Foto: Antonio de Saavedra (poeta peruano).
“POESÍA LIMENSE 2014”
“POESÍA LIMENSE 2014”
Por: Antonio de Saavedra
Haremos un breve
comentario a algunos libros de poesía limense aparecidos el año pasado, los
cuales según nuestro modesto parecer transitaron penosamente desapercibidos para
la crítica literaria (evidenciando así una vez más su larga decadencia).
Comenzaremos con Al pie del frío incendio: Antología personal (Celacanto, julio
2014, 65 pp.) de Jorge Frisancho (Barcelona, 1967), destacado poeta aparecido a
fines de los 80’s y quien, luego de una década fuera de las órbitas expresivas,
retornó con La pérdida (y otros poemas)
(Paracaídas, 2014), al que añadimos la presente selección propia de 25 textos.
Surgido alrededor del grupo Kloaka («No, seguramente no veremos ese mediodía,
Rodrigo, Dalmacia, José Antonio»), Frisancho se mostró distante de sus
contemporáneos por su léxico ampuloso («La palabra taruca, la palabra silente,
la palabra duna / me recuerdan sin más
de mi distanciamiento y de mi diversión»), por su lirismo exacerbado (cercano a
sus caros Eielson, Ojeda, Martos, Hinostroza), que lo llevaron luego a un
saludable cuestionamiento del actuar de la poesía, ya que abundan las falsas
poéticas: «Al igual que el poema, una bella mentira». Resultado de ello son
algunos admirables textos menos recargados que otros: «La palabra más dura es
la palabra que te nombra». La poesía de Frisancho refleja el rumbo que han
tomado las/los poetas de los 80’s: díscolos, insulares, neobarrocos,
herméticos; como los vocablos no les bastan han ido hasta el átomo del ser y en
el regreso tomaron todo el follaje hallado en el camino, insertándolo en sus
páginas sin depurarlo. Una cuestión técnica nos impide más elogios: no hay
indicación de la procedencia de cada poema (mínimo con un pie de página,
señores editores), y como sus anteriores libros nos son inalcanzables, ello
frena un mejor detenimiento de su poética.
Por el contrario, en
las antípodas se encuentra José Miguel Herbozo Duarte (Lima, 1984) con el
sorprendente El fin de todas las cosas
(Celacanto, julio 2014, 46 pp.), libro refinado e introspectivo, que refleja
una alcanzada sabiduría y espiritualidad luego de sus iniciales Catedral (Estruendomudo, 2005) y Los ríos en invierno (PUCP, 2007). Desde
sus primeras líneas («No sé qué voy a decir para empezar con esto, / ahora sé
que hablo menos y que empiezo / a presentir un poco sobre lo que no me corta»)
se evidencia un malestar metafísico que va enfrentando con temor a lo
desconocido, desmenuzándolo en cada poema resultado de esos desafíos. Induzco que
alguna malquerencia haya sido el germen del conjunto: «un nuevo lenguaje para
escapar del deseo / de cerrar las puertas para que siempre aparezca / tu luz en
mi memoria», y si sabemos de antemano lo complicadas que son las rutas del
desamor («el bosque oscuro» del que escribió Dante), debemos agradecer a
Herbozo por este libro lleno de paz y ensueños; todo ello con palabras sinceras,
sin complicaciones, caso notable en el repertorio de la generación del 2000.
Dieciséis poemas donde nos regocijamos con un lenguaje sobrio, sin sobresaltos,
claro y sencillo como decía aquel
poeta cinéfilo: «Quisiera hablar tan claro como para hacer que entiendas /
estas señales que he escrito tratando de encontrarme». Por último, debemos loar
altamente que la colección Celacanto Poesía haya estado disponible
gratuitamente en librerías para los amantes de las musas (a pesar del corto
tiraje de 300 ejemplares por libro) y que esperemos se repita con ansias. [1]
Otro destacado es El pez alado (Paradiso, julio 2014, 71
pp.) de la poeta Katerin Lázaro Aguilar (Lima, 1991), joven estudiante de
Literatura de la Universidad de San Marcos. En esta, la segunda edición
corregida y aumentada de la que dio a conocer en 2011, existe la fascinación por
ocupar todos los espacios de la página en Microsoft Word, ese horror al vacío por
el cual su lenguaje simbólico tapona las goteras que va dejando ese diluvio de
ideas que es la poesía: «Digamos / que nunca amaneció / es por eso / que ahora
divagamos / en la hoja en blanco». Los homenajes a sus adorados Pizarnik, Cortázar
y Apollinaire no aportan novedad y solo dejan la sólida idea de aquel «miedo
pizarnikano» como aliciente ante la incertidumbre. En algunos casos Lázaro no
cuida lo que escribe; existen versos enrevesados que no se complementan con el
resto (hecho que se relaciona con su forma acelerada de leer, como lo
atestiguamos en un recital en octubre pasado). Sin embargo, en Lázaro lo
importante es la confrontación de ideas más que las habilidades. Ella se
desliga de lo femenino y busca la hibridez, cual pez indeciso entre mar y cielo:
«No busques, mujer / la sangre de los hombres / no existe, pues / lo inalcanzable
/ solo mil palabras / que sí, lo idean». En la poesía de Lázaro persiste tanto
la tradición como el dilema del presente siglo: «Nada le espanta / al pez alado
multipolar // dios de la orilla que ríe / niño del árbol que anda / opio de
loca que vuela». [2]
Ciertamente, lo que experiencias
como Hora Zero, Kloaka y Neón heredaron a la poética peruana hasta ahora la
afectan: cualquiera con plata para publicar puede ser poeta. Es el caso de Cultura combi (Ángeles del Papel, julio
2014, 42 pp.) de Julio Benavides Parra (Lima, 1977), libro inclasificable como
poesía testimonial, pero que utiliza el verso libre para narrar anécdotas o
alegatos sobre la caótica situación del transporte público en la ciudad
capital. No sé si llamarlo delirio de grandeza, pero el libro se inicia con un pretencioso
epígrafe del propio autor (¡!): «Cada día estoy seguro que me equivoco menos, /
y cada acierto me hace un hombre más maduro». Nietzscheano resultó ser
Benavides; por ahí irían las coordenadas entonces. Empero, la lectura del
primer ¿poema? nos detiene en seco ante su vulgaridad: «Mi estómago / suena, /
debo cenar al llegar y / un rompe muelle / me mueve el trasero. / Una música /
tal vez cumbia / me hace doler la cabeza / en esta coaster asesina / solo tengo
un sueño / llegar a casa. // Se me prohíbe soñar». Vergüenza ajena, arcadas y
escalofríos se sienten en todo el cuerpo luego de leer este y los siguientes
textos. Por mi parte, a pesar de su vivencia como escritor y editor, lo que le
prohibiría a Benavides por varios años es volver a intentar escribir eso a lo
que él es capaz de llamar poesía (y que sus buenos amigos se la publiquen
también). Como sentencia el horazeriano Tulio Mora en Aquí sobra la eternidad (F.E.C.P., 2012, p. 33): «Un poeta peruano
sabe además que no / es bueno / ser poeta y peruano o que debe / escribir en
voz muy alta cuando / lo arrojan por finados campos». [3]
Lima, Marzo 2015
[1] La colección Celacanto Poesía se completa con dos títulos más también publicados en el año que pasó: Anatomía de Terpsícore (junio 2014, 149 pp.) de Paul Forsyth Tessey, y Hombre-solo (julio 2014, 26 pp.) de Fernando Reverter. Para el poeta Forsyth Tessey (Lima, 1979) el referido poemario es un magnánimo esfuerzo por darle a la poesía peruana una necesaria dimensión universalista y que hay que rastrearla desde Amarilis y José Bermúdez de la Torre y Solier, pasando por Juan Ojeda, hasta Rodolfo Pacheco, Maverick Díaz, Raúl Solís, Percy Ramírez y Ethel Barja. Además, creemos que así oxigena en algo su obra poética, luego de su anterior poemario martinadanesco El oscuro pasajero (Trashumantes, 2012). En cuanto a Reverter (ídem: Lima, 1979) sorprende su límpida escritura, ya que su breve libro fue redactado cuando bordeaba los diecinueve años de edad, poemario lleno de referencias sentimentales y elaborado entre los caminos que separan Buenos Aires de su terruño. Reverter es dueño de versos punzantes que van más allá de su soledad y del desespero existencial, cosechados luego de una agobiante travesía vadeando su Hades personal.
[2] Y ya que hablamos de féminas, en
esta nota aparte quisiéramos comentar un libro que ha circulado muy poco y del
cual, por lo tanto, no se ha discernido nada: Hojas sin tallo: Entrevistas y comentarios 1981-1988 (Mesa Redonda,
enero 2013, 173 pp.) de Eduardo Chirinos (Lima, 1960). Aquí se agrupan diálogos
y reseñas publicadas en los diarios La
Prensa y La República en las
fechas señaladas. En algunos textos hay que resaltar la magia de confidente que
llega a tener el entrevistador, dejando para la posteridad algunas sublimes revelaciones,
sobre todo entre poetas peruanos. El excelente Manuel Moreno Jimeno, por
ejemplo, dice finalizando la conversación: «La poesía, la verdadera poesía, se
convierte en la raíz del canto abrasada (así, con “s”) de humildad para revelar
su luz profunda» (p. 64). Además, el gran valor de esos textos reside en que Chirinos
dio a conocer, en esos terribles años de oscurantismo cultural, a vates
importantes como Carlos Contramaestre, Paul Celan, Juan Sánchez Peláez,
Vladimir Holan o Gonzalo Rojas, entre otros, quienes en la actualidad son
piezas claves de la poesía universal. Sin embargo, llama la atención la falta
de entrevistas o comentarios a la literatura
hecha por mujeres (como se le dice en los claustros académicos; ojo,
transgrede aquel quien ose llamarle literatura
femenina. Firmado: Esther Castañeda fans dixit), sobre todo la peruana muy en boga en los 80's, más aun sabiendo
que algunas de sus protagonistas son amigas del autor. Con esto se confirmaría
la legendaria misoginia de Chirinos, a la par de su pose de falso rockstar neoyorkino (¿fan de Sonic
Youth?) como denota la carátula.
[3] Esta nota final es para aclarar el
uso del adjetivo-sustantivo limense
en vez de peruana en este artículo,
ya que como podrán discernir todos los autores comentados nacieron o viven en
La Tres Veces Coronada Ciudad De Los Reyes, además que todos los libros han
sido editados a orillas del río Rímac. Mal haríamos en afirmar que estos libros
representan a la poesía peruana actual, lo que nos lleva a la eterna polémica
de la supuesta hegemonía de la literatura hecha y publicada en Lima por sobre
la que se crea y divulga en otras provincias peruanas, predominio que más mal
que bien ya lleva cinco décadas de perniciosa expansión. Y así es como, al
parecer, la capital sigue separada del resto del país, ya que es rarísimo hallar
poemarios de otros confines del Perú en sus librerías, y eso tal vez contribuya
a que los críticos de Lima los sigan ignorando. Por otro lado, en nuestro caso
en particular, hemos preferido usar el término limense (hasta ahora usado en el léxico eclesiástico) por sobre el
común limeño, ya que como se sabrá en
algún momento del siglo XVIII a los habitantes o nacidos en Madrid se les decía
matritenses, por lo que a quienes
estaban en Lima se les decía limenses.
Cuando luego se cambió el gentilicio por madrileño,
aquí se hizo lo mismo: se estableció en limeño.
La reposición por nuestra parte en todos los lugares posibles de este uso no
tiene nada que ver con atroces nostalgias antiguallas, solamente es fijar y remediar
lo que antes era bella moneda corriente.
Muestra
de los poetas comentados
Jorge
Frisancho / Falsa poética (el enemigo)
No sueño ya con este espacio neutro, el de la palabra
y no he podido ver sino lo que le pertenece ahora.a los recuerdos, en la otra banda de lo corporal.
Digo entonces: ¿qué será de mí cuando terminé la noche
y qué es lo que soy en ella, esto que contemploy ríe insoportablemente?
(En un peldaño oscuro del lenguaje o en el fondo del pozo
como en una frágil estrategia de las apariencias, mis
sentidosson solo estos sentidos fijos en la bóveda
y mi lengua es ahora la del enemigo).
(de Al pie del frío
incendio, p. 15)
La impresión de recordar un disco al perderme
en tu mirada sola. La impresión de no recordaresos ojos, pero el recuerdo de oír el disco
girar como yo en ti, constantemente; un acto
de amor más allá de las cosas, un giro de la mente
en el que dura tu rastro para siempre, en donde solo
jugamos a que no hay lugares ni efectos que temer
o abandonar el impulso que arrastra el ánimo
a donde no esperábamos. El sonido de un disco
que siempre llega al fin y es recuerdo de unos ojos
que en silencio —de más— nos arrebatan.
Y hacia el final del juego ya nada de sonidos ni miradas.
Tan solo lo nunca conocido, el sitio de un recuerdo
como camino imprevisto y como huella
del tiempo en el tiempo acumulada.
(de
El fin de todas las cosas, p. 14)
Un
diploma que mi madre conserva
y
para qué, ¿para qué ahora escribo?la niña creció, de locura va
a manicomio de mar edad ha ido
sumérgese hace tiempo en el olvido
rema y rema palancas del azar
cual vagabundo ya del mundo ha huido
con voz, la no voz, circular andar
ahhh, oh madre del fracaso penúltimo
de tu vientre blanco no queda nada
perdón, quedó el sueño de volar, ¿no?
sueño resignado, ahogado, quieto
envuelto en mil papeles de regalo
que sobre cuerpos del mar va repleto
(de
El pez alado, p. 60)
Julio
Benavides Parra / XXV
Si
vas para Chorrillos
Barranco
o Mirafloreste digo que no llegarás
este auto luego
de las diez de la noche
solo va a la avenida Venezuela
y tendrás que rogar
al siguiente auto
al posterior
y a todos los demás
para que te lleven a casa.
(de
Cultura combi, p. 35)
No hay comentarios:
Publicar un comentario