“EL RECATO DE LAS FORMAS”
Por: Sandro Barrella
“Los períodos prolongados de calma favorecen ciertas ilusiones ópticas", escribió alguna vez Ernst Jünger. La frase puede utilizarse para pensar la "poesía de los años noventa", aquel rótulo bajo el que suele incluirse, desde la tranquilidad del presente, un conjunto de poetas que, en muchos casos, están emparentados por la proximidad de las fechas de nacimiento más que por sus búsquedas estéticas. Dentro de ese panorama, Darío Rojo (La Pampa, 1964) opta por el recato de las formas, como la poesía de Alberto Girri y Wallace Stevens, de quienes, puede decirse, ha seguido el ejemplo.
Una explicación para todo reúne la producción poética de Rojo hasta la fecha, con leves variaciones, a la vez que incorpora material más reciente. La lectura conjunta de estos poemas permite ver hasta qué punto la idea de progreso es ajena al creador. Del primero al último poema, domina un ansia sin gula, algo menos que una voluntad, como si el autor se echara sobre su poltrona para ver una y otra vez la misma película y diera al lector, con un leve gesto de su mano, la indicación para que haga otro tanto. Al fin y al cabo, la película sucede en la mente, tanto del poeta como de quien lee. Cada poema es una elaborada maquinaria en la que las palabras siguen un orden que se supone preestablecido mientras la imaginación trama aquí y allá escenas que confirman o alteran el mundo tal como lo conocemos o creemos conocerlo, para comenzar de nuevo, como cada mañana. Vale como ejemplo el siguiente breve poema: "Una tabla sostenida monstruos marinos// eso es el fin. Pero al no poder soportar/ una verdad tan simple/ tuvimos que inventar la noción de infinito./ Un complejo sistema de combinatorias que sólo/ es posible cuando olvidamos el par de tortugas/ que todo lo sostiene: una de espaldas a la otra."
Aunque hay un núcleo que persiste a lo largo del libro, también es cierto que en los poemas de Una civilización o de Presentación del motivo (dos de los libros que conforman esta obra reunida) Rojo se aviene a trabajar con la extensión, tanto de los poemas como de los versos. Esta variante le posibilita desplegar el universo concentrado de los poemas breves en una forma que recuerda la épica y se sirve del aliento de la narración, sin ser por completo ni la una ni la otra. Con dominio de sí, Rojo suscribe lo que Valéry Larbaud señala desde un acápite: "Acostumbraos a ver cada cosa actual como desfasada".
16/01/2010
Fuente:
Diario “La Nación”
“Los períodos prolongados de calma favorecen ciertas ilusiones ópticas", escribió alguna vez Ernst Jünger. La frase puede utilizarse para pensar la "poesía de los años noventa", aquel rótulo bajo el que suele incluirse, desde la tranquilidad del presente, un conjunto de poetas que, en muchos casos, están emparentados por la proximidad de las fechas de nacimiento más que por sus búsquedas estéticas. Dentro de ese panorama, Darío Rojo (La Pampa, 1964) opta por el recato de las formas, como la poesía de Alberto Girri y Wallace Stevens, de quienes, puede decirse, ha seguido el ejemplo.
Una explicación para todo reúne la producción poética de Rojo hasta la fecha, con leves variaciones, a la vez que incorpora material más reciente. La lectura conjunta de estos poemas permite ver hasta qué punto la idea de progreso es ajena al creador. Del primero al último poema, domina un ansia sin gula, algo menos que una voluntad, como si el autor se echara sobre su poltrona para ver una y otra vez la misma película y diera al lector, con un leve gesto de su mano, la indicación para que haga otro tanto. Al fin y al cabo, la película sucede en la mente, tanto del poeta como de quien lee. Cada poema es una elaborada maquinaria en la que las palabras siguen un orden que se supone preestablecido mientras la imaginación trama aquí y allá escenas que confirman o alteran el mundo tal como lo conocemos o creemos conocerlo, para comenzar de nuevo, como cada mañana. Vale como ejemplo el siguiente breve poema: "Una tabla sostenida monstruos marinos// eso es el fin. Pero al no poder soportar/ una verdad tan simple/ tuvimos que inventar la noción de infinito./ Un complejo sistema de combinatorias que sólo/ es posible cuando olvidamos el par de tortugas/ que todo lo sostiene: una de espaldas a la otra."
Aunque hay un núcleo que persiste a lo largo del libro, también es cierto que en los poemas de Una civilización o de Presentación del motivo (dos de los libros que conforman esta obra reunida) Rojo se aviene a trabajar con la extensión, tanto de los poemas como de los versos. Esta variante le posibilita desplegar el universo concentrado de los poemas breves en una forma que recuerda la épica y se sirve del aliento de la narración, sin ser por completo ni la una ni la otra. Con dominio de sí, Rojo suscribe lo que Valéry Larbaud señala desde un acápite: "Acostumbraos a ver cada cosa actual como desfasada".
16/01/2010
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Diario “La Nación”
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