J.D. Salinger joven.
“UN RECLUSO VOLUNTARIO EN SU GUARIDA”
Por: Pedro B. Rey
LA NACION
Además de sus libros (escasos), Jerome David Salinger fue el creador reticente de una de las obras más curiosas de las últimas décadas. No lleva su firma, por supuesto, sino la del inglés Ian Hamilton, quien, contratado para escribir la vida del norteamericano, tuvo que enfrentar los mil y un obstáculos legales interpuestos por el escritor. En busca de J.D. Salinger es una biografía que no es una biografía, un trabajo detectivesco que rescata unas cuantas fechas y datos, pero debe aceptar la imposibilidad de la tarea, limitarse a dar su versión del misterio de una literatura y el silencio voluntario que la siguió.
El libro ayuda a comprender, sin embargo, el interés de la obra édita de Salinger: el joven que buscaba el reconocimiento, pero que al mismo tiempo esperaba conciliar la autonomía artística con una vida como escritor profesional, siguió publicando hasta que los opuestos se volvieron inconciliables. Su primer libro, The Catcher in the Rye (1951) -que se tradujo tempranamente en la Argentina como El cazador oculto , aunque también circule como El guardián entre el centeno - culmina su primera etapa.
También, es el origen de una popularidad que Salinger consideró un malentendido. No sólo la generación de posguerra, sino las que la siguieron, se identificaron con Holden Caulfield, el adolescente que abandona su colegio para perderse en un naíf raid neoyorquino que antecede el inconformismo de la década por venir. Holden, sin embargo, es rebelde al narrar sus peripecias, no en su permanente afán de agradar. Escrito en un certero lenguaje coloquial, esa primera novela funciona hoy como rito iniciático para multitud de lectores que intuyen la virtud principal del personaje: Holden distingue con claridad lo auténtico de lo falso.
La desilusión por la pérdida compulsiva de la inocencia a que obliga el mundo adulto sigue presente en los Nueve cuentos (1953), aunque con una diferencia. Ya no se trata de evocar el Huckleberry Finn en clave contemporánea, sino de apostar por nuevos modos de narrar. Cada uno de los relatos que componen la colección -la mayoría, como "Para Esmé, con amor y sordidez", obras maestras- olvida las rígidas convenciones norteamericanas del género. En "Teddy", se entrega una clave: un niño sabio recuerda sus diversas transmigraciones y lamenta haber encarnado en un norteamericano. Le explica a su interlocutor, un racional profesor: "Es muy difícil meditar y llevar una vida espiritual en Estados Unidos. Si lo intentas, la gente te toma por un bicho raro".
La obsesión por la expresión personal fue a partir de entonces la marca de agua del escritor, que en sus libros siguientes ( Franny and Zooey [1961] y Levantad, carpinteros, la viga del tejado / Seymour: una introducción [1963]) presenta a la familia Glass, compuesta de niños geniales y neuróticos, afectos a la sabiduría budista y las reflexiones enrevesadas.
Salinger justificó en una de sus contadas declaraciones que seguía escribiendo, pero que no le interesaba que los demás lo leyeran. Es posible que supiera lo que hacía: de esa manera, la parte oculta del témpano no contamina la incandescencia de sus mejores páginas, escritas hace medio siglo.
29/01/2010
Fuente:
Además de sus libros (escasos), Jerome David Salinger fue el creador reticente de una de las obras más curiosas de las últimas décadas. No lleva su firma, por supuesto, sino la del inglés Ian Hamilton, quien, contratado para escribir la vida del norteamericano, tuvo que enfrentar los mil y un obstáculos legales interpuestos por el escritor. En busca de J.D. Salinger es una biografía que no es una biografía, un trabajo detectivesco que rescata unas cuantas fechas y datos, pero debe aceptar la imposibilidad de la tarea, limitarse a dar su versión del misterio de una literatura y el silencio voluntario que la siguió.
El libro ayuda a comprender, sin embargo, el interés de la obra édita de Salinger: el joven que buscaba el reconocimiento, pero que al mismo tiempo esperaba conciliar la autonomía artística con una vida como escritor profesional, siguió publicando hasta que los opuestos se volvieron inconciliables. Su primer libro, The Catcher in the Rye (1951) -que se tradujo tempranamente en la Argentina como El cazador oculto , aunque también circule como El guardián entre el centeno - culmina su primera etapa.
También, es el origen de una popularidad que Salinger consideró un malentendido. No sólo la generación de posguerra, sino las que la siguieron, se identificaron con Holden Caulfield, el adolescente que abandona su colegio para perderse en un naíf raid neoyorquino que antecede el inconformismo de la década por venir. Holden, sin embargo, es rebelde al narrar sus peripecias, no en su permanente afán de agradar. Escrito en un certero lenguaje coloquial, esa primera novela funciona hoy como rito iniciático para multitud de lectores que intuyen la virtud principal del personaje: Holden distingue con claridad lo auténtico de lo falso.
La desilusión por la pérdida compulsiva de la inocencia a que obliga el mundo adulto sigue presente en los Nueve cuentos (1953), aunque con una diferencia. Ya no se trata de evocar el Huckleberry Finn en clave contemporánea, sino de apostar por nuevos modos de narrar. Cada uno de los relatos que componen la colección -la mayoría, como "Para Esmé, con amor y sordidez", obras maestras- olvida las rígidas convenciones norteamericanas del género. En "Teddy", se entrega una clave: un niño sabio recuerda sus diversas transmigraciones y lamenta haber encarnado en un norteamericano. Le explica a su interlocutor, un racional profesor: "Es muy difícil meditar y llevar una vida espiritual en Estados Unidos. Si lo intentas, la gente te toma por un bicho raro".
La obsesión por la expresión personal fue a partir de entonces la marca de agua del escritor, que en sus libros siguientes ( Franny and Zooey [1961] y Levantad, carpinteros, la viga del tejado / Seymour: una introducción [1963]) presenta a la familia Glass, compuesta de niños geniales y neuróticos, afectos a la sabiduría budista y las reflexiones enrevesadas.
Salinger justificó en una de sus contadas declaraciones que seguía escribiendo, pero que no le interesaba que los demás lo leyeran. Es posible que supiera lo que hacía: de esa manera, la parte oculta del témpano no contamina la incandescencia de sus mejores páginas, escritas hace medio siglo.
29/01/2010
Fuente:
Diario “La Nación”
No hay comentarios:
Publicar un comentario