"Un Don Juan posmoderno"
Monógamo de Arnon Grunberg
Monógamo de Arnon Grunberg
Después de la polémica Cómo me quedé calvo , Marek van der Jagt, su perturbador narrador y protagonista está de regreso en Monógamo , la última novela de Arnon Grunberg, escritor nacido en Ámsterdam en 1971, pero que reside en Estados Unidos.
El retorno del personaje nos lleva al crudo relato de su intimidad psicológica, al minucioso repaso de cómo, desde muy niño, intentó ser un insensible dominador, primero con sus padres y hermanos y luego, ya adolescente, con las muchachas que deseaba. Repasa la historia de una larga frustración, que se va esparciendo a través de pequeños incidentes que narran, sobre todo, la compleja primera juventud, en la que el papel de dominador deja paso al de un singular seductor, a la manera de un Don Juan posmoderno. Para Marek, la monogamia es la consecuencia del fracaso de sus múltiples conquistas. Así, durante su etapa de estudios en una universidad vienesa, logra engatusar a una tímida maestra impresentable hasta para su familia, quien sin embargo permite que él le sea infiel. El sistemático peregrinaje de una mujer a otra se detiene en parte cuando una inteligente socióloga entiende la enfermiza travesía de Marek y lo acepta como pareja. En vano, Marek busca engañarla. Cada traición incumplida lo acerca más y más a la forzada monogamia.
Aunque Grunberg intenta una tardía respuesta al conocido tema del erotismo existencialista que en su momento cultivó Milan Kundera y que tuvo a Henry Miller como prócer literario (y que se verifica también en las múltiples alusiones a los muchos Don Juanes de la literatura), Monógamo resulta una novela fallida. El cruce entre confesión y ensayo genera una parálisis de la acción. En cambio, Grunberg acierta en la construcción irónica de una personalidad megalómana en la que la pulsión sexual siempre contrarresta una toma de conciencia pendiente acerca de la verdadera búsqueda: la de la mujer ideal y la consecuente monogamia.
La actitud filosófica del Marek narrador se percibe rápidamente como una mezcla de simpático delirio y obstinado rechazo de la propia decepción. El relato se detiene en los pormenores de lo patológico y en la índole misma de la frustración sexual, pero no puede superar el problema de pretender una amalgama eficaz entre el discurrir y el representar. El lenguaje, empero, queda en pie: la visceralidad de la narración circunda tanto el cinismo que aspira al humor inteligente como el desenfado que recupera los ardores eróticos. Es este lenguaje de la intensidad psicológica y expresiva lo único que reivindica la novela.
El retorno del personaje nos lleva al crudo relato de su intimidad psicológica, al minucioso repaso de cómo, desde muy niño, intentó ser un insensible dominador, primero con sus padres y hermanos y luego, ya adolescente, con las muchachas que deseaba. Repasa la historia de una larga frustración, que se va esparciendo a través de pequeños incidentes que narran, sobre todo, la compleja primera juventud, en la que el papel de dominador deja paso al de un singular seductor, a la manera de un Don Juan posmoderno. Para Marek, la monogamia es la consecuencia del fracaso de sus múltiples conquistas. Así, durante su etapa de estudios en una universidad vienesa, logra engatusar a una tímida maestra impresentable hasta para su familia, quien sin embargo permite que él le sea infiel. El sistemático peregrinaje de una mujer a otra se detiene en parte cuando una inteligente socióloga entiende la enfermiza travesía de Marek y lo acepta como pareja. En vano, Marek busca engañarla. Cada traición incumplida lo acerca más y más a la forzada monogamia.
Aunque Grunberg intenta una tardía respuesta al conocido tema del erotismo existencialista que en su momento cultivó Milan Kundera y que tuvo a Henry Miller como prócer literario (y que se verifica también en las múltiples alusiones a los muchos Don Juanes de la literatura), Monógamo resulta una novela fallida. El cruce entre confesión y ensayo genera una parálisis de la acción. En cambio, Grunberg acierta en la construcción irónica de una personalidad megalómana en la que la pulsión sexual siempre contrarresta una toma de conciencia pendiente acerca de la verdadera búsqueda: la de la mujer ideal y la consecuente monogamia.
La actitud filosófica del Marek narrador se percibe rápidamente como una mezcla de simpático delirio y obstinado rechazo de la propia decepción. El relato se detiene en los pormenores de lo patológico y en la índole misma de la frustración sexual, pero no puede superar el problema de pretender una amalgama eficaz entre el discurrir y el representar. El lenguaje, empero, queda en pie: la visceralidad de la narración circunda tanto el cinismo que aspira al humor inteligente como el desenfado que recupera los ardores eróticos. Es este lenguaje de la intensidad psicológica y expresiva lo único que reivindica la novela.
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