LETRA VIVA
“VENUS PREHISPÁNICA”
Por: Ricardo González Vigil
Desde los años 20 del siglo pasado, Gamaliel Churata, cabeza del puneño grupo Orkopata, dejó hablar su “célula”, su herencia genética y el “inconsciente colectivo”. Produjo, entonces, obras mágico-míticas que, asimilando los recursos de la literatura contemporánea, propalaban la cosmovisión andina en una suerte de renacimiento liberador de la dominación cultural europea: sin aislarse, se “apropiaba” de lo europeo y lo cosmopolita, y lo rehacía desde su “célula”.
En esa dirección, la literatura peruana ha ido registrando, en décadas recientes, casos de narradores que se sumergen en la “célula” y hacen hablar la herencia andina o amazónica: César Calvo (con dos cimas artísticas: “Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía” y “Edipo entre los inkas”), Cronwell Jara (comulga con la Isla Taquile y el legado afroperuano), José Luis Ayala (él mismo un “yatiri” altiplánico) y Dimas Arrieta (el chamanismo de las Huaringas). A esa nómina privilegiada debemos añadir a Maritza Villavicencio (Lima, 1952), reconocida historiadora, museógrafa e investigadora de los aportes realizados por la mujer peruana. En su libro “Perú mágico” (2009) incluye un testimonio en el que cuenta cómo ha heredado el don de la clarividencia, que aplicaba a la lectura de naipes hasta que tuvo el deslumbramiento de conocer los pallares que usaban los mochicas para la escritura y la predicción: al verlos, brotó de su ser interno el poder de la videncia para leer el mensaje de los pallares ancestrales.
Entregada a la fitomancia, Villavicencio tuvo visiones que originaron la novela “Chaska”, recientemente publicada: “Yo estaba iniciándome en el arte mayor de la magia (…) y tenía un maestro que me llevaba a estados de trance. Hace 14 años, en esas sesiones, veo a Chaska, una joven que empieza a mostrarme sus aventuras en todo el escenario de Pachacámac, en el período final de Tahuantinsuyo. Entonces mi maestro me dijo que escriba mis visiones” (“La República”, 4-7-10).
Chaska es el nombre andino del planeta Venus, cuya doble manifestación (Lucero del Alba o Phosphorus, Lucero del Atardecer o Vesper) ha atraído a varias culturas. Por ejemplo, la azteca; su calendario Piedra del Sol se basa en la revolución sinódica de Venus. Las primeras frases de la novela de Villavicencio presentan a Chaska acostada, desnuda (en espera de su iniciación ritual), de manera que se “refugia bajo los primeros rayos del Sol” (p. 15); y el epígrafe pinta su dualidad: “principio en Occidente, fin en Oriente” (p. 13).
Nótese que Chaska desciende, por vía paterna (lado de arriba: hanan), del Cusco; y, por vía materna (lado de abajo: hurin), de la cultura Nasca. Su iniciación ritual une al Cusco, el ombligo imperial (donde quedará embarazada del Joven Guerrero), y a los centros rituales de la costa: Pachacámac y los pallares mochicas del norte. Punto de encuentro como el de los zorros del manuscrito de Huarochirí, al que remite la novela “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, de José María Arguedas, y el que es reelaborado en una pasaje de “Chaska”, en el que se formula una cita con la protagonista para “nuestro próximo encuentro” (p. 74). Encuentro ligado al tercer tiempo. El primer tiempo fue el prehispánico; el segundo, el de la dominación española y occidental; y el tercero, el del Renacimiento, nutrido por nuestras raíces prehispánicas.
Villavicencio subraya el papel de las mujeres sintiéndose “heredera” de Chaska y dedica su novela a sus tres nietas. La novela consta de siete capítulos: la semana creadora bajo el simbolismo femenino de las fases de la Luna.
12/07/2010
Fuente:
Diario “El Comercio”
En esa dirección, la literatura peruana ha ido registrando, en décadas recientes, casos de narradores que se sumergen en la “célula” y hacen hablar la herencia andina o amazónica: César Calvo (con dos cimas artísticas: “Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía” y “Edipo entre los inkas”), Cronwell Jara (comulga con la Isla Taquile y el legado afroperuano), José Luis Ayala (él mismo un “yatiri” altiplánico) y Dimas Arrieta (el chamanismo de las Huaringas). A esa nómina privilegiada debemos añadir a Maritza Villavicencio (Lima, 1952), reconocida historiadora, museógrafa e investigadora de los aportes realizados por la mujer peruana. En su libro “Perú mágico” (2009) incluye un testimonio en el que cuenta cómo ha heredado el don de la clarividencia, que aplicaba a la lectura de naipes hasta que tuvo el deslumbramiento de conocer los pallares que usaban los mochicas para la escritura y la predicción: al verlos, brotó de su ser interno el poder de la videncia para leer el mensaje de los pallares ancestrales.
Entregada a la fitomancia, Villavicencio tuvo visiones que originaron la novela “Chaska”, recientemente publicada: “Yo estaba iniciándome en el arte mayor de la magia (…) y tenía un maestro que me llevaba a estados de trance. Hace 14 años, en esas sesiones, veo a Chaska, una joven que empieza a mostrarme sus aventuras en todo el escenario de Pachacámac, en el período final de Tahuantinsuyo. Entonces mi maestro me dijo que escriba mis visiones” (“La República”, 4-7-10).
Chaska es el nombre andino del planeta Venus, cuya doble manifestación (Lucero del Alba o Phosphorus, Lucero del Atardecer o Vesper) ha atraído a varias culturas. Por ejemplo, la azteca; su calendario Piedra del Sol se basa en la revolución sinódica de Venus. Las primeras frases de la novela de Villavicencio presentan a Chaska acostada, desnuda (en espera de su iniciación ritual), de manera que se “refugia bajo los primeros rayos del Sol” (p. 15); y el epígrafe pinta su dualidad: “principio en Occidente, fin en Oriente” (p. 13).
Nótese que Chaska desciende, por vía paterna (lado de arriba: hanan), del Cusco; y, por vía materna (lado de abajo: hurin), de la cultura Nasca. Su iniciación ritual une al Cusco, el ombligo imperial (donde quedará embarazada del Joven Guerrero), y a los centros rituales de la costa: Pachacámac y los pallares mochicas del norte. Punto de encuentro como el de los zorros del manuscrito de Huarochirí, al que remite la novela “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, de José María Arguedas, y el que es reelaborado en una pasaje de “Chaska”, en el que se formula una cita con la protagonista para “nuestro próximo encuentro” (p. 74). Encuentro ligado al tercer tiempo. El primer tiempo fue el prehispánico; el segundo, el de la dominación española y occidental; y el tercero, el del Renacimiento, nutrido por nuestras raíces prehispánicas.
Villavicencio subraya el papel de las mujeres sintiéndose “heredera” de Chaska y dedica su novela a sus tres nietas. La novela consta de siete capítulos: la semana creadora bajo el simbolismo femenino de las fases de la Luna.
12/07/2010
Fuente:
Diario “El Comercio”
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