Raúl Heraud y Alfredo Nicolás en la galería
"Haydee Santa María" en la Habana.
A PROPÓSITO DE "EL ARTE DE LA DESTRUCCIÓN"
DE RAÚL HERAUD ALCÁZAR
Por: Alfredo Nicolás Lorenzo.
Apúntese lo que se diga, texturas escolásticas a parte, es la emoción, ese palpito indescifrable, lo que da coherencia a la creación poética. Es la turbación emotiva la que debe empapar la imagen creada para lograr su transformación poética. Ahí es donde el poeta debe apartar su mente y su corazón. En modo alguno la pulsación primaria trasladada directamente de la realidad se convierte en medula de la poesía. Para que la emoción se oriente poéticamente deberá perder toda su ganga y su abalorio superfluo. Realizar su catarsis. Porque tanto el temblor como el sentimiento son materiales que el poeta tiene que digerir y transmutar.
Viene a propósito esta percepción tras la lectura del libro El Arte de la Destrucción de Raúl Heraud Alcázar, hay distintas formas de concebir la poesía. Todas respetables y de acuerdo con la primitiva sensibilidad y temperamento del poeta. Pensamos que Raúl Heraud parte no solamente de su experiencia humana, imprescindible por otra parte, sino que trata de sostener un pulso vital con el tiempo y el entorno real, impregnado de sus vivencias más intimas. Y, sin pretenderlo expresamente, su poesía es testimonio de un ser humano que vive o soporta su aquí concreto e histórico.
Hay poetas a los que les fascina una voluntaria oscuridad. Abunda en la lírica contemporánea. No diría yo que Raúl Heraud pertenezca a esa nomina, por el contrario, pertenece a los que nombran las cosas con voz primigenia y esboza el rostro de la autenticidad más cercana. No trata de ficcionar la realidad ni de fabular la irreal sino que, a través de las palabras, intuir aquello que, por insondable y anónimo desborda acaso lo racional y tantea lo abstruso y arduo del vivir. Poetizar significa entonces intentar desentrañar el mensaje cifrado que revela la vida.
En el caso de Raúl Heraud el ejercicio de la palabra, la docencia y la vida, permanecen fuertemente asidos a un entorno físico, social y cultural; su vida es un compromiso permanente con sus ideales y practicas cotidianas.
Alfredo Nicolás Lorenzo
Apúntese lo que se diga, texturas escolásticas a parte, es la emoción, ese palpito indescifrable, lo que da coherencia a la creación poética. Es la turbación emotiva la que debe empapar la imagen creada para lograr su transformación poética. Ahí es donde el poeta debe apartar su mente y su corazón. En modo alguno la pulsación primaria trasladada directamente de la realidad se convierte en medula de la poesía. Para que la emoción se oriente poéticamente deberá perder toda su ganga y su abalorio superfluo. Realizar su catarsis. Porque tanto el temblor como el sentimiento son materiales que el poeta tiene que digerir y transmutar.
Viene a propósito esta percepción tras la lectura del libro El Arte de la Destrucción de Raúl Heraud Alcázar, hay distintas formas de concebir la poesía. Todas respetables y de acuerdo con la primitiva sensibilidad y temperamento del poeta. Pensamos que Raúl Heraud parte no solamente de su experiencia humana, imprescindible por otra parte, sino que trata de sostener un pulso vital con el tiempo y el entorno real, impregnado de sus vivencias más intimas. Y, sin pretenderlo expresamente, su poesía es testimonio de un ser humano que vive o soporta su aquí concreto e histórico.
Hay poetas a los que les fascina una voluntaria oscuridad. Abunda en la lírica contemporánea. No diría yo que Raúl Heraud pertenezca a esa nomina, por el contrario, pertenece a los que nombran las cosas con voz primigenia y esboza el rostro de la autenticidad más cercana. No trata de ficcionar la realidad ni de fabular la irreal sino que, a través de las palabras, intuir aquello que, por insondable y anónimo desborda acaso lo racional y tantea lo abstruso y arduo del vivir. Poetizar significa entonces intentar desentrañar el mensaje cifrado que revela la vida.
En el caso de Raúl Heraud el ejercicio de la palabra, la docencia y la vida, permanecen fuertemente asidos a un entorno físico, social y cultural; su vida es un compromiso permanente con sus ideales y practicas cotidianas.
Alfredo Nicolás Lorenzo
Poeta y Ensayista
Noviembre de 2009
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