El poeta Enrique Verástegui
Por José Córdova
Sólo son excusas.
Visitar a Enrique Verástegui, ese mítico poeta de la última gran generación que ésta parte del planeta ha dado —y que a los 21 años publicó "En los extramuros del mundo", uno de los libros más notables y casi fundacionales de la generación del 70— fue la excusa perfecta para ir a “La horrible” y de paso visitar a los grandes amigos entrañables a los que no veo hace un buen tiempo. Además, aprovechando la presentación de Sparagmos de Maurizio Medo en Ksa Tomada, también me interesaba saber por qué a este gran poeta nacido en Cañete hace 59 años y gran lector de El Kybalión (un best-seller de la filosofía hermética del ocultismo) y seguidor de los trabajos del físico-atómico Frijot Capra, no le gustaba que el nombre Cascahuesos vaya en su libro. Pues, finalmente, Teoría de los cambios (su último trabajo después de 3 años de silencio) ya está ingresando impecable a la imprenta y faltan pocas semanas para que esté en las librerías de Arequipa y Lima. ¿Cómo no estar ansioso de conversar con Enrique para que el pan no se queme en la puerta del horno? Con una escala de dos días en Chincha (cortesía de mi amigo Víctor Salazar), la meta era estar en Ksa (con k) Tomada y luego en la Casa (con C) de Enrique.
Las combis de Lima.
Claro, al seguir leyendo Leonardo (1988), Ángelus novus (1989), Monte de goce (1991), —sólo por mencionar lo más digerible— o la poesía reciente del nuevo libro de Verástegui, uno continúa admirando la extrañeza de su pluma ígnea, la búsqueda de la concretitud de la imagen o la versatilidad de su forma, del diálogo con la ciencia (que va desde la alquimia hasta la metafísica para luego adentrarse recientemente a la física y la matemática) y la filosofía, donde prima la búsqueda del conocimiento, y así, a la manera de los grandes hombres, lograr el entendimiento del “origen”. Pero, más aún, visitarlo, es casi una tarea placentera y sencilla (claro, gracias a la ayuda de Paul Guillén, el coeditor de Teoría…); y salvo el tránsito horroroso de la gran urbe peruana, (digamos, 45 minutos desde Pueblo libre hasta San Isidro), sólo tenía que estar a las 12:00 del medio día en el cruce de la Av. Javier Prado con la Av. Aviación; Paul esperaba con un cigarrillo, y apenas puse un pie en el asfalto, inmediatamente subimos a una combi que tras otros 45 minutos, cruzando grandes autopistas, llenas de enormes carteles publicitarios (símbolo del consumismo capitalino), nos trasladó hasta la Av. Los Constructores en La Molina. Apenas llegamos, Paul me indicó que la casa de Enrique estaba media cuadra más arriba, y mientras cruzábamos la Avenida, me dio algunos datos recientes sobre Enrique. El clima estaba agradablemente fresco ese día.
Editor atrapando a un poeta.
El poeta esperaba en la puerta, y después de un caluroso abrazo fuimos por unas cervezas heladas. Inmediatamente después pasamos a la sala de su casa, y rodeados de pisco “Verástegui” mientras la espuma llegaba hasta el borde de nuestros vasos, antes de comenzar con las preguntas y las repuestas me dijo: —el nombre Cascahuesos suena muy violento. Mejor que vaya con el título de “Investigaciones Literarias”; —pero Enrique, ¡no podemos cambiar el nombre de nuestro sello!, además, ese nombre es un cálido apelativo que se les da a los arequipeños, y el logo es un petroglifo de Toro Muerto, lo cual nos remite hasta nuestros orígenes. Representa a un puma, es decir, a un felino; y tú sabes que los felinos, especialmente los gatos, cascan los huesos hasta quitarles las últimas fibras de carne. Enrique se puso a pensar un momento a lo que, luego de mirarme un poco sorprendido, repuso: —¿Así?, bueno, entonces que vaya; —claro, además, la idea es que los lectores sean como estos felinos, es decir, que al leer los libros “casquen” hasta sacarle todo el jugo al texto. —Pero me gustaría que el nombre de “Investigaciones…” no se pierda. —Bueno, —le dije— de eso no te preocupes, “Investigaciones Literarias” será el nombre de la serie con la que continuaremos trabajando con Paul y Sol Negro. ¡Solucionado el asunto! Entonces comenzó a explicarme el origen de este nuevo poemario, que era una reescritura (o versión) de un libro del matemático chino Ch’in Chiu-Shao “el mejor matemático de la historia porque fue el que inventó el cero. —Me ha costado mucho trabajo escribirlo”, me dijo. Sin embargo pasaba la hora del almuerzo —en Lima el tiempo es velosísimo—; así que, caminando en media de la calle, terminamos amenamente hablando y almorzando (para no dejar de lado el tema de los chinos) en un chifa llamado Wong Fou cerca de su casa, mientras Enrique se mitificaba más con esas anécdotas que sólo los que realmente han vivido pueden contar. Luego retornamos a su casa. Y lamentablemente ya era tarde.
Nos esperaba “Los extramuros de Lima”.
No pudimos quedarnos un poco más en su casa, pues otros 45 minutos nos separaban de su casa a Miraflores y yo tenía una “gran agenda ese día”. Sin embargo, fue todo un placer instantáneo conocerlo, hablar con él, saber lo que otros poco o nada saben, y recibir un libro autografiado (Para José Córdova que, en el siglo XXI publica mi Teoría de los cambios, y que… —mejor les dejo con la inquietud—) más una fotografía juvenil e inédita para este nuevo libro. Lo dejamos presto para una siesta, con los ojos algo agotados y sentado en su sofá; el también lector de Mahadevan y Evandro Agazi parecía un geniecillo a punto de quedarse dormido. Eran las 4:00 de la tarde y con Paul teníamos que pasar por la casa de un compañero de ruta de Enrique, Jorge Pimentel, luego, acudir la Oficina de Virginia Vílchez, para terminar la tarde, finalmente, en el Superba y bien cerrada la noche en La Rocola, en el centro de Lima (fin de mi agenda). Pero esa es otra historia.
* Publicado con algunos tijeretazos en el semanario "El Búho", el domingo 29 de marzo.
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