viernes, 26 de febrero de 2010

"LA MUERTE Y OTRAS TRAICIONES" POR CHRISTIAN ELGUERA.


“SIN APLAZAMIENTO, SIN ABSOLUCIÓN”

Por: Christian Alexander Elguera Olortegui

Si se dijera una frase común como “la de un libro maduro en relación al primero”, no lograríamos precisar la formación y proyecto literario que Fernando Carrasco nos presenta en La muerte y otras traiciones (Hipocampo editores, 2009). Colocarse bajo la égida de la muerte significa focalizar los momentos lóbregos, los umbrales de la vida, momentos decisivos, trágicos. Lo que sucede ahora es un mayor riesgo, una lucidez que comprende y ve el mundo como nébula y dolo. Mirada visceral, trágica. Por ello, lo que marca la diferencia con Cantar de Helena y otras muertes (2006), primer libro del autor, no es cuestión de técnica; sino la consolidación de una percepción de mundo.

Conjunto compuesto por cuentos publicados previamente en diversas revistas, como Ínsula Barataria, entre otras, el libro permite una clasificación a partir de la muerte. Tenemos así cuentos donde la muerte opera como presencia final (“Mariposas”, “Ultimo tercio”, “La puñalada”, “Hasta que los despediste, mujer”). Otros son los de la debelación del engaño (“La puñalada”, “La ficha marcada”, “Vida y pasión de Jesucristo”), donde el descubrimiento del engaño es tránsito hacia la destrucción, lo que nos mantiene con vida es la mentira. Por último, hallamos los cuentos de “Lo extraño y la muerte”, los cuales buscan una ruptura con lo racional; tal es el caso de “Nos han dejado solos”, en cuyo centro se aprovecha la presencia del fantasma, y “Visitaciones”, relato en el cual la locura resulta un puente hacia la oscuridad humana.

La visión se ve de esta manera marcada por la sombra. Y es que para Carrasco lo imprevisible es oportunidad y condena. En cada cuento se postula la duda del destino, de lo que nos espera. Escepticismo sobre el hombre. Y por esto se le dibuja patético, sumido en un sainete como vida. Dicho patetismo encuentra en la imagen del esposo de “La ficha marcada” su epítome. El arrepentimiento lo deteriora, lo atormenta, hecho que se agudiza en la medida que solo los lectores se enterarán de su engaño. La trampa es urdida a partir de las apariencias. El hombre no sabe que vive en un engaño perpetuo, irremediable.

La muerte, al ser el engaño de la vida, traición a la salud, a la vitalidad, arremete y destruye. Por esto los mejores momentos de Carrasco se dan cuando encumbra a sus personajes o los posiciona en una situación determinada para luego rebajarlos o desterrritorializarlos, como es el caso de “El último tercio”. Aquí, el momento de la celebración, del éxito, es un sabor cercano para el protagonista, del cual solo lo separa un fragmento de tiempo. Acierta Carrasco en el inicio ambiguo de la desgracia (¿dónde comienza exactamente la decadencia?), en la construcción del fracaso: “Todo estaba resultando como se lo había imaginado (más de una vez) horas antes de la corrida” (31). El acaecimiento de la muerte se formaliza a partir de un ritmo in crescendo (enumeración) que arrojara al torero, inerme, hacia la “infame realidad” (32).

La muerte vista desde la infancia es otro recurso que Carrasco aprovecha con sapiencia: se refuerza la visión de la muerte como salvación, ya sea a través del homicidio o del suicidio. La inocencia impacta y remece, en un contexto de miseria que hace ver a la muerte como redentora. Valga, no obstante precisar, que si en “Mariposas” logra el autor estructurar la voz de la niña, la atmósfera opresiva y la mirada infantil sobre la muerte, no sucede lo mismo en “Al fin de la partida”, debido a que la segmentación del cuento impide la fluidez. Asimismo, llegamos al desenlace demasiado rápido, sin la sustancia y atmosfera que sí se logra en otros cuentos.

Ahora, si bien la muerte resulta una presencia preeminente, ésta se halla dentro de una categoría mayor, y que otorga fecundidad al corpus: la traición. En la explotación de esta temática Carrasco afirma la derrota de la seguridad. La traición se viabiliza a partir del cambio de estado, del paso de una condición a otra en el momento menos pensado. Cada cuento se convierte en una senda hacia lo imprevisible, hacia lo oscuro; el cambio, así, se torna incontrolable en tanto que sus consecuencias solo arremeten, sin aviso ni tregua. Un ejemplo de esto es el alumno que busca venganza en “La puñalada”: una dócil y tímida apariencia que nos engaña, y nos da la muerte. Los personajes son traicionados en el cambio súbito, en el minuto del giro que los condena. Los cuentos al cerrarse con la aparición de la muerte escriben el epitafio de sus personajes: “traicionados por la vida, desterrados de toda esperanza”. Libro donde impera el régimen nocturno, donde nadie es realmente absuelto.

Así las cosas, a primera lectura el relato “La ficha marcada” desentonaría dentro de un conjunto integrado por lo lúgubre. Pero se hermana a partir del lazo de la traición. Además, al ser el primer cuento del libro establece la coherencia de un proceso interno, lo que nos permite decir que cada cuento es una profundización en el régimen nocturno: desde una traición en el cual la muerte es aún inexistente, pasando por la presentización de ésta, hasta el desequilibrio absoluto y el desquicio de la realidad.

Carrasco retoma los temas urbanos de Ribeyro y Reynoso: la miseria, la marginalidad. Tenemos allí el escenario profano en “Al final de la partida” donde se destaca el tema de la elipsis, y que configura a la niña como víctima. Por su parte en “Vida y pasión de Jesucristo” la atmósfera sórdida y lenguaje coloquial constituyen unos de los mayores logros del autor. Este último se relaciona además con “Los canastos” de Clemente Palma, allí, en el cuento de Carrasco, bullen las palabras iniciales del “cuento malévolo”: “Entre hacer un pequeño servicio que apenas labre huella en la memoria del beneficiado o un grave daño que le deje profundo recuerdo, elegid lo segundo”. En “Vida y pasión de Jesucristo” el narrador cumple además un papel siniestro en tanto que saca a la luz algo que debiera haber permanecido oculto, trastornando así la vida del oidor: el punzón del descubrimiento, la ruina en que nos pierde el conocimiento. A los logros de este cuento debe sumarse la ambigüedad de la identidad del narrador: ¿él es Jesucristo?

En el reconocimiento de la muerte en “Nos han dejado solos” subyace una crítica a la concepción dicotómica vida-muerte; y de este modo se cuestiona el límite. La figura del muerto refuerza el dolor: morir es una condena a la soledad, por esto el llanto de uno de los hermanos. El fantasma como presencia sobrenatural es un factor que irrumpe en la tranquilidad racional dado su inesperada, abrupta, aciaga identificación. En “Visitaciones” nos enfrentamos ante el suplicio de la memoria. Destáquese la construcción verosímil de una realidad que luego resulta ser imaginaria. Aquí, como en “El ultimo tercio” lo imaginario traiciona, tiende la trampa hacia el abismo. El pasado es un armatoste que el protagonista lleva a cuesta, y que se presentiza en voces, en presencias que reprenden y castigan.

Los escenarios son prisiones de los personajes, en ellos se posicionan frente a la tragedia: la cama matrimonial, una cantina, un pueblo, una casa, un salón de universidad. Escenarios en cuya cotidianidad se precisa una poética: peligro en cada ápice, muerte acezante. Sucede lo mismo con las historias: en la simple anécdota nos devela su videncia y pesquisa de lo humano, confirmando así la poción de explorador de abismo de todo escritor. Por esto, el giro de cada historia no debe entenderse como un recurso técnico sino como el reconocimiento de la miseria humana, de la inexorable fluctuación que conduce hacia lo umbrío. Es una realidad que el autor no solo se asoma a apreciar, sino que se atreve a palpar, y para lo cual quiebra las solentes seguridades, hurga en el escepticismo y expone el dolor o patetismo de aquél que se creía victorioso.

Se extiende, se contagia, la oscuridad; sin permiso, sin noticia, se esculpe allí la lápida. Vivencia de la miseria, del fracaso del hombre: disuelto en polvo, enterrado en ese momento que lo cancela todo: la puñalada, el veneno, armas que residen en nosotros (medítese sobre la portada, en el empalme de campos semánticos: la afabilidad de un sillón, y un cuchillo ensangrentado). Y sabe Carrasco que nada le serviría al hombre para escapar de lo que ha de llegar. En todo esto se aprecia un halo griego: el hombre es manipulado por fuerzas superiores a él (volvamos a la portada y detengámonos en los ojos que nos observan: desconocido rostro, solo una mirada profusa, en lo bruno). Queda únicamente la formalización literaria como exposición de los cadáveres. La literatura cumple entonces el proceso de mermar las potencias thanáticas de lo siniestro, de maquillar la crudeza. La belleza de un párrafo nos hace estar a la par con la muerte, se convierte en senda paralela. En esto se comprende la antítesis del arte, esa tensión que nos muestra Carrasco entre la forma y contenido, entre la estética y el caos: “destellos de magia entre los besos de la traición” tal cual reza una canción de Héroes del silencio.

Carrasco, Fernando. La muerte y otras traiciones. Lima: Hipocampo editores, 2009. 90 pp.

Fuente:
http://www.elhablador.com/blog/category/resenas/

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