sábado, 12 de mayo de 2012

“CÉSAR PINEDA Y SU ARRIBO HACIA UNA POÉTICA VIOLENTA” POR VÍCTOR SALAZAR.




“CÉSAR PINEDA Y SU ARRIBO HACIA UNA POÉTICA VIOLENTA”

Por: Víctor Salazar

Hablar de arte poética puede que sea un asunto consabido y por demás antiguo. Aproximaciones teóricas y/o retóricas de lo que debe ser un poema existe ya en la época de los antiguos romanos, para ser más exactos durante los años 20 a.c. Horacio, su mentor, a través de su Ars Poética, se permitía explicar, desde ya, la seriedad del trabajo creativo y advertía algunos consejos para una mejor soltura en estos terrenos tan agrestes. Poetas de todos los tiempos, han sabido dejar sus considerandos sobre su quehacer poético o sobre su relación que mantienen con ella, dejando entrever lo que un poema es o puede llegar a ser desde su perspectiva artística o social.

Ya en pleno siglo XX, Vicente Huidobro, proclamaba al poeta como un pequeño Dios, un ser capaz de crear mundos inimaginables, un ilusionista, acaso un reformador cuya vigorosidad hallábase en la propiamente del poeta. En esa misma línea, Neruda, veintisiete años después, en 1958, en su poema “El hombre invisible”, menguaba esta idea señalando que el poeta no poseía ninguna superioridad, si es que alguna tenía, indicando, en todo caso, que ésta residía en el saber contemplar los derroteros del tiempo, para no caer en el hielo del mundo. En él decía:

Yo no soy superior/ a mi hermano” (…) Sólo yo no existo, yo soy el único/ invisible.

En nuestro país, ha sido la voz de Martín Adán, quien ha intentado una concepción y/o acercamiento a lo que llamamos con tanta facilidad poesía. En su Escrito a ciegas afirma que: La Poesía es,/ inagotable, incorregible, ínsita./ Es el río infinito/ Todo de sangre,/ Todo de meandro, todo de ruina y arrastre de vivido...

En fin, mucho puede decirse sobre el respecto, ya que diversas son las concepciones del trabajo poético, su finalidad y su compromiso. En esta oportunidad es César Pineda Quilca quien, consciente o inconscientemente, también se ha atrevido a dejar constancia de su quehacer como poeta. En “El arribo de un éxtasis violento” (Toro de trapo editores, 2011), ópera prima de Pineda, muchas son las afirmaciones que de ella se derivan y aunque dispersas, creemos forman un corpus operandi, donde el yo poético se viste de mocedad y bisoñez, para poetizar sus alegatos desde el llano ante quienes se sienten dueños de la palabra, y que a manera de ejercicio, le sirve a nuestro poeta, para también postular sus concepciones literarias, las cuales hemos querido sintetizar en esta oportunidad.

En un primer momento, Pineda se refiere a la actividad poética, como una descarga eléctrica, para señalar los efectos que ésta tiene en el yo cotidiano, acaso como una especie de revelación que nos compromete a salir de nuestra caverna y asumir cierta responsabilidad para con nuestra verdad recién llegada. En “Escribir el poema”, el poeta afirma:

Como quien recibe/ Una fuerte descarga eléctrica./ Así es el poema./ Terrible sacudón de un torbellino sin calma./ Manotazo de ahogado/ Después de un oleaje de nervios.

Pasada la conmoción, Pineda, comprende que este es solo el primer paso, el sacudón, como bien afirma, ya que luego queda la responsabilidad, la toma de verdadera conciencia ante la hoja en blanco. Y se pregunta intrigado quiénes serán aquellas personas que, entregadas a su verdad, se comprometan a hacerla extensiva a través de este ingrato oficio de la palabra, que aúlla sola en medio de un desierto de personas.

Quién de ustedes/ Podrá lanzarse/ Al poema/ Para terminar/ Clavado debajo de la tierra. (Incógnita 2)

            La pregunta es certera, si se tiene en cuenta que la poesía es una entidad que está presente en la totalidad de las cosas. Incluso en nosotros mismos, pero sabiendo ello, ¿quién debe asumirla? Pineda, la asume, y en su soledad lanza botellas al mar, entregando ciertas verdades, buscando complicidad, como lo demuestran los versos que siguen: 

Todo poema/ No es más que una sombra/ Que nos persigue a todas partes./ Una/ Puerta oculta./ A veces/ Nuestra única salida. (Penumbra)

            O en un Ruego común, invoca a los hombres a lanzar su palabra como aquel que despide una piedra y rompe una ventana en plena calle, causando la conmoción del respetable, para luego huir.

Escribe,/ Hermano, escribe./ Si no lo haces pronto/ Nadie sabrá que has existido./ Hazlo/ Pronto y desaparece.

O cuando señala la renovación del mundo a través de este inmenso diálogo que puede llegar a ser la palabra.

Cuando exista/ Un lector de poemas/ Se acabará el mundo y temblará de nuevo toda la tierra.

               El poema como permanencia o salvación, esas son  las dos verdades a las que ha arribado Pineda en esta estancia del poemario. Y he aquí, tal vez, la tragedia o la gloria del poeta: encontrar los pasos que le permitan cruzar esa puerta. Se sabe solo y para ello, estira su mano como un mendigo, ante quienes puedan prodigarle nuevas verdades que le permitan seguir creando:

Leo un poema/ Y estiro / Mi mano/ Como un mendigo. (S.O.S)

Aunque el camino de la creación pueda parecer desolador, la voz del poeta sabe que la verdadera alegría está en intentar la escarpada. Sin embargo, es imposible no expresar los arrebatos ante su primera caída. En No hay más que decir, el poeta concluye:

Ya no pienso escribir./ Por escribir uno se enferma./ Prefiero leer en este momento./ Y olvidarme de todo.

Es cierto,  que todo ha sido dicho. Los grandes temas del mundo han sido explotados con maestría por muchos poetas antes que nosotros. Entonces, qué nos queda. ¿Seguir hurgando en nuestra realidad más cercana? ¿Seguir asumiendo que el poema sea la suma de nuestras partes? Rilke, invitaba a recurrir los motivos que cada día nos ofrece nuestra propia vida. Describir nuestras  tristezas y nuestros anhelos, nuestra fe en algo bello; dicho todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Pues, para un espíritu creador, no podía existir la pobreza.

            En ese sentido, nuestro poeta asume su primera caída como una estancia de aprendizaje y madurez, una de muchas otras que seguirán sucediéndose en el camino. Mientras tanto, el poeta de nuestra historia sueña y declara con resuelta ironía a los cuatro vientos lo que espera de los días: Ser el dios de sus propios poemas.

            A VECES/  Me computo/ Dios de este poema.

Pineda, es cauto en cuanto a su palabra. Sabe que el camino elegido es arduo. Pero, recogiendo las pistas dispersas en “El arribo de un éxtasis violento”, podemos deducir que su arte poética señala que la poesía es: asombro, arrojo, salvación, diálogo perpetuo, unión, renovación, humildad, decepción y gloria. Este es el derrotero mostrado por el poeta. Una imposibilidad de configurarse victorioso, como diría Paolo Astorga en el colofón del libro. O más aún: una puerta oculta que invita a ser violentada por la palabra.


Víctor Salazar
Lircay, mayo de 2012

Nota:

* Texto leído el 04 de mayo de 2012 durante la presentación del libro El arribo de un éxtasis violento”, en el auditorio de la Universidad Peruana Los Andes en el “I FESTIVAL DE POESÍA CENTRO” realizado en Huancayo.

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