Abelardo Castillo.
Foto: Archivo.
Crítica de libros / Ensayo
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Crítica de libros / Ensayo
“SOBRE LA CONDICIÓN DEL ESCRITOR”
Por: Jorge Monteleone
La literatura es un espacio propicio donde las acciones humanas alcanzan una dimensión inesperada en lo imaginario: los fantasmas y las fantasías, la razonada locura, el sueño y la sombra de la realidad son allí el sentido implícito del mundo. Pero no aquél donde reside la serenidad morosa de lo habitual, sino su anverso: el de una verdad que, aunque intolerable, debe ser dicha en la belleza de la forma. Esa premisa, encarnada en los actos literarios de los escritores, recorre los ensayos de Abelardo Castillo reunidos en el imprescindible Desconsideraciones. Más de veinte textos, escritos a lo largo de la última década, tienen como centro reflexivo, menos que los libros, la condición del ser escritor. Algunos de sus protagonistas son Arlt, Sartre, Camus, Echeverría, Poe, Hemingway, London, Freud, Chéjov, Barret, Quiroga.
El enigma para Castillo, como si tuviese que remontar con su inteligencia crítica y su sensibilidad artística la trama de una partida de ajedrez, radica en qué aspecto de la vida alguien común se convierte en escritor y de qué modo paradójico el hecho mismo de serlo le concede el don irrenunciable y extraordinario de su magia parcial. Al hallar una respuesta, para sí mismo y para sus lectores, el efecto es acuciante y conmovedor: por ejemplo, Chéjov, al aprender la "irresistible fuerza de la vida humana, y su absurdo, entre los enfermos terminales"; o Poe, al "descubrir" en Eureka el secreto de Dios. Como Borges, puede descubrir en un solo acto la cifra total de esa vida. Por eso estos ensayos son también relatos, y su argumentación nunca abandona el terreno de lo concreto, del detalle, aguzados por un estilo que compulsa y combina, observa y define, refuta y exalta. Esta evaluación carece de solemnidad. Abundan los guiños de una ironía y una precisión que despejan lugares comunes y malentendidos: demuestra, por ejemplo, que Arlt no era un genio inculto; que Echeverría no era un escritor inconcluso; que Mujica Lainez podía escribir con una lucidez implacable sobre su propia clase. Para Castillo esas vidas no se reducen a la anécdota o la peripecia, aunque las incluya, sino a una especie de energía dispendiosa de acontecer que se vuelve escritura, forma literaria. Y que podría tornarse un ritual donde se repite una lucha arcaica, que, al exceder toda normalidad, se vuelve heroica, aunque linde con la locura o el exceso.
Tributario de Sartre desde los años sesenta, como lo reconoce en el ensayo que le dedica, la responsabilidad del escritor fue uno de sus aprendizajes indelebles. No hay gratuidad en la literatura, lo cual no significa que se torne pontificadora u oracular. En el centro de su debilidad o inconclusión, ofrece un modo de redención, agónico y agonista, porque "como suele ocurrir, el problema tal vez no está en el arte y la literatura sino en lo que llamamos realidad". Por ello la literatura es un acto moral: "El hecho de escribir poemas o ficciones no exime de ninguna responsabilidad moral, y empleo la palabra moral por no decir política o histórica". En la terquedad de la perfección de la forma literaria, un escritor se sitúa en el mundo, aun cuando sus enconadas elecciones puedan silenciarlo o destruirlo. Así, el ateísmo de Castillo tiene la convicción de un hombre de fe, que examina la santidad y la maldad, la traición y la solidaridad, a través del ejercicio del arte literario como una elección humanista sostenida hasta el fin. Que tilden ese gesto de anacrónico lo tiene sin cuidado: le reserva el presente, el futuro.
Estos ensayos apasionan porque tienen la potencia de una ficción, donde el escritor es un personaje que, en el lodo de su existencia, ha ejercido lo extraordinario. Castillo describe a ese hombre calvo, rollizo, con papada y antipoético llamado Pablo Neruda, que un día escribió Residencia en la Tierra, porque no ve a los escritores como seres excepcionales, sino como algo más interesante: lugar donde lo excepcional acontece. En el último ensayo, casi un manifiesto, llama belleza a esa epifanía utópica de lo excepcional que reside en el arte, y que aspira a transformar el mundo por razones estéticas: "La belleza existe -escribe Castillo- y necesita de la única palabra que la nombra".
© LA NACION
19/06/2010
Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura
Link:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1276071
El enigma para Castillo, como si tuviese que remontar con su inteligencia crítica y su sensibilidad artística la trama de una partida de ajedrez, radica en qué aspecto de la vida alguien común se convierte en escritor y de qué modo paradójico el hecho mismo de serlo le concede el don irrenunciable y extraordinario de su magia parcial. Al hallar una respuesta, para sí mismo y para sus lectores, el efecto es acuciante y conmovedor: por ejemplo, Chéjov, al aprender la "irresistible fuerza de la vida humana, y su absurdo, entre los enfermos terminales"; o Poe, al "descubrir" en Eureka el secreto de Dios. Como Borges, puede descubrir en un solo acto la cifra total de esa vida. Por eso estos ensayos son también relatos, y su argumentación nunca abandona el terreno de lo concreto, del detalle, aguzados por un estilo que compulsa y combina, observa y define, refuta y exalta. Esta evaluación carece de solemnidad. Abundan los guiños de una ironía y una precisión que despejan lugares comunes y malentendidos: demuestra, por ejemplo, que Arlt no era un genio inculto; que Echeverría no era un escritor inconcluso; que Mujica Lainez podía escribir con una lucidez implacable sobre su propia clase. Para Castillo esas vidas no se reducen a la anécdota o la peripecia, aunque las incluya, sino a una especie de energía dispendiosa de acontecer que se vuelve escritura, forma literaria. Y que podría tornarse un ritual donde se repite una lucha arcaica, que, al exceder toda normalidad, se vuelve heroica, aunque linde con la locura o el exceso.
Tributario de Sartre desde los años sesenta, como lo reconoce en el ensayo que le dedica, la responsabilidad del escritor fue uno de sus aprendizajes indelebles. No hay gratuidad en la literatura, lo cual no significa que se torne pontificadora u oracular. En el centro de su debilidad o inconclusión, ofrece un modo de redención, agónico y agonista, porque "como suele ocurrir, el problema tal vez no está en el arte y la literatura sino en lo que llamamos realidad". Por ello la literatura es un acto moral: "El hecho de escribir poemas o ficciones no exime de ninguna responsabilidad moral, y empleo la palabra moral por no decir política o histórica". En la terquedad de la perfección de la forma literaria, un escritor se sitúa en el mundo, aun cuando sus enconadas elecciones puedan silenciarlo o destruirlo. Así, el ateísmo de Castillo tiene la convicción de un hombre de fe, que examina la santidad y la maldad, la traición y la solidaridad, a través del ejercicio del arte literario como una elección humanista sostenida hasta el fin. Que tilden ese gesto de anacrónico lo tiene sin cuidado: le reserva el presente, el futuro.
Estos ensayos apasionan porque tienen la potencia de una ficción, donde el escritor es un personaje que, en el lodo de su existencia, ha ejercido lo extraordinario. Castillo describe a ese hombre calvo, rollizo, con papada y antipoético llamado Pablo Neruda, que un día escribió Residencia en la Tierra, porque no ve a los escritores como seres excepcionales, sino como algo más interesante: lugar donde lo excepcional acontece. En el último ensayo, casi un manifiesto, llama belleza a esa epifanía utópica de lo excepcional que reside en el arte, y que aspira a transformar el mundo por razones estéticas: "La belleza existe -escribe Castillo- y necesita de la única palabra que la nombra".
© LA NACION
19/06/2010
Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura
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http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1276071
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