miércoles, 1 de julio de 2009

La noche artificial de los 90 por Eduardo Chirinos.

Poesía.

Diego Otero presentó su tercer poemario titulado “Nocturama”. Aquí algunas claves de un libro construido a partir de ciertas imágenes evocativas: el cine, la música, el descubrimiento de la ciudad y el propio ejercicio poético.

La noche artificial de los 90

Por: Eduardo Chirinos *

Once años después de “Cinema fulgor”, Diego Otero publica su más reciente libro de poemas: “Nocturama”. Este título tan escueto y en apariencia tan simple evoca el cinerama de los años cincuenta, un disco de Nick Cave con los Bad Seeds y el pabellón de los zoológicos donde se crea una noche artificial para la contemplación de los animales nocturnos. El cine, los animales nocturnos y la música popular son algunos de los referentes que circulan por un libro que calificaría de brillante si no fuera porque todas y cada una de sus páginas buscan la opacidad.

Esta búsqueda es riesgosa porque cuenta con el peligro de la asepsia y el asedio de la dificultad sin estímulos. Ambos riesgos son sorteados por un hablante que sabe que lo más importante no es ocultar sus tribulaciones sino ponerlas sin pudor ni complacencias sobre el tapete. ¿Cuáles son esas tribulaciones? No me corresponde enumerarlas, pero puedo decir que todas ellas se encuentran comprometidas con el sentido de lo que significa escribir poesía hoy en el Perú.

Imágenes y tradiciones ¿Pensar en imágenes o pensar en conceptos? ¿Inscribirse en la tradición o admirarla desde el rechazo más radical? ¿Ansiar la luminosa belleza de los contenidos o la turbia belleza de las formas? No creo que haya poeta peruano que no se haya hecho alguna vez esas preguntas. Este libro es una puesta en escena de esas tribulaciones que se resumen en una sospecha: si lejos de ser sujetos de la mirada somos —más bien— objetos dirigidos, manipulados y seleccionados por una mirada ante la cual nos sometemos, incluso en nuestra intimidad. Que esta sospecha no se encuentre formulada anuncia su condición sintomática y su formulación imprecisa. Imprecisión. Esta es una de las palabras claves de este libro, por lo demás tan preciso sintácticamente y tan claro semánticamente. Su imprecisión viene de su opacidad, de su deliberado deseo de formular interrogantes y descartar posibilidades en vez de ofrecer respuestas.

Una forma refinada de impostura

Si “Cinema fulgor” nos invitaba al deslumbramiento de una primera función, “Nocturama” nos obliga a ser mirados por el severo ojo de una pantalla que nos convierte en objetos y nos obliga a la impostura. El primer poema titulado “El despegue” es en este sentido emblemático: un avión enorme hace una esforzada carrera, pero es incapaz de alzar vuelo. Hacia el final, el hablante escucha el susurro impostado de una aeromoza que le dice: “Al final de la pista no hay literatura”. ¿Qué significa ese gran avión que no puede alzar vuelo y en el que todos formamos parte? Concluir en que es la metáfora de un país construido con expectativas que jamás se colman es algo que podemos confimar cada cinco años. Concluir en que se trata del grado cero de una subjetividad cerrada que encuentra su razón de ser en un universo de subjetividades igualmente cerradas es incurrir en un lugar que no por común es menos angustiante. Quiero detenerme en las ocho palabras de la aeromoza: “Al final de la pista no hay literatura”. La esperada literatura no está en el ascenso de ese avión, ni al final de la pista. ¿Dónde está entonces? En el susurro impostado de la aeromoza que dice lo que secretamente sabemos: que toda literatura es, antes que nada, impostación; que todo acto que se proclama literario es, por el solo hecho de serlo, una impostura; que todo autor que presume de literario no es más que un impostor.

Diego Otero lo sabe como el que más: lo literario está tan venido a menos que solo nos queda a la mano dos opciones: escribir situándose fuera de la literatura o escribir literatura asumiendo obscenamente su impostura. Ambas opciones son igualmente subversivas, y de hecho coexisten; pero en la primera, que a primera vista podría parecer más radical, ocurre lo que finalmente define la historia literaria: la negación de la “literatura” termina convirtiéndose en una forma, tal vez la más refinada, de impostura. Pero, como lo sugiere Diego Otero a lo largo de este libro, tampoco se trata de luchar contra la literatura como Jacob con el ángel, sino de aceptar su desafío. Aunque nunca la escuchemos pronunciar en la cabina, la palabra clave es desafío.

[*] Poeta.

28/06/2009

Fuente:
Diario: “El Comercio”.

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