sábado, 25 de enero de 2014

viernes, 24 de enero de 2014

SOBRE “COSMIGONÍA” POR JOSÉ MARÍA ZÁRATE.




“SOBRE COSMIGONÍA”

Por: José María Zárate
Crítico, ensayista y poeta

Y si en alguna de las artes llega a expresarse una visión del mundo, es en la poesía.
                                                                                                      La esencia de la filosofía.
                                                                                                                  Guillermo Dilthey.

     Los intelectuales (los filósofos y poetas) a lo largo de la historia han postulado numerosas concepciones sobre el origen y la naturaleza del cosmos. Así, por ejemplo, Heráclito de Éfeso expresó: “Este mundo, el mismo para todos los seres, no fue creado por hombres ni por dioses, sino que fue, es y será fuego siempre vivo…”. Y Parménides de Elea, por su parte, en Sobre la naturaleza, declaró: “Hay que decir y pensar que el Ser existe, ya que es a Él a quien corresponde la existencia…”. Y Hesíodo, por su lado, en su Teogonía, cantó que: “En primer lugar existió, realmente, el Caos. Luego Gea, de ancho pecho, sede siempre firme de todos los inmortales que ocupan la cima del nevado Olimpo…, y Eros…”. Y, finalmente, recordemos que Lucrecio en su De rerum natura o De la naturaleza de las cosas, versificó lo siguiente: “A nuestros raciocinios ya volvamos: / estriba, pues, toda naturaleza, / en dos principios: cuerpos y vacío…”. Vemos pues, que la filosofía y la poesía, desde sus propias perspectivas, han explicado, imaginado o descrito, al mundo y  la realidad.

     Ahora bien, es menester subrayar que la poesía, aún hoy en día, continúa – y continuará- elaborando diversas interpretaciones sobre el Ser (o realidad). En este aspecto, la poesía sigue conservando su misma audacia – y versatilidad- de siempre. Y prueba de ello es el poemario Cosmigonía, de Jaime Donatp. En efecto: el vate, en su libro, emprende la intrépida empresa de plasmar una nueva visión del Ser (lo cual siempre resulta ser una tarea difícil y compleja). Cosmigonía, asimismo, se propone excavar en las profundidades de la existencia - a través de un lenguaje de corte vanguardista-. O dicho en otros términos: aborda la relación hombre-universo. Por consiguiente, esta publicación es un viaje hacia las regiones de lo metafísico y material. Sin embargo, debemos precisar que este es un viaje selectivo, puesto que sólo se centra en determinadas categorías.

     Salta a la vista que el autor dibuja a un cosmos, básicamente, umbrío, agobiante e inflexible. Este cosmos, en esencia, es opresor y desconcertante. Este mundo se funda – y se sostiene- en un orden o sistema injusto e ilegítimo. Este cosmos, por tales motivos, es fuente de zozobras y malestares permanentes. Esta visión, al parecer, se inspira en la corriente filosófica del existencialismo. De ahí que Donatp escriba en un lugar de su trabajo: “sólo la náusea podrá detenerme para no escapar del/ momento en que llego a lo absoluto”. La categoría náusea, como es sabido, es un término existencialista por excelencia. Esto no debe olvidar el lector. Ahora bien, urge señalar que Jaime Donatp rechaza categóricamente el orden arbitrario de este universo. El bardo rechaza la ilegalidad e injusticia de este sistema, sistema que habría sido impuesto de manera unilateral y tiránica por fuerzas supraterrenales. Por tal motivo, el poeta considera que este orden infame debe ser derribado, anulado y reemplazado, a fin de que se instaure un sistema realmente justo – y aceptado por todos-.

     Prosigamos: la categoría ciudad es la primera piedra – o palabra- sobre la que se construye Cosmigonía. El autor, por tanto, no cae en abstracciones. La urbe, aquí,  personifica a la sociedad o al conjunto de los hombres. En consecuencia, aquí tratamos del hombre urbano. Ahora bien, se advierte que esta metrópoli, desgraciadamente, ha sido secuestrada por el poder del sistema (u orden cósmico) imperante. Este sistema, lamentablemente, se ha apoderado de la sociedad. Este orden nocivo se asemeja a la atmósfera contaminada, cuyo aire insano corroe al habitante metropolitano. Por eso mismo no sorprende que el poeta declare en un texto: “saber la ciudad. conocer los márgenes de la niebla./ pensar en la ubicuidad de la horadante imagen…/ silencio y que se haga silencio. las aves emigran en/ dirección opuesta al sol. mantienen la esperanza de/ poder hallar eternamente la noche”. Repárese en que la metrópoli, aquí, se confunde con la niebla, el silencio y la noche. Obsérvese que las aves, acá, avanzan con dirección opuesta a la gran luz (el sol), ya que, sorprendentemente, prefieren habitar en la región de la nocturnidad. El anochecer, por ende, ha pasado a ocupar el lugar central. Se hace evidente que las cosas marchan al revés en este cosmos. Lo irracional, entonces, se convierte en racional. El logistikós (lo racional), acá, es arrollado y desbaratado por el alógistos (lo irracional). En este cosmos anómalo acaecen hechos que jamás ocurrirían en un cosmos normal.

     Continuemos: Y en otro poema del libro que comentamos, resaltan estas líneas: “manifestarse adepto a la noche y/ a la plateada oquedad que nos ilumina. / quedarse suspendido y agitar los brazos en la/ búsqueda de nuestro puñal/ para adelantarnos a la gran muerte/ y acelerar el paso de la estación”. Estas imágenes, a todas luces, son trágicas. De lo leído se desprende que este mundo ilegítimo ejerce una influencia negativa en los entes, puesto que la oscuridad los impulsa a realizar acciones descabelladas. De allí que señaláramos que este universo se caracteriza por su irracionalismo.  

     Detengámonos, ahora, en estos reveladores versos: “nada más horrendo que calificar todo como un simple/ pasatiempo. como una pluma que vuela sin sonido y/ sin sentido por albedrío del viento:/ envidiable transporte”. Estamos ante una denuncia fundamental, denuncia que pone en el tapete el gravísimo problema de la banalización extrema de las cosas. El trovador, con razón, alza su voz de protesta ante esta dramática situación (producida por la sociedad que retrata). Donatp cree, acertadamente, que la existencia, ante todo, es trascendencia. Por eso apuesta por un orden en donde prime lo trascendente, mas no, lo intrascendente. Esto es una apología de la humanidad y de su obra civilizadora. Nótese que el mundo dibujado – y criticado- por el autor se asemeja mucho, en este aspecto, a nuestro mundo postmoderno. En ese sentido, debemos de estar muy alertas frente a los peligros que este fenómeno sociocultural trae consigo.   

     Por otro lado, diremos que el hombre urbano de Cosmigonía cree en la consciencia. La consciencia es la base sobre la cual se apoya, y sobre la cual se proyecta. Él cree en sí mismo, pese a las dificultades de su entorno. Este habitante, bajo ningún concepto, quiere convertirse en víctima de las circunstancias. Al contrario: él pretende dominarlas y someterlas, aun cuando ello resulte una tarea sobremanera dificultosa. De esto se concluye que la persona, pese a todo, es el meollo de este universo.

     Por último, deseo hacer hincapié en este punto: es cierto que el cosmos que describe Cosmigonía es un lugar complicado. Sin embargo, no debe olvidarse que, pese a todo, la categoría belleza también tiene un sitial en dicho mundo. Claro: Jaime Donatp le atribuye diversas cualidades a esta categoría. De hecho, la hermosura, de acuerdo al autor, es una suerte de luz y movimiento rítmico. De ahí que el mismo aedo poetice: “y la hermosura como la tigra que me asalta desde sus/ entrecejos. gata enorme de movimientos pausados y/ encendida mirada/ cortina del fuego que adora Leviatán/ y que muestra el portento de la naturaleza misma”. El poeta identifica a la hermosura con el dinamismo, la vivacidad, la fuerza, la felinidad y el mundo animal de la naturaleza.

                                                                    Lima, 06 de enero 2014




sábado, 18 de enero de 2014

sábado, 4 de enero de 2014

“8 DÍAS” POR PAOLO ASTORGA.



Imprenta Multiservicios “J&C”, 2012.

“8 DÍAS DE LUIS EDUARDO AYALA PÉREZ”


Por: Paolo Astorga

8 días del poeta ayacuchano Luis Eduardo Ayala Pérez (Ayacucho – Perú, 1987) nos muestra a través de una reducida serie de poemas el tema de la cotidianidad que desnuda una realidad desilusionada. El desencanto como centro se mezcla con la naturaleza de las cosas que creemos poseer en apariencia, pero que a la larga solo acrecientan nuestros vacíos, nuestros fútiles deseos. El cariz ontológico de sus poemas afirma la automatización del ser como un escape ante su finitud porque:

La simetría de la vida es un ritmo forzado en cadenas perpetuas 
aunque nada es eterno.
Un día mi realidad será una tal vez, o tal vez lágrimas y seré 
ceniza incinerada
¿Café?
¿Té?
¿Whisky?
…O solo importa poco vestirse de negro otro día más.

Como observamos el poeta reconoce su tedio o spleen como una irremediable carga que se acumula como los días. El hastío, la condición del cuerpo en sus desmoronamientos, pero a pesar de esta estancia donde lo absurdo y lo insignificante son dictaduras, hay una voluntad de lucha y constante reconstrucción a pesar de que todo es ilusorio y efímero.

En mi mente estalla la impresión de que el día es gris
de que el día es gris, de que el día es gris.

Y me da la impresión de reír
y me da las ganas de correr
y me dan la idea loca que iré a llover

(…)

Pero cuando no haya más que pensar
-cuando no haya más que pensar-
no sabré qué hacer
y cuando deje de correr
querré aventar piedras que no dejan de gritar.
y el día es gris…

El poeta se sabe melancólico y derrotado, sin embargo es en esa derrota donde apela a su necesidad por expresarse, por decir su dolor. Sabe que su discurso es antitético y solo un momentáneo paliativo, no obstante hay siempre una búsqueda consciente por construirse una identidad imperecedera que a su vez consolide ese placer de saberse vivo a pesar de lo absurdo, porque el poeta desea mantenerse en la vitalidad del que está descubriendo el peso de sus ideas, el acuchillar de sus propios pensamientos ante la vastedad de la realidad que lo reduce a una infinitesimal molécula viva; el poeta sabe que es inevitable ese  acercamiento con su nada hacia la muerte por eso sus deseos lo mueven a preservarse, por ello en el poema 7 “Ansias escasas” leemos:

Deposito dentro de este pecho
la cruz marchita de mis años
los recuerdos vagos 
con la mirada que guardo
en mis ojos de gallo.
Y frente a los ojos augustos del Juez
deposito este letargo de sonámbulo,
como una flor de domingos
e inviernos hermanos…

Ese “depositar”, ese darse a las cosas y a la naturaleza hacen que el poeta se eternice en esa vastedad universal. Es por ello que más adelante el poeta como mostrándonos su ímpetu y su abandono nos confiesa:

A veces me gustaría salir a gritar 
como río ácido,
aguardar
la aurora del ocaso.
Mas las estrellas son inmensas,
el desierto tan eterno,
el mar excesivamente delirante
que al ver sus olas bravas 
caigo espantado.

Es el miedo, el espanto ante la totalidad, es allí donde nos reconocemos como una simple contingencia, como una casualidad que en su imperfecta agonía existe y se confiesa rebelde, pues no se rinde ante el terror del mundo, sino que en ese temor, desea, aún desea y la vida le acrecienta.

Por otro lado y a pesar de sus dilucidaciones ante su existencia, el poeta experimenta de forma constante la soledad como un estado intensificador del abandono que permite al ser apropiarse de las cosas y hacerlas poesía. El poeta lucha contra aquello que no le permite seguir su flujo: la inanición. El ser amado es un pretexto para contemplar su existencia como una mera tentación hacia el fracaso que sin embargo deja siempre su hálito de fragmentada satisfacción:

Defendí tu boca de mis besos,
a tu espalda de mis manos.
Defendí a tus piernas de mis ojos
y a tus ojos de mis caricias.

Te defendí de finar mis versos
crucificando como impuestos
mis negaciones,
y terminé por aceptar que hay
miltequieros
en mis dedos y en tus canciones.

… Ahora camino por ahí –aún sin ti-
hipotecando noches de luna
(como estas de octubre)
Para poder edificarme un corazón.

Como vemos, el poeta siempre quiere SER, quiere lograr la totalidad en el objeto amado, pero sabe que a pesar de la lucha constante, la derrota es una valla insorteable. Por eso el amor no es la función de la entrega, sino la construcción de una identidad. El poeta no quiere amar en otro, sino construirse con la otra “soledad” amada. Quiere aceptar la pureza melosa de esos “miltequieros” e intentar hacerlos realidad concreta que cual falso alquimista, sabe que es una quimera nada más.

Por último un símbolo reiterativo en este breve poemario es la excrecencia que significa el asco existencial donde el hombre es configurado como imagen magnánima del mundo en contraposición con la insignificancia de sus restos o la antítesis entre el endiosamiento y la descomposición; dualidades que se alternan y dan al discurso un tono profundamente existencial. Por otro lado esta “mierda” simbólica es también el producto del mundo, el residuo del accionar humano en su absurda mitificación. Esta imagen de desecho es sin duda una constante en el hombre que ha visto en su realidad el vaho de su pesimismo.

En suma este poemario nos deja con un sabor existencial y a la vez con una posibilidad: el hombre que quiere, que desea, pero que se reconoce imperfecto, pero con una vitalidad que a pesar de estar presa de su nada, de la casualidad, de la inercia de la muerte por la muerte aún puede construir (o reconstruir) el mundo en ocho días hasta acariciar, siquiera por un instante, la ardiente eternidad de la realidad que acaricia furiosa nuestros ojos, la sinceridad de un prospecto de cadáver.

Me escondía
y perdía en mi propio laberinto,
hasta que vino un día alguien y me dijo:
sé sincero contigo mismo.
…Desperté de nuevo
en este cuerpo –el que creí muerto-.
Tomé un lápiz y una hoja 
Y empecé a escribir mi testamento.

Texto aparecido en la revista literaria “Delirium Tremens” N° 9, Pág. 198-201.
Fuente: http://revistadeliriumtremens.blogspot.com/