NOTICIAS DEL BIEN PERDIDO EN LA NOVELA LA ISLA DE FUSHIA (1), DE LA ESCRITORA
PERUANA IRMA DEL ÁGUILA
Por: Mario Wong
Para Ing B. K.
y Ana María del Aguila
La isla
de Fushía como toda novela moderna o, mejor, « postmoderne», es una
novela transgénero, que se despliega como una investigación, e incluye -además
de las referencias literarias, transficcionales, provenientes de La casa verde (2), novela de Mario
Vargas Llosa y de su ensayo Historia
secreta de una novela- informaciones
diversas que provienen de otras ramas del saber como la geografía, la
cartografía, la etnología, la historia, la economía política (sobre el valor de
cambio y El capital, de K. Marx (3) , etc., etc.; de enciclopedias y
noticias de diarios (ejemplos, la de la corta guerra con el Ecuador, por el
« Falso Paquisha » y, otra, la del « Baguazo », el
operativo policial de desalojo, en la Curva del Diablo, durante el 2° gobierno
de Alan García, en el que según los informes habrían muerto unas treinta
personas entre civiles y militares) o, bien, de revistas científicas, como
sobre la cattleya rex, el tipo de
orquídea que cultivaba Fushía. Pero, es la ficción misma, la transficcionalidad
(4) narrativa la que tiene, lo veremos seguido, un peso nada desdeñable; toda
la información se convierten en materiales ficcionales en la búsqueda de la
isla y en el saber de la vida del cauchero Juán Fushía, quien es uno de los
personajes de la novela citada de M. V. Ll.
Constato, casi
al finalizar mi lectura de la Isla de
Fushía (y aquí comenzó la reseña de esta novela, que se convirtió en un
ensayo), que la búsqueda de la « isla perdida » -¿la « isla del
Paraíso » de Juán Fushia?, peruano, de origen japonés, « patrón
fuerte », cauchero, en la selva peruana
de los años del boom del
látex-, se convierte en la búsqueda del
« bien perdido » (5), de la infancia de Christina del Águila,
periodista, alter-ego de la narradora, quien emprende ese « viaje hacia el
pasado », después de 30 años. La melancolía, por el bien perdido (como si
se tratase de una obsesión, con las ausencias y cambios que no puede dejar de
percibir), trasunta las páginas de esta novela. Cito: « … Lejos estaba la
escena de una tarde soleada en Moyobamba, cuando la abuela del Águila le dijo
al oído: Ahí vienen los gentiles y Cristina, entonces una pequeña venida de la
capital, abría los ojos como platos, extrañada ante la presencia de las
criaturas venidas de otro mundo y recelosa por las tetas de la mujer que
colgaban al aire. »(6)
¿Se trataría de
lo que podríamos llamar un « recuerdo fantasmático » (que permitiría
percibir el punto en que se produjo la escisión entre consciente y
insconciente; más allá o más acá de la infinita repetición de la scène infantile -según S. Freud-, de la
aparición indestructible del fantasma del deseo)?Esto es, de una suerte de
reminiscencia alterada por la imaginación (y sobre todo por el paso del tiempo
que la espuela), que habrían marcado las « vivencias del presente »
de Cristina, y su búsqueda de la isla de Fushía; recuerdo este que reaparece,
casi obsesivamente, a lo largo de la novela. Así, el presente (7) surgiría, súbitamente, se revelaría como eso que
nosotros no hemos podido vivir ni pensar; « hay cosas que no recuerdo y,
sin embargo, es el recuerdo más grande »(8).
1.- Realidad,
memoria, verdad y ficción (la « verdad de las mentiras»-M. V. Ll.)
Contar la
historia de la búsqueda de la isla de Fushía, plantea a la narradora el
problema de la memoria, de la verdad y de la ficción; todo esto intimamente
vinculado con la realidad, con lo que ocurrió, con lo que fue. Cito:
« Cristina calibró las palabras, con desconfianza y franca decepción: ¿Un hombre tranquilo? En un medio tan
agreste como la selva de los años cincuenta, que con frecuencia se volvía
territorio hostil y donde campeaba una abierta impunidad, hombre tranquilo adquiría un sentido extraño, inesperado. Tal
vez, por contraste, quería dar a entender que Fushía era un señor distinto de
otros caucheros de la selva, que marcaba cierta distancia con personajes como
Manuel del Águila, contemporaneo suyo, tratante de jebe en Santa María de
Nieva, ¿Manuel del Águila? Sí, Jaime recordaba…» (9).
El terreno de lo
que es experiencia viva, recuerdo e imaginación es fluctuante a lo largo de
esta novela; esa es la relación que la narradora tiene con lo narrado. La
realidad sobre la existencia de la isla de Fushía es incierta, oscilante y
discontinua. ¿Existió, realmente, la isla en el Alto del río Santiago, donde
Fushía retenía a las mujeres aborígenes para explotarlas y… ? Cito:
« …; la isla seguía siendo un punto sin referencias geográficas precisas.
Mantenía una realidad incierta, casi fantasmagórica. Y siguió siéndolo para
Vargas Llosa: en La casa verde no es
posible encontrar señas precisas del paisaje isleño, ninguna alusión que
pudiera servir de orientación concluyente. La novela da cuenta, eso sí, de las
fatigas de Fushía y Lalita, su mujer iquiteña, por alcanzar la isla bien
guarecida en la agreste selva:
…después siguieron, Santiago arriba,
deteniéndose a dormir y a comer en poblados huambisas de dos, tres familias. Y
una semana más tarde abandonaron el río y durante horas navegaron por un caño
estrecho donde no entraba el sol y tan bajo que sus cabezas tocaban el bosque.
Salieron y él, Lalita, la isla, el mejor sitio que existe, entre el monte y los
pantanos… »(10).
2.- Historia
de la crueldad: Distopía y transficcionalidad en La isla de Fushía
La
transficcionalización, pienso, es lo que ha permitido a la autora estructurar
esta novela; son remarcables, en el recurso de este « procedimiento », el
capítulo 7, donde se nos dice que Jaime Nunes -antiguo residente y docente de
Nieva-, « tuvo tratos con un amplio repertorio de personalidades locales
que serían el esbozo de los personajes de La
casa verde. Tuvo de vecinos a esos patrones
fuertes asentados en Nieva, empezando por Julio Reátegui (en la novela,
gobernador de Nieva y lascivo admirador de Lalita, la mujer mestiza de Fushía),
que tenía gente nativa en el Alto Marañón, no lejos de la localidad de Imaza,
que extraía y acopiaba jebe para él. Reátegui luego vendía el cargamento en
Nieva al témible Manuel del Águila. También frecuentó al juez Alfonso Bensús
(Arévalo Benzas, su alter ego en la novela), quien habría dado la orden a los
militares de supliciar en la plaza de armas a Jum, el cacique aguaruna… »
(11).
… y también el capítulo 44, donde Nieves
confronta a Lalita con el hecho de que Fushía poseía, sexualmente, a las
nativas: « Las jóvenes de la isla eran sus mujeres y también sus peones de
labranza. Pero se trataba de sirvientas indígenas antes que de concubinas; vale
decir que el acto sexual era una obligación para las míseras concubinas.
-Su mujer soy yo sola -dijo Lalita-.
Las otras son sirvientas.
-Diga lo que diga, yo sé que eso le duele
-dijo Nieves-. No tendría alma si no le doliera que le meta otras mujeres en su
casa.» (12).
Desde el
comienzo hasta el fin de la novela se
recurre a citaciones (provenientes de los capítulos de La casa verde que tratan de la selva y hay también más de una
referencia al ensayo de M. V. Ll., Historia
secreta de una novela). Pero en si, la transficcionalización -como
intervención sobre la diégesis (sobre la historia ficcional misma; ver la nota
4, a pie de página), como veremos en la última parte de este ensayo- se aplica,
sobre todo, en el último viaje, de
Fushía; y, también, las partes de esta novela que nos relatan la obsesión de
Fushía por las nativas púberes (13) y el cultivo y fecundación de sus orquídeas
(de l’attirance, proustriana, de las
flores y los insectos; Ob. Cit, Cap 35,
p. 137).
« …
Despabilada repasó las palabras de Jaime, carabina,
hija, lo más preciado, una a una, en su crudo valor comercial. En la selva
convulsa de entonces, una mujer y, por añadidura, indígena era un bien bastante
devaluado en la tasación general de bienes. Valía algo menos que una cristiana
y todavía menos que una escopeta de retrocarga.
-Mil soles por una muchacha nos es de
cristianos cuerdos -dijo Aquilino-. Es el precio de un motor, Fushía. »
(14).
La novela
también da cuenta del recorrido de vida de otro « patrón fuerte »
cauchero, Manuel del Águila,
contemporáneo de Fushía, un tipo de estatura impresionante; quien, látigo en
mano, se caracterizaba por sus métodos crueles, en el sometimiento y
explotación de los indígenas, para la extracción del jebe; torturaba a las
nativas amarrándolas a un árbol, en su chacra, para que las hormigas tangaranas
picasen sus cuerpos (15). Terminó su vida suicidándose; tomó Baygon y se arrojó
a las aguas del río Nieva. (16).
La periodista
Cristina del Águila continúa su investigación sobre la existencia de la isla y
Fushía; preguntaba a la gente por una isla que escondía un harem de niñas
y adolescentes recluidas como esclavas sexuales, y solían responderle: No hay; porque ellos solo veían
« un islote habitado por servidumbre femenina que sudaba en la
chacra,… » Constataba que: « Eran los mismos hechos pero diferentes
las miradas. » (17).
… Y cuando al
Inca Garcilaso (y aquí vuelvo a la nota 5, a pie de página, sobre la referencia
de la narradora a los Comentarios…),
sus parientes quechuas, señalándole las « manchas oscuras en el
firmamento » -reflexiona Cristina-, no supo verlas: « …en forma de
una llama de cuello larguísimo, un sapo que anunciaba la llegada de las lluvias
en el mes de septiembre, una serpiente, un zorro. Nada. El muchacho se
esforzaba, afinaba la vista, pero no, solo alcanzaba a ver las estrellas
luminosas, la Cruz del Sur, Orión, Escorpio, Centauro, la bóveda celeste traída
por los conquistadores españoles. Avergonzado ante su familia indígena,
confesaría en sus crónicas: Y no las supe
ver, por no saberlas imaginar. » (18).
3.- Melancolía
por el bien perdido (en la última etapa de destrucción del capitalismo
globalizado) y el último viaje de
Fushía (de una infame isla a otra para morir)
Ha pasado el
tiempo, más de 30 años -desde cuando Cristina, que era una niña vio a los gentiles, y su abuela la reprendió por
bajar al río-, lo « que en la selva era como decir un milenio ». Los
jóvenes, entre los que se encuentran nombres de aborígenes (Ampam, Shawit,
Chamik, Tsejem…) viven bajo el sobreestímulo de las imágenes de las mass medias, pero estas cesan, en algún
momento, y ellos « se quedaban inapelablemente solos con la realidad
desnuda, acompañados por un silencio de tedio. » (19).
Cito el inicio
del siguiente capítulo, ya que tiene que ver con la nostalgia (en el discurso del pasado de los colonos de la
Amazonía): «… No le extrañaba que el pasado o la narración que se hacía
del pasado poblado de nativos y colonos no
pegara en esos jóvenes indígenas y mestizos, que pasaban sin mirar. Ahí vienen los gentíles, le decía la
abuela del Águila, muchos años atrás. Y no era para menos. Si algo quedaba del
relato que los colonos amazónicos hacían de su
pasado era la nostalgia por la época del boom
del caucho, el oro negro y su
epítome, la saga de Fitzcarraldo, en el retrato cinematográfico de Herzog, con
Klaus Kinski abriendo vías de acceso en la selva agreste,… » (20).
Más la melancolía por el « bien
perdido », invade a la periodista mirando el río Nieva y su paisaje selvático; cito in extensius: « Cristina echó una
larga mirada al río Nieva. La corriente seguía descargando, arrastrando gajos y
hojarasca. La mujer que fue niña contemplaba el ancho culebreo del río. Se
quedó lela, hipnotizada por el lejano recuerdo de sí misma, asombrada ante el
incesante movimiento de las aguas, cuando se precipitó al barranco para
comprobar por sí misma de donde había salido el indígena, el gentil como lo llamaba la abuela del
Águila, vestido solo con… »
Descendiendo por
el embarcadero de Nieva, ella le da la espalda a la voz que salía de su
infancia, y « que la llamaba con tono aprensivo: Ten cuidado, hijita. Caminó sola por los tablones asentados en el
fango; dominaba con la vista el paisaje selvático. Su paisaje selvático y de
nadie más, se dijo a sí misma, y esa certeza la dejó en un estado de languidez
semejante al que déjà una pérdida muy sentida ocurrida a temprana edad y que
aflora con un detalle irrelevante, inesperado, casi por descuido. » (21). Pero
una fuerza se impone en ella, que la lleva a juntar determinación para
continuar su ruta.
Es la presencia
fantasmática de una casucha que flotaba sobre el Amazonas, lo que le hizo créer
a Fushía, que estaba regresando a la ciudad de Nauta, que se localiza en la
confluencia del río Marañón con el Ucayali; la fiebre que le produce la
enfermedad que lo aqueja, la viruela negra, y la ansiedad creciente por el
derioro físico contribuyeron a eso: « La fiebre lo había llevado al
despiste, sin duda, y también a una ansiedad creciente por el deterioro físico
de su cuerpo. Fushía abrió los ojos, parpadeó, y en ese instante efímero,
cuando finas agujas penetraban por el iris, le pasó por la cabeza que podría
estar regresando a la ciudad de Nauta. Pero eso era imposible. Su embarcación
ya viajaba por el caudaloso Amazonas. Atrás había quedado el Marañon, que
en… » (22).
En ese estado de
larga agonía, la omniciencia psíquica gobierna el universo transficcional, de
la narración en tercera persona (23). Poseído por la fiebre y el delirio,
Fushía en su último viaje de su agitada vida, va de una infame isla a otra, en
su agonía, hasta encontrarse con la muerte en la ciudad de Iquitos, capital del
Dpto. De Loreto. Cito: « Sí, Iquitos era otra infame isla interponiéndose
en el agitado cauce de su vida. Su pecho se agitaba, emitiendo ronquidos
esporádicos. En la selva resultaba imposible eludir las islas sembradas en las
vaguadas infinitas de los ríos. Al final de sus días recalaba en esa otra: la
corriente lo arrojaba nuevamente a una circunscripción terrestre. Y - ¿por qué
no?- en otro paisaje. ¿Por qué siempre una isla?, rezongaba inútilmente. Tal
vez en la costa hubiese sido distinto, una isla en el mar salado que no se
acaba. Pero, ay, se desencató en el acto, el oleaje traicionero terminaría
arrastrando los objetos inanimados, maderos, sogillas, cáscaras, cadáveres
también, y varándolos al fin, exponiéndolos inertes en la orilla. Alejarse de
una isla para venir a morirse en esta otra; meneo la cabeza a un lado,
intentando eludir su destino. Sudaba y jadeaba, respirando con dificultad el
aire denso y… »(24). Y este su último viaje es como un « viaje
chamánico », con la tierra estremeciéndose, fisurándose (como si de las
escenas del film de Glauber Rocha, « Dios y el diablo en la tierra del
sol » se tratasen); la « isla de Fushía » no era más, en esa
suerte de revelación agónica -él hundido en un catre de paja, invadido de voces
extrañas, de mujeres en desbandada y cantos corales de monos…-, que la cabeza
de un alfiler, en la inmensidad de la selva, que contenía sólo una parte de la
memoria de esa historia de la infamia. Me pregunto, para concluir, si Iquitos,
siendo otra infame isla, podría desaparecer, también, como la isla de Fushía,
devorada por la selva amazónica (25).
París-Montmartre,
17 de febrero del 2017.
Mario Wong, escritor peruano.
Notas:
(1) Irma del
Águila, La isla de Fushía, Alfaguara,
Lima, 2017.
(2) Mario Vargas
Llosa, La casa Verde, Seix Barral,
Barcelona, 1993 (1a Ed. 1983; para su ensayo Historia secreta de una novela, ver: Obras Completas. Narrativa y novelas (1957-1967), tomo I, Galaxia
Gutenberg, Ed. del autor, Barcelona, 2004, Apéndice, p. 955-998).
(3) Sobre el
sistema de explotación del látex, impuesto por los « patrones
fuertes » en la Amazonía, cito: « Los patrones eran los mágicos
artífices del fetichismo de la mercancía del capital. El secreto de la
acumulación del valor de cambio era un prodigio que operaba ante los ojos de
los iletrados trabajadores indígenas, produciéndoles una vivísima impresión. El
evento no estaba directamente asociado a la abstracta acumulación del excedente
producido por la fuerza de trabajo asalariada y que, en palabras del viejo
Marx, era el misterio oculto del capital. En la selva, la magia brotaba como la
maleza después de la roza, siempre endémica. » (Ob. Cit., Cap. 28, p.
102).
(4) Según
Richard de Saint-Gelais «…la transfictionalité ne consiste jamais à intervenir
sur un texte initial, bien évidemment inchangé, mais sur sa diégèse,
c’est-à-dire au bout du compte sur la reconstitution que les lecteurs en font,
ou consentent à effectuer sur la base d’une continuation, d’une rectification,
d’une version décalée ou même transgresive.» (Ver R. Saint-Gelais, Fictions transfuges. La transfictionalité et
ses enjeux, Mesnil sur L’Entrée (Eure), Éds du Seuil, 2011, p. 70. Y sobre les enjeux de la transficcionalidad, con
respecto a la novela de Agatha Christy, The
murder of Roger Ackroyd, p. 522-532; también leer: Pierre Bayard, Qui a tue Roger Ackroyd?, París, Éds. Minuit,
Coll. «Paradoxe», 1998).
(5) Ver, del
psicoanálista Max Hernandez, Memoria del
bien perdido. Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega;
la narradora cita Los Comentarios reales del Inca, al final
del cap. 45. Cito: « La mente de la periodista recaló en una lectura del
colegio, Los Comentarios reales del
Inca Garcilaso de la Vega. El joven mestizo no podía reconocer las estrellas
negras de sus parientes maternos, descendientes de los… » (Ob. Cit., p.
154).
(6) Irma del
Águila, Ob. Cit. , Cap. 46, p. 159-160.
(7) El poeta
francés Paul Valéry sostenía que « nous entrons dans l’avenir à
reculons », y el filósofo italiano Enzo Melandri (varias décadas después),
quien se reclama de « l’archéologie foucauldienne », sobre el
conocimiento del pasado, retomando a Nieztsche, plantea una « regresión
dionisica »: « … pour comprendre le passé, nous devrions pareillement
le remonter à reculons» (E. Melandri,
la linea e il circolo. Studio
logico-filosofico sull’analogía, Macerata, Quodlibet, 2004 (1re
éd. 1968), p. 67). A propósito de todo esto, que tiene que ver con la
« tempête de l’histoire », Giorgio Agamben escribe, cito in extensius: “L’image d’une avancée
dans le temps qui tourne le dos au but, se trouve , comme en lo sait, chez
Benjamin, à qui la citation de Valéry devait être familière. Dans la IX thèse,
l’ange de la histoire, dont les ailes se sont empêtrées dans la tempête du
progrès, avance vers l’avenir à réculons*.
La regression « dionysiaque » de Melandri est l’image inverse et complémentaire
de l’ange benjaminien. Si celui-ci avance vers l’avenir en tenant les yeux
fixés sur le passé, l’ange de Melandri recule dans le passé en regardant vers
l’avenir. Ils avancent tous deux vers quelque chose qu’ils ne peuvent pas voir
ni connaître. Ce but invisible des deux images du processus historique est le
présent. Il apparaît au point où leur regard se rencontrent, quand un futur
atteint dans le passé et un passé atteint dans le futur coïncident durant un
instant. » (G. Agamben, Signature
rerum. Sur la méthode, Librairie philosophique J. Vrin, Paris, 2008, p.
114).
(8) « Ce
souvenir qui ne se souvient de rien est le souvenir le plus fort. » (Dino
Campana). D. Campana es, quizás -según Agamben, quien lo cita de uno de sus
cuadernos sobre Nietzsche y el eterno retorno-, el más grande poeta italiano
del siglo XX (Ver «L’image immémoriale », in: Image et mémoire. Écrits
sur l’image, la danse et le cinéma, Desclée de Brouwner Éds., Paris, 2004,
p. 110).
(9) Irma del Águila, Ob. Cit., Cap. 7, p. 34.
(10) Ob. Cit., Cap. 3, p. 18.
(11) Ob. Cit., p. 35.
(12) Ob. Cit.,
p. 153; la cita en itálicas continúa.
(13) Sobre el
delirio que le produce, a Fushía, el descubrimiento de la
« niña-mujer », al entrar su embarcación en la quebrada Potro:
« … Es eso, al final, nada más
importa, pensaba, al contacto con la preciosa prenda oculta; inhaló
profundamente. Eso, la vagina tierna, limpia, sin vellos; sí
pues, mantuvo el cigarrillo entre los dedos contemplando su epifanía, una
humareda de pétalos lisos y de un blanco acendrado, fruncidos en los labios del
sexo de la indígena, como un encaje finísimo de hilos de algodón. Volvió a
colocar el pitillo humedo entre los dientes. Para el hombre, la piel lampiña
era la desnudez plena; el brote del deseo germinaba en el delicado capullo y
luego en una orquídea en flor. Cultivador de huerto, sopesaba el valor de lo
efímero de una primera floración. » (Ob. Cit., Cap. 33, p. 120; en el
inicio del siguiente capítulo, sobre esa
atracción de Fushía, figura la cita, en italicas, de la novela de M. V. Ll.).
(14) Ob. Cit.,
Cap. 22, p. 78; la frase en itálica proviene de La casa verde.
(15) Ob. Cit.,
Cap. 7, p. 34.
(16) Ver el Cap.
48, p. 167 y, también, los Caps. Continuos.
(17) Ob. Cit.,
Cap. 44, p. 154.
(18) Idem.
(19) Ob. Cit., Cap. 46, p. 160-161.
(20) Ob. Cit., Cap. 47, p. 163.
(21) Ob. Cit., Cap. 51, p. 173-174.
(22) Ob. Cit., Cap. 39, p. 137.
(23) « …
L’omni-science psychique n’est pas un type ni un mode, ni un moyen ni une
technique narrative, mais constitue la norme structurelle fondamentale qui
gouverne l’univers de la fiction à la troisième persone tout en étant
logiquement exclue de tous les autres domaines discursifs. » (Ver Dorrit
Cohn, Le propre de la fiction, Éd. Du
Seuil, Paris, 2001, p. 45 y siguientes; ella sigue en esto a Kate Hamburger y
Ann Banfield).
(24) I. del
Águila, Ob. Cit., Cap. 53, p. 182-183.
(25) « Y
cada año el cerco de la selva se iba cerrando sobre el poblado flanqueado en el
este por la margen izquierda del Amazonas; en el oeste, por las tierras
cenagosas y las aguas de los ríos afluentes, el Nanay y el Iraya, que
discurrían en dirección este, líneas que culebreaban la urbe selvática, la una
por arriba y la otra por debajo, y cerraban el perímetro natural desembocando
en el gran río, allá por las inmediaciones del puerto de Masusa y el barrio de
Belén, respectivamente. Tierra inestable de charcos y sedimentos, colchón de
purma y fango, llanura aluvial, una existencia suspendida en la precariedad
extrema, más allá de la cual solo quedaba la basta selva inundable. »
(Irma del Águila, Ob. Cit., Cap. 53, p. 181) Es este párrafo sobre
« el destino insular » de Fushía, en estado agónico, el que me ha
llevado a formular dicha pregunta; ese « Fushía agónico », transficcional,
de Irma del Águila está completamente vivo, hasta su deceso (p. 183). En los
capítulos finales, la novela alcanza, sin ninguna duda, una alta intensidad
poética (para el escritor barcelonés Enrique Vila-Matas, la poesía es uno de
los componentes, quizás el más importante, menciona cinco, de una buena novela
del nuevo siglo; ver Perder teorías,
Seix Barral-Únicos, Barcelona, 2010). Así, la poesía permite buscar y
descubrir, revelar lo que hay oculto detrás de la realidad aparente de las
cosas.