“UNA SIMPLE ADICCIÓN”
Por: Jorge Fernández Díaz
Director de adnCULTURA
Hubo un tiempo en que no había para mí otra cosa que la novela negra. Fue un vendaval que me sorprendió de joven y que me arrastró varios años por callejones oscuros, bares nocturnos, pistolas humeantes y rubias pérfidas. Una religión que reconocía un paraíso lleno de genios como James Cain, Jim Thompson, William Irish, Charles Williams, David Goodis, Chester Himes, Patricia Highsmith, George Simenon y Somerset Maugham, pero que veneraba, por encima de todo y de todos, a la Santísima Trinidad: Hammett, Chandler y Ross Macdonald. Esos tres escritores habían deconstruido la imagen del refinado detective de enigma que encarnaban Holmes y Poirot, y lo habían reconstruido en su versión dura.
Decía Borges que el policial inglés y deductivo provenía de la literatura fantástica: de hecho, nace oficialmente en dos cuentos breves de Edgar Allan Poe. La novela negra, en cambio, proviene del realismo, y específicamente de un relato de Ernest Hemingway ("Los asesinos"), donde está sintetizada en tres páginas toda la pirueta visual y lingüística de la novela negra. Al mismo tiempo, Hammett creaba al anónimo agente de la Continental y luego, al ácido investigador privado Sam Spade. Lo hizo con una economía de recursos, un lenguaje seco y afilado, que se emparentaba con el ideal estético de Hemingway. Y que derivó en su gran heredero, Chandler, quien le dio otra tersura a su quijotesco Phillip Marlowe. Esa criatura irónica, poética y melancólica seguía en su derrotero la senda que abrían los relatos de Scott Fitzgerald: me refiero al intento serio de retratar los dobleces y secretos de las familias adineradas. Macdonald terminó de algún modo el trabajo que había dejado inconcluso Chandler al morir: su humano y comprensivo Lew Archer era un detective de la era del psicoanálisis, que indagaba por los interiores de los grandes clanes californianos. Detrás de cada trama aparentemente policial Macdonald escondía, sin embargo, una tragedia griega.
De eso tratan las novelas El caso Galton, El blanco móvil, La piscina mortal, La bella durmiente, La mirada del adiós y El martillo azul, donde el propio detective dice: "Hay ciertas familias cuyos miembros deberían vivir, todos, en ciudades diferentes. En diferentes estados, a ser posible. Y enviarse cartas solamente una vez al año". Sería temerario afirmar que Macdonald fue un artista superior a Hammett y a Chandler, pero no lo sería decir que sus personajes tienen más hondura y complejidad.
Después de caminar tantas veces por la calle Corrientes y revisar y tomar por asalto tantas librerías de saldo y tantas bibliotecas de barrio, jamás pude dar con un solo libro de cuentos de Archer. Sabía que existían relatos breves pero nunca di ni siquiera con uno de ellos. Finalmente, aquí están todos juntos. El volumen se llama El expediente Archer y no sólo contiene esos textos, también atesora comienzos de narraciones que Macdonald escribía y abandonaba, y que encontraron en su escritorio después de su muerte. El expediente Archer, que anticipamos en esta edición, es un libro destinado a ser un clásico imprescindible de la novela policial de todos los tiempos. El biógrafo del viejo Ross, Tom Nolan, y el prologuista de este volumen, el escritor argentino Rodrigo Fresán, explican muy bien por qué razón este semiolvidado escritor magistral está de vuelta y merece una nueva oportunidad.
jdiaz@lanacion.com.ar
01/05/2010
Fuente:
Diario “La Nación” / Suplemento ADN Cultura
Hubo un tiempo en que no había para mí otra cosa que la novela negra. Fue un vendaval que me sorprendió de joven y que me arrastró varios años por callejones oscuros, bares nocturnos, pistolas humeantes y rubias pérfidas. Una religión que reconocía un paraíso lleno de genios como James Cain, Jim Thompson, William Irish, Charles Williams, David Goodis, Chester Himes, Patricia Highsmith, George Simenon y Somerset Maugham, pero que veneraba, por encima de todo y de todos, a la Santísima Trinidad: Hammett, Chandler y Ross Macdonald. Esos tres escritores habían deconstruido la imagen del refinado detective de enigma que encarnaban Holmes y Poirot, y lo habían reconstruido en su versión dura.
Decía Borges que el policial inglés y deductivo provenía de la literatura fantástica: de hecho, nace oficialmente en dos cuentos breves de Edgar Allan Poe. La novela negra, en cambio, proviene del realismo, y específicamente de un relato de Ernest Hemingway ("Los asesinos"), donde está sintetizada en tres páginas toda la pirueta visual y lingüística de la novela negra. Al mismo tiempo, Hammett creaba al anónimo agente de la Continental y luego, al ácido investigador privado Sam Spade. Lo hizo con una economía de recursos, un lenguaje seco y afilado, que se emparentaba con el ideal estético de Hemingway. Y que derivó en su gran heredero, Chandler, quien le dio otra tersura a su quijotesco Phillip Marlowe. Esa criatura irónica, poética y melancólica seguía en su derrotero la senda que abrían los relatos de Scott Fitzgerald: me refiero al intento serio de retratar los dobleces y secretos de las familias adineradas. Macdonald terminó de algún modo el trabajo que había dejado inconcluso Chandler al morir: su humano y comprensivo Lew Archer era un detective de la era del psicoanálisis, que indagaba por los interiores de los grandes clanes californianos. Detrás de cada trama aparentemente policial Macdonald escondía, sin embargo, una tragedia griega.
De eso tratan las novelas El caso Galton, El blanco móvil, La piscina mortal, La bella durmiente, La mirada del adiós y El martillo azul, donde el propio detective dice: "Hay ciertas familias cuyos miembros deberían vivir, todos, en ciudades diferentes. En diferentes estados, a ser posible. Y enviarse cartas solamente una vez al año". Sería temerario afirmar que Macdonald fue un artista superior a Hammett y a Chandler, pero no lo sería decir que sus personajes tienen más hondura y complejidad.
Después de caminar tantas veces por la calle Corrientes y revisar y tomar por asalto tantas librerías de saldo y tantas bibliotecas de barrio, jamás pude dar con un solo libro de cuentos de Archer. Sabía que existían relatos breves pero nunca di ni siquiera con uno de ellos. Finalmente, aquí están todos juntos. El volumen se llama El expediente Archer y no sólo contiene esos textos, también atesora comienzos de narraciones que Macdonald escribía y abandonaba, y que encontraron en su escritorio después de su muerte. El expediente Archer, que anticipamos en esta edición, es un libro destinado a ser un clásico imprescindible de la novela policial de todos los tiempos. El biógrafo del viejo Ross, Tom Nolan, y el prologuista de este volumen, el escritor argentino Rodrigo Fresán, explican muy bien por qué razón este semiolvidado escritor magistral está de vuelta y merece una nueva oportunidad.
jdiaz@lanacion.com.ar
01/05/2010
Fuente:
Diario “La Nación” / Suplemento ADN Cultura
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