jueves, 17 de diciembre de 2009

“ORANGE ODE” POR PAOLO ASTORGA.


“ORANGE ODE DE RAÚL HERAUD”

Por: Paolo Astorga

Orange Ode (Editorial Mesa Redonda, 2009) del poeta peruano Raúl Heraud (Lima 1970), es la incesante búsqueda de humanidad en los más desquiciantes resquicios de la mente del hombre que a parte de frustrado, loco, deforme, incoherente, dubitativo, agresivo, apasionado, doliente, suicida y deprimido, logra por instantes tan preciados equiparar al mundo en sus miserias, en sus más desastrosas inconsecuencias. Aquí toda acción de fe queda relegada al mismo acto del abandono, en ese teatro o más bien en ese circo donde “tú creíste que el mundo era sólo vértigo anquilosado en la piel / música líquida / pabellón psiquiátrico donde todavía destruyen las / enredaderas / de tu mente / el grito desgarrado de tu carne.”

Poesía dura, áspera viciada y poderosa la de este breve poemario que reúne los mil fuegos del poeta que va a contemplar en los sujetos y en sí mismo esa penetrante soledad, esa angustia existencial y a la vez apasionantemente enloquecedora del hombre enfermo de su sociedad y de su propio ser. Porque el mundo nos exige creer en la muerte, en la estrangulación de nuestra frágil felicidad. La desolación, la tristeza que cala hondo como un puñal invisible, nos confiesa esta vez esa realidad terrible y sin retorno porque: “nada es real / excepto el llanto mudo / en la penúltima butaca.”

El poeta sabe beber poderosos venenos sin morir. Sabe tragarse el diván y la exasperante violencia que lo acosa. No, no, aquí no hay malditismo, no hay sadismo ni nada de eso. Aquí solo hay poesía y un deseo inconmensurable por encontrar el “equilibrio” en un escenario macabro de marionetas vendidas al show del espanto: vivir con el cerebro licuado por la intolerancia y la soledad: “siempre ojos delirantes delusivos / carcajadas huecas en la soledad de tus noches / pánico nocturno de luces encendidas / ilusionista de alas rotas / conspirando contra tu loca idea de cambiar el mundo / todo concuerda dramáticamente ángel caído // grito de voces calladas / aguardan a que comience el show.”

El poeta en su teatro-lodazal, reconoce sin tapujos, su miseria y la de los demás: “TODO CUANTO ACTÚA ES CRUELDAD” nos dice mientras trata de explicar su existencia, pero apenas puede revelarnos lo absurdo de sus deseos, lo incongruente de su esencia humana. No puede resistir los cuestionamientos, es un verdadero “ángel caído” miseria y lodazal, teatro en llamas, un hombre apenas, en la noche, en el clímax del dolor que es como de a dos, como de a mil, donde ahora ya ni se reconoce ni así mismo: “ahora dime, Raúl // ¿quién / eres / tú...?.”

El poeta sabe su derrota. Sabe que no puede más que ser un espectador del tiempo en su ahogo, en su trágico advenimiento. Es horrible solo el contemplar: “siempre escondiéndote tras ese traje de ángel-demonio / acto perenne que enrostra tu odio / disfrazadote dolor / dando vida al acertijo de tus interminables pesadillas”.

El poeta es un Ícaro que ha explotado en su no poder, en su ensueño, ahora manchado de desolación, otra vez ese puñal invisible que nos desnuda en frío: “Ícaro, / no hay escapatoria real / cuando el cepo es / la mente.”

Enigmático y revelador, las palabras que el poeta lanza contra el mundo, es en sí el mundo mismo reflejado en carne, en locura que no es otra cosa que la negación del mundo que es el dolor, el miedo, esas extrañas ganas de conversar con alguien, esas extrañas ganas de por fin estallarse la carga de la mágnum y volver a la criatura, volver al hombre sin nada, y sin nadie o como diría el poeta: “y aunque estamos vivos / miramos por distintos lados del cristal / nuestros restos que no van a ninguna parte / no sé quién teme más a la espesura de la noche / no sé cuál de los dos odia más la vida / que le ha tocado vivir”.

Somos solo un pedazo de tierra porque “Afuera me asfixian los colores / las voces altisonantes / de seres terrenales me asustan”. El poeta nos describe sujetos por más hipersensibles. Nos hace contemplar esa postura racional/irracional de sus personajes, trata de explicarnos una y mil veces que la muerte puede ser una buena compañera, si ya la muerte en vida apenas se resiste en la carne ajada: “y es mejor / que se los lleve la muerte / así...”.

Y por último él nos enfrenta al clown, (ese Artaud que encuentra en el terror el salvoconducto a la conciencia más pura) al payaso de la última devastación. La nada aquí es tan hermosa como el rostro más iluminado. Sucumbimos ante la belleza y es la muerte la belleza, y es el mundo otra vez explotándonos en la cara y eres tú y soy yo “... el recién nacido quien advierte lo inimaginable: // la belleza se esconde en la nada... // Dios no existe.”

Poesía de grueso calibre, imágenes paganas y por más tangibles como el filo de una cimitarra. La poesía de Heraud da tumbos y desmaya, revive y muere, en su muerte se reconstruye, hace catedrales y las incendia, crea sujetos y los explota hasta reducirlos a algo menos que polvo blanco en la noche de actores-marionetas-equilibristas-payasos, que ya nos dan cuenta que en la última butaca del teatro incendiado alguien aplaude esta oda a la naranja.

Nota:
Texto recientemente publicado en la Revista Literaria “Remolinos” Nº 41

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