miércoles, 13 de julio de 2011

TEXTO DE PRESENTACIÓN AL POEMARIO “DETRÁS DE LAS VENTANAS” DE PAOLO ASTORGA POR RAÚL HERAUD.



“DETRÁS DE LAS VENTANAS DE PAOLO ASTORGA”

Por: Raúl Heraud *

La poesía ha sido, es y será siempre una manera de exorcismo, de auténtica liberación para quien la escribe, una tabla de salvación donde el ser humano puede aferrarse y sobrevivir a toda clase de tormentas, una catacumba donde ha escondido por siglos sus más delirantes sueños, o ha llorado sus más grandes derrotas, donde puede ser también dios o demonio a la misma vez. Las cuartillas en las que escribe el poeta son una radiografía de su vida, una proyección de su tiempo, de su historia. Paolo Astorga, joven poeta peruano, así lo ha entendido en “Detrás de las ventanas” (Toro de Trapo Editores - 2011). Astorga vive en un tiempo donde los sueños tienen límites, donde el hombre de hoy parece ver el futuro sin esperanzas, como quien ve desde la orilla un barco a la deriva, ardiendo en medio de la noche sobre el mar. Ya lo dice, en el umbral del libro, el poeta Cesar Calvo: “El final de la historia lo dirán las estrellas y las hojas que cubran mi sueño sepultado”, dejando el destino a algún extraño albur. En la primera parte de este poemario titulado Evocación, el poeta comienza su discurso con un título que ya sugiere desamparo y soledad: “LOS OSCUROS VELEROS RETORNARON AL CIELO Y A TI TE ABANDONARON”, son estos veleros penosos episodios de una antigua escena que se repite a lo largo de su poesía, escena que dicho sea de paso, se desarrolla dentro de un contexto desesperanzado y gris debido a la resaca de estos tiempos modernos, donde el hombre es forzado a arrojar su sueños al abismo; los veleros retornando al cielo funcionan alegóricamente como la acción de algo que indudablemente se ha terminado:

labios vencidos en la desconsolada faz de la arena,
párpados
que ya no recorrerán este desierto
iluminado de escombros y piel abandonada

El poeta insiste en esta primera parte en coleccionar sucesos trágicos, en describir momentos vencidos, en desenterrar de su irrenunciable cementerio todo lo que alguna vez fue vital para él:

Cuerpos heridos por la indolente deriva
han retornado en su mañana,
solo para contemplar
esta incomprendida y mórbida liturgia
que se precipita inútilmente hacia lo absoluto.

Astorga escribe en el poema Letanía:

Yo puedo morir
y tú lo sabes.

Estos versos que suenan constantemente como una campana siniestra emiten el mismo sonido a lo largo de este primer capítulo: el tañer que se reproduce casi obsesivamente, una y otra vez, sucede, solo para mostrarnos el peso de la cruz que le toca cargar, el trágico final de sus historias donde todo parece repetirse, donde también se escarcean penas y angustias:

en sus manos
solo quedan los tácitos recuerdos de haber vencido a las palomas
pero nunca, nunca,
haber podido volar como ellas.

La imagen del cuerpo como receptáculo, como carne sufriente que existe y se desgarra para resistir los embates de un destino trágico, se manifiestan dentro de los textos como manera de exorcismo, de forma simbólica, piel , cerebro, esqueleto, ojos, labios, pecho, piernas, corazón, forman parte de un todo, doliente y necesario para la vida de un ser humano. Vemos, en el caso de Paolo, como es capaz de otorgarles una cualidad a cada uno de las partes, dotando de vida órganos y extremidades, como Eielson quien hacía del cuerpo humano un espacio necesario, un todo igual, pero siempre diferente:

Voy dormido
mientras caigo infinitamente al difuso barranco
que desgarra las horas y los eternos labios de la brisa
adormeciendo mi carne matinal
que se entrega a tu susurro por un mágico instante
que olvidarás cuando alguien te nombre
y estallen todas las luces
evocando otra vez un cuerpo poseído

En rumores del azar, el discurso es un canto trágico, un viaje por la sangre, la piel y la carne. Astorga vela el instante con cada verso, entierra el ahora con flores muertas, encierra la vida dentro de una caja mortuoria como si no le importara convertirse en una sombra dentro de los versos, porque en su mundo el fin no existe, la eternidad es el instante perpetuo donde el poema es su universo, la perfección donde el poeta puede vivir para siempre:

Muy lejos
han quedado todos los arroyos
expiando nuestras culpas.

Puede el poeta apartarse del ser humano, abstraerse de su esencia para plantear ideas ajenas o superfluas, escribir sobre concepciones filosóficas que estén más ligadas al intelecto que a la experiencia. En el caso de Astorga creo que existe una ecuación única, escribe desde la piel con el corazón, el cerebro y la víscera, y creo que aquí radica en parte el éxito de su palabra, porque ésta es auténtica e instintiva:

Tú lo sabes,
es la nada mi delirio
mi bella cicatriz negando la luz,
aparentando
una esperanza.

Y

todo fluye en su enfurecido quebranto
y es hermoso.

Por momentos Astorga parece despojarse del yo poético, así como existe el hombre tras la máscara, existe también tras la mano sangrando desde la complaciente oscuridad. El poeta se despoja de tan leve disfraz, que tan dependiente y protector muchas veces se vuelve, como un niño y su cordón umbilical, como el yo y su superyó, muchas veces cuando prescinde de él queda al descubierto como un recién nacido o un muerto tras sus exequias. Astorga no teme ese estadio, lo pondera en estas conmovedoras líneas:

Busco un eterno susurro,
mas la celda que incendia mis manos
ha poseído mi lenguaje.
Cualquier pesadilla
es solo un maquillaje entre la niebla,
irreversible súplica
inmolando el último portazo de la tarde.

En Orillas sin retorno, el poeta plantea un discurso sobre la finitud humana, sobre el desamparo de los hombres ante la magnificencia del cosmos, las orillas son siempre un espacio donde encallan pesadillas, temores, tristezas, pero también donde retornan alegrías y esperanzas. Astorga se acerca a su orilla para encontrarse cara a cara consigo mismo, para reconocerse en aquel mar de dudas y navegar a la deriva por aquellas aguas conocidas:

Ha de extrañarse el transido vértigo
que es comenzar este galope entre tantos cadáveres
buscando una memoria que no nos provoque
retornar al oscuro precipicio donde desaparecen los rostros
ante el inclemente ruido de las rocas manchadas de sangre
y la carne arrepentida bajo el sabor amargo de un tiempo irreversible.

Juan Ojeda, hablaba de la otra orilla como el paso a la otra vida, Artaud habla del doble dentro del espejo, Rimbaud del otro yo insano, al final, terminan siendo lo mismo. Para Astorga la orilla es sinónimo de eternidad, sabe que los designios de la vida son situaciones que escapan a la razón humana, los dioses se juegan la fortuna del mundo con un golpe de dados, así lo afirmó alguna vez Vallejo y después el cubano Fernández Retamar, por eso Paolo más que intentar doblar el destino se transforma en un resignado actor representando un personaje, dichoso ante el desenlace de aquel acto final que es la vida misma, sucediendo tantas veces como las olas del mar:

Ya no seremos viento, desilusión de musgos negándose al abismo,
Otra vez será muy tarde para limpiar la ceniza
que se ha desbordado en nuestros ojos.

La vida es para el poeta un fluir de situaciones, de mascaras, de trajes que usa y desecha una y otra vez, así la poesía de Paolo nos entrega esa posibilidad de puertas abiertas, donde la resignación y la esperanza caminan de la mano sobre una temblorosa y débil cuerda, donde el amor y el odio son extremos cercanos y parecidos, la orilla es la eterna espera para vivos y muertos, donde los ojos descansan esperando la luz detrás de estas apacibles ventanas.

Nota:

* Texto leído el 14 de abril de 2011 en la presentación del libro en la Biblioteca Municipal “Manuel Beingolea” de Barranco.

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