sábado, 21 de agosto de 2010

“UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL” POR DÉBORA VÁSQUEZ.


Richard Ford.
Foto: PAT WELLENBACH / AP.

Crítica de libros / Narrativa extranjera

“UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL”

Por: Débora Vázquez
Para LA NACION

Richard Ford, representante clave del realismo sucio norteamericano, ha escrito un sobrio y emotivo homenaje a la mujer que inspiró muchos de sus personajes, marcados por el desarraigo y la precaria vida de clase media baja

Retratar a la propia madre es un arte sumamente arriesgado, pero no por eso una excepción dentro de la historia de la literatura. Lo importante, si se aspira a salir airoso, es tener una razón justa. Procurar comprender un suicidio prematuro provocado por una sobredosis de narcóticos es el motivo que impulsó a Peter Handke a redactar Desgracia impeorable. Yasushi Inoue, por su parte, declara haber escrito Crónica de mi madre para proteger la senilidad de su progenitora de una ridiculización póstuma. Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) es, en este aspecto, menos original que el austríaco y el japonés aunque igualmente genuino. En las primeras páginas de Mi madre, asegura que el ejercicio de abordar la vida de ésta debe entenderse como "un acto de amor" hacia quien fue su educadora sentimental: "Hizo posibles mis afectos más verdaderos, como los que una gran obra literria conferiría a su lector devoto".

Edna Akin, la protagonista de Mi madre, nació en un olvidado paraje rural de Arkansas. Fue la hija única de una familia pobre y pasó algunos años como interna en un colegio de monjas hasta que su padre dejó de pagarle la educación. Se casó joven con un descendiente de irlandeses que se ganaba el sustento como viajante de comercio. Durante la Gran Depresión, vivieron "una vida sin ataduras, sin residencia fija. Coches. Restaurantes. Pocas preocupaciones". Hasta la llegada de Richard, único hijo del matrimonio y narrador en primera persona de este relato. A partir de entonces el rumbo cambia. Se asientan en Jackson, compran una casa y Edna cuida del niño mientras su marido continúa con su trabajo itinerante de vendedor de almidón y los visita los fines de semana. "Ninguno de los dos se planteaba muchas cuestiones. No se observaban demasiado. La psicología no era precisamente una ciencia que cultivaran." Tras el infarto que provocó la muerte del amor de su vida, Edna se ve forzada a conseguir un empleo, se muda, tiene un noviazgo fugaz con un hombre casado y asume la manutención de su hijo de dieciséis años hasta que éste parte a la Universidad de Michigan. Desde ese momento, vuelve a convertirse en hija para hacerse cargo de su anciana madre y no escatima visitas a Richard. Muere de cáncer veinte años más tarde.

Ford confesó alguna vez que su madre había inspirado voluntaria e involuntariamente varios de sus personajes. Luego de la lectura de Mi madre, nadie podría objetarlo. En la vida de Edna Akin "no hubo nada particularmente brillante, nada notable. Nada heroico. Ningún logro honorífico que ensanchara el corazón", sino más bien un hilvanado de ciudades ignotas, hoteles de medio pelo, empleos descartables y restaurantes al borde de la ruta. En suma, el típico ser de clase media baja que puebla las narraciones del realismo sucio del que Richard Ford -así como Raymond Carver y Tobias Wolff, entre otros- fue abanderado. La prosa sobria y precisa, el lenguaje llano y la parquedad de las descripciones son otras de las características que Mi madre comparte con esta escuela surgida en los años 70 y 80 a contrapelo de la década optimista de Reagan. No obstante, la imposibilidad del narrador de construir un relato descarnado a través de la práctica del distanciamiento irónico permite que esta memoria se desmarque del género y se vuelva una materia más personal y versátil. En ella cabe tanto el cliché melancólico -evocar una despedida en un andén ferroviario, añorar una voz- o aspectos de orden doméstico -préstamos de dinero, mudanzas, vacaciones, el alquiler de un auto- como observaciones más hondas: "Por encerrados que estemos en nuestra vida, los padres nos conectan con algo que nosotros no somos pero ellos sí; una ajenidad, tal vez un misterio, que hace que, aun juntos, estemos solos".

Uno de los grandes ausentes en Mi madre es el diálogo, un arma que Richard Ford esgrime con desenvoltura en la mayoría de sus escritos. Posiblemente esta restricción formal haya tenido que ver con el lugar de hijo que el narrador ocupa dentro de la trama. Un hijo cómplice, o "socio" -como a él mismo le gusta definirse en relación a su progenitora- en quien el respeto se entremezcla con la disculpa, el pudor filial y la amorosa responsabilidad de seguir cuidando de esa mujer más allá de la muerte. En otras palabras, el deliberado retaceo de líneas de diálogo que pudieran rendir cuenta de la auténtica modulación de la voz de Edna Akin acaso sea la forma más directa (y la única infalible) de no traicionarla.

Ford agradece a su dislexia haberlo vuelto un lector más lento y reflexivo y un escritor cuidadoso. Raymond Carver subió la apuesta y, poco antes de morir, lo proclamó como el mejor narrador estadounidense en actividad. Pero la humildad de Ford no cejó y al obtener el Pulitzer en 1995 se sorprendió de haberlo ganado él antes que su admirado Philip Roth. Su madre no vivió para conocer sus logros: "Observaba mis esfuerzos para ser escritor y no terminaba de entenderlos. ´Pero ¿cuándo buscarás trabajo y te asentarás?´, me preguntó una vez".

© LA NACION

21/08/2010

Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura

Link:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1295477

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