“LIBRO DE EXILIO: POESÍA, MEMORIA, VERDAD Y VIDA”
Por: David Antonio Abanto Aragón
Toda belleza no se corresponde al poder
sino a la eternidad
Enrique Verástegui
Oh, ya hemos conocido
el tiempo, ya hemos ordenado el pasado y el futuro
en el hórrido escombro de un presente irredimible,
y todo es como nacer desde la tierra muerta
Juan Ojeda
Ser feliz
es disfrutar de la vida
a pesar de la vida
Miguel Ángel Sanz Chung
sino a la eternidad
Enrique Verástegui
Oh, ya hemos conocido
el tiempo, ya hemos ordenado el pasado y el futuro
en el hórrido escombro de un presente irredimible,
y todo es como nacer desde la tierra muerta
Juan Ojeda
Ser feliz
es disfrutar de la vida
a pesar de la vida
Miguel Ángel Sanz Chung
Del lirismo íntimo a la expresión épica
Miguel Ildefonso (Lima, 1970) es uno de los grandes poetas peruanos contemporáneos y uno de los más destacados narradores peruanos de las últimas décadas. De intensa sensibilidad arrebatada y arrebatadora, la obra (en todo el sentido de la palabra) de Ildefonso ha desplegado un universo creativo personalísimo, con una voz propia e inconfundible: ildefonsiana.
Desde su primer libro de poemas, pudimos percibir en sus composiciones, como rasgo distintivo de ella, una relación angustiante con la escritura poética que alcanzaría momentos fulgurantes, de los mejor de la poesía peruana contemporánea, en sus libros posteriores (sobretodo en Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas, Los desmoronamientos sinfónicos, Himnos y Dantes), travesías en las que expresa el anhelo de arrojarse a vivir la existencia de manera directa, a plenitud (que reconoce antecedentes magistrales en el Vallejo de los Poemas humanos, el Martín Adán agónico de Escrito a ciegas, la tierna sensibilidad integradora de José María Arguedas, la exploración lírica de Eielson, la travesía abisal de Juan Ojeda, los rigurosos recursos expresivos de Enrique Verástegui, la irreverencia de Luis Hernández, la intensidad vital urbana de su compañero de ruta Carlos Oliva, por mencionar solo algunos).
Su obra, en conjunto (a la fecha con nueve poemarios publicados —y uno, en edición no venal, de inminente aparición—, un libro de cuentos y dos novelas), nos muestra el tránsito de un registro creador cada vez más totalizante: de un lirismo íntimo e individualizado (predominante en Vestigios y aún presente en Canciones de un bar en la frontera y Las ciudades fantasmas) pasa a la expresión de un lenguaje cada vez más abierto a las experiencias colectivas, enriqueciendo lo lírico con rasgos narrativos y dramáticos (en MDIH, Los desmoronamientos sinfónicos, Himnos y Dantes).
Un diálogo con los exiliados
Libro de exilio (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica, 2010), galardonado con el Premio Nacional de Poesía en su edición 2009, viene a ser un sólido testimonio poético de esta transición artística y una destacada exhibición de la madurez de su expresión creativa y evolución vital. Estamos ante un notable poemario de gran solidez arquitectónica en temas y tono.
Sus 23 composiciones articulan un conjunto poético con un hilo conductor: el exilio. En este se convocan diversas expresiones de esta vivencia, de este modo de existencia. Su destreza expresiva logra plasmar un sobresaliente testimonio que nos muestra la deshumanización de la vida urbana, la alienación de un tener y un consumir cada vez más alejados de la vida natural (la de la Naturaleza y la de nuestra condición humana) y sus valores primordiales. Ese “mundo absurdamente cerrado” (p.48) que es el origen de nuestra sed de totalidad y reciprocidad, en el que una noche se conoció “esas cosas llamadas palabras” (p.49).
Son esas palabras las que las tribulaciones de la voz poética pone en diálogo con el testimonio luminoso de esos insignes rehenes de la existencia: los poetas. En su discurso de aceptación del premio (cuyo fragmento podemos leer en la contratapa del libro) Ildefonso señaló: “Estos son poemas que dialogan con exiliados”. Ahí las figuras epónimas de Moro, Rimbaud, Mallarme, Adán, Nietzsche, Kierkegaard, Baudelaire, Lorca, Nerval, Schopenhauer, Eguren, Bretón, desfilan y/o inspiran sus composiciones y la multiplicidad de voces en pos de epifanías o “iluminaciones” entre los “vestigios” del mundo, ya no solo de las vivencias individuales sino colectivas.
La voz poética percibe que “solo los que han encontrado el vacío pueden beber de su orilla todos los sueños del mundo” (p.63), con la evidencia de quien sabe (elemento racional) que está “ahí”, porque siempre lo ve (elemento sensorial). A la larga, quizá, el poeta nos descubra que todos los personajes de su libro son máscaras del autor mismo, parte de él, de sus potencialidades y, también, de sus carencias.
Comprendamos que libro a libro asistimos a la edificación de una obra en la que la sensibilidad (el núcleo de su óptica ante la poesía y la vida) es siempre la misma; pero su técnica cambia constantemente, lo mismo que su búsqueda de sentido, porque aspira a expresar del modo más pleno su sensibilidad profunda.
Del mismo modo, la lectura de Libro de exilio debe integrase en la lectura del conjunto de su obra (en poesía y prosa), y atender tanto a las raíces locales, peruanas, como a su proyección universal; al componente cotidiano y concreto (con referencias biográficas e históricas) al mismo tiempo que su capacidad para trascender los datos circunstanciales, alcanzando una significación perdurable.
En el trasfondo, Ildefonso remite al mito griego de Orfeo (paradigma del poeta) despedazado por las bacantes. Recordemos que estamos ante un “libro de exilio” en el que se expresa una sensibilidad en carne viva, pero en estrecha alianza con la actitud reflexiva del que anhela saber y nos solo sentir (un saber que no solo se limita a lo racional, que confía en lo intuitivo e instintivo). Pero su tono no es de certidumbre sino de incertidumbre. Estamos ante el tono gris de la existencia. Un gris que no es producto de una síntesis dialéctica, ni del “justo medio” que buscaba la poética de Trilce, ni de la “soñada coherencia” de Luis Hernández; sino de aceptación de la medianía imperante. No es la “aurea mediocritas” ensalzada por los clásicos; simplemente nos hallamos ante la actitud de sobrellevar una existencia sin grandezas ni excesos, ganada por el escepticismo, cinismo y la melancolía. La certidumbre resulta sospechosa. Ese vivir gris tiene como marco el envilecimiento progresivo del exilio, un exilio de la vida, de lo humanizador en la existencia. Una especie de purgatorio húmedo y mortecino. Recordemos a Dante (a la sazón, segundo nombre del autor y referente permanente en sus obras), el Purgatorio es una espera de la que no se conoce el fin. Es decir, a diferencia del Infierno, donde ya no cabe la esperanza, en el Purgatorio se espera sin plazo conocido.
Para esta espera, en la línea de poetas como Luis Hernández, Enrique Verástegui y José Watanabe, Ildefonso ha impreso una textura propia a la conexión entre lo lírico, lo reflexivo y lo narrativo en su búsqueda intensamente cuestionadora (desmitificadora y liberadora) de las ideas y los valores establecidos. Su atractivo procede, en gran parte, de que revela algo que puede sobrevenir, promete el sentido o lo modifica con sutiles insinuaciones, pero nunca con certezas. Resulta indispensable dudar.
El exilio es la memoria: poesía para no olvidar
Debajo de esa temática de la marginalidad, la exclusión y el exilio —sin la que la obra de Ildefonso no ostentaría esa dimensión y profundidad que tiene— está la capacidad de sensibilizarse frente a la deshumanización de las personas. El amor (como eros y ágape) no solo explica y da sentido a la comunión ildefonsiana con los seres humanos; sobre todo, impulsa al poeta a encontrar una solución contra la deshumanización y la destrucción imperantes. “Ahora el exilio es la memoria”, afirma acertadamente el poeta en su discurso de aceptación mencionado. La misión del poeta consiste en hacer recordar (en griego: practicar la anamnesis, la rememoración, la reminiscencia). Esto es poesía para no olvidar (olvido es en griego lethe), no olvidar es lo que en griego se dice a-letheia y que se traducirá luego al latín y al español como verdad. Como sabemos, en un tiempo de olvidos y mentiras, no hay nada más subversivo que la memoria y la verdad.
Libro de exilio nos alerta sobre la deshumanización del arte, del mundo y, sobretodo, del hombre. Nos advierte de sus consecuencias. Pero a la vez abre la posibilidad de asumir la muerte para poder vivir nuevamente (nacer otra vez) experimentando a cabalidad la vida. El poeta nos recuerda que la vida, la memoria, la verdad está en nuestras manos, en nuestras voces.
Ildefonso, a nuestro juicio, persigue en sus composiciones la sintonía con aquellas regiones del espíritu donde confluyen, de una manera atávica y esencial, el hombre y la Naturaleza: “yo te veo en esas cosas que nacen de lo perfectamente inútil como el sonido que descansa en el ave sujeto a la débil rama contemplando lo que siempre ha amado - igual te nombro en la ausencia que lleva el río sus quebradas alas de insecto develando su razón su impotencia dentro del bello sonido - no te pareces a nada sin embargo perteneces a todo y todo te pertenece - y a los vientos que traen angustia también perteneces con exceso y silencio” (p. 63).
Libro de exilio se abre con una imagen de desmoronamiento: “construcciones imperfectas caen en pedazos con la lenta noche mojada” p.9 y, aunque a lo largo del libro sus composiciones caen en la tentación del nihilismo, hasta afirmar en el último poema: “la prisión está adentro pero la realidad es la verdadera prisión: estabas orgulloso de lo que construiste pero ahora lo estás por haberlo destruido” (p.75); se impone recordar que es el núcleo amoroso el que permite que su exploración poética, a diferencia de la de otros escritores, mantenga la confianza en que el lenguaje poético testimonia y esclarece la realidad.
La lectura de Libro de exilio no nos deja, pues, ese sabor de abandono de la esperanza. Sabiamente sus composiciones se afirman en la escritura y si bien delatan las limitaciones de la palabra y los papeles, a la vez invita a la palabra poética a conectarse con la vida diaria y con otras posibilidades expresivas, sin dejar de ser palabra.
Sus hermosos llamados a modo de réquiem que enarbolan el valor imperecedero del amor y la vida están en la existencia. En el poema “16/encierro de la rosa: Adán”, el manicomio como metáfora de la existencia es presentado como el espacio en el que se encuentra enclaustrada y atada el alma del poeta y en medio de imágenes del delirio y alienación aparece la imagen de una niña como símbolo de la vida, de la creación (la niña salta y su sombra movía los árboles), es el único motivo por el cual nos dice “yo cerraba los ojos y los abría sólo para saber que ella aún estaba allí” (p.51).
Una travesía de expiación-purificación
La obra de Miguel Ildefonso no cesa de enriquecer nuestra tradición artística con su ahondamiento genial en la naturaleza humana (con sus vicios y virtudes). Su mensaje de amor, que redime al hombres en una travesía de expiación-purificación hasta la gozosa comunión con todos los seres humanos y con la vida, encuentra en Libro de exilio una celebración integradora de la búsqueda artística “en la que poesía y agonía bruscamente colgadas del ventilador” (p.47), con el efecto poético como la magia primordial y última de la comunicación desnuda y plena desatada por dicha búsqueda: “desesperados buscamos un refugio para escapar de la nada – y solo para decir que existimos hacemos el amor: tú con la soledad yo con la soledad” p.13.
Libro de exilio nos plantea la necesidad de convertir la vida y el amor en un asunto de diálogo entre los seres humanos para restaurar la armonía, la poesía, en la sociedad.
Miguel Ildefonso (Lima, 1970) es uno de los grandes poetas peruanos contemporáneos y uno de los más destacados narradores peruanos de las últimas décadas. De intensa sensibilidad arrebatada y arrebatadora, la obra (en todo el sentido de la palabra) de Ildefonso ha desplegado un universo creativo personalísimo, con una voz propia e inconfundible: ildefonsiana.
Desde su primer libro de poemas, pudimos percibir en sus composiciones, como rasgo distintivo de ella, una relación angustiante con la escritura poética que alcanzaría momentos fulgurantes, de los mejor de la poesía peruana contemporánea, en sus libros posteriores (sobretodo en Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas, Los desmoronamientos sinfónicos, Himnos y Dantes), travesías en las que expresa el anhelo de arrojarse a vivir la existencia de manera directa, a plenitud (que reconoce antecedentes magistrales en el Vallejo de los Poemas humanos, el Martín Adán agónico de Escrito a ciegas, la tierna sensibilidad integradora de José María Arguedas, la exploración lírica de Eielson, la travesía abisal de Juan Ojeda, los rigurosos recursos expresivos de Enrique Verástegui, la irreverencia de Luis Hernández, la intensidad vital urbana de su compañero de ruta Carlos Oliva, por mencionar solo algunos).
Su obra, en conjunto (a la fecha con nueve poemarios publicados —y uno, en edición no venal, de inminente aparición—, un libro de cuentos y dos novelas), nos muestra el tránsito de un registro creador cada vez más totalizante: de un lirismo íntimo e individualizado (predominante en Vestigios y aún presente en Canciones de un bar en la frontera y Las ciudades fantasmas) pasa a la expresión de un lenguaje cada vez más abierto a las experiencias colectivas, enriqueciendo lo lírico con rasgos narrativos y dramáticos (en MDIH, Los desmoronamientos sinfónicos, Himnos y Dantes).
Un diálogo con los exiliados
Libro de exilio (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica, 2010), galardonado con el Premio Nacional de Poesía en su edición 2009, viene a ser un sólido testimonio poético de esta transición artística y una destacada exhibición de la madurez de su expresión creativa y evolución vital. Estamos ante un notable poemario de gran solidez arquitectónica en temas y tono.
Sus 23 composiciones articulan un conjunto poético con un hilo conductor: el exilio. En este se convocan diversas expresiones de esta vivencia, de este modo de existencia. Su destreza expresiva logra plasmar un sobresaliente testimonio que nos muestra la deshumanización de la vida urbana, la alienación de un tener y un consumir cada vez más alejados de la vida natural (la de la Naturaleza y la de nuestra condición humana) y sus valores primordiales. Ese “mundo absurdamente cerrado” (p.48) que es el origen de nuestra sed de totalidad y reciprocidad, en el que una noche se conoció “esas cosas llamadas palabras” (p.49).
Son esas palabras las que las tribulaciones de la voz poética pone en diálogo con el testimonio luminoso de esos insignes rehenes de la existencia: los poetas. En su discurso de aceptación del premio (cuyo fragmento podemos leer en la contratapa del libro) Ildefonso señaló: “Estos son poemas que dialogan con exiliados”. Ahí las figuras epónimas de Moro, Rimbaud, Mallarme, Adán, Nietzsche, Kierkegaard, Baudelaire, Lorca, Nerval, Schopenhauer, Eguren, Bretón, desfilan y/o inspiran sus composiciones y la multiplicidad de voces en pos de epifanías o “iluminaciones” entre los “vestigios” del mundo, ya no solo de las vivencias individuales sino colectivas.
La voz poética percibe que “solo los que han encontrado el vacío pueden beber de su orilla todos los sueños del mundo” (p.63), con la evidencia de quien sabe (elemento racional) que está “ahí”, porque siempre lo ve (elemento sensorial). A la larga, quizá, el poeta nos descubra que todos los personajes de su libro son máscaras del autor mismo, parte de él, de sus potencialidades y, también, de sus carencias.
Comprendamos que libro a libro asistimos a la edificación de una obra en la que la sensibilidad (el núcleo de su óptica ante la poesía y la vida) es siempre la misma; pero su técnica cambia constantemente, lo mismo que su búsqueda de sentido, porque aspira a expresar del modo más pleno su sensibilidad profunda.
Del mismo modo, la lectura de Libro de exilio debe integrase en la lectura del conjunto de su obra (en poesía y prosa), y atender tanto a las raíces locales, peruanas, como a su proyección universal; al componente cotidiano y concreto (con referencias biográficas e históricas) al mismo tiempo que su capacidad para trascender los datos circunstanciales, alcanzando una significación perdurable.
En el trasfondo, Ildefonso remite al mito griego de Orfeo (paradigma del poeta) despedazado por las bacantes. Recordemos que estamos ante un “libro de exilio” en el que se expresa una sensibilidad en carne viva, pero en estrecha alianza con la actitud reflexiva del que anhela saber y nos solo sentir (un saber que no solo se limita a lo racional, que confía en lo intuitivo e instintivo). Pero su tono no es de certidumbre sino de incertidumbre. Estamos ante el tono gris de la existencia. Un gris que no es producto de una síntesis dialéctica, ni del “justo medio” que buscaba la poética de Trilce, ni de la “soñada coherencia” de Luis Hernández; sino de aceptación de la medianía imperante. No es la “aurea mediocritas” ensalzada por los clásicos; simplemente nos hallamos ante la actitud de sobrellevar una existencia sin grandezas ni excesos, ganada por el escepticismo, cinismo y la melancolía. La certidumbre resulta sospechosa. Ese vivir gris tiene como marco el envilecimiento progresivo del exilio, un exilio de la vida, de lo humanizador en la existencia. Una especie de purgatorio húmedo y mortecino. Recordemos a Dante (a la sazón, segundo nombre del autor y referente permanente en sus obras), el Purgatorio es una espera de la que no se conoce el fin. Es decir, a diferencia del Infierno, donde ya no cabe la esperanza, en el Purgatorio se espera sin plazo conocido.
Para esta espera, en la línea de poetas como Luis Hernández, Enrique Verástegui y José Watanabe, Ildefonso ha impreso una textura propia a la conexión entre lo lírico, lo reflexivo y lo narrativo en su búsqueda intensamente cuestionadora (desmitificadora y liberadora) de las ideas y los valores establecidos. Su atractivo procede, en gran parte, de que revela algo que puede sobrevenir, promete el sentido o lo modifica con sutiles insinuaciones, pero nunca con certezas. Resulta indispensable dudar.
El exilio es la memoria: poesía para no olvidar
Debajo de esa temática de la marginalidad, la exclusión y el exilio —sin la que la obra de Ildefonso no ostentaría esa dimensión y profundidad que tiene— está la capacidad de sensibilizarse frente a la deshumanización de las personas. El amor (como eros y ágape) no solo explica y da sentido a la comunión ildefonsiana con los seres humanos; sobre todo, impulsa al poeta a encontrar una solución contra la deshumanización y la destrucción imperantes. “Ahora el exilio es la memoria”, afirma acertadamente el poeta en su discurso de aceptación mencionado. La misión del poeta consiste en hacer recordar (en griego: practicar la anamnesis, la rememoración, la reminiscencia). Esto es poesía para no olvidar (olvido es en griego lethe), no olvidar es lo que en griego se dice a-letheia y que se traducirá luego al latín y al español como verdad. Como sabemos, en un tiempo de olvidos y mentiras, no hay nada más subversivo que la memoria y la verdad.
Libro de exilio nos alerta sobre la deshumanización del arte, del mundo y, sobretodo, del hombre. Nos advierte de sus consecuencias. Pero a la vez abre la posibilidad de asumir la muerte para poder vivir nuevamente (nacer otra vez) experimentando a cabalidad la vida. El poeta nos recuerda que la vida, la memoria, la verdad está en nuestras manos, en nuestras voces.
Ildefonso, a nuestro juicio, persigue en sus composiciones la sintonía con aquellas regiones del espíritu donde confluyen, de una manera atávica y esencial, el hombre y la Naturaleza: “yo te veo en esas cosas que nacen de lo perfectamente inútil como el sonido que descansa en el ave sujeto a la débil rama contemplando lo que siempre ha amado - igual te nombro en la ausencia que lleva el río sus quebradas alas de insecto develando su razón su impotencia dentro del bello sonido - no te pareces a nada sin embargo perteneces a todo y todo te pertenece - y a los vientos que traen angustia también perteneces con exceso y silencio” (p. 63).
Libro de exilio se abre con una imagen de desmoronamiento: “construcciones imperfectas caen en pedazos con la lenta noche mojada” p.9 y, aunque a lo largo del libro sus composiciones caen en la tentación del nihilismo, hasta afirmar en el último poema: “la prisión está adentro pero la realidad es la verdadera prisión: estabas orgulloso de lo que construiste pero ahora lo estás por haberlo destruido” (p.75); se impone recordar que es el núcleo amoroso el que permite que su exploración poética, a diferencia de la de otros escritores, mantenga la confianza en que el lenguaje poético testimonia y esclarece la realidad.
La lectura de Libro de exilio no nos deja, pues, ese sabor de abandono de la esperanza. Sabiamente sus composiciones se afirman en la escritura y si bien delatan las limitaciones de la palabra y los papeles, a la vez invita a la palabra poética a conectarse con la vida diaria y con otras posibilidades expresivas, sin dejar de ser palabra.
Sus hermosos llamados a modo de réquiem que enarbolan el valor imperecedero del amor y la vida están en la existencia. En el poema “16/encierro de la rosa: Adán”, el manicomio como metáfora de la existencia es presentado como el espacio en el que se encuentra enclaustrada y atada el alma del poeta y en medio de imágenes del delirio y alienación aparece la imagen de una niña como símbolo de la vida, de la creación (la niña salta y su sombra movía los árboles), es el único motivo por el cual nos dice “yo cerraba los ojos y los abría sólo para saber que ella aún estaba allí” (p.51).
Una travesía de expiación-purificación
La obra de Miguel Ildefonso no cesa de enriquecer nuestra tradición artística con su ahondamiento genial en la naturaleza humana (con sus vicios y virtudes). Su mensaje de amor, que redime al hombres en una travesía de expiación-purificación hasta la gozosa comunión con todos los seres humanos y con la vida, encuentra en Libro de exilio una celebración integradora de la búsqueda artística “en la que poesía y agonía bruscamente colgadas del ventilador” (p.47), con el efecto poético como la magia primordial y última de la comunicación desnuda y plena desatada por dicha búsqueda: “desesperados buscamos un refugio para escapar de la nada – y solo para decir que existimos hacemos el amor: tú con la soledad yo con la soledad” p.13.
Libro de exilio nos plantea la necesidad de convertir la vida y el amor en un asunto de diálogo entre los seres humanos para restaurar la armonía, la poesía, en la sociedad.
Independencia, agosto de 2010
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