miércoles, 10 de febrero de 2010

“LUCIDEZ Y PELIGRO” POR CARLOS FAJARDO FAJARDO.


“LUCIDEZ Y PELIGRO”

Por: Carlos Fajardo Fajardo *

La lucidez es siempre opaca para los ignorantes, envidiosos y truhanes. El trabajo alucinante y lúcido del artista pone en aprietos a los que, por un pensamiento déspota, no aceptan la duda y la crítica que contiene toda creación. El artista está entonces solo con su lenguaje de fuego frente a los apagadores de incendios. Se entiende que no puede salir al afuera sin temer alguna agresión de aquellos que lo odian por escarbar con agujas la horrenda llaga, por soplar fuego en los oídos, poner sal en la taza del café. Su lucidez entonces es salvación y condena, una puerta que lo lleva a vivir en el paraíso de su lenguaje y en el infierno del mismo.

No hay mayor ambigüedad y confrontación que esta lucha externa y secreta. La soledad es su marca, la solidaridad su desafío. Basta recordar a los que habitaron con este sello bajo luces y tinieblas; a tantos artistas que murieron por pasión a la lucidez ante la perpetua oscuridad de su tiempo.

No estaría mal reflexionar en las fatigosas jornadas que el artista lúcido debe soportar por los obstáculos impuestos en su camino. Los tiranos temen a su contagio, los sacerdotes de los nuevos templos huyen de su espíritu contradictor y contradictorio; los creyentes se tapan los oídos ante el seductor y terrible canto. Opuesto a todo lo que obliga a emplear cualquier medio para alcanzar cualquier fin; crítico de todo síntoma de violencia, enemigo del despojo y del irrespeto a la diferencia, el artista aparece ante los semejantes como la “mala conciencia de su tiempo” (Perse). De esta forma es el extraño, el exiliado del siglo. Se atreve a gritar en medio del silencio colectivo; se impone a sí mismo el silencio frente a las voces eufóricas y fanáticas. La lucidez es su guía en medio de los confusos acontecimientos, pero también puede llevarlo a las mazmorras, pues se convierte en un intruso en el baile de los satisfechos y de los asesinos. Como crítico de las actitudes cínicas y de los bufones de las nuevas cortes mediáticas, rechaza el ser convertido en agente y guardián del poder, o hacer parte de la red de vigilantes y acusadores. Prefiere ser aquel artífice ético que denuncia las mentiras y las falacias a ser un cómplice de las falsas verdades. Estos son unos de sus tantos desafíos, una aventura a contracorriente.

Los horrores y los terrores cometidos en nombre de la historia, justificados por ella como una condición inevitable, lo llevan a cuestionarse sobre la “necesidad” de los crímenes legitimados por las verdades políticas. De allí que rechace la violencia, venga de donde venga, salga el disparo de donde salga. El hecho de criticar las dictaduras de extrema derecha y de extrema izquierda, es un acto de respeto a la vida, un valor supremo que reivindica la existencia por encima de cualquier idea. Ante los pensamientos dominantes y sectarios asume un distanciamiento crítico, una posición de vigía atento. Frente a los extremismos dogmáticos, apuesta mejor al diálogo democrático. Contra los conformismos mesiánicos, propone una actitud reflexiva. No se resigna ni se contagia de la sumisión que la idiocia masiva asume ante el despotismo mediático; no aplaude la sacralización de la violencia; no se persigna ni arrodilla ante el tótem de los tiranos. Su utopía está aquí, quiere el futuro ahora. Por ello denuncia y rechaza toda forma de autocracia política que proyecte para el final del viaje un oasis de plenitud, un éxtasis de esperanza que, en últimas, es la hija mayor de la esclavitud espiritual. De este modo, su lucidez se transforma en una mortal herida, pero también en una satisfacción al haber ejercido una actitud valiente, honesta, en el corto tiempo que le ha sido asignado sobre la tierra.

La sensibilidad expectante del artista crítico es compleja: hace parte de la tradición moderna, pero a la vez critica dicha tradición. Asimilación y rechazo; es decir, pone en tela de juicio los llamados discursos eurocentristas, expansionistas, unitarios, ortodoxos universalistas, como también los discursos de control, castigo y vigilancia, los cuales conviven al lado de las ideas de igualdad, libertad, alteridad, respeto. De esta manera, su lucidez lo lleva siempre a estar enfrentado, si no a cierta parte de la realidad a toda ella. El enfrentamiento es indisoluble de su existencia, es su sello y condición. El arte se asume como estremecimiento. Sacudir un orden, una costumbre, estar en contra de algo, asumir lo real siempre como un problema, una inquietante pregunta sin respuesta alguna. He allí el dilema y los peligros de un arte de confrontación, el cual se asume no como mero acompañamiento, sino como destrucción y renovación, insurrección y sublevación, desgarramiento y despojo. He allí también el riesgo de crear al filo de cuchillos, en los extremos límites, como muriendo.

El aislamiento, el ostracismo son sus consecuencias; la libertad y autonomía sus ganancias. Los abismos se abren ante el que funda una obra desde su fondo y va al fondo. Abismo y padecimiento total por enfrentar lo sacro y lo intocable; por levantar su voz ante los altares de lo endiosado; por hablar en voz alta en las ceremonias horrendas de los verdugos.

Escéptico, dubitativo, el artista crítico está con su nihilismo combativo en medio de las ruinas de una civilización enferma, sarcástica y cínica. La lucidez también se hace manifiesta en la permanente autocrítica sincera y sin consideraciones que el artista debe efectuar siempre sobre su trabajo y sus actitudes éticas. De esta manera, une al ethos vigilante con la estética constructora. Al llevar acabo dicha dinámica, está pendiente de que su vida y su obra enriquezcan el pensar y el crear desde la existencia individual y colectiva. Una vez más se confirma: lucidez y peligro. Un reto, el resultado de un desafío.

*Poeta y ensayista colombiano.

Fuente:

No hay comentarios: