ESPECIAL
“ANATOMÍA DE UN LIBERTARIO”
El fuego de la literatura. La obra de Vargas Llosa está tatuada de inconformismo y rebeldía, resultado de una realidad tan contradictoria como la nuestra.
Por: Guillermo Niño de Guzmán*
Un talento así solo lo da la humanidad cada dos o tres siglos. Estas palabras, que el maestro Kawabata empleó para referirse a Mishima, nos vinieron a la mente cuando se anunció que Mario Vargas Llosa había obtenido el Premio Nobel de Literatura. Aunque quizá sea más preciso hablar de genio. Porque ¿qué otra expresión puede abarcar la inventiva y habilidad para crear un mundo por medio del lenguaje, cualidades que en su caso aparecen inextricablemente unidas al esfuerzo y la tenacidad, a la intuición y la disciplina, a la reflexión y la lucidez, a la sensibilidad para captar los problemas de su tiempo, así como a la pasión excluyente con que se ha entregado a su oficio?
CARTOGRAFÍA DEL PODER
Esta vez la Academia Sueca acertó al valorar su “cartografía de las estructuras del poder y sus agudas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Vargas Llosa siempre fue un rebelde. Ese carácter inconforme y batallador se advierte desde su adolescencia, cuando encabezó una huelga de escolares mientras estudiaba en Piura, suceso que retrató en el cuento “Los jefes”. Asimismo, su oposición a cualquier poder autoritario tiene su germen en el enfrentamiento contra la tiranía de su padre, aunque ello le costara ser “desterrado” a un colegio militar.
Algunos lectores pretenden escindir el pensamiento político de Vargas Llosa de su obra literaria, lo cual es un grave equívoco. Ambos son indivisibles. Como él mismo ha señalado, en su generación no se concebía una vocación de escritor que no estuviera asociada, de una u otra manera, a la política. En sus tiempos universitarios, bajo la dictadura de Odría, perteneció a un grupo de estudios marxistas (la célula Cahuide de “Conversación en La Catedral”). La teoría del compromiso propugnada por Sartre y la creencia de que un escritor podía contribuir a través de sus libros a la transformación de la sociedad calaron hondo en el joven Vargas Llosa. De ahí que abrazara con fervor la causa socialista y la defensa de la revolución cubana.
POLÍTICA DE LIBERTAD
Cabe resaltar que Vargas Llosa ha sido un observador crítico al que no le ha importado ir contra la corriente. Su ausencia de oportunismo y cálculo político es evidente. Fue uno de los primeros escritores en condenar los abusos del gobierno castrista, en circunstancias en que una actitud semejante era considerada como una herejía en el ámbito intelectual latinoamericano. Mientras otros colegas apelaban a los denominados “accidentes de trayecto” para explicar el endurecimiento del régimen, él denunciaba la persecución de los disidentes y las incongruencias de un sistema que intentaba erigirse en el paraíso socialista. Mucho se ha hablado en torno a la evolución ideológica de Vargas Llosa, de su viraje de una posición de izquierda a otra de derecha. Y, si bien es cierto que se inclinó por el credo liberal, habrá que aclarar que ello no se debió simplemente a su desengaño en relación con una utopía de izquierda, sino a su convencimiento de que aquel era la mejor opción para propiciar el progreso y el desarrollo.
CONTRADICCIÓN Y COHERENCIA
Vargas Llosa nunca abandonó los ideales de justicia social que inflamaban su juventud, pero ya no creía que la vía apropiada para alcanzarlos se encontrara fuera de un marco plenamente democrático. En su condición de liberal clásico, consideraba que la libertad del individuo y su derecho a la propiedad privada eran los principios esenciales que iban a permitir el bienestar de la sociedad. En esa perspectiva, la falta de normas que regulen la propiedad favorece a los poderosos e impide que las capas más pobres generen su propio desarrollo.
Las novelas y ensayos de Vargas Llosa han analizado con notable perspicacia las contradicciones de la realidad peruana. Nuestro autor ha logrado dar una imagen muy compleja de un país fracturado, donde imperan grandes traumas y desigualdades. Esta visión y su responsabilidad cívica lo impulsaron a pasar a la acción y postular al cargo de presidente. Con honestidad y transparencia, se propuso modificar las prácticas viciadas de una clase política nacional lastrada por la demagogia y el populismo. Sin embargo, su discurso no fue comprendido y la campaña fracasó. Entre otros factores, sus socios electorales arrastraban esas viejas mañas que quería erradicar y otros de sus partidarios fueron aún más nefastos: se valieron de la causa como un trampolín para encaramarse en el poder. Tanto así que varios de ellos se adhirieron a la dictadura fujimontesinista y se convirtieron en feroces detractores de quien fuera su mentor (no hay que olvidar que el novelista fue vilipendiado por un sector de la clase dirigente y que incluso algunos personajes delirantes amenazaron con quitarle la nacionalidad).
Existe una coherencia entre el pensamiento político de Vargas Llosa y su literatura, ambos dominados por un espíritu libre e insurgente. Su lucha contra los totalitarismos, sean de izquierda o derecha, ha impregnado sus novelas desde “La ciudad y los perros” (1963) hasta “El sueño del celta” (2010). El escritor no ha hecho concesiones a la hora de respaldar sus convicciones. Desde luego, eso no significa que sea infalible (por ejemplo, sus opiniones a favor de la guerra de Iraq fueron muy discutidas), pero no hay duda de que su conducta se apoya en una ética consecuente. Vargas Llosa se ha mantenido fiel a aquel pronunciamiento que hizo cuando recibió el premio Rómulo Gallegos en 1967: “La literatura es fuego, ello significa inconformismo y rebelión, la razón de ser es la protesta, la contradicción y la crítica”.
[*] Periodista y escritor.
12/12/2010
Fuente:
Diario “El Comercio”
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