sábado, 5 de junio de 2010

“UN AUTOR EJEMPLAR” POR PEDRO B. REY.

El escritor, en su casa de California, junto a su esposa, Katia, y sus nietos Frido y Tonio (1941). Foto: AP.

Mann en los Estados Unidos, en 1947.
Foto: DPA /CORBIS.

“UN AUTOR EJEMPLAR”

Por: Pedro B. Rey
Subeditor de adncultura

En una carta de 1945, donde lo saluda por sus setenta años, Theodor W. Adorno le confesaba a Thomas Mann (1875-1955) que dos décadas antes lo había seguido por la calle a la distancia, imaginando cómo hubiera sido que semejante novelista le dirigiera la palabra. Al momento de escribirle -los dos se encontraban exiliados para entonces en la costa oeste de Estados Unidos-, la admiración juvenil no se había erosionado. "Tuve la sensación de estar, por primera y única vez -declara Adorno, al rememorar la oportunidad en que al fin fueron presentados-, frente a la tradición alemana de la cual he recibido todo: incluso la capacidad de resistir a esa tradición."

No es simple medir hoy el alcance de esas palabras. Adorno constata la tragedia de una tradición concreta, la alemana, pero también adivina la del propio concepto de cultura y de aquellos que lo sustentan. Más de medio siglo después, cuando la idea de cultura se ha visto reducida a una suerte de parque temático acrítico, la síntesis que encarnaba el escritor alemán resulta compleja, por no decir enigmática. Lo notable en el caso de Mann, último representante de un mundo que se desintegra, es que la ironía de su estilo no cede a ninguna reivindicación. Su obra fue contemporánea de las de Proust, Joyce, Kafka -autores que abren nuevas vías-, pero está lejos de actuar anacrónicamente. Clausura un modo de practicar la novela, aunque poniendo en juego todos sus recursos y lucidez. Es, en ese sentido, un autor ejemplar.

Ensayista, además de novelista y cuentista, en 1901 publicó Los Buddenbrook. Esa precoz y masiva obra maestra, en la que abundan los elementos autobiográficos, narra la decadencia de una familia a través de varias generaciones. Cuando en 1929 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, fue el único de sus libros al que aludió el comité sueco. El escritor, sin embargo, no se limitó a repetir esa narración que lo había hecho famoso de inmediato. La montaña mágica (1924) fue, y sigue siendo, una monumental novela de ideas y la tardía Doktor Faustus (1947) indaga con penetración el mito fáustico en clave contemporánea.

Mann no fue, apenas, un artista. Su figura -de ahí también el respeto reverencial de Adorno- representó el compromiso, en tiempos moribundos, con una idea de Europa. Comenzó mostrando inclinaciones conservadoras, pero luego respaldó la República de Weimar y fue, desde su mismo ascenso, un metódico detractor del nazismo. Desde que abandonó Alemania en 1936 -en 1944 adoptó la ciudadanía estadounidense- nunca más volvería a vivir en ella.

Durante los últimos años, Edhasa ha venido publicando sistemáticamente las grandes novelas del escritor y otras menos leídas, pero igual de notables, como El elegido o Carlota en Weimar. A esa puesta en circulación se suma en estos días Cuentos completos , volumen que afortunadamente incluye, entre tantas piezas, nouvelles clave como Tonio Kröger, Mario y el mago o La muerte en Venecia. Esta edición de adncultura aprovecha la oportunidad para presentar dos de los relatos menos frecuentados de Mann al mismo tiempo que Pablo Gianera analiza ese corpus ineludible y lo distingue de su arte novelístico.

prey@lanacion.com.ar

05/06/2010

Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura

Link sobre un autor ejemplar:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1270569

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