Foto: Gustavo Scatena / IMAGEM PAULISTA.
CAUSA. Vallejo donó la dotación del premio Rómulo Gallegos
a una institución que atiende a gatos y perros callejeros.
Foto: EFE.
“EL ARTE DE LA FURIA”
Por: Jorge Fernández Díaz
Director de adncultura
Entre todos los escritores extranjeros que llegarán a Buenos Aires para la nueva e inminente edición de la Feria del Libro hay uno al menos que promete mover un poco la estantería y provocar, como siempre, celebraciones, risas y repudios. No se esperan grandes efusiones de pólvora mediática del novelista Alessandro Baricco ni del historiador François Dosse. Tampoco del exquisito narrador Enrique Vila-Matas, ni del poeta español Antonio Gamoneda ni del autor de thrillers John Katzenbach. Aunque nunca se sabe. Pero de lo que sí hay certeza, por supuesto, es de que Fernando Vallejo pasará como un vendaval y dejará su huella.
Su reconocido carácter escandalizador no le quita méritos a este extraordinario escritor colombiano, hijo de un político conservador, que nació en Medellín y se interesó con igual ímpetu por la gramática, la biología, la música clásica, el cine experimental y la literatura. Vallejo es a las letras latinoamericanas lo que Céline fue a las europeas. Un cronista de la devastación, según lo definió hace poco un crítico español. Un prosista violento, veloz, soez, oral, deliberadamente imperfecto. Alguien que, como el autor de Viaje al fin de la noche, rompe la formalidad como quien rompe el vidrio que separa al narrador de su lector, al actor de su público, para mostrar visceralmente el dulce horror de la vida.
Y en muchos casos, se trató casi literalmente de su propia vida: El río del tiempo es una monumental obra autobiográfica dividida en cinco libros. Es posible que Vallejo quede en la historia de la literatura sólo por ese intento, aunque se hizo famoso en todo el mundo por La Virgen de los sicarios , y por El desbarrancadero , con el que ganó el Premio Rómulo Gallegos. Su intención confesa es "fastidiar a los que se crean biempensantes" y darles títulos impublicables a los periodistas. Aunque recientemente, mientras argumentaba que el Papa era un pobre diablo y que Darwin era un impostor, mostraba su vulnerabilidad: "Les tengo más miedo a los entrevistadores que llegan a mi casa con papel y lápiz que a los sicarios de Medellín".
Algo de esa cortesía vulnerable detrás de la ferocidad descubrió nuestro redactor Leonardo Tarifeño, que conoció a Vallejo hace muchos años en México, en una mesa de amigos, sin saber que ya era una celebridad. Luego lo visitó en su casa de la calle Ámsterdam de la colonia Condesa y resultó exactamente igual: "Él se divertía cuando me preguntaba cosas a mí y parecía incomodarse cuando lo interrogaba -cuenta Tarifeño-. Ningún otro autor de todos los que conocí en 25 años de profesión me pareció tan auténtico y honesto".
Luego escritor y periodista se encontraron en la Fiesta Literaria de Paraty, en Brasil. Tarifeño, que en esta edición traza un retrato sobre sus impresiones directas, recuerda la ocasión en que Hugo Chávez se incendió de ira. Fue cuando Vallejo dijo: "Yo no soy partidario de darles trabajo a los demás porque después dicen que uno los explota. Y me pongo siempre, por predisposición natural, del lado del patrón y no de los trabajadores. ¡Ay, los trabajadores! Viendo a todas horas fútbol por televisión, sentados en sus traseros estos haraganes. ¡Que les dé trabajo el gobierno o sus madres! O la revolución, que es tan buena para eso. Y si no vean a Cuba. Allí todo el mundo trabaja. ¡Pero con las cuerdas vocales!".
El dinero que obtuvo por ese premio lo donó a una sociedad protectora de perros.
jdiaz@lanacion.com.ar
03/04/2010
Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura
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