DIAMANTES EN EL FANGO
A PROPÓSITO DE “TEOREMA DEL ANARQUISTA ILUSTRADO”
Por: Charly Martínez Toledo *
Al enumerar la exuberante y variopinta cantidad de novelas por cuyas páginas transitan seres conflictuales, estrambóticos, atrapados en esa oscura y espesa maraña de pensamientos que, cual jinete, galopan incesantemente por el sendero del absurdo, acaso donde el corcel acabe convirtiéndose en un agujereado pedazo de madera (lo que antaño era llamado “locura”), no podemos dejar de mencionar textos de vital interés e importancia para todo aquel que desee ahondar e involucrarse en la llamada novela psicológica. Así, encontramos a Francois Mauriac y su “Nido de víboras”, el “Diario de Ana Frank”, “La puerta estrecha” de André Gide y, no podía faltar, la genial obra “Crimen y castigo” de Dostoievsky. Pero sin ir muy lejos -y saliéndonos de los estrictos cánones- podemos citar a un pequeño grupo de textos que, acaso, intentan emular los dignos pasos de sus maestros. Ahí tenemos “Atrapado sin salida” de Ken Kesey; “La historia del loco” de Jhon Katzenbach, aunque lleve cierta impronta chestertoniana –casi inmersa en la onda del “best seller”- gozó, en su momento, de amplia acogida; “Desconocidos en casa” de Georges Simenon, el cual es una historia que el autor ha sabido redondear con singular maestría y donde el protagonista, el abogado Héctor Loursat, posee una actitud hosca hacia el mundo (por momentos nos recuerda al Raskolnikov de “Crimen y castigo”). Muchos de estos personajes se hallan empapados de una constante subversión hacia la férrea maquinaria forense (a veces también, como en el caso de Loursat, puede ser social) que algunas veces se ubica dentro del mero discurso del enajenado y en otras presenta conspicuas reflexiones, verdaderas señalizaciones dispuestas a enriquecer o cuestionar el poderoso arsenal de fundamentos psiquiátricos. Las mismas suelen provocar en el lector un remezón interno, aguzando sus sentidos. En las tres novelas “no canónicas” mencionadas anteriormente observamos una fútil, enfermiza rebelión contra el sistema psiquiátrico producto, claro está, de los síntomas inherentes al alienado. Lo otro, la sesuda reflexión capaz de derrumbar (o al menos hacer tambalear) una serie de principios ya instituidos y establecidos pertenece a novelas que demandan al lector mayor exigencia intelectual, por lo mismo que son, de mayor trascendencia y calidad.
Dentro de este grupo de libros en el cual la marginalidad ideológica del personaje principal (etiquetado siempre como enajenado, orate) provoca una ruptura con el común denominador social (sean actos o pensamientos) “Teorema del anarquista ilustrado” (Ediciones Altazor, 2009) del afamado poeta leyenda Enrique Verástegui Peláez (Cañete, 1950) posee definitivamente, brillantez propia. Publicada originalmente en 1992 nos narra, con singular maestría en la construcción de las imágenes y usando las palabras pertinentes en lo referente a la terminología médica, el plan de huída de Rigoletto, un agraciado y perspicaz joven de veinte años, que labora en una agotadora fábrica de maquinarias y gusta escribir versos. Su posterior internamiento en un hospital para enfermos mentales es un pasaje durante el cual permanecerá inconmovible, mudo, indiferente ante la idea de su posible paranoia, que los galenos elegantemente llaman “referenciación”. Sin embargo, Rigoletto le atribuye razones todavía más alucinadas y siniestras a su encierro actual: “Me habían traído aquí por creer que el Apocalipsis se encontraba, como la belleza “a la orden del día” y yo me iba todas las tardes –cuando salía de mi trabajo, por un momento- a ese parque cercano a mi casa a predicar contra los pecados del mundo” (Pág. 44). Prescindiendo de una trillada y cucufata perorata les predicará –en cierto pasaje del libro- a unos obreros reunidos en un parque chosicano a dónde han ido a pasear los habitantes del hospicio, y le atribuirá al estado los males del individuo ( nos recuerda, en algo, el contexto de la novela “La guerra del fin del mundo” y la insurrección religiosa acaecida en Canudos que, sin embargo, el frenólogo Galileo Gall estimaba como social) corroborando, a su vez, la llegada del Apocalipsis con el mismo hecho de encontrarse reunidos. Parte de ese “estado” que tanto aberra son los psiquiatras, ante quien siente un profundo rechazo. Defiende su posición calificando a su trabajo de inútil: “Como el sistema psiquiátrico pretendía tener una razón que yo no negaba, exigía a mi vez que, al menos, se tuvieran en cuenta mis proposiciones: Ellos trataban de integrarme -¿a qué, y para qué si, de todos modos, las frígidas maquinarias iban a tratar de devorarme?-“ (Pág. 34.). Rigoletto no cree en la “solución” ofrecida por los doctores comparando la sociedad (acaso la salida, la libertad disfrazada de paraíso) con un absorbente magma que hay que sortear, capaz de derretir hasta las últimas esperanzas de los aletargados pacientes. El hospicio encarna la otra cara de una moneda falsa, trucada, con el mismo símbolo a ambos lados y donde el electroshock sea posiblemente el punto fatídico. Si en “El innombrable” de Beckett, su protagonista principal (un ser sin forma, vomitado por el entorno social) necesita hablar para determinar su incómoda existencia, en “Teorema del anarquista ilustrado” sucede algo similar: Los psiquiatras consideran a Rigoletto un simple paciente; a su discurso profético una clara demostración de su vitalidad, aunque gobernado por el fastidioso estigma de lo que ellos mismos denominan “locura”.
Dentro del hospicio, como parte de su rutina diaria, comenzará a planificar sabia y astutamente su huída, gustará de paseos solitarios y, además, de convidarle cigarrillos únicamente a quienes poseían “ese reposado gesto de sabiduría que solo yo podía reconocer” (Pág. 18), se escabullirá entre los descuidados jardines encontrando a cada paso alocadas ninfómanas dispuestas a ofrecerle sus encantos, que él no rehusará. Pero será Esther, “una muchacha de cabellos mal recortados que adornaba, sin embargo, primorosamente, con un pañuelo sobre la frente. Se rellenaba las bellas mejillas con grandes chapas de colorete y sus labios, bajo sus grandes ojos sombreados de azul (…), se abrían para dejar que mis labios se posaran ardorosamente sobre ellos” (Pág. 48) el dulce remanso amoroso anhelado, aunque obscurecido por la enfermedad de ella (insinuada, en el texto, como catatonia) y entorpecido por la atemorizante amenaza de los enfermeros y el electroshock, además de la hostilidad del resto de pacientes pues “como en cualquier parte (…) donde los seres humanos saben que existen porque existe la agresión entre ellos” (Pág. 28). Se deduce de esto que la irracionalidad, la agresividad cundidora entre los internos como única representación existencial es trasuntada afuera, donde aparentemente reina un estado coherente. Esta agresividad contrasta con la poesía y el discurso pacifista de Rigoletto, manifestaciones artísticas descollantes en quien no solo escribe erotizados versos sino que más tarde, haciendo gala de su talento, entrenará un pujante equipo de básquet (forma parte de la terapia impuesta) conformado por neurasténicos. El Zurdo, El Loco, El Charapa, El Silencioso y El Bronco aplicarán al pie de la letra las laberínticas e intrincables jugadas germinadas en el privilegiado cerebro de su entrenador, obteniendo aplaudidas victorias.
En cuanto a la flor, posee este elemento especial simbología para Rigoletto, es dadora de belleza, vida. Sino léase: “Una flor no debe marchitarse sin haber iluminado todos aquellos ojos que la contemplan”. Le confiere un significado de mayores registros en dos de las tres largas anotaciones escritas durante su estadía, acudiendo a recuerdos de infancia: “Sin embargo, una flor –como la rosa con alas de libélula hecha con papel rojo de una cometa levantando su vuelo por encima de las colinas donde los vientos se cruzan, y rechinan –es apenas un mundo, inconmensurable para mí (…). Definir un jardín es, entonces, una tarea no menos consciente que resolver ecuaciones trigonométricas pero sí llena de abismos inalcanzables, casi supremos en cada detalle, cada pecíolo, cada hoja, cada pétalo –diagrama y hechura de una minúscula máquina carnosa, aunque finalmente toda comprensión se revela decisiva en torna al conjunto, y sus detalles” (Págs. 67-68). Rigoletto le rinde pleitesía a lo inentendible, lo inalcanzable, quiere y ama lo que considera vasto, sideral. Quizá esa admiración se vuelque hacia él mismo, gran ególatra: Así se siente, mensajero de vida, de perfección, equiparable a la flor, pues se ha “puesto a escribir para traer belleza sobre la tierra”. (Pág. 12).
Teorema del anarquista ilustrado antepone a la belleza una estética rehusadora de cualquier forma de poder, anarquía cimentando sus bases en el aliento subjetivo de la armonía, ésta última como alimento principal de la ciencia. Por añadidura se encuentra la técnica “cuya existencia transforma la naturaleza, se realiza para perfeccionar el mundo” (Pág. 45). Luego de la belleza y la ciencia se halla, cerrando el triángulo, la técnica, donde siempre el segundo depende del primero.
Este es, pues, un libro de una deliciosa complejidad, donde hasta cierto punto se “mata” la acción (sin que por ello resulte pesado, soso) dándole prioridad a reflexiones colocadas en el momento adecuado y que muchas veces atañen a cuestiones estéticas. Enrique Verástegui, como todo gran exponente de la buena literatura, logra situar lo bello en un pedestal altísimo, de sólidas bases, en medio de un lugar lúgubre y siniestro como es el manicomio. Sus párrafos, bien escritos y de una lucidez envidiable (en especial los referidos a su niñez y la naturaleza de la flor), hacen de “Teorema del anarquista ilustrado” no solo un texto atractivo, dotado de una ternura arrobadora, acaso un dulce manantial de palabras, sino también un texto exigente, que agrede a los tramposos vericuetos psiquiátricos. El comienzo de esta extraordinaria novela confirma lo anteriormente expuesto. Léase. “Un tiempo de flores con fresca belleza en los pétalos del verano se cerraba, tras aquella puerta –que supuestamente debía conducirme a un lugar donde iban a destruir mi pensamiento –para volver a abrirse, arrojándome contra la nada, una vez que me hubiera convertido en un ser macilento y con su rebeldía destrozada como un geranio…”. Es, en conclusión, un libro importantísimo para la literatura peruana y, por qué no decirlo, universal. Razones no faltan.
Vitarte, 27 de abril 2009
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DATOS BIOGRÁFICOS
* Charly Martínez Toledo (Lima - 1984) Es integrante del movimiento literario “Di-versos” y de la Sociedad Peruana de Poetas. Ha sido organizador de diferentes homenajes realizados a destacados poetas en la UNE - "La Cantuta". Trabajos suyos han aparecido en la revista virtual "Remolinos", en el diario "Los Andes" de Puno y en la revista física "Sol de Ciegos". Además, ha sido incluido en el primer número del dossier de poesía "Cuervo iluminado". Nuevas voces de la poesía peruana. En el año 2009 apareció su libro "Las púas y otros cuentos" (Arteidea editores). Ha participado en distintos recitales tanto en Lima como en provincias. Asimismo, administra el blog literario: http://durooficio.blogspot.com/
Fuente:
http://letras.s5.com/
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