LA
FRESCURA Y VIGENCIA DE FERNANDO AMPUERO.
A
PROPÓSITO DE “JAMÁS EN LA VIDA”.
Por: Charly Martínez Toledo.
Uno de los principios
que tuvo el gran escritor argentino Pedro Orgambide fue el de que el cuento
debía de tener solo “tres, cuatro
páginas, y que en ellas haya un mundo” (cita tomada de “Así se escribe un
cuento”. Selección de entrevistas hechas por Mempo Giardinelli, 2003, Suma de
letras) Definitivamente, el ya desaparecido Orgambide fue un maestro de las reducciones, anteponiendo
ante todo la brevedad y lo conciso.
Al parecer, en “Jamás
en la vida” (Planeta, 2019) Fernando Ampuero (Lima, 1949) le hace caso a
Orgambide, dándonos una muestra clara de la llamada concisión del cuento; se
trata, pues, de una fresca y gratificante muestra de historias donde, en
algunos casos muchos de sus protagonistas se salen con las suyas, presentando
el súmmun de las historias un
nihilismo controlado, muy distinto de las anteriores entregas de su autor
(recuérdese sino muy acertadas creaciones
como “Bicho raro” o “Malos modales”); pero Ampuero posee esa peculiaridad que
los buenos cuentistas tienen y que sin dar finales sorpresivos distraen al
lector (técnica que antaño usaba Ribeyro) y, agrego a lo de líneas arriba, nos
pinta, también, a unos seres crueles, gobernados por la locura (como “Jamás en
la vida”), atormentados y otros muy irónicos, dejándote persuadir por sus
personajes kafkianos, haciendo analogías en cuanto los personajes de Kafka
–valga decir en estos casos, las cucarachas, en el cuento “Un bar de moda”- o
sus ávidos lectores (como el personaje Pablo de “La rabia intacta”, cuento que nos
recuerda, durante ciertos pasajes, a “El desafío” de Vargas Llosa) o los
erotizados y sensuales -como en “Una mujer fatal” que, por cierto, guarda
cierto parecido con un personaje memorable de Ampuero: Irina Marovich, chica
libertina y concupiscente-. Ampuero, cual dios omnipotente, maneja los hilos de
sus personajes con la frescura de un escritor joven, solazándonos con sus
historias lineales y absorbentes.
Existen párrafos
merecedores de una mención especial, como es el que sigue: “Las niñas nunca son niñas, son solamente
mujeres chiquitas. Desde los cuatro o cinco años empiezan a calcular el efecto
de sus sonrisas. Coquetean, manipulan, seducen. Su madurez mental, así como su
capacidad de ir tendiendo lentamente las redes en las que sus víctimas terminan
atrapadas, se desarrollan gracias a la ternura que inspiran y a su temprana
obsesión por conseguir lo que se proponen… Los niños, por su parte, se
encuentran en franca desventaja… Ellos, ingenuos, narcisos, distraídos, son
unos tontos soñadores, aunque en el fondo resultan tan egoístas como las niñas.
Los niños, a diferencia de las niñas, son oportunistas primitivos: diamantes
sin pulir”. (página 31); o como en la página 43: “No creía en el perdón, pero sí en el olvido que nos concede la muerte.
Si alguien lo ofendía, tramaba en seguida la manera de matarlos. Su problema,
en concreto, era un asunto de amor propio: no soportaba la menor humillación.
Así que, por dirimir tales vergüenzas, mató a varios (entre ellos un pariente)”.
Su cuento “Saltos
mortales”, trae a colación la temática del sicariato (como en “Ciudad de Dios”
de Rubem Fonseca”) y también “Poeta y contrabandista” (donde el acusado es un
poeta) nos trae a la mente novelas magnánimas como “¡Estafen!” de Juan Filloy,
donde un reo intenta demostrar su inocencia ante un juez haciendo uso de una
cultura superior al promedio.
El autor nos pinta a
unos personajes planos pero memorables, sabiéndolos llevar de la mano a través
de sus historias; en esta ocasión, los textos que ha escrito Ampuero son
breves, y apuntan raudamente hacia el final (esto los podemos corroborar si
leemos los tres cuentos más cortos que posee el conjunto: “La verdad” (donde se
le da cabida casi total a los diálogos), “Una entusiasta” y “Manicomio, que son
historias que no pasan de las tres páginas y cuya lectura no toma más que unos
cuantos minutos.
Mención aparte merece
el cuento “Maniobra subversiva”, donde el final es muy sorpresivo como irónico;
“Jamás en la vida”, relato autobiográfico y “Un bar de moda”, que nos presenta
visos kafkianos.
En resumen, y para
terminar, estamos ante un narrador que sabe lo que cuenta, diestro a pesar de
su enorme trajín literario… pero no, no se crea que todos los cuentos de “Jamás
en la vida” son pesimistas, sino más bien presentan un pesimismo asolapado; diré, además, que uno esperaría entregas
menores, pero el autor nos ha demostrado que está para rato. Esperemos que
“jamás en la vida” el autor deje de entregarnos cuentos deliciosos. Buen libro:
tarea cumplida, estimado Fernando Ampuero.
1 comentario:
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