jueves, 13 de octubre de 2011

“LLUVIA ÁCIDA O EL LLANTO DE LA NOSTALGIA DE FRANCISCO MUÑOZ SOLER” POR CÉSAR PINEDA QUILCA.



LLUVIA ÁCIDA O EL LLANTO DE LA NOSTALGIA
DE FRANCISCO MUÑOZ SOLER”
Por: César Pineda Quilca
Buenas noches, agradezco la generosidad del amigo, poeta y editor, Julio Benavides Parra por haberme invitado a formar parte de esta mesa y otorgarme el santo privilegio de presentar en sociedad el primer libro en edición peruana del poeta español Francisco Muñoz Soler quién, por cierto, ha llegado al Perú de gira para promocionar sus libros.
Cuando Julio me propuso presentar esta obra “no quedaba ninguna escapatoria”. Ya una vez le había fallado en contra de mi voluntad y las buenas costumbres así que “no tenía de otra”. Podía pasar de todo, pero fallarle dos veces nunca pasó por mi cabeza. Y si lo hacía era como “negarle valor” a todo su trabajo. Ahora bien, qué hago, pensé en ese momento. De tanto meditar, asumí el reto. Ya, yo lo presento, le dije, y me llené de orgullo con la alegría de saber que podía caminar con “la conciencia tranquila” y así poder mantener su amistad y los libros que, amablemente, él me iba obsequiando de a poquitos. ¡Así quien no presenta un libro, pues! me decía, a rajatabla, una voz envidiosa. Pero mejor dejemos de hablar de nosotros mismos, de nuestras cuitas sentimentales que a nadie interesan y vayámonos de una vez al grano, al meollo del asunto que hoy se nos convoca.
Hablar de literatura implica, desde ya, sostener siempre un diálogo abierto con esa “magia” o “hechizo verbal” que nos encandila y nos apasiona para regocijarnos con el “poder simbólico” que esta genera en la mente de los lectores al ponernos frente a frente con aquellas obras y escritores que conocimos -o no pudimos conocer- para hurgar de cerca las historias que se tejen -o tejieron- producto de esa típica relación que uno sostiene, guarda o se reserva con la palabra el cual a su vez nos permite adentrarnos en lo más oscuro y tenebroso de nuestro ser para conectarnos con esos “extraños seres” que viajan -o viajaron- en “otros espacios”, quizás, para abrazarnos y “ganar más amigos” como dijo alguna vez Gabriel García Márquez.
Por esta sencilla razón conocí a Francisco mediante las redes sociales -vía facebook- o valgan verdades, también, a través de conversaciones amicales que iba sosteniendo con los poetas peruanos Raúl Heraud y César Toro Montalvo, quiénes me pusieron al tanto de su persona luego de haberse ellos conocido y participado en el Festival de Poesía en Cuba el año 2009. Así que indagar un poco más acerca de quién era Francisco Muñoz Soler “era la cosa”. No estaba demás realizar un recorrido entre miles de palabras para tener alguna noción del mañana respecto a su prolífica actividad literaria. De este modo pude enterarme que escribe desde 1980, que la poesía es algo inherente a él, que sus referentes literarios están ligados a la tradición de los grecolatinos, los poetas del Siglo de Oro, la Generación del 27 y los Simbolistas franceses. Motivo por el cual me animé a leer “Lluvia ácida” (escrito según propia voz del autor en el año 2000) y de cómo su lectura me generó esta primera aproximación:
Lluvia ácida (Ediciones Vicio Perpetuo, Lima - 2011) es un poemario nostálgico y reflexivo preñado de sensibilidad ante “todo lo sufrible” en un eterno viaje por circundar los sueños y recuerdos que habitan al interior de la vida misma.

Aquí el poeta trata de capturar en lo posible, mediante el discurso de sus imágenes construidas, el conocimiento de las cosas tratando de hallar la clave del sentido que mueve nuestra “efímera existencia”. Así, todo acto vivido o por vivir se regodea a través de la sencillez de la palabra, y más aún, si está en nosotros mismos encontrarnos en una búsqueda incesante por labrarnos un destino en esa titánica lucha por no claudicar en el intento: “ahora sigo abierto al camino del conocimiento / y al de la vida con todos mis mejores afectos /… en esa tarea estoy /… para intentar no deberme nada” como una clara señal de seguir existiendo sin reclamo alguno. Dicho de otra manera, no existe ningún freno para no vernos a través del espejo y ponernos a “llorar las irremediables desgracias” que acechan a la fragilidad del cuerpo, sin que alguien pueda, por ahí, tiernamente, “exponer su pecho / al cielo abierto” tratando de disfrutar la quietud de las tardes leyendo poesía (esa “sabia e íntima consejera” que nos alivia y desnuda el alma).
Por consiguiente, genera mi atención su modo de comprender la poesía o, en buenos términos, el acto creativo de postular su propia poética: “ser poeta es ser notario de las emociones de su tiempo, / enfrentándose a la vida / empapándose y absorbiendo el elixir / de la creatividad poética”. Frente a los duros “acontecimientos que en el mundo se desarrollan” y que nos rodean el poeta toma partido y asume el papel de vigilar y castigar, es decir, se hace evidente la necesidad de actuar “para lanzarse sobre ellos / y destriparlos hasta diseccionar todos sus miembros”. En buena cuenta “la misión del auténtico poeta / debe de ser perro de su tiempo”, quizás, con el único objetivo de morder la indiferencia sin esperar de ninguna forma que “caiga del cielo un médico” mientras siga latiendo -como se lee en una parte del texto- la “supervivencia africana”. Y no solamente ello, sino tener algo que dar “para demandar al mundo / un poco de esperanza / para esos niños que mueren / sin conocer la ternura” o el hecho de reconocerse humano ante las heridas que difícilmente cicatrizan: “la vida nos ha arrancado / nuestra ilusión más querida /… pero siempre nos quedará su recuerdo” en alusión a una referencia autobiográfica donde se desprende el palpitar de una voz que se siente dolida por la pérdida del hijo que tanto se amó.
La sensación de sentirse insatisfecho ante la fugacidad de la vida cobra notoriedad cuando se muestra el lado más crítico y más amargo de todo individuo, su des-personalización, su “no ser”, a medida que pasa el tiempo: “Los años sólo son números / en el espacio cuadriculado de nuestras mentes, / cuadrículas que nos reprimen… /… Aunque tengo momentos de alegría / siento que no vivo mi propia vida”.
Ya para finalizar solo me queda decir que ante este mundo devastado y sin utopías nos queda aún la palabra: “Porque es breve / cruel, terrible e inclemente / la vida que nos toca vivir, / debemos agarrarnos a ella / para que en el día de nuestra propia muerte / sepamos que al menos / tuvimos la dignidad / de querer vivirla, / de ser reyes de un minúsculo / pero esplendido fulgor” de esperanza.
Muchas gracias.
Nota:
Texto leído el 04 de octubre de 2011 durante la presentación del libro Lluvia ácida en la Casa de la Literatura Peruana.

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