sábado, 6 de diciembre de 2008

Kerouac y el espejo de los otros


Por Héctor M. Guyot
De la Redacción de LA NACION


El espíritu gregario de Jack Kerouac fue determinante para que ese puñado de escritores que hace más de medio siglo sentaron las bases de la contracultura hoy sea recordado como un grupo que devino generación. Los unía la sensación de que el mundo crujía bajo sus pies, es cierto, pero los separaban sensibilidades muy distintas. Fue Kerouac, con su extraordinaria capacidad de empatía, quien a lo largo de aquellos años mantuvo, sin proponérselo, el espíritu de cuerpo. Todos podían reflejarse en él, y de algún modo, sucesivamente, él se buscó en el resto de los integrantes de la tribu.

Quizá por la prematura muerte de su hermano mayor, Gerard, a quien le dedicó una conmovedora novela que rescata las pequeñas y a veces dolorosas epifanías de la infancia, Kerouac siempre necesitó un ladero en sus correrías y en su aventura literaria. Al principio, en los años cuarenta, en la ebullición del encuentro, se deslumbró con la verba whitmaniana de "Ginsberg", con quien solía trenzarse en larguísimas y trasnochadas conversaciones, y con las lecturas y el halo fáustico de Burroughs. Pero pronto pasaría de la sofisticación del autor de "Junkie" a concentrar su entusiasmo en la energía dionisíaca de Neal Cassady, un ex convicto con ambiciones literarias que luego, con sus larguísimas cartas, le inspiraría el estilo de "En el camino". Su siguiente héroe ya pertenecería a la Costa Oeste. La amistad –la identificación– de Kerouac con el poeta Gary Snyder, si se quiere uno de los primeros ecologistas, estudioso además de la cultura japonesa, se correspondió con su inmersión en el budismo y las religiones orientales.

Por supuesto, todos ellos quedaron retratados, con nombres en clave, en sus novelas. Pero además de aportarle material narrativo, representaron para el escritor el espejo donde éste reconocía –para después desplegar– aspectos muchas veces contradictorios de su compleja personalidad.

La obra temprana escrita a cuatro manos que se acaba de exhumar no fue la única colaboración entre Kerouac y Burroughs. Aunque en esa otra oportunidad, en rigor, fue Kerouac quien llegó en auxilio de Burroughs cuando éste, en una habitación de Tánger, se ahogaba en la maraña de papeles donde había escrito la que sería su obra más reconocida. Kerouac no sólo mecanografió esos textos revulsivos y fantasmales sino que además les encontró el título con el que llegarían a la imprenta: "El almuerzo desnudo". Lo que se dice un buen amigo.

Sábado 06.12.2008

Tomado de:

http://adncultura.lanacion.com.ar/

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