“LA LLUVIA NOS DETIENE”
Eclosión Editores, Ate, 2011
“LA LLUVIA NOS DETIENE DE ROY DÁVATOC”
Por: Helí Paredes
“La lluvia nos detiene”, de Roy Dávatoc, es, desde el título mismo, un verso sugerente. Sin haber abierto el libro, al ver la portada, me revoco a las novelas y cuentos que he leído más de una vez y donde la lluvia, una torrencial, violenta, es el indicador de que el mundo se nos acaba. “El fin de todas las cosas vendrá anunciado por una lluvia hermosa y cruel”, es el pensamiento que suena en mi cabeza. Y por esto mismo ya el título nos adelanta la temática y la voz que tendrá el poemario: una voz triste, melancólica, asomándose a lo fatal, pero sin llegar a hundirse en ello porque Roy nos hace una aclaración: “La lluvia nos detiene”. Este verso, irrefutablemente, nos indica una parálisis del tiempo, un espacio congelado dónde se nos permite la reflexión sobre nosotros mismos y el mundo antes de que el fin nos atrape. Por ello, el poema que da título al poemario es reflexivo. Roy, en este, nos dice: “A veces uno quisiera parar / como si se tratase de un sueño / ver qué demonios ocurre / de qué se trata / Tomarse un respiro para intentarlo”, con voz profética, casi bíblica. Ya que el tiempo se ha detenido uno puede calmarse, tomarse un respiro y pensar, lujos que normalmente esta sociedad acelerada no nos permite. Finalmente, ya a modo de sentencia, Roy, termina: “A veces parece ser demasiado tarde / que todo está perdido / y a veces es así / pero trata de no pensar en eso / solo cierra los ojos / escucha la lluvia”. Estos últimos versos, ya resignados a la fatalidad, nos sugieren aceptar la situación, hacer las paces con uno mismo, con el mundo, y cerrar los ojos para no volver a abrirlos. Sin embargo, ese acto de cerrar los ojos y escuchar la lluvia, nos revela cierta esperanza: la lluvia ha vuelto a caer, el tiempo ha vuelto a su curso normal, pero no hay indicio de que el mundo se haya acabado. El instante de tiempo congelado ya pasó, sí, pero la voz del poeta aún sigue ahí para decir ese último verso: escucha la lluvia.
En el primer poema que comienza el libro, la voz es notoriamente trágica. Roy, nos habla de fondos, de topes, de caídas por barrancos y fobias que nos abrazan y nos seducen con su tristeza. Otra vez está el tema existencial que se nos anuncia al inicio: “Porque partir es tener la impresión de volver al mismo sitio”, nos dice. Si esto es cierto, si partir no es más que volver, ¿entonces dónde está el sentido de irse, de marcharse? ¿Qué esperanza tenemos si no podemos alejarnos y debemos vivir agobiados el día a día? El ser humano, antes nómada, ahora está condenado a un sedentarismo metafísico, catastrófico, a no ser más que una bandera que flamea solitaria, inamovible, como un tronco, como un árbol deshojado. Y, entonces, Roy, sólo ve una salida posible y la dice: “Decidí cerrar los ojos, apretar los dientes / aguardar que llegaran las lluvias / las aves migratorias, la cuenta del alquiler / el último golpe”.
Hay otro poema dentro del libro, dentro de Roy, que va con esa línea existencial, profética, apocalíptica y hasta sacrílega, que se nos anuncia desde el título del poemario. En “Azul infinito”, el poeta se nos muestra como un Cristo contemporáneo, cantor de versos desesperados y tristes. Dice el poema: “El cielo resopla gatea / nos deja caer la existencia / busca siempre la altura / como la sangre y la espiga / cuando él venga a buscarme / que nadie llore / que nadie busque explicaciones ni compre una corona de flores”. Evidentemente, cuando se habla de “él”, es del cielo o Dios, que vendrían a ser lo mismo, y la voz poética, la voz de Roy, una especie de Cristo extraño, ya cansado de la humanidad y de la mística que rodea a su persona y que solamente pide que lo dejen partir, sin llanto, sin explicaciones, sin ningún tipo de adorno o lujo, simplemente en paz.
Pero el libro no es sólo aquello, hay otra parte del poemario, que completa la visión que nos quiere transmitir Roy y esto es el amor. Para un poeta como él, el amor necesariamente siempre está ahí, con su rechinar a veces chiquito, a veces implacable, pero siempre presente. En “Entre los dientes”, podemos apreciar esta visión del amor que suele asomar bastante en la poesía (cualquiera sea el lugar del que proceda): “Entre los dientes me duele el amor / que me deja y al mismo tiempo no quiere desprenderse / como la grasa para aceitar cadenas de las bicicletas o tus pesadillas.” Y acá, es evidente que para Roy, el amor, es algo terrible y hermoso al mismo tiempo, la amalgama precisa que como las olas va y viene de un lado a otro convirtiéndonos a nosotros, las personas, en nada más que botecitos sujetos a una deriva déspota, tirana. O como en “Redención”: “Cruzas la frontera para llegar a la carne / sorteas el camino y el follaje / y abismos y cumbres y la dispersión de agua / Entonces te refugias como el polvo en las cosas más simples / encorvas el vientre / cobras los impuestos más caros / de mi ombligo te asombras / te diluyes como el metal más puro / me compras / te vendes / me asesinas: / somos salvos”. Pero, al mismo tiempo, hay otra visión del amor, más idealista, más optimista, que se nos revela en “Azul Púrpura”: “Eres la única luz a la intemperie que sigo gota a gota / eres la línea de la arena marcando el destino / en la boca de los niños toda una tradición / toda la humanidad y un Dios me exige de la ciudad un suicidio / porque rezas que aquí hubo un mar y fuimos dos balsas abandonadas / dos olas reventando en la costera: sal y agua / yo amo esa ciudad a la deriva que habita dentro de ti”. Y aquel poema podría caber, resumirse entero, en ese pequeño verso de Roy: “sal y agua”. Porque, acaso, el mar, hermoso y fiero, como el amor, como una mujer, es justamente eso, combinación de sal y agua: el amor como una multiplicidad de actos, desde los más infames hasta los más puros.
Por último, creo que en el poemario también encontramos un Roy narrador que quiere contarnos brevísimas historias, posiblemente, autobiográficas. En “Reflejo”, vemos esto cuando nos habla del hombre que habita junto con él su casa y que no es sino él mismo, o una parte de él que había muerto pero que ahora ha resucitado, tomado autonomía y partido: “Escribí un poema acerca de un hombre y acerca de cómo un derrumbe lo arrastraba hasta el lecho de un río / un día lo encontré sentado a la mesa del comedor / poco a poco fue adueñándose de mis cosas / a veces lo extraño cuando veo los periódicos apilados o los zapatos rellenos de algodón y cuento las horas por si vuelve, o por si yo también me marcho”. En “Cargador de cajas” nos habla, quizás, de un posible trabajo, de la modorra, la monotonía del obrero peruano: “En una bodega de 5 por 4 / algunas veces estando muy triste / encendía un cigarrillo / era como andar sobre el agua / sobre los azulejos amarillentos / como nenúfares prehistóricos / echando raíz en el infierno / yo era un simple cargador”. En “Cuento breve”, quizás una anécdota de abuso policial mientras paseaba con dos amigos en un Chevi del 98, gris palomino, fumando marihuana (tal vez las épocas oscuras de los 90’s): “Un poli rompe el cristal / bajo la lluvia el humo desaparece / primero rápido / luego se detiene un momento / la lluvia no se detiene / siento un golpe en la nuca / negro y naranja y rojo a garradas / entonces comprendo que bajo la lluvia todos morimos un poco”.
La lluvia nos detiene, entonces, es la visión del mundo y del amor que tiene Roy partiendo desde sí mismo, desde esas anécdotas que pueden haberle sucedido. Una visión trágica, triste, melancólica, bordeando el fatalismo, pero sin caer en el porque se llega a ver un pequeño brillo de esperanza. Especialmente, en una ciudad como esta, Lima, dónde casi nunca llueve, que Roy imagine una lluvia ya es de por sí un síntoma de esperanza. Esta lluvia, la que ha creado Roy con sus palabras, hoy me ha detenido, me ha hecho escribir todo esto y reflexionar sobre lo que me rodea. Espero pronto llegue una lluvia real. Entonces, sentir, que el tiempo se detiene, y que para cuando por fin acabe no sea el fin lo que nos espera, sino al contrario: una ciudad limpia, renovada, que ha dejado que todo lo malo sea arrastrado por esa lluvia purificadora hasta los alcantarillados.
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