viernes, 24 de enero de 2014

SOBRE “COSMIGONÍA” POR JOSÉ MARÍA ZÁRATE.




“SOBRE COSMIGONÍA”

Por: José María Zárate
Crítico, ensayista y poeta

Y si en alguna de las artes llega a expresarse una visión del mundo, es en la poesía.
                                                                                                      La esencia de la filosofía.
                                                                                                                  Guillermo Dilthey.

     Los intelectuales (los filósofos y poetas) a lo largo de la historia han postulado numerosas concepciones sobre el origen y la naturaleza del cosmos. Así, por ejemplo, Heráclito de Éfeso expresó: “Este mundo, el mismo para todos los seres, no fue creado por hombres ni por dioses, sino que fue, es y será fuego siempre vivo…”. Y Parménides de Elea, por su parte, en Sobre la naturaleza, declaró: “Hay que decir y pensar que el Ser existe, ya que es a Él a quien corresponde la existencia…”. Y Hesíodo, por su lado, en su Teogonía, cantó que: “En primer lugar existió, realmente, el Caos. Luego Gea, de ancho pecho, sede siempre firme de todos los inmortales que ocupan la cima del nevado Olimpo…, y Eros…”. Y, finalmente, recordemos que Lucrecio en su De rerum natura o De la naturaleza de las cosas, versificó lo siguiente: “A nuestros raciocinios ya volvamos: / estriba, pues, toda naturaleza, / en dos principios: cuerpos y vacío…”. Vemos pues, que la filosofía y la poesía, desde sus propias perspectivas, han explicado, imaginado o descrito, al mundo y  la realidad.

     Ahora bien, es menester subrayar que la poesía, aún hoy en día, continúa – y continuará- elaborando diversas interpretaciones sobre el Ser (o realidad). En este aspecto, la poesía sigue conservando su misma audacia – y versatilidad- de siempre. Y prueba de ello es el poemario Cosmigonía, de Jaime Donatp. En efecto: el vate, en su libro, emprende la intrépida empresa de plasmar una nueva visión del Ser (lo cual siempre resulta ser una tarea difícil y compleja). Cosmigonía, asimismo, se propone excavar en las profundidades de la existencia - a través de un lenguaje de corte vanguardista-. O dicho en otros términos: aborda la relación hombre-universo. Por consiguiente, esta publicación es un viaje hacia las regiones de lo metafísico y material. Sin embargo, debemos precisar que este es un viaje selectivo, puesto que sólo se centra en determinadas categorías.

     Salta a la vista que el autor dibuja a un cosmos, básicamente, umbrío, agobiante e inflexible. Este cosmos, en esencia, es opresor y desconcertante. Este mundo se funda – y se sostiene- en un orden o sistema injusto e ilegítimo. Este cosmos, por tales motivos, es fuente de zozobras y malestares permanentes. Esta visión, al parecer, se inspira en la corriente filosófica del existencialismo. De ahí que Donatp escriba en un lugar de su trabajo: “sólo la náusea podrá detenerme para no escapar del/ momento en que llego a lo absoluto”. La categoría náusea, como es sabido, es un término existencialista por excelencia. Esto no debe olvidar el lector. Ahora bien, urge señalar que Jaime Donatp rechaza categóricamente el orden arbitrario de este universo. El bardo rechaza la ilegalidad e injusticia de este sistema, sistema que habría sido impuesto de manera unilateral y tiránica por fuerzas supraterrenales. Por tal motivo, el poeta considera que este orden infame debe ser derribado, anulado y reemplazado, a fin de que se instaure un sistema realmente justo – y aceptado por todos-.

     Prosigamos: la categoría ciudad es la primera piedra – o palabra- sobre la que se construye Cosmigonía. El autor, por tanto, no cae en abstracciones. La urbe, aquí,  personifica a la sociedad o al conjunto de los hombres. En consecuencia, aquí tratamos del hombre urbano. Ahora bien, se advierte que esta metrópoli, desgraciadamente, ha sido secuestrada por el poder del sistema (u orden cósmico) imperante. Este sistema, lamentablemente, se ha apoderado de la sociedad. Este orden nocivo se asemeja a la atmósfera contaminada, cuyo aire insano corroe al habitante metropolitano. Por eso mismo no sorprende que el poeta declare en un texto: “saber la ciudad. conocer los márgenes de la niebla./ pensar en la ubicuidad de la horadante imagen…/ silencio y que se haga silencio. las aves emigran en/ dirección opuesta al sol. mantienen la esperanza de/ poder hallar eternamente la noche”. Repárese en que la metrópoli, aquí, se confunde con la niebla, el silencio y la noche. Obsérvese que las aves, acá, avanzan con dirección opuesta a la gran luz (el sol), ya que, sorprendentemente, prefieren habitar en la región de la nocturnidad. El anochecer, por ende, ha pasado a ocupar el lugar central. Se hace evidente que las cosas marchan al revés en este cosmos. Lo irracional, entonces, se convierte en racional. El logistikós (lo racional), acá, es arrollado y desbaratado por el alógistos (lo irracional). En este cosmos anómalo acaecen hechos que jamás ocurrirían en un cosmos normal.

     Continuemos: Y en otro poema del libro que comentamos, resaltan estas líneas: “manifestarse adepto a la noche y/ a la plateada oquedad que nos ilumina. / quedarse suspendido y agitar los brazos en la/ búsqueda de nuestro puñal/ para adelantarnos a la gran muerte/ y acelerar el paso de la estación”. Estas imágenes, a todas luces, son trágicas. De lo leído se desprende que este mundo ilegítimo ejerce una influencia negativa en los entes, puesto que la oscuridad los impulsa a realizar acciones descabelladas. De allí que señaláramos que este universo se caracteriza por su irracionalismo.  

     Detengámonos, ahora, en estos reveladores versos: “nada más horrendo que calificar todo como un simple/ pasatiempo. como una pluma que vuela sin sonido y/ sin sentido por albedrío del viento:/ envidiable transporte”. Estamos ante una denuncia fundamental, denuncia que pone en el tapete el gravísimo problema de la banalización extrema de las cosas. El trovador, con razón, alza su voz de protesta ante esta dramática situación (producida por la sociedad que retrata). Donatp cree, acertadamente, que la existencia, ante todo, es trascendencia. Por eso apuesta por un orden en donde prime lo trascendente, mas no, lo intrascendente. Esto es una apología de la humanidad y de su obra civilizadora. Nótese que el mundo dibujado – y criticado- por el autor se asemeja mucho, en este aspecto, a nuestro mundo postmoderno. En ese sentido, debemos de estar muy alertas frente a los peligros que este fenómeno sociocultural trae consigo.   

     Por otro lado, diremos que el hombre urbano de Cosmigonía cree en la consciencia. La consciencia es la base sobre la cual se apoya, y sobre la cual se proyecta. Él cree en sí mismo, pese a las dificultades de su entorno. Este habitante, bajo ningún concepto, quiere convertirse en víctima de las circunstancias. Al contrario: él pretende dominarlas y someterlas, aun cuando ello resulte una tarea sobremanera dificultosa. De esto se concluye que la persona, pese a todo, es el meollo de este universo.

     Por último, deseo hacer hincapié en este punto: es cierto que el cosmos que describe Cosmigonía es un lugar complicado. Sin embargo, no debe olvidarse que, pese a todo, la categoría belleza también tiene un sitial en dicho mundo. Claro: Jaime Donatp le atribuye diversas cualidades a esta categoría. De hecho, la hermosura, de acuerdo al autor, es una suerte de luz y movimiento rítmico. De ahí que el mismo aedo poetice: “y la hermosura como la tigra que me asalta desde sus/ entrecejos. gata enorme de movimientos pausados y/ encendida mirada/ cortina del fuego que adora Leviatán/ y que muestra el portento de la naturaleza misma”. El poeta identifica a la hermosura con el dinamismo, la vivacidad, la fuerza, la felinidad y el mundo animal de la naturaleza.

                                                                    Lima, 06 de enero 2014




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