Literatura
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“LAS HUELLAS DE UN ESCRITOR EXCEPCIONAL”
En su nueva novela, La humillación, que Mondadori distribuirá en abril, Philip Roth se distancia un poco del tono autobiográfico de sus libros anteriores. Las claves de un creador que comparte obsesiones y talento con otro artista brillante: Woody Allen.
Por: Hugo Caligaris
De la Redacción de LA NACION
Todo escritor deja huellas personales en sus novelas y en sus relatos, pero algunos se esfuerzan más que otros para que se noten. No pueden evitar construir sus ficciones en torno al personaje que más los seduce: ellos mismos.
A mediados de la década del 90, poco después de la publicación de Operación Shylock, un notable colega de Philip Roth, John Updike, dijo cáusticamente: "Algunos lectores pueden sentir que hay demasiado Philip Roth en sus libros recientes". Updike tenía sus razones para decir eso: como si con un solo Roth no alcanzara, dos personajes llamados Philip Roth se cruzaban en las páginas de Operación Shylock: uno que se estaba recuperando de una crisis mental en Connecticut y otro que hacía campaña en Jerusalén para que el pueblo judío emprendiera una diáspora al revés y disolviera el Estado de Israel.
Por un lado, es cierto que a Roth, como judío profundamente asimilado a la comunidad norteamericana, no le resulta muy simpática la experiencia sionista. Por el otro, también es cierto que estuvo internado en una clínica psiquiátrica (el Silver Hill Psychiatric Hospital), a la que acudió por propia voluntad cuando se sintió cerca del suicidio.
Resulta muy difícil saber dónde termina el documento y comienza la invención en las obras de Roth. Por eso algunos clasifican como novela y otros como autobiografía su Patrimonio, que para colmo lleva como subtítulo Una historia verdadera . Allí un personaje llamado Philip Roth narra la enfermedad de su padre -Herman, como en la vida real del Roth de carne y hueso-, su muerte y el añadido novelístico de su escatológico legado.
En su novela Decepción, de 1990, un escritor de temperamento seductor llamado Philip habla de su relación con Claire, una actriz aburrida de cierta edad. Para ese entonces Roth estaba casado con Claire Bloom, cuyos orígenes como actriz cinematográfica se remontaban a su papel en Candilejas, de Chaplin. Cuando no el personaje de papel sino la sólida y tangible Claire Bloom tomó conciencia de lo que había escrito su marido, pegó el portazo: no sólo dio por terminado el matrimonio (había durado apenas cuatro años), sino que publicó un libro de memorias, Leaving a Doll´s House (Abandonando la casa de muñecas) en el que esbozó con pinceladas fuertes el carácter de su ex marido: "Es un ser cruel, errático y espectacularmente manipulador", dijo.
A primera vista, el argumento de la nueva novela de Philip Roth guarda mayor distancia con su vida. En La humillación, incluso la elección de la tercera persona sugiere la idea de cierta alteridad del narrador. Además, el protagonista no se llama Philip Roth, sino Simon Axler, y no escribe, sino que es actor de teatro. O lo fue, y célebre, en su lejana juventud. Ahora tiene 65 años y perdió la confianza. En sus últimas performances - Macbeth, La tempestad - sintió que había perdido su capacidad de convencer al público, y el público tuvo exactamente la misma impresión.
Axler cuelga los hábitos. Hasta aquí, Roth no habla de Roth: ya sabemos que él sigue escribiendo, pese a que está llegando a los 77 (nació en Newark, Nueva Jersey, el 19 de marzo de 1933) y que incluso está terminada su siguiente novela, Némesis, sobre una epidemia de poliomielitis ocurrida en 1944. Sin embargo, hay en La humillación datos concretos que explican la impresión que el lector tiene de estar metiendo la nariz en casa ajena. De estar husmeando, cosa que puede resultar muy divertida, ya que Roth es un maestro en la técnica apelativa del relato, pero también un tanto incómoda.
Veamos: cuando Axler se da cuenta de que ya no puede actuar, se deprime muchísimo... y se interna, por propia voluntad, en una clínica psiquiátrica. Se siente viejo y solo... dado que su mujer lo ha abandonado. Al salir de la clínica, rebrota su esperanza por causa de un romance inesperado y sexualmente algo morboso. Desde El lamento de Portnoy (1969) en adelante, el sexo en todas sus variantes signó el mundo de Roth, y él mismo ha sostenido en innumerables entrevistas que es su motor vital aun en la madurez. No son desconocidos sus affaires con mujeres tan jóvenes como la Pegeen Mike del libro recién presentado, y la humillación a que refiere el título no es la del actor burlado por los críticos, sino la del viejo sometido a los desplantes de una muchacha.
Al respecto, dijo Roth hace un tiempo en un reportaje concedido a Matilde Sánchez, hablando de su novela Pastoral americana: "Coquetear con un hombre mayor es la mejor manera de humillarlo".
Posiblemente, una mirada más abarcadora de la obra de Philip Roth completaría el cuadro que estamos presentando: no todo es confesional en su literatura. También está, y muy firme, la preocupación social y política. Pese a ser tal vez el autor que con más elegancia representa lo que podría llamarse un estilo estadounidense de narración, Roth ha sido muchas veces un crítico muy duro del american way of life. Ha censurado a Bush, se opuso a la invasión de Irak y en su novela La conjura contra América se pregunta por qué hubiera sido posible, en la década del 30, el ascenso de un presidente nazi a la Casa Blanca.
Sin embargo, no es lo político lo que define su obra, no porque no vaya a fondo cuando le mete el bisturí a su propio país, sino porque después de haber llegado al fondo siempre parece encontrarse a gusto en él, a pesar de las contrariedades y pesares. Muchas veces rechazó, incluso disgustado, reproches desde afuera a los Estados Unidos, y reivindicó la crítica como un derecho en cierto modo exclusivo de los ciudadanos que viven en ese país, a veces amándolo y otras odiándolo. Por ejemplo, cuando la hija de Levov hace volar literalmente por los aires las certezas de una familia norteamericana ejemplar, en Pastoral americana .
A mediados de la década del 90, poco después de la publicación de Operación Shylock, un notable colega de Philip Roth, John Updike, dijo cáusticamente: "Algunos lectores pueden sentir que hay demasiado Philip Roth en sus libros recientes". Updike tenía sus razones para decir eso: como si con un solo Roth no alcanzara, dos personajes llamados Philip Roth se cruzaban en las páginas de Operación Shylock: uno que se estaba recuperando de una crisis mental en Connecticut y otro que hacía campaña en Jerusalén para que el pueblo judío emprendiera una diáspora al revés y disolviera el Estado de Israel.
Por un lado, es cierto que a Roth, como judío profundamente asimilado a la comunidad norteamericana, no le resulta muy simpática la experiencia sionista. Por el otro, también es cierto que estuvo internado en una clínica psiquiátrica (el Silver Hill Psychiatric Hospital), a la que acudió por propia voluntad cuando se sintió cerca del suicidio.
Resulta muy difícil saber dónde termina el documento y comienza la invención en las obras de Roth. Por eso algunos clasifican como novela y otros como autobiografía su Patrimonio, que para colmo lleva como subtítulo Una historia verdadera . Allí un personaje llamado Philip Roth narra la enfermedad de su padre -Herman, como en la vida real del Roth de carne y hueso-, su muerte y el añadido novelístico de su escatológico legado.
En su novela Decepción, de 1990, un escritor de temperamento seductor llamado Philip habla de su relación con Claire, una actriz aburrida de cierta edad. Para ese entonces Roth estaba casado con Claire Bloom, cuyos orígenes como actriz cinematográfica se remontaban a su papel en Candilejas, de Chaplin. Cuando no el personaje de papel sino la sólida y tangible Claire Bloom tomó conciencia de lo que había escrito su marido, pegó el portazo: no sólo dio por terminado el matrimonio (había durado apenas cuatro años), sino que publicó un libro de memorias, Leaving a Doll´s House (Abandonando la casa de muñecas) en el que esbozó con pinceladas fuertes el carácter de su ex marido: "Es un ser cruel, errático y espectacularmente manipulador", dijo.
A primera vista, el argumento de la nueva novela de Philip Roth guarda mayor distancia con su vida. En La humillación, incluso la elección de la tercera persona sugiere la idea de cierta alteridad del narrador. Además, el protagonista no se llama Philip Roth, sino Simon Axler, y no escribe, sino que es actor de teatro. O lo fue, y célebre, en su lejana juventud. Ahora tiene 65 años y perdió la confianza. En sus últimas performances - Macbeth, La tempestad - sintió que había perdido su capacidad de convencer al público, y el público tuvo exactamente la misma impresión.
Axler cuelga los hábitos. Hasta aquí, Roth no habla de Roth: ya sabemos que él sigue escribiendo, pese a que está llegando a los 77 (nació en Newark, Nueva Jersey, el 19 de marzo de 1933) y que incluso está terminada su siguiente novela, Némesis, sobre una epidemia de poliomielitis ocurrida en 1944. Sin embargo, hay en La humillación datos concretos que explican la impresión que el lector tiene de estar metiendo la nariz en casa ajena. De estar husmeando, cosa que puede resultar muy divertida, ya que Roth es un maestro en la técnica apelativa del relato, pero también un tanto incómoda.
Veamos: cuando Axler se da cuenta de que ya no puede actuar, se deprime muchísimo... y se interna, por propia voluntad, en una clínica psiquiátrica. Se siente viejo y solo... dado que su mujer lo ha abandonado. Al salir de la clínica, rebrota su esperanza por causa de un romance inesperado y sexualmente algo morboso. Desde El lamento de Portnoy (1969) en adelante, el sexo en todas sus variantes signó el mundo de Roth, y él mismo ha sostenido en innumerables entrevistas que es su motor vital aun en la madurez. No son desconocidos sus affaires con mujeres tan jóvenes como la Pegeen Mike del libro recién presentado, y la humillación a que refiere el título no es la del actor burlado por los críticos, sino la del viejo sometido a los desplantes de una muchacha.
Al respecto, dijo Roth hace un tiempo en un reportaje concedido a Matilde Sánchez, hablando de su novela Pastoral americana: "Coquetear con un hombre mayor es la mejor manera de humillarlo".
Posiblemente, una mirada más abarcadora de la obra de Philip Roth completaría el cuadro que estamos presentando: no todo es confesional en su literatura. También está, y muy firme, la preocupación social y política. Pese a ser tal vez el autor que con más elegancia representa lo que podría llamarse un estilo estadounidense de narración, Roth ha sido muchas veces un crítico muy duro del american way of life. Ha censurado a Bush, se opuso a la invasión de Irak y en su novela La conjura contra América se pregunta por qué hubiera sido posible, en la década del 30, el ascenso de un presidente nazi a la Casa Blanca.
Sin embargo, no es lo político lo que define su obra, no porque no vaya a fondo cuando le mete el bisturí a su propio país, sino porque después de haber llegado al fondo siempre parece encontrarse a gusto en él, a pesar de las contrariedades y pesares. Muchas veces rechazó, incluso disgustado, reproches desde afuera a los Estados Unidos, y reivindicó la crítica como un derecho en cierto modo exclusivo de los ciudadanos que viven en ese país, a veces amándolo y otras odiándolo. Por ejemplo, cuando la hija de Levov hace volar literalmente por los aires las certezas de una familia norteamericana ejemplar, en Pastoral americana .
Aquí, en La humillación, lo que importa es la vejez, como en otros títulos recientes de Roth ( Sale el espectro y Elegía ). Roth ha declarado que cuando tenía 35 años la idea de la muerte no lo dejaba dormir y que un día se dijo: "Estás muy lejos de eso. Preocúpate cuando llegues a los 70". Nunca pensó que el tiempo iba a pasar tan pronto, confiesa. Pero ni aun en sus textos más sombríos Roth provoca reflexiones metafísicas de orden, digamos, general. Atrapado por la manera magistral con que el autor urde y expone sus telarañas, el lector que devora las páginas (en este caso, pocas) difícilmente relaciona lo que lee con su propio final o con la muerte como enigma existencial. Piensa, más bien: "Philip Roth tiene miedo de morirse y las únicas cosas que lo distraen de ese temor le ocurren en la cama".
Tal vez sea esto lo que establezca la distancia entre un escritor excepcionalmente dotado, como lo es Roth, y un escritor grande de verdad. El actor y director cinematográfico Woody Allen trató en vano de imitar a Bergman en un momento de su carrera, y cada vez que le preguntan sobre el tema confiesa que le duele el hecho de haber hecho muchísimas películas, pero ninguna obra maestra, imperecedera. Lo mismo se podría decir sobre la novelística del escritor de Newark.
La comparación entre Roth y Allen puede parecer desmesurada, pero no es ni original ni antojadiza. Son vidas paralelas, que se han cruzado muchas veces y mantuvieron, y mantienen, semejanzas que no es exagerado calificar de insólitas. Para empezar, son dos intelectuales judíos, con toda la carga de brillantez, de sentido autocrítico y de culpa que tal herencia arrastra. Comparten la obsesión por el sexo, un conflictivo vínculo con las mujeres y también un sentido filoso del humor que casi siempre excede el límite objetivo del ingenio. Los dos viven con el pavor de los hipocondríacos el miedo a las enfermedades de la vejez. El escritor y crítico Alex Abramovic firmó en 2001 un artículo titulado "Los enemistados mellizos Woody Allen y Philip Roth: ¿separados al nacer?".
Posiblemente los dos hayan tenido en un momento un mejor concepto del otro, pero se fueron distanciando por algún motivo. En 1997, Allen filmó su película más ácida, Deconstructing Harry (aquí rebautizada Los secretos de Harry), considerada una amarga parodia de la vida de Roth. Actúan, entre otros, Robin Williams, Kirstie Alley, Demi Moore y Stanley Tucci. El propio Allen encarna a Harry Block, un escritor bloqueado, como lo indica su apellido, y lo acompaña en su descenso al infierno. Para que la alusión fuera más clara, incluyó en el elenco al actor Richard Benjamin, que había protagonizado las adaptaciones a la pantalla grande de dos libros de Roth, Goodbye, Columbus y El lamento de Portnoy .
Por su parte, Roth inició una relación amorosa con Mia Farrow, tras la escandalosa separación de la actriz y Allen, e incluso se dice que fue el ghost writer que le permitió a la estrella completar la redacción de sus memorias, publicadas con el título de What Falls Away .
La histórica devolución de gentilezas entre ambos artistas no evita que hasta el día de hoy coincidan, en líneas generales, en sus temas. Tanto el Boris Yellnikoff de la última obra de Allen (Wathever Works , todavía no estrenada en la Argentina) como el Simon Axler de La humillación son perseguidos, seducidos, cazados y arruinados por mujeres que podrían haber sido sus hijas o sus nietas.
Finalmente, está la cuestión de los premios. Allen obtuvo el Oscar al mejor director por Annie Hall en 1977, y Roth, el Pulitzer por Pastoral americana en 1998, entre muchísimas otras distinciones. Sin embargo, tratándose de producciones tan vastas y notables, se diría que el reconocimiento académico no ha sido tan espléndido como quizá debería haber sido. Allen rara vez es citado entre los diez mejores directores de Hollywood y Roth espera desde hace ya bastante tiempo un Nobel que, a pesar de la frenética campaña del crítico literario Harold Bloom, todavía le sigue mezquinando la Academia sueca.
Tal vez sea esto lo que establezca la distancia entre un escritor excepcionalmente dotado, como lo es Roth, y un escritor grande de verdad. El actor y director cinematográfico Woody Allen trató en vano de imitar a Bergman en un momento de su carrera, y cada vez que le preguntan sobre el tema confiesa que le duele el hecho de haber hecho muchísimas películas, pero ninguna obra maestra, imperecedera. Lo mismo se podría decir sobre la novelística del escritor de Newark.
La comparación entre Roth y Allen puede parecer desmesurada, pero no es ni original ni antojadiza. Son vidas paralelas, que se han cruzado muchas veces y mantuvieron, y mantienen, semejanzas que no es exagerado calificar de insólitas. Para empezar, son dos intelectuales judíos, con toda la carga de brillantez, de sentido autocrítico y de culpa que tal herencia arrastra. Comparten la obsesión por el sexo, un conflictivo vínculo con las mujeres y también un sentido filoso del humor que casi siempre excede el límite objetivo del ingenio. Los dos viven con el pavor de los hipocondríacos el miedo a las enfermedades de la vejez. El escritor y crítico Alex Abramovic firmó en 2001 un artículo titulado "Los enemistados mellizos Woody Allen y Philip Roth: ¿separados al nacer?".
Posiblemente los dos hayan tenido en un momento un mejor concepto del otro, pero se fueron distanciando por algún motivo. En 1997, Allen filmó su película más ácida, Deconstructing Harry (aquí rebautizada Los secretos de Harry), considerada una amarga parodia de la vida de Roth. Actúan, entre otros, Robin Williams, Kirstie Alley, Demi Moore y Stanley Tucci. El propio Allen encarna a Harry Block, un escritor bloqueado, como lo indica su apellido, y lo acompaña en su descenso al infierno. Para que la alusión fuera más clara, incluyó en el elenco al actor Richard Benjamin, que había protagonizado las adaptaciones a la pantalla grande de dos libros de Roth, Goodbye, Columbus y El lamento de Portnoy .
Por su parte, Roth inició una relación amorosa con Mia Farrow, tras la escandalosa separación de la actriz y Allen, e incluso se dice que fue el ghost writer que le permitió a la estrella completar la redacción de sus memorias, publicadas con el título de What Falls Away .
La histórica devolución de gentilezas entre ambos artistas no evita que hasta el día de hoy coincidan, en líneas generales, en sus temas. Tanto el Boris Yellnikoff de la última obra de Allen (Wathever Works , todavía no estrenada en la Argentina) como el Simon Axler de La humillación son perseguidos, seducidos, cazados y arruinados por mujeres que podrían haber sido sus hijas o sus nietas.
Finalmente, está la cuestión de los premios. Allen obtuvo el Oscar al mejor director por Annie Hall en 1977, y Roth, el Pulitzer por Pastoral americana en 1998, entre muchísimas otras distinciones. Sin embargo, tratándose de producciones tan vastas y notables, se diría que el reconocimiento académico no ha sido tan espléndido como quizá debería haber sido. Allen rara vez es citado entre los diez mejores directores de Hollywood y Roth espera desde hace ya bastante tiempo un Nobel que, a pesar de la frenética campaña del crítico literario Harold Bloom, todavía le sigue mezquinando la Academia sueca.
© LA NACION
20/03/2010
Fuente:
20/03/2010
Fuente:
Diario "La Nación" Suplemento ADN Cultura.
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