“PALABRAS DE
OCCISO DE JONATHAN ESTRADA”
Por: Miguel Ildefonso
Jonathan
Estrada (Lima, 1984) publicó en 2008 su primer “cuaderno” de poemas titulado Solobones. El poeta y editor vitartino César
Avalos decía en la contraportada de aquel libro: “los textos plasman las
experiencias mediáticas de un habitante de la ciudad y su ruido interno. Este
ruido es mostrado por la seducción de las palabras, más precisamente por el
sonido de ellas. Pero lo que salta a la vista luego de la lectura de estos
poemas es qué hay después de ello, hacia dónde va el lenguaje de este autor, o
los mensajes, o decide quedarse en el coloquialismo banal, o en un lenguaje
provocativo, arriesgado y con ello un trabajo serio en el tratamiento del
mismo. Creo que en ello reside la apuesta del libro.” Efectivamente, en ese
primer libro veíamos una pugna en el poeta por retratar en su interior la
caótica urbe, entre las distintas voces que interactúan en los poemas, entre sus
avatares de cemento. “Hay días cual hoy, en que las palabras segregan sombra”,
decía. En este mes de febrero acaba de presentar su segundo libro, Palabra de occiso (Kovack Editores),
aquí el poeta, tal cual como avizoraba Avalos en el primer poemario, ha potenciado
su lenguaje, el coloquialismo se dispara a un nuevo experimentalismo.
Igualmente su mirada se ha vuelto más mordaz; la crítica, más visceral. En
palabras de José Pancorvo: “Este libro refleja la implosión de la urbe hacia
otra inmensidad. Aquí la ciudad entera se va sumergiendo bajo el megatsunami de
la configuración poética. (…) Con imágenes muy vigorosas y performances, con
frecuente poderío verbal, con adjetivos vivaces y fosforescentes, conjura una
urbe poética terrible y trascendente, un plano original una fortuna de
realidad, una inmensidad, llana inmensidad”. Aquí un poema de muestra.
Lánguido
Débil…
Como
la gota suspendida de la hoja en el crepúsculo de un
rocío discreto
Que
ayunamos sin haber pegado el ojo
Donde
los hombres van concretos, derechos,
consumados…
Cuán
lejos hemos de encallar;
Del
aplomo y el prestigio,
Del
sudor sin remordimiento de bicho,
Descascarándonos…
Tras
la ventana, tras el haz del sereno suspendido
Tan
madera al viento.
La
salida no ha tenido siquiera entrada
Y
prendiendo a deambular
Con
la suela repleta de apartados ignotos, y caca;
Se
afina nuestra brújula de un remallado desvarío
Como
a tientas en tinieblas de cegueras ramadas.
Sopor
de multitudes
Envuelto
en nuestro gélido catado
Gritando
¡tierra! Una vez revueltos
Tras
los cientos de naufragios sin puerto
Hojas
gélidas…
A
punto de escaparse al olvido del bote sin remo.
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