“AMORES UN POCO LOCOS”
Por: Sandro Barella
Podría referirse aquí la historia, un tanto extraña, de cómo el argentino J. R. Wilcock (1919-1978) se volvió un escritor italiano, de cómo el joven amigo del matrimonio entre Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares abandonó la vida apacible como miembro más o menos estable del grupo Sur por una no menos apacible existencia europea. Se podría especular por las razones de ese devenir entre dos lenguas. Que Italienisches Liederbuch deba su nombre a una serie de canciones del mismo nombre del músico austríaco Hugo Wolf, caras al gusto de Wilcock, poco agrega para advertir la contundencia de estos 34 poemas de amor escritos a lo largo de trece días. Poemas de amor, de un amor loco que suspende el juicio y arrastra al poeta y al lector como un maelstrom. "No digo ven conmigo, digo llévame./ Delante de un santo o de una virgen ¿quién/ diría: ´ven ¿vamos a Túnez?´./ Y si la imagen saliera a dar vueltas/ ¿quién no querría acompañarla, quién?". Puede desatar un alud de imágenes, ora de un lirismo sublime, ora extravagantes; dejarse llevar por la imaginación y crear visiones que parecen salidas del mundo de Fellini, como en el poema "Ante ti la multitud se abre sorprendida", o llegar casi al tropiezo, a la feliz tontería: "Me rindo, soy tuyo, puedes tasarme/ y venderme en el mercado en un canasto/ si quieres, de todas formas de la cesta/ volveré a ti como un perrito/ a hacerme vender de nuevo..."
La presencia de Roma se multiplica como un laberinto donde el poeta se pierde a gusto. Sus calles, edificios, el Tíber, sus monumentos, se vuelven fantasmagoría anhelante en estos versos; la historia de la civilización de la que la ciudad fue el centro y todo cuanto ha sido creado resultan mera excusa o circunstancia, un pretexto para cantar el goce por la persona amada.
Poemas escritos "con un italiano tan denso y cincelado, eficaz y transparente como el de Miguel Ángel" -según se lee en el epílogo del traductor Guillermo Piro-, estas logradas versiones en nuestra lengua ponen al alcance de los lectores argentinos una pequeña obra maestra.
© LA NACION
21/08/2010
Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura
Link:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1295499
Por: Sandro Barella
Podría referirse aquí la historia, un tanto extraña, de cómo el argentino J. R. Wilcock (1919-1978) se volvió un escritor italiano, de cómo el joven amigo del matrimonio entre Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares abandonó la vida apacible como miembro más o menos estable del grupo Sur por una no menos apacible existencia europea. Se podría especular por las razones de ese devenir entre dos lenguas. Que Italienisches Liederbuch deba su nombre a una serie de canciones del mismo nombre del músico austríaco Hugo Wolf, caras al gusto de Wilcock, poco agrega para advertir la contundencia de estos 34 poemas de amor escritos a lo largo de trece días. Poemas de amor, de un amor loco que suspende el juicio y arrastra al poeta y al lector como un maelstrom. "No digo ven conmigo, digo llévame./ Delante de un santo o de una virgen ¿quién/ diría: ´ven ¿vamos a Túnez?´./ Y si la imagen saliera a dar vueltas/ ¿quién no querría acompañarla, quién?". Puede desatar un alud de imágenes, ora de un lirismo sublime, ora extravagantes; dejarse llevar por la imaginación y crear visiones que parecen salidas del mundo de Fellini, como en el poema "Ante ti la multitud se abre sorprendida", o llegar casi al tropiezo, a la feliz tontería: "Me rindo, soy tuyo, puedes tasarme/ y venderme en el mercado en un canasto/ si quieres, de todas formas de la cesta/ volveré a ti como un perrito/ a hacerme vender de nuevo..."
La presencia de Roma se multiplica como un laberinto donde el poeta se pierde a gusto. Sus calles, edificios, el Tíber, sus monumentos, se vuelven fantasmagoría anhelante en estos versos; la historia de la civilización de la que la ciudad fue el centro y todo cuanto ha sido creado resultan mera excusa o circunstancia, un pretexto para cantar el goce por la persona amada.
Poemas escritos "con un italiano tan denso y cincelado, eficaz y transparente como el de Miguel Ángel" -según se lee en el epílogo del traductor Guillermo Piro-, estas logradas versiones en nuestra lengua ponen al alcance de los lectores argentinos una pequeña obra maestra.
© LA NACION
21/08/2010
Fuente:
Diario “La Nación” Suplemento ADN Cultura
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