jueves, 25 de agosto de 2011

ENTRE CIRCE Y PENÉLOPE. COMENTARIO A “EL ARRIBO DE UN ÉXTASIS VIOLENTO” DE CÉSAR PINEDA QUILCA POR HÉCTOR ÑAUPARI.



Poetas: De izq. a der. Paolo Astorga, Héctor Ñaupari y Raúl Heraud.

ENTRE CIRCE Y PENÉLOPE

COMENTARIO A “EL ARRIBO DE UN ÉXTASIS VIOLENTO” DE CÉSAR PINEDA QUILCA

Por: Héctor Ñaupari

Pienso que si pudiéramos acceder a los más íntimos pensamientos de Odiseo, el rey náufrago, éstos se expresarían en la forma versada que nos obsequia César Pineda, con El arribo de un éxtasis violento. Permítanme explicar mi argumento.

Creo, como Borges intuía, que el inconsciente literario de los creadores los hace generar, en sus obras, una suerte de reescritura perpetua de los mitos más puros y primeros. Esto es un efecto natural de lo esencial de la literatura, que es la mentira, para mí, el verdadero oficio más antiguo del mundo.

En efecto, antes que mujeres y hombres nos entregáramos a los desenfrenos descomunales de Sodoma y Gomorra, antes que Baco fuese nuestro guía en orgías inolvidables, mentíamos para enfrentar el mundo y darle sentido. Por eso creamos dioses, gestas heroicas, historias en que fuerzas por mucho superiores a nosotros crearon el mundo. Luego, para humanizarnos, convertimos las mentiras en ficciones, como sugiere Mario Vargas Llosa. Y de allí en literatura.

No obstante, como la mentira, según la sabiduría común, tiene piernas muy cortas, se requiere reinventarlas continuamente para poder seguir fascinando a asombrados escuchas y lectores de antes, o ahora, comentaristas de blogs.

Y, si los escritores somos mentirosos por vocación, siguiendo siempre la tesis de nuestro Nobel, se hace evidente dar cuenta de una nueva forma, argumento, vuelta de tuerca, golpe de timón o ucase para seguir escribiendo, para convencernos a nosotros mismos de nuestra ficción engañosa, para envolverla en un formato distinto y por ello, renovador.

Por eso El arribo de un éxtasis violento es, a mi modo de ver, la reflexión del preferido de la diosa Atenea. Tal como la maldad pura se reinventa en los Thénardier o en Ricardo III, la venganza en Edmundo Dantés o el Capitán Ahab, el sentido juvenil y despreocupado de la aventura en el Tom Sawyer de Mark Twain, el Gavroche de Hugo, o el Colorete de Reynoso, la rebelión contra el padre en los mitos griegos que ascienden a Zeus al poder arrebatado a Cronos, en el Poeta o el Zavalita vargasllosianos, el poeta que nos habla es Odiseo, tal si tuviera una bitácora de capitán o un diario de viaje.

Por supuesto, me apresuro a sostener que, a diferencia de la narrativa, donde lo reescrito se realiza a través del personaje o el hilo conductor de la historia, en el caso de la poesía, los niveles de la reescritura son muy íntimos, como el escondido amor de dos amantes, ocultos, como en el vals de Escajadillo “Que somos amantes”:

Que somos amantes
los que a escondidas
en una caricia
se entregan la vida
que somos amantes
y que en carne y alma
tan sólo pedimos
un fin de semana.

De allí que El arribo de un éxtasis violento se examina sobre sus amores correspondidos y no correspondidos, su posición frente al mundo y la vida, su desconcierto frente a lo cotidiano, su ajenidad al ser confrontado con lo real.

En lo que concierne al amor, sabemos que el padre de Telémaco amó, durante su larga travesía, a varias mujeres. Para el caso que nos concierne, debemos referirnos a Circe y a Penélope. La hechicera poderosa y seductora, frente a la reina fiel, abnegada y devota. Así, en el libro que comentamos, me permito leer que Pineda da cuenta en sus amores, aquellos que lo inflaman hacia la mujer Circe y la mujer Penélope.

Al principio del poemario, el poeta nos habla de lo angustiante que es amar a una mujer evadida o, si se quiere, emancipada. A una mujer Circe. La hechicera – que no es lo mismo que bruja, por cierto – no quiere compromisos. Nadie la ata a las rutinas del matrimonio, ni quiere reconocerse en ellas.

Entrevemos a la mujer Circe en el magnífico “Poema para Danitza”. En él nos dice, acongojado hasta la desolación, Pineda:

Amo la blanca piel de una mujer hecha pedazos
Amo el hálito apretado de su sombra en un rincón cariñoso de esta ciudad
(Amo) el fuego enrollado de toda su tormenta en una cicatriz herida de mi cuerpo.

En tanto que la mujer Penélope se viste con el lino de lo real, a la mujer Circe se le despoja de las sedas de la imaginación. Para decirlo como lo hace el poeta, en el poema “Objeto imaginario”:

Eres...
El leve sentido oscuro
Que habita dentro de mí.

Eres tú...
Mi único objeto imaginario.

A la mujer Penélope se le extraña de modo inevitable. No importa cuánto pretendamos ocultarlo. Criados desde siempre en los ritos, el ejercicio de lo cotidiano nos explica, nos llena, es nuestro centro. De allí la irremediable nostalgia por ese amor en el que refugiamos como un niño en una manta un día de frío, como los que padecemos hoy. Esto se observa en el poema “Escribiendo tu nombre sobre el aire”, donde Pineda sostiene, de modo magistral, lo siguiente:

Qué demonios es esto
El de pasarme
Todas las tardes escribiendo tu nombre sobre el aire
Viviendo a solas
Tan desesperado y cortándome las alas
A qué hora
Se detiene el tiempo
Y el tórrido romance de que tu cuerpo no se vaya.

Y allí donde la mujer Penélope es un amor que organiza, que centra, la mujer Circe, como su arquetipo, representa la seducción. Ya no por los conocimientos de magia y los bebedizos de su inspiradora, sino más bien su encanto, por su hechizo sexual, por su atrayente belleza, capaz de hacer lo que quiere con los hombres.

Y así en el poeta, que nos dice en el poema “Pulsación”:

Salí
Como una flecha
Disparado a buscarte
Donde, quizás,
Nunca antes nadie te había visto.

Y terminé
Más herido que de costumbre.

Vestido
como el frío
De un parque vacío.

La sibila de nuestro libro ya no convierte a sus antiguos amantes en zorros, leones o lobos, carne de práctica de sus artes oscuras, sino en sombras, como en el poema “Ocultaré mi silencio sobre tus oídos”, donde el poeta expresa:

Estoy cansado de vivir contigo
Detrás de este silencio
Oculto
Como una oscura sombra que nadie pudo ver.

Pero es cierto, también, que el tiempo que estamos bajo el influjo de la maga, es celestial e inolvidable. Y nos lo recuerda Pineda en su texto “Paradiso”:

Fuimos felices
Desde aquel día
En que fuimos echados
A vivir sobre un mundo inexistente.

Esta moneda, sin embargo, tiene otra cara. La mujer Penélope es a la que siempre volvemos, aún sin que sepamos con certeza que vayamos a regresar. Pineda refleja lo que sería, en el contexto de la partida por veinte años, el pensamiento de Odiseo a su esposa, en “Paradero secreto”:

Cuántas veces
Me he ido de ti
Sin un pasaje de regreso.

Difícil escuchar
La melodía de un verso que te busca en silencio.

También, la Penélope es la mujer a la que, luego de la jornada, confiamos nuestros pesares, así no esté. Así lo deja saber Pineda, en su poema sin título:

Qué
terrible se puso el día.

Cuando todos
Se aprestaban a dormir
Yo todavía
Seguía conversando con tu ausencia.

Finalmente, es a la que dedicamos nuestra mirada última, y así se detalla en el poema “Todo se parece a ti”:

La muerte
Se acerca a mí
Para alumbrarme tu silencio.

Para ir concluyendo, El arribo de un éxtasis violento es también, un cumplimiento escrupuloso y preciso de la máxima de Thomas Mann en Muerte en Venecia:

¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos?

Nuestro poeta, atendiendo esa indicación del autor de La montaña mágica, derriba toda ausencia antes de que llegue la muerte, tiene las manos repletas de angustia, y escribe poesía, el terrible sacudón de un torbellino sin calma.

Pineda quiere vencer, con astucia, al Polifemo de la soledad. Y, como la soledad es, al igual que la muerte, una amante egoísta que nos vence siempre, así el poeta nos dice, en el poema “S/T”:

Cuando mi ojo
Se clava como una bala perdida
Cayéndose de rodillas aquí en mi pecho.

Creo que lo ha logrado. Habrá muchos puertos a los cuales arribes, joven Pineda. Que los dioses te sean propicios en la Odisea que vayas a seguir, y recuerda: no es el destino, sino el viaje, lo importante.

Muchas gracias.

(Fin)


HÉCTOR ÑAUPARI
CASA DE LA LITERATURA, 19 DE AGOSTO DE 2011

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