domingo, 12 de diciembre de 2010

VOZ CRÓNICA: “EL DISCURSO” POR EDUARDO LORES (EL COMERCIO‏).

POETA ÉPICO. El discurso de Mario Vargas Llosa fue resaltante no solo por lo que dijo, sino, y sobre todo, por cómo lo dijo.

VOZ CRÓNICA

“EL DISCURSO”

Por: Eduardo Lores

Lo extraordinario del discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de Mario Vargas Llosa no es tanto lo que dijo, que en realidad no aporta mayor novedad a su pensamiento, sino cómo lo dijo, que constituye el verdadero talento de un literato.

Quizá su experiencia en las tablas le han permitido convertirse en ejecutante de sus propias ideas, irradiar el magnetismo de esos antiguos intérpretes (mimetes), que lograban envolver al auditorio con sus palabras, haciéndolo vibrar con su entonación. Lo escuché en el auto encandilado; llegado a mi destino tuve que hacer un esfuerzo para apearme, y lo hice solo porque tenía una cita a esa hora precisa, también porque tenía la certeza de que el discurso sería publicado en los días siguientes, esperando que el escrito no perdiera el vigor que le estaba escuchando en ese momento, en vivo y en directo. No me defraudó el texto, mientras lo leía con similar deleite, subrayé de manera aleatoria algunos pasajes que me provocaron.

El título “Elogio de la lectura y la ficción” supongo que es un homenaje a Erasmo de Rotterdam, autor de “Elogio de la locura”. Su tono no se aleja mucho del que usó el flamenco para criticar el abuso de la razón en su tiempo.

No sé por qué me detuve en eso de “pasión, vicio y maravilla que es escribir”. Aunque coincido plenamente con esa definición, cambiaria el término “vicio” por el de “adicción” aunque mengue su contundencia, porque si bien hay mucha escritura viciosa (toneladas), la suya por el contrario, reitero, se forja a fuerza de virtudes como la disciplina, la moralidad y el trabajo.

“Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”. Perfectamente nietzscheano, y se extiende a todas las artes. Lamentablemente los efectos de dichas protestas son lentísimos. Los cambios se dan al interior de cada solitario lector y sus consecuencias políticas hibernan hasta encontrar el clima y el consenso adecuado para que hagan eclosión.

“Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola”. Será porque queremos ponernos en el pellejo del otro, comprenderlo, así sea doloroso; sentir que “nada humano me es ajeno”.

“No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización”. Tal vez esa sea la arenga que más le hemos escuchado en los últimos tiempos como contribución a la lucha contra el fanatismo, aquella que le ha valido a Salman Rushdie verse obligado a vivir a salto de mata, como presa de caza.

“Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía…”. De aquí podría surgir una pregunta para una entrevista al Nobel, ¿Mientras escribía su última novela, se sintió identificado con el protagonista, por haber sido acusado de lo mismo? En este pasaje Vargas Llosa se reafirma en su posición contra las dictaduras que considera deben ser combatidas con todas las armas posibles, porque son el “mal absoluto”. Suena bien, pero no creo que Berlin o Popper admitan lo absoluto en la ética o en la política.

Una de las frases más felices, puesta con arte de gran banderillero, es aquella de “la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron” que remite a Arguedas tanto como la referencia a “todas las sangres” para hablar del Perú, la que se extiende hasta concluir con, “¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!”. Hermosa exclamación, pero lamentablemente no funciona ni para los mundiales, ni para las guerras.

Cuando habla de la conquista no creo que pretenda usurpar el rol de historiador al pasarle la factura de dicha barbarie principalmente a los descendientes criollos de los conquistadores, aligerando la responsabilidad de la metrópoli, por el coloniaje. Pero es cierto que “desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido”. ¿Tal vez un saludo al Amauta?

Para finalizar, subrayé una frase muchas veces repetida por él en torno a la verdad de las mentiras, que remonta al viejo eikos (verosimilitud) aristotélico: “La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor…”. El filósofo añadiría, porque es más filosófica que la historia, porque es universal y nos libera.

A su retorno, el primer premio Nobel del Perú abundará de seguro sobre estos temas, continuando un diálogo sumamente ilustrativo y gratificante.

Larga vida a nuestro denominado poeta épico.

12/12/2010

Fuente:
Diario “El Comercio”

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