sábado, 27 de diciembre de 2008

A través del lente: "AFTER DARK" por Pedro B. Rey


Haruki Murakami

Una película de Godard y un tema de Curtis Fuller son las claves iniciales de la última novela de Haruki Murakami.


Las ficciones de Haruki Murakami (Kioto, 1949) acopian hasta el abuso referencias a los productos de la cultura occidental. Esas alusiones funcionan por lo general como contraseña generacional y, en otras oportunidades, como principio de construcción. En su nueva novela, un tema de Curtis Fuller ("Five Spots After Dark") es la coartada para ponerle música cool a una trama que se despliega en una única noche, aunque una película ( Alphaville, 1965) funciona en realidad como clave de bóveda.

En la cinta de Jean-Luc Godard, la historia transcurría en una ciudad futurista donde, al estilo de Orwell, palabras como "amor" o "llorar" estaban prohibidas y a las emociones se las castigaba con la muerte. "Alphaville" se llama aquí el love-ho (hotel por horas) en el que se concentra buena parte de la acción, la técnica narrativa mima los movimientos de una cámara de la Nouvelle vague y el paisaje urbano, en su perfección contemporánea, no se priva de remitir a la urbe demencial por la que deambulaba Lemmy Caution.

Al inicio de cada capítulo de "After Dark" , los cuadrantes de un reloj indican la hora en que, de la medianoche al amanecer, se van sucediendo los hechos a la vez que permiten desgranar de manera sincrónica los acontecimientos de la historia. La ciudad es presentada, desde las alturas, como un ser vivo gigantesco, "una multitud de corpúsculos entrelazados". De esa colmena poblada de protagonistas en potencia, la voz narradora selecciona a una adolescente que lee, abstraída, en un bar. A partir de ella, y de su encuentro casual con un joven músico de jazz, antiguo condiscípulo de su hermana, se irán perfilando unas pocas historias imbricadas que nunca se resolverán: Eri Asai, la hermana de Mari, duerme en su cuarto desde hace un par de meses, mientras que un individuo la observa desde la pantalla del televisor, como si estuviera del otro lado de un espejo; una ex luchadora administra un albergue para parejas en el que una prostituta china es apaleada por un sádico analista de sistemas que lleva una vida en apariencia normal; el proxeneta, también chino, planea encontrarlo.

En este nocturno minimalista y fluctuante, reaparecen las constantes poéticas (ya lugares comunes) del universo de Murakami: los hoteles como metáfora de lo pasajero, el sueño como un territorio magnético y colectivo en el que acecha lo ominoso, los personajes juveniles que parecen trasplantados de las páginas de Salinger. Pero la omnisciencia ambigua del narrador, que se comporta como una inquieta cámara de videoclip y se define a sí misma como un simple punto de vista, le da una inteligente frialdad a la historia. "Ya lo hemos mencionado antes, pero nosotros no somos más que una mirada. No podemos bajo ningún concepto inmiscuirnos."

Esa distancia, casi objetivista, que recuerda también las vanguardias literarias contemporáneas a la película de Godard, evita que la novela naufrague en aguas sentimentales. Curiosamente francófila, "After Dark" tal vez no sea más que una obra de tránsito, un agradable ejercicio de estilo, pero en su descargo debe decirse que acaba con un malentendido: Murakami no es tanto un novelista como la versión posmoderna de un narrador popular, en el más tradicional sentido de la palabra. Baste como prueba la Bella Durmiente que figura en este libro.

Sábado 27.12.2008

Fuente:
http://adncultura.lanacion.com.ar/

No hay comentarios: