domingo, 7 de febrero de 2010

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ: “UNA VIDA CONSAGRADA A LAS PALABRAS”.

Tomás Eloy Martínez de joven. El escritor en 1955 .

Edición homenaje

“UNA VIDA CONSAGRADA A LAS PALABRAS”

Aquel chico tucumano que a los nueve años escribió su primer cuento iniciaría, a los veinte, una deslumbrante carrera periodística. Y apelaría a la ficción para tejer relatos que indagan ese complejo sueño colectivo llamado la Argentina.

Por: Héctor M. Guyot
De la Redacción de LA NACION

Hay una anécdota a la que Tomás Eloy Martínez solía regresar. La oímos de su boca quienes integrábamos el equipo de adncultura cuando se preparaba el número cero de la revista y las reuniones de trabajo terminaban en charlas sobre libros y escritores. Amigo de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Paul Auster y muchos otros grandes autores, TEM guardaba historias sobre todos ellos y le gustaba compartirlas. Ésta, sin embargo, lo tenía como protagonista. Era una historia del origen.

Allí, al principio, el río infinito de relatos que tejen la trama de la vida brotaba, para ese chico nacido de una vieja familia tucumana venida a menos, de dos fuentes principales: los libros y el circo. Un verano, un amigo le habló de un circo extraordinario que había llegado a una zona de San Miguel de Tucumán que, por orden de sus padres, al chico le estaba vedada. Pero si se escapaba y volvía a casa temprano, ¿quién se iba a enterar de la transgresión? En el circo se enamoró de una muchacha con alas de mariposa que andaba a caballo sobre la pista y se demoró con la obra de teatro que se representó tras la función. Cuando regresó, sus padres lo buscaban hacía rato. Recibió una dura penitencia: un mes sin ir al cine y sin leer. A falta de Dumas y de Verne, tomó lápiz y papel y se puso a escribir la historia de un niño castigado por sus padres que se esconde en una estampilla y sale a recorrer el mundo. "Mi madre agarró mi papel y se lo llevó a mi padre -ha contado TEM acerca de esta historia al diario La Gaceta-. Le dijo que debían levantarme la penitencia. Cuando mi padre le preguntó por qué, ella le dijo que lo que estaba haciendo era mucho más peligroso. Entonces descubrí que la imaginación tiene poder para salvarte."

Fue el primer cuento que escribió en su vida. Tenía entonces nueve años. Sin embargo, detrás de ese texto primerizo, inspirado en un vecino que solía mostrarle sus estampillas, ya latía el germen de la tensión entre la realidad y la imaginación (entre el mundo inagotable y la propia subjetividad, entre el periodismo y la literatura) que sería su principal obsesión y que resolvería como nadie cuando buscó y halló una forma de relato que de algún modo las condensara, en una síntesis que quizá sea, junto a algunas de sus obras, su legado como escritor. La intuición de aquel chico no podía haber sido más certera: a Tomás Eloy Martínez lo salvaría la imaginación.

Los libros -a Dumas y Verne pronto se sumaron Kafka y Thomas Mann- lo llevaron a la carrera de Letras en la Universidad de Tucumán. La realidad le procuró su primer empleo: entró a los veinte años en La Gaceta , primero como corrector de pruebas y después como redactor para los más variados asuntos. En julio de 1957 ingresó en LA NACION, luego de que Juan Valmaggia, entonces subdirector del diario, descubriera su trabajo. "El día en que entró en el diario, el secretario de Redacción le encargó una nota de calle -recuerda José Claudio Escribano, ex subdirector de LA NACION y por entonces cronista de Política, que tejió con aquel joven tucumano una amistad que mantuvieron hasta el final-. Tomás Eloy, que tenía apenas 22 años, salió, volvió, escribió su nota y la entregó. ´Este muchacho está hecho´, dictaminó el secretario cuando leyó el texto. Aquel secretario de Redacción era nada menos que Augusto Mario Delfino, una de las prosas más clásicas y exigentes que he conocido."

Pronto empezó a hacer crítica de cine. Lejos dejó la veda impuesta por sus padres: solía ver hasta cinco películas en un mismo día. El mismo TEM le recordó el dato a Escribano días atrás, cuando lo recibió en su casa para despedirse. A pesar de la debilidad del anfitrión, hablaron, entre otras cosas, de cine, quizá porque las verdaderas pasiones no se extinguen. "Recuerdo su adhesión a la nueva escuela cinematográfica europea y su contrariedad con no pocas de las producciones que venían de Hollywood", señala Escribano. No estaba solo. Ernesto Schoo, también crítico de LA NACION en ese entonces, lo acompañaba en el empeño de imponer los valores de la nouvelle vague , los nuevos directores británicos y el cine oriental, cuya búsqueda artística contrastaba con las producciones estadounidenses, más ligadas al entretenimiento. Dejó el diario -al que regresaría como columnista- en 1961. No aceptaba las quejas y demandas de los dueños de salas y complejos de cine, cuyas mayores ingresos dependían, obviamente, de Hollywood.

Dio clases en la Universidad de La Plata y redactó textos publicitarios, hasta que en 1962 lo llamó Jacobo Timerman para crear un semanario que, por la calidad innovadora de sus textos y por su influencia, alcanzaría estatura de leyenda en la historia del periodismo argentino. Como secretario de Redacción de Primera Plana, Tomás Eloy Martínez "alzó el vuelo definitivo", ha dicho Schoo, que también fue parte de esa aventura. En aquella redacción comandada por el poeta Ramiro de Casasbellas, la mayoría eran escritores, y a tono con lo que ocurría en el periodismo estadounidense (la crónica iniciática de Gay Talese sobre el boxeador Joe Louis se publicó en 1962), muchos de los textos de la revista apelaban a las técnicas narrativas propias de la literatura. "En Primera Plana las notas venían de abajo para arriba, sobre todo en los temas de cultura y sociedad. Tomás era un tipo abierto. Como jefe, tenía confianza en sus redactores y les daba una amplia libertad", recuerda Francisco Juárez, periodista del semanario.

En 1965 dejó temporariamente Primera Plana para crear Telenoche , con el que Carlos Montero, productor, quería competir con Reporter Esso. El noticiero, devenido el más longevo de la televisión argentina, salió al aire el 3 de enero de 1966, por Canal 13. Los meses previos fueron de un trabajo demoledor. Eran 45 minutos de noticias diarias por TV, y por entonces nadie en el país sabía cómo hacerlo. Había que coordinar el trabajo de camarógrafos, cronistas y editores. Además de director periodístico, TEM fue conductor en cámara junto con Mónica Mihanovich (después Cahen D´Anvers) y Andrés Percivale. "Se manejaba bien frente a cámara -dice Juárez, que también trabajó en esa primera etapa de Telenoche-. Estaba descubriendo un mundo nuevo que lo fascinaba. Pero a los tres meses volvió a Primera Plana ." Y a la escritura: en el verano de 1968, se encerró en la soledad del Hotel Atlántico, de Mar del Sur, a terminar la que sería su primera novela, Sagrado .

"En 1969 estaba cansado del periodismo y quería ir a París a escribir mi segunda novela", le contó TEM a Magdalena Ruiz Guiñazú en una entrevista. Las dos pasiones tironeándolo, reclamándole atención. Una atención dividida, todavía. Pero entonces ocurrió algo. Después de que Onganía cerró Primera Plana , la editorial Abril lo envió a París como corresponsal en Europa. Norberto Firpo, entonces director de Panorama , le pidió que intentara hacer una entrevista con Juan Domingo Perón, a quien TEM había entrevistado en 1966 y que vivía su exilio en Puerta de Hierro, Madrid. Perón le concedió una entrevista para hablar de su vida y el periodista cruzó los Pirineos en auto, junto al poeta César Fernández Moreno. En cuatro días de marzo de 1970, TEM grabó en siete casetes el relato del viejo líder, interrumpido cada tanto por los comentarios impredecibles y muchas veces descabellados del secretario/mayordomo José López Rega.

Una semana después, TEM le envió a Perón una primera versión del diálogo. En notas al pie de página, consignó inexactitudes, omisiones y tergiversaciones que apuntaban a embellecer los hechos. Perón aprobó el texto, pero ignoró olímpicamente las notas al pie. Esas memorias oficiales se publicaron en Panorama en abril de 1970 y luego en forma de libro ( Las memorias del General ). Perón le dijo a Martínez que ésas eran sus memorias canónicas y que estaba completamente satisfecho con ellas. Quien no estaba satisfecho era TEM. Empezó a investigar para llenar los vacíos y el número de inexactitudes creció. Averiguó, por ejemplo, que el General era hijo ilegítimo, lo que a principios de siglo podría haber conspirado contra su carrera militar. "Pero cuanto más investigaba, más se me confundían las verdades", escribiría después.

Para quitarse de encima esa incomodidad, volvió a lidiar con ese material e intentó hacer un nuevo texto de naturaleza periodística donde intercaló, en aquellas memorias maquilladas que todos daban por buenas, las evidencias que desmentían el relato del líder. Pero aquello no reflejaba a Perón y desistió. Decidió hacer una biografía y también fracasó. Quedaba la imaginación. El periodista y el escritor buscaban la verdad. Primero actuó el periodista, pero después fue el escritor el que llegó más lejos. "Qué me impedía ahora, como novelista, construir yo también unas memorias que obedecieran a las leyes de la verosimilitud novelesca; es decir, a las leyes de lo que yo entendía como la verdad de un personaje llamado Perón", escribió. La novela de Perón se publicó en 1985: Martínez habría de recorrer otro trayecto antes de llegar a esa conclusión que era, al mismo tiempo, un desafío.

Entretanto, su carrera como periodista crecía y en 1973 publicó un libro canónico dentro del periodismo argentino: La pasión según Trelew . Allí TEM narra el fusilamiento de dieciséis guerrilleros detenidos en la base aeronaval Almirante Zar, acusados de un intento de fuga, pero también la rebelión popular que encontró en Trelew cuando llegó para reconstruir los hechos. Había sido despedido de Panorama por presiones de Massera, a raíz de un texto que escribió apenas conocidos los fusilamientos. Pronto lo volvió a llamar Timerman. Esta vez, para dirigir el suplemento cultural del diario La Opinión . Trabajó allí hasta 1975, cuando una amenaza de muerte de la Triple A lo empujó al exilio junto a su familia.

En la embajada de México en París, con la ayuda de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, decidió que su destino sería Venezuela. Allí dirigió el suplemento literario del diario El Nacional y fundó y dirigió El Diario de Caracas . Estuvo a punto de fundar, junto con Rodolfo Terragno, El Otro , un diario que García Márquez se propuso abrir con el dinero que le había dado el Premio Nobel en 1982, pero el escritor colombiano estaba demasiado absorbido en la escritura de El amor en los tiempos del cólera y desistió del proyecto. Y allí, en Caracas, TEM escribió el que para muchos es su mejor libro, Lugar común la muerte (1979), donde intentó, en sus palabras, "conjugar en una sola efusión la voz del periodismo y la literatura en un conjunto de relatos".

Esos retratos crepusculares, que el crítico Ángel Rama saludó como "la transformación del periodismo en obra de arte", abrieron sin duda el camino hacia La novela de Perón y Santa Evita (1995), en la que TEM lleva al límite un efecto verificado en Lugar común la muerte : el lector acepta como verídicos elementos imaginarios explícitos, siempre que estén narrados con los códigos del periodismo. En Santa Evita invirtió la técnica de la non-fiction de Capote, Mailer y el García Márquez de Relato de un náufrago para narrar una historia imaginaria con las técnicas del periodismo, como él mismo señaló.

Empezó la novela en 1989, luego de que tres militares se le presentaran diciéndole que conocían la verdad sobre el cadáver de Eva Perón. Se tomó un año sabático para escribir y vivió de lo que llamaba "la beca Evita": las clases que su mujer de entonces, Susana Rotker, daba en la universidad de Maryland, donde él también era profesor. El esfuerzo rendiría sus frutos. La primera sorpresa llegó cuando volvió a Estados Unidos, donde estaba radicado entonces, después del lanzamiento del libro en Buenos Aires. "Cuando regresé a mi casa, en Nueva Jersey, ¡había cinco metros de faxes proponiéndome traducciones! -ha contado-. Era domingo, y ese mismo día le habían dedicado una página entera en la sección principal de The New York Times ." Traducido a 36 idiomas, Santa Evita es sin duda el libro que le dio reconocimiento internacional.

En una entrevista de fines de 2008, este cronista le preguntó a TEM sobre el origen de esa obsesión por el peronismo que se refleja en tantos de sus libros. "¿Cómo no querer indagar la naturaleza de un fenómeno que no sólo marcó a fuego la Argentina, sino que también signó el rumbo de mi propia vida y hasta el de mi familia?", respondió. Se refería, sin duda, al exilio. Sentía que al irse del país debió renunciar a una historia -la suya o lo que hubiera sido de ella de haber permanecido aquí- que no se le permitió continuar. Conjuró ese vacío en Purgatorio (2008), la última de sus novelas "puras", en la que Emilia Dupuy, una mujer de 60 años que no ha cesado de buscar a su marido desaparecido durante la última dictadura militar, por fin lo encuentra tal como era cuando lo perdió. La imaginación completa, o corrige, la realidad.

A Purgatorio la precedieron, como novelas "puras", La mano del amo (1991), El vuelo de la reina (2002, que obtuvo el premio Alfaguara) y El cantor de tango (2004). En los últimos años, TEM solía decir que el pasado de las ficciones "peronistas" se parecía cada vez menos a él mismo y cada vez más a los personajes que las habitan. Y que Purgatorio es, de los suyos, el libro en el que más está él presente. Sin embargo, alguna vez dio una definición del arte de narrar que posiblemente comprenda a su obra toda: "La literatura es un juego en el que apuestas por el descubrimiento de la vida que hay en ti y no sabes que está ahí".

Maestro de periodistas, profesor en importantes universidades, distinguido en su país y en el exterior con premios y honores, Tomás Eloy Martínez terminó sus días escribiendo. Era, quizás, su modo de resistir el acecho de la muerte que llevaba encima. En su departamento de la calle Pueyrredón, mientras tuvo aliento, avanzó línea tras línea en la historia a la que estaba entregado. Como aquel chico castigado que, en la siesta tucumana, fundía realidad y fantasía en la alquimia de las palabras.

© LA NACION

06/02/2010

Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN CULTURA.

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