ríos, como El Santa, o en calles húmedas como Quilca. Es agua de sol, de necesidad de transparencia, de cierta búsqueda de inocencia divina; es por eso que dice del amor en su poema Hostia: “puro fértil sediento de lluvia/ consagrado a la gloria/ de la primera vez”.

También, la poesía de Eva Velásquez, es agua que hurga en las imágenes oníricas y en las del fuego interno de la pasión: “salada/ viscosa/ engomada/ de un sexo/ abierto”. He aquí, atención, las dos caras que menciono en el título que le he puesto a esta presentación. El eros de la naturaleza que se trasciende en su fin, en su orilla. El eros que corre en el agua, que conduce al agua en su aparente desvarío. Son las dos caras de la hoja que cubre el sexo o la palabra prohibida. Y es aquí cuando Eva muerde el fruto prohibido y suelta la lengua. Pecado es nombrar las cosas que dios no quiso dar nombre, ese pecado es la poesía. Y la poesía es el reencuentro con el paraíso perdido.

Siguiendo con Bachelard: el agua imaginaria realiza el ideal de una ensoñación creadora porque posee lo que podríamos llamar el absoluto del reflejo: “la mariposa vuela hacia las olas/ corre sus ondas/ abre sus alas/ moja su rostro/ tímido/ helado/ no admirado”, así empieza el poema Mariposa, perteneciente a la segunda sección. El reflejo, luego, invierte el tono de su belleza, lo embellece, vuelve perfecto a la imperfecta mariposa. Ese reflejo del mar de Chimbote escrito en los versos de Eva, que es todo el poemario, nos remite a un territorio íntimo, en el que se dice que más real es el reflejo que lo que es la historia de una ciudad, o sea, que su realidad misma. Y es porque la poesía es el imperio de la subjetividad que invade a la vigilia, el agua en su joven limpidez en el que las palabras cobran nueva vida. “Con maquillaje etéreo/ devuelve una sonrisa/ por siempre”, así termina Girasol, otro poema de esta sección.

Contemplar el agua es derramarse, disolverse, morir, continua Bachelard. La ensoñación cerca del agua nos reencuentra con nuestros muertos, y muere, también ella, como un universo sumergido. La poesía es, entonces, además, y por si fuera poco, ese universo que nos señala el amor, donde está perenne la memoria, el atardecer en La Punta, la noche de marzo, el río acrisolado del padre, la casa del 2 de Junio.

Bachelard señala además que el sueño le da al agua el sentido de la patria más lejana, de una patria celeste. Chimbote es, en los poemas que componen el Oleaje, aquella patria lejana, al que se vuelve con el sueño, el ensueño o la poesía. Eva dice: “caminó y corrió/ buscando una utopía/ que despierte sus jardines de grandeza/ retornó llevando/ una ciudad/ humedecida/ apasionada/ por el olor de la fortuna/ que existía en un cristal/ de mar y acero.”

Este reencuentro con la esencia de las cosas, con el origen de las palabras, con la ciudad lejana, es este mar de Chimbote a través de la poesía de Eva Velásquez, a través de una sola orilla entre las hojas que componen este libro lleno de pecados, de sueños y memorias.

Y parafraseando a Olga Orozco al dedicarle un poema a Pizarnik, se le podría decir a Eva: “Pero otra vez te digo, ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto: en el fondo de todo jardín hay un jardín. Ahí está tu jardín, Eva. Talita cumi.”


5. Zona Nerópolis

Desde su primer libro de poemas publicado en Lima en 1991, "Zona Dark", Montserrat Alvarez mostró una voz madura, ¿qué significa esto más allá de un cliché que se suele otorgar al joven poeta prometedor? Significó en Montserrat aportar a la poesía peruana una obra coherente y novedosa en muchos aspectos. Si bien su registro estilístico recogía de nuestra tradición el simbolismo y la ironía antiburguesa de un Antonio Cisneros, y el coloquialismo y el universo pop a lo Luis Hernández, y la postura inconoclasta del malditismo del ochenta, por citar algunos rasgos cercanos y conocidos, el aporte mayor consistió en su visión descarnadamente individualista de poeta, que ha procesado aquella escisión entre el artista y su sociedad que se venía desgastando en una retórica que se hablaba a sí misma si es que no se creía asumir una voz colectiva. Muchos de los paradigmas que encumbraron grandes obras de arte dejaron de serlo por completo a fines de la década anterior a la del 90, y es desde allí, desde esa “Zona” oscura de donde salió esta nueva voz para denunciar su fin, pero también su apuesta por algo nuevo.
Muchos de aquellos rasgos que hallamos en su primer libro siguen vigente en su posterior trabajo, lo cual demuestra aquella madurez de sus inicios, que se caracterizaba además por una voz segura y desafiante, capaz de enfrentarse a discursos hegemónicos - a idiosincrasias estúpidas, como la hipocresía moral imperante -, producto de una reflexión acerca de lo que es la poesía, lo que es la historia de la poesía, lo que es el hombre y la época, el contexto siempre violento y las cuestiones metafísicas por las cuales ha seguido su derrotero con más profundidad. Montserrat fue consciente desde un principio que para ser poeta hay que saber pisar tierra, hay que saber tomar una postura, posicionarse en el mundo.
Para entrar a los poemas de la presente antología y a aquellos rasgos que los caracterizan, vale destacar dos aspectos que vienen enriquecidos por la formación filosófica de la poeta, la cuestión reflexiva sobre lo metafísico (en cuanto a los temas sobre lo estético, la belleza, el bien, la ética) y la mirada crítica de la sociedad de su tiempo. En la antigüedad poesía y filosofía, o filosofía y poesía, iban de la mano, y es Platón quien establece una idea antagónica del arte, del artista y de la realidad. Su enfoque tiene que ver con su teoría de las ideas: “Una flor bonita, por ejemplo, es una copia o imitación de las ideas universales de flor y belleza. La flor física es una reproducción de la realidad, es decir, de las ideas. Un cuadro de la flor es, por lo tanto, una reproducción secundaria de la realidad. Esto también significa que el artista es una reproducción de segundo orden del conocimiento y, en realidad, la crítica frecuente de Platón hacia los artistas era que carecían de un conocimiento verdadero de lo que estaban haciendo. La creación artística, observó, parecía tener sus raíces en una inspirada locura.” Platón expulsó a los poetas de la polis, de su República. Sin embargo, Platón logró una poderosa fuerza lirico-poética en sus obras, y en aquella tradición han seguido filósofos como Pascal o Nietzsche. Desde el lado de los poetas solo mencionaré al poeta maldito y simbolista francés Charles Baudelaire. Sus aportes al campo filosófico son muchos y ahondar sería extenderse, pero sí vale mencionar algunos, como el descubrimiento de materias vedadas en el arte como la ciudad, la bohemia y el hastío, temas hasta entonces silenciados, lo que le valió la censura académica. Baudelaire cambió el concepto de belleza o, en todo caso, demostró que lo feo tenía relación con la estética.
Si para los románticos la belleza era tomada de la naturaleza, para Baudelaire el arte supera a la naturaleza porque en él "queda transformada por la imaginación donde es corregida, embellecida, refundida". Mientras el romanticismo exaltaba la naturaleza salvaje, Baudelaire habla en ocasiones de elementos de la naturaleza sólo como imágenes y símbolos de otro tipo de realidades de tipo espiritual.
El primer poeta de la modernidad, como llama Octavio Paz a Baudelaire, se inspira en la ciudad, sus habitantes anónimos, sus miserias humanas, sus placeres, sus sueños. La ciudad es la zona de encuentro entre la multitud y la soledad. Dice: "Quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio de una atareada multitud".
Si bien encontramos estos rasgos en mucha de la poesía moderna, llámese Poemas Humanos o Habitación en Roma, para mencionar a dos obras cercanas y conocidas, en Montserrat encontramos a una poeta profundamente metafísica y moral como Baudelaire, pero a diferencia del francés los poemas de Montserrat buscan el diálogo entre los seres, y este rasgo va a ir creciendo en su obra como se puede ver en la presente antología. A diferencia de Baudelaire la poeta se acerca a sus personajes, y, aunque de manera desafiante, propicia una reciprocidad; no busca el anonimato como el poeta de las calles de Paris, sino busca proclamar su verdad. La superación de aquel decadentismo francés significa que el poeta ahora es el objeto de sí mismo, sin quitar su postura superior ante esa multitud y sin dejar de ver a sus observados o perseguidos un Otro.
Otra afinidad con el poeta de Las Flores del Mal o Spleen en Paris, y aparte también del culto por lo nocturno, es su relación con lo demoníaco. Para Baudelaire la belleza es desgraciada (decrépita, celda, infierno, prostíbulo) y el mejor ejemplo es Satán. El poeta es un sujeto dividido entre Satanás y Dios. Las cortesanas y bandidos proporcionan placer aunque el profano ordinario no los sepa apreciar. De esa mezcla se experimenta al mismo tiempo tanto lo sublime y como lo sórdido. Unir el amor y el mal, por tanto, es lo que chocaba a la moral burguesa.
Montserrat se reconoce en esa tradición como en el poema Alta Suciedad: “Sé que carezco de principios/ y que frecuento abismos/ mientras vosotros yacéis/ en limpios, decentes lechos,/ entre lujosas sábanas, con la conciencia recta”.
La ironía está presente como arma para desenmascarar a los otros y a sí mismo. “Todo hombre bueno genera _ oh paradoja _/ precisamente aquello que quiere destruir/ las más bajas pasiones, el odio más siniestro.” Desde este primer poema de la presente antología, titulada Paradoja, la poeta establece un reto al lector para que sepa encaminarse en un mundo de falsas realidades o erróneas interpretaciones, como en este poema en el que el hombre se reconoce como su propio enemigo. En Vegetación Miraflorina y Circe apunta su crítica a la falsa belleza y a las mezquindades de la vida burguesa del cual la poeta se siente muy aparte, “somos los desterrados/ de la vida”, dice en Metamorfosis, aquel poema donde “Gregorio Samsa se despertó y vio que sus /manos/ ya no eran de carne y hueso sino precarios recortes/ de papel”. Si el hombre bueno es también el destructor de lo bueno es que todos somos culpables, “de nada me quejo: en este mundo/ jamás hubo una víctima: solo existen culpables”, dicen los primeros versos de Monólogo de Marilyn Monroe Antes de Suicidarse.
Ars Poética de Zona Dark, antalogado en el presente libro, nos resume su propuesta. Una poesía directa, que usa lo necesario en cuanto a imágenes, metáforas y símbolos para revelarnos un mundo más verdadero, más soportable y lúcido. “La poesía debe ser como el amor”, nos dice a pesar de la aparente frialdad de sus versos. “Que haga daño y muerda/ sin llegar a romper/ ni a romperse”, o sea, con una carga de ilusión que permita el proseguir o el perfeccionar la realidad como decía Baudelaire. Pero luego va su ruptura: “a veces la poesía debe llegar más lejos que el amor/ y más lejos que todo/ y romper cosas”, es decir trascender, romper hasta sus propios esquemas. Esto nos trae otra vez la paradoja de que así como el hombre bueno genera aquello que quiere destruir, el poema también guarda en sí las armas de su propia destrucción, que subliminalmente podríamos llamar su anhelo de trascendencia.
En el poema Tomates Tomates… de Cuatro Poemas y un Manuscrito, de 1993, encontramos que el camino de la materialidad y el de la espiritualidad no son necesariamente opuestos: “De verdes anhelos está llena mi alma”, nos dice. El cuerpo es espíritu y viceversa.

(Nota Final: En un primer tiempo, "alma" significaba "soplo vital"; después significaba "imagen en los Hades", un tipo de menor existencia. De acuerdo con el orfismo, significaba "demonio". A partir de Sócrates, el "alma" se ha convertido en nuestra propia personalidad: nos identificamos con nuestra alma. Según Sócrates, podemos subdividir el bien y el mal en tres categorías: a) del alma, b) del cuerpo y c) del externo. El cuerpo es herramienta y cárcel para el alma. Dinero, por ejemplo, es un bien externo. A veces, Sócrates (y Platón) parece rechazar el bien para el cuerpo, el bien material, prefiriendo el bien para el alma; pero, a veces, parece que acepte ambos. A Sócrates, por ejemplo, le gustaba el vino. Esta ambigüedad entre los bienes para el cuerpo y para el alma puede ser explicada diciendo que todo tipo de bienes es bueno hasta que éstos no se contrasten: la búsqueda del placer físico se convierte en mal cuando lo situamos antes del placer intelectual. Esto vale también para las relaciones entre el cuerpo y el alma. Sócrates y Platón no odian al cuerpo: lo aprecian, porque trabaja para el alma.)


6. El Árbol De La Memoria

El árbol ha tenido una importancia fundamental en la religión y la mitología desde los albores de la humanidad. Para los celtas, la encina era sagrada. El fresno era un árbol mágico para los escandinavos. Los pueblos germanos veneraban el tilo. En la India sagrado era la higuera, llamado ficus religiosa, lo mismo que la palmera lo era entre los hebreos y los árabes. Los chinos veneraban a tres: el bambú, el ciruelo y el pino. Y es que el grado máximo de armonía viviente es vegetal antes que animal. La copa del árbol aspira al cielo, y sus raíces sujetan el infierno, mientras que el tronco viene a ser la tierra, el puente entre esos dos mundos. El árbol, por tanto, es el articulador de estos estratos o niveles, el modelo más acabado de síntesis orgánica. Y por esta capacidad para unir los tres mundos: subterráneo, terrestre y celeste, el árbol se constituye también como eje, axis mundi.

El árbol como viviente modelo cosmogónico es de los símbolos más antiguos y ello porque como decía Bachelard: “El árbol es un nido en cuanto un gran soñador se esconde en él”. La cualidad de aquel “gran soñador” es la de la sublimación pura, sublimación pura que nos vuelve al origen mismo del ser a partir de la nada, a esos tiempos míticos en que los árboles eran dioses, cuando áureo florecía el árbol de la gracia. Esa sublimación, a su vez, es el origen de la alegría más pura, la alegría de encontrarnos en un mundo con sentido, maravilloso y encantado. La categoría áurica del árbol en todas las culturas ha representado a la inmortalidad. Y aquella otra, la de la gracia, nos remite al gratuito y sobrenatural don que se vislumbra en el cristianismo con la figura del árbol del bien y del mal. Este árbol es símbolo de la vida, del espíritu y del paraíso edénico.

"El Arbol" de Reinhard Huamán Mori está más cercano a este árbol primigenio, el panteísta de las estaciones y ciclos solares, que al introspectivo y abstracto Arbol adentro de Octavio Paz, que es símbolo o metáfora del pensamiento; el árbol de la razón poética, pero razón al fin y al cabo: “en la noche del cuerpo./ Allá adentro, en mi frente,/ el árbol habla./ Acércate, ¿Lo oyes?”, dice el poeta.

Tampoco es el que indaga en el ser, a través de la mitología, impulsado por la fuerza irracional y fluctuante de Eros y Thanatos, donde es importante la presencia del yo poético, tal como el Arbol de Diana de Alejandra Pizarnik. Aquí la figura de la cazadora Diana ayuda al yo lírico a enfrentar a las fuerzas que amenazan la integridad de su ser, ella es deidad dadora de luz y bendiciones, pero también de muerte y perdición. No es el árbol que estamos presentando poética angustia y la salvación existenciales.

Nos hallamos, entonces, en el viaje de la contemplación a través de la memoria, en un imaginario donde el asombro poético va más allá de lo racional e irracional. Para la liberalización de su ser, el poeta reinventa un árbol, es decir reinventa un mito, ¿qué es sino la poesía en estos tiempos de miseria? Aquel “Y/ sin embargo” con que inicia el libro, es la afirmación de una ausencia, el vestigio de una antigua batalla eternamente inconclusa del hombre: la batalla del tiempo. Como primera travesía la palabra nos remite a un illo tempore, de “dinastías que se entierran/ en ciudades” y “ciudadelas que se pierden en rescates”, con la finalidad de restituir “el don primero de las cosas”: aquellas esencias fundamentales “donde brota el cedro sin semilla/ la historia/ su anatema”.

Para Charles Baudelaire la imaginación creadora empieza descomponiendo y deformando y luego recompone las imágenes de acuerdo con sus propias leyes. Es así que entramos a las edades del árbol, a esas “lejanías que nos brotan/ con el ritmo reposado del/ otoño”, en la “mocedad del hierro”. El poeta recoje la “la huella de una imagen/ reflejada en otra imagen”, hasta alcanzar una edad inicial en que “aún los gajos no eran/ bosques”, cuando el “Árbol” se levantaba con “una encrucijada”. La poesía busca recobrar aquel tiempo en que el hombre y su entorno eran uno, cuando no existía lo “artificial”, antes de su caída.

Señalaba Walter Benjamín que detrás de la construcción de la historia que hacen los grupos dominantes tenemos las ruinas, los documentos de cultura según la mirada del vencedor. Decía el filósofo: “jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie”. Con la caída de las hojas del árbol empezaron “sus primeras migraciones”, “el mutismo”, “las sucesiones”. Aquí es cuando empieza la caída, cuando dios expulsó a Adán y a Eva, cuando echó al hombre del paraíso, de la eternidad de la inocencia, inventándole el tiempo. Nos dice el poeta: “entonces nos cubríamos/ la espalda/ con la mesura de sus/ hojas”. Entonces esa caída brotó el conocimiento: “de las escamas de la/ tierra/ nos brotaban sus eternas semejanzas”. Las estaciones van y vuelven: “en las grietas de/ su rostro/ y en las curvas de su lomo/ se nos parecía un tronco fuerte/ se nos parecía un/ tallo hermoso”.

Este peregrinaje hacia la memoria humana y su relación con la naturaleza primigenia, no es una nostalgia por un mundo ideal, sino la búsqueda de la totalidad perdida, el anhelo de recobrar la unidad del ser. Esta plenitud de vida es árbol en movimiento, “origen y destino de una/ breve danza”. Nada puede detener sus eternos ciclos: “quién pudiera detener/ su cuerpo entero/ y la fuerza de su/ trompa”. El árbol divino entre “ofrendas/ cantos/ y presagios”, pero también, como ya se dijo, en su condición de axis mundi, es lo más terrenal: “la tierra gira/ y/ muda de corteza/ y en el Árbol/ apenas el sonido/ —sus despojos”. El árbol, en la mirada poética, crece boca arriba y boca abajo porque es símbolo de plenitud humana y cósmica, en un movimiento eterno de retorno, en donde vida, muerte y resurrección no solo son plasmaciones de las estaciones humanas, sino el movimiento perpetuo de una pasión elevada para que el esplendor del amor, de la vida, pervivan a través de todas las épocas. “de sus pelos verdes/ cuelgan frutos”, dice el poeta, pero el esplendor también retrata la decadencia, pues es condición para que se anuncie una nueva época dorada. Esa es la metáfora y la lección de El árbol de Reinhard Huamán Mori, la de la esperanza de que volvamos a reencontrarnos con nuestras esencias divinas.


7. Mi Cuerpo Es Una Celda

Cinéfilo, cinépata, cinéfago, cinesífilitico, son palabras que expresan una sola pasión que es la del amor al cine, aquello que ha hecho que el escritor chileno Alberto Fuguet sea el director y el montajista de esa “Autobiografía”, "Mi cuerpo es una celda", del escritor, crítico de cine, cortometrajista y dramaturgo colombiano Andrés Caicedo, nacido en Cali en 1951 y muerto en 1977.

La otra razón, no menos imperiosa, para que Fuguet realizara este documental en palabras escritas con las palabras de Caicedo, incluido tres bonus tracks, es que lo considera “el primer enemigo de Macondo”. Andrés Caicedo fue uno de los primeros o el primero en hacer narrativa urbana en Colombia, y esto en pleno apogeo del boom y de las Ursulas Iguarán y las Remedios la Bella, con García Márquez a la cabeza.

Yo sospecho que Fuguet no cree en mitos ni leyendas. El mito o la leyenda Caicedo no fue una razón para que el director y montajista de esta “Autobiografía” haya ido hasta Cali, a hurgar en cartas, diarios a medio terminar, libretas, cuadernos argollados, críticas de cine, artículos de prensa, dejados, inéditos o publicados, para la posteridad por este disciplinado suicida que fue Andrés Caicedo.

Al leer, al avanzar cronológicamente, "Mi cuerpo es una celda", uno ve al joven fan de los Rolling Stone, al prolífico escritor, al cinéfilo, al hijo, al hermano, al amante frustrado, al insomne, al desesperado (con “esa enfermedad mortal” que decía Kierkegaard, esa “enfermedad del yo”, ese “morir eternamente”, “morir sin poder morir”), y también vemos al aventurero; en otras palabras: al ser humano, tan solo y solo Andrés Caicedo, vulnerable y genio, en su doble celda: la de su cuerpo y la de la ciudad de Cali. Con esa circular C que es del Cuerpo, de Cali, de Celda y de Caicedo. Una ganzúa que le punzaba, que no le permitió en vida abrir la puerta de esta celda para ser libre por fin. Fuguet, con este libro, ha sido consecuente con esa libertad que anhelaba Caicedo, ha dejado que Caicedo sea él.

Aparte de un gran escritor precoz, vemos a un intelectual lucido, que, consciente de su genialidad, supo que con sus textos podía asegurar el camino para que esa libertad transite sin contemplaciones, sin voltear atrás, hasta traspasar las barreras de Calicalabozo. Por eso los cuidó y guardó celosamente. Y desde aquel 4 de marzo de 1977 (el mismo año en que el poeta peruano Luis Hernández también perennizaba su juventud arrojándose a unos rieles en Buenos Aires), libre ya de los conflictos con su padre, los rechazos de todo tipo, vemos a un Caicedo íntegro, que no necesitó hacer un pacto con diablo como Mick Jagger para mantenerse siempre joven; sino que, mediante un pacto con las palabras, aseguró su juventud más allá de esa infinita celda en el que estamos todos en este momento, y que es la vida.

Son esas palabras las que ha puesto como protagonista Fuguet en "Mi cuerpo es una celda". Palabras descarnadas de alguien que lo vio todo muy pronto, con demasiada sensibilidad, con desesperada soledad. Vemos documentalmente cómo el dolor va invadiendo al cuerpo, mediante insomnios, mediante incomprensiones, mediante unas ganas terribles de vivir en el arte. Pienso en El zorro de arriba y el zorro de abajo de Arguedas, o en Carta al padre de Kafka, o en el libro de Sartre sobre Flaubert, o en Antes que anochezca de Arenas.

“Soy un hombre melancólico”, se definió, y aquel melancólico vivió en una ciudad “ramera”. Caicedo quería salir de ese “infierno”, que ese infierno alguna vez abra la puerta a los “desesperados”. Y aunque intentó ubicarse en los Estados Unidos, igualmente el infierno estaba allí: “Sí, Rosarito, estoy tratando de salir de la maraña de mi fantasía: siempre buscando la manera de estar en alguna parte en calma. ¿Hasta dónde tiene que buscar un hombre? Digo, para sentirse que está donde pertenece.” Volvió a Cali, y al tiempo escribió: “Esta ciudad me aprisiona e intenta destruirme (…) Pero no puede durar, esta situación no puede durar más. Me iré de aquí o me encerraré o encontraré el camino del arco iris, como dicen, pero tengo que hallar la forma para que cese este dolor.”

Ese dolor cesó, como ya se dijo, el 4 de marzo de 1977, y ahora Andrés Caicedo vive aquí, en sus relatos, en sus cartas que dejó para que las leamos todos, y viven sus historias (con Angelita, Miguel Angel, Miriam, Ricardo González…), y viven sus proyectos inconclusos, y vive su cariño, su cine club, su Ojo al cine. El dolor ya no vive en él. El dolor es una mala película en blanco y negro, el dolor es un corto tan corto, y la libertad de Caicedo es un film que nunca acabará.

viernes, 19 de diciembre de 2008

VEGUITA: "HOMBRE DE LIBROS Y POLILLAS" por PACO MORENO


Jorge Vega, quizá el único librero "delivery" que adorna Lima, sigue en la utopía de ofrecernos libros-luz con la ilusión de que las palabras sabias de los textos nos hagan mejores personas, conciliados con el arte y la vida. “Sólo una montaña de libros salvará al Perú”, dice.

Entro en el bar Croata del centro de Lima y Veguita está ahí, solo, en una mesa de cuatro, acompañado de una elegante copa de pisco y unos libros clásicos. La noche de este martes está a punto de disfrazarse de madrugada de miércoles. Mi búsqueda infructuosa de la semana ha terminado.

–Don Jorge, por fin lo encuentro.
– ¿Acaso me había perdido?
–Claro que no. Ocurre que quiero hacerle una entrevista.
–Con qué perversas intenciones.
–Bueno, como para que sus amigos lo recuerden.
– ¿Acaso me han olvidado?
–…

Quedan pocos clientes en el "Croata". Desde la mezanine saltan algunas voces mareadas; cerca de aquí, unos jóvenes discuten ante unas botellas de vino vacías; afuera la noche tontea en espera de la madrugada, un grito que se apaga, un claxon que perturba.

Emilio, cuasi dueño del "Croata" que a estas horas hace también de mozo, está apurado por irse. Tomo asiento y me dan ganas de tomarme el pisco de Vega, pero pido una cerveza.

–Ya estamos cerrando– grita Emilio, con el ceño fruncido. Imaginen a Miguelito Barraza enojado. Entonces, Veguita lo mira con una de esas caras que abren todas las puertas.

– ¿Helada o sin helar?– pregunta Emilio.

Veguita espera mis preguntas, atento como si esperara una pelota de tenis en la cancha opuesta, como si se preparara para lanzarme respuestas ingeniosas. Me mira con esos ojos claros, se arregla sus cabellos canos, y unas arrugas pecosas se mueven en su frente. Me quedo callado. Él bebe su pisco; yo tomo mi cerveza. Busco mis apuntes.

–He leído por ahí que le han inventado un epitafio….
–"Comerán los gusanos, lo que dejaron las polillas".
–Pero hay otro…
–Ah, es un tanto filosófico: "He despertado de una horrible pesadilla: la vida".

Más que bohemio

Siempre alejado de una vida común (tibio-gris), Veguita “ha logrado lo que no han logrando los escritores peruanos. Vivir de sus libros”. Es un bohemio militante, amante de la vida y la cultura. Lima debería hacerle una estatua; sin embargo, él ya es una estatua, una vida (plena, cálida, feliz). Veguita, librero acuático (no exitoso, ni famoso), sino prestigioso.

Veguita, hombre culto, que cultiva el humor y las palabras con una dedicación de monje. Veguita, el aliado de los aliados de los libros. Veguita, el que no tiene clientes, sino grandes amigos. Bohemio, amigable y curioso, Veguita sigue en lo suyo, buscándole el libro preciso al amigo preciso, como para intentar cambiarle la vida.

La bella utopía de Veguita consiste en vivir creyendo que sólo una montaña de libros salvará al Perú. Se ha ganado el sobrenombre de “Sobaco Ilustrado” por su afán de llevar libros a las redacciones de diarios y revistas a cambio de ideas y algunos billetes que suele arrugar en su bolsillo.

“Lucho contra la TV y la Internet que le están quitando a la gente la facultad de expresarse con las palabras, cada día usan menos vocablos”, dice.

– ¿Cree que la Internet terminará con los libros?
–Imagino que la tecnología nos regalará un programa donde podamos ver libros completos en la pantalla, quizá con los mismos diseños y hasta con polillas. Sin embargo, jamás podrán lograr el placer que da leer un libro impreso.

Fue un periodista cansable. Hacia 1952, en el diario Última Hora, escribía con una pereza increíble. Sólo una carilla diaria, es decir, como 20 líneas en Word y sólo sobre tenis, natación y algunas cositas más (sobre deportes blancos, que le dice). “Fui el periodista más conchudo de la tierra, flojísimo, y por eso y otras cosas cierto día decidieron sacarme. Ese día fue el día más feliz de mi vida”.

– ¿Es verdad que el trabajo no lo quiere?
–No sé. Pero a mí me encanta el trabajo; por eso, me pasaría horas y horas viendo como lo hacen.
–Después de Última Hora entró en “El Peruano”.
–Sí, de corrector. Mi tragedia es haber corregido en El Peruano y no haber corregido al Perú.

Borges, “el maldito”

Entre los libros sobre la mesa hay uno de Jorge Luis Borges, de pasta gruesa y amarilla: Nueva antología personal (Club Bruguera). Es curioso. No existe periodista, escritor o lector que sea bueno y que no admire a Borges. Veguita sí que admira a Borges.

Veguita empieza a hablar sobre el autor de esa maravilla que es “Historia Universal de la Infamia”, como quien habla del amigo de la cuadra. “Borges es una mezcla de talento, inteligencia y maldad. Ha escrito cosas geniales". Escucha: "Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso el catálogo de catálogos; ahora que mis ojos no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono donde nací”. Escucho a Veguita, asombrado por su memoria prodigiosa y lanzo:

–Siempre lo acusaron de poseer buena memoria.
–No creas, ahora tengo el mal del Alzheimer…me voy olvidando de las deudas.

Quiero hacerle más preguntas y me interrumpe porque quiere seguir hablando de Borges y uno imagina en qué cosas pensaba Vega cuando era el periodista más flojo de la redacción de Última Hora. “Borges ha escrito quizá el texto sobre el amor más hermoso del mundo: Y yo que he sido tantos hombres / no he sido aquél en cuyos brazos / desfallecías”, recita.

Emilio, Miguelito Barraza del Croata, escucha atento la conversación. Se le ha olvidado que tenía que cerrar. Veguita le pide otra copa de pisco y Miguelito, digo, Emilio, accede de buena gana.

–De dónde le viene ese humor tan especial.
–Seguro que de mi padre. Él fue, además de ingenioso, un gran pisquero. Por esas cuestiones de la vida, cuando tomaba whisky siempre exigía: “pásame una copa de pisco para enjuagarme la boca”. En el barrio, cuando veían a mi padre, decían: Ahí sale el señor y después de unas horas; decían: ahí traen al señor.

Las mujeres de vida

Dicen que para cultivar el humor, no el chiste ni la broma, hay que poseer cultura y haber leído libros. Los chistosos se han quedado en el chiste y Carlos Álvarez, en el chiste del pollo. El humor es un trabajo de la inteligencia que no pretende arrancar una carcajada sino una elegante sonrisa, es un regalo que te hace pensar y decir qué cosas tan bellas se pueden hacer con las palabras, con el ingenio. El humor de Vega es contagiante y gracias a este talento tiene una gran colección de amigos ilustres. No mencionemos a los vivos porque ya imaginamos quienes son. Recordemos a los que se fueron. Menciono a un poeta.

–Ah, el poeta Juan Gonzalo Rose, gran amigo mío. Él sí era poeta de verdad, no como otros que son…. (censura)
– ¿Fue el periodista Mario Campos quien decía que usted es un hombre de libros y polillas?
–Sí, fue ese gordo maravilloso. Es que yo, en alguna etapa de mi vida, en la juventud, era un asiduo enamorador y visitante constante de aquellas chicas que te alegran la vida a cambio de lo que me faltaba por esos tiempos. Ay, las polillas.
– ¿Quién es la mujer que le ha hecho perder la cabeza?
–Pese a que soy ateo, algunas mujeres me han llevado al infierno. Me han quemado.– ¿No cree usted en Dios?
–Yo no creo en él y él tampoco cree en mí. Cierto día tuve una discusión airada con un amigo creyente. Fue una discusión fuerte. Recuerdo que yo le dije: No puedo creer en alguien que haya creado alguien como tú.
–Volvamos a Mario Campos.
–Cierto día llegó Mario Campos y me dijo: “mi vida pende de un hilo, compadre”. Córtalo, pues, le contesté. Campos fue un gran tipo, lo recuerdo mucho cuando decía: espero que nunca mueras, pero sí sufras mucho.
– ¿Se arrepiente de algo que hizo en estos más de 70 años de vida?
–De qué me voy a arrepentir. No me arrepiento de nada. Ni siquiera de lo que no hice.

Siempre el mar

La rutina de Veguita (antes era putina, aclara) consiste en faltar casi nunca a la playa de La Herradura, antiguo refugio de la pituquería limeña. Una reportera de TV le preguntó hace poco: ¿Por qué le gusta tanto el mar? “Es que es más elegante estar en el mar que estar en el trabajo”, respondió.

Ahora, tarde de miércoles, lo tenemos frente al mar, haciendo sus rituales para ir hacia él.

“Entrar al mar es como si volviésemos, al principio, al líquido uterino en el cual se nada nueve meses”. Veguita conoce al mar más que a la palma de sus manos… Se coloca unos tampones al oído, mira al sol, busca su espacio y se mete al agua como quien entrara a su casa.

Otrora militante de la Juventud Comunista, gran lector sobre todo de los clásicos, enamorador de mujeres y enamorado de la vida y sus pasiones, elegante de la cultura del país, Veguita siempre estará ahí cada vez que uno necesita conversar con un amigo. Veguita de tanto leer es ya un libro grandioso.

Craso humor (SOBRE ALÁN GARCÍA)

“A decir de sus artículos sobre El perro del hortelano, es el primer caballo que ladra. Lo considero como un edema de la vanidad. Tiene un ego que perjudica al país. Es un Haya de la Torre sin inteligencia, una clonación imperfecta de Víctor Raúl”.

19/12/2008

Tomado de:
http://www.diariolaprimeraperu.com/