lunes, 6 de septiembre de 2010

“VARGAS LLOSA PARA NIÑOS” POR RICARDO GONZÁLEZ VIGIL.


LETRA VIVA

“VARGAS LLOSA PARA NIÑOS”

Por: Ricardo González Vigil

A lo grande ha comenzado la colección “Mi primer” que, bajo la coordinación de Arturo Pérez-Reverte, ha creado la editorial Alfaguara como un precioso aporte a la literatura infantil: “Acércate a los grandes autores de la literatura de adultos a través de esta colección de álbumes ilustrados para los más pequeños” es su lema digno de aplauso. Sus dos primeros títulos son “Fonchito y la luna”, de Mario Vargas Llosa, el narrador de lengua española que goza de mayor prestigio en la actualidad (la gloria de Gabriel García Márquez reposa en obras de los años 60-80, y no en lo publicado en años recientes); y “El pequeño hoplita”, del mencionado Pérez Reverte, el narrador de España más exitoso (de gran arraigo en el público juvenil, por su saga de novelas protagonizadas por el capitán Alatriste) de las tres últimas décadas.

Vargas Llosa ha acertado en su primer cuento escrito deliberadamente para niños. Probando que es un gran fabulador, con un universo narrativo propio, ha acudido a Fonchito, el protagonista de “Elogio de la madrastra” y “Los cuadernos de don Rigoberto”. En esas dos novelas semeja un Cupido (con los años de un prepúber, pero la malicia de un pervertido experimentado) que rompe tabúes y censuras, entregado a su retorcida imaginación sexual. Aquí tiene menos años y su impulso erótico corresponde a la delicadeza del primer amor, todavía cándido, sin perversión alguna: “Fonchito se moría de ganas de besar las mejillas de Nereida, la niña más bonita de su clase”. De todos modos, fiel a su apuesta a favor de un erotismo liberador, no deja de llamarse Nereida la niña, aludiendo a las nereidas (sensuales y voluptuosas, de la familia de las ninfas, objeto del deseo de sátiros y tritones) de la mitología griega.

De otro lado, en años recientes Vargas Llosa se ha sumergido en los orígenes del relato, con esos modelos supremos que son “La Odisea” y “Las mil y una noches”. Precisamente, la trama de “Fonchito y la luna” remite a las versiones populares de cómo el amor nos hace prometer la luna al ser amado: “Pídeme la luna y te la bajaré”, corea una pegajosa canción de Leo Dan, por citar un ejemplo pertinente para una trama en que ingeniosamente Fonchito “le baja la luna” a Nereida. Esa luna consabida de las noches llamadas románticas, ritualizada como luna de miel cuando consiguen unir sus vidas los enamorados. Sin embargo, resulta tentador pensar que Vargas Llosa le hace un guiño a una fuente inquietante, embarcada en la aventura de la libertad: el Calígula de Albert Camus, deseoso de poseer la luna. En cambio, no nos convence “El pequeño hoplita” de Pérez Reverte. Es cierto que puede conectarse con su universo creador, abocado en los últimos lustros a recrear gestas saltantes de la humanidad (“Cabo Trafalgar” y “El asedio”, marcadamente), en este caso los célebres 300 espartanos en las Termópilas. Pero, a diferencia del tono ameno, sutilmente tierno, de “Fonchito y la luna”, peca en el afán de transmitir una enseñanza a los niños: imagina un forzado final, en el que el niño y su padre se quedan para siempre cuidando las Termópilas: “para vigilar el desfiladero que defiende a los hombres libres. Y allí siguen los dos”. Otro defecto es que, en dos ocasiones, repite lo que ya dijo (“Ya hemos dicho que eran hombres violentos” y “y ya hemos dicho que era un niño pequeño”), subestimando la memoria de los niños, los cuales no olvidan ningún detalle cuando un cuento los cautiva.

02/08/ 2010

Fuente:
Diario “El Comercio”

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