Por: José
María Zárate
Ensayista y
crítico de arte.
La
poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema, debe dar una visión
del universo y revelar el secreto de un alma, del ser y de los objetos al mismo tiempo.
Instante poético e instante
metafísico
Gastón Bachelard.
La tradición extraña de los bestiarios se inició
con los antiguos. En este momento viene a mi mente la Historia de los animales de Aristóteles, y la Historia de los animales de Claudio Eliano. Y, ciñéndonos ya a la
modernidad, diré que El libro de los
seres imaginarios, de Jorge Luis Borges, es, seguramente, el más famoso de
los bestiarios contemporáneos. Dicho esto, preguntémonos ahora: ¿Y qué hay de
la poesía? ¿Cuántos bestiarios existen en la poesía universal? La verdad,
existen muy pocos poemarios de esta índole. Sobre este punto, es menester
subrayar lo siguiente: los bardos, cuando escribieron sobre las bestias, casi
siempre lo hicieron de manera asistemática. O para decirlo en otros términos:
no poetizaron a los animales sistemáticamente a través de la composición de
bestiarios. En efecto: por ejemplo, Wordsworth le cantó al ruiseñor, sin
embargo, nunca plasmó un bestiario. Y Coleridge le cantó al ruiseñor, y Shelley
a la alondra, y Poe al cuervo, y William Blake al tigre, y Baudelaire al gato,
y Rubén Darío al cisne, y Carducci al buey, y Montale a la anguila, sin
embargo, estos autores, al igual que Wordsworth, no crearon bestiarios. Podría
seguir citando muchos otros casos, empero, creo que con lo dicho basta para
entender la idea. En consecuencia, de todo lo expuesto se desprende que: los
bestiarios, en la poesía, son rarísimos. La gran mayoría de los aedos,
entonces, no desarrolló este tipo de poesía.
Ahora bien, pensamos que Hoguera de máscaras o el libro de Orfeo
antártico, de Percy Ramírez, es un trabajo inusual, dada su naturaleza. Ya
lo subrayamos: los bestiarios escasean, por decir lo menos. Esto debe tenerse
en cuenta.
El Orfeo de la mitología helena fue un
personaje célebre (fue admirado por sus poderes sobrenaturales y hazañas
heroicas) y controversial (recuérdese que Fedro, en el diálogo El banquete de Platón, declara en su
discurso: “No trataron así a Orfeo, hijo de Eagro, sino que le arrojaron del
Hades, sin concederle lo que pedía. En lugar de devolverle su mujer, que andaba
buscando, le presentaron un fantasma, una sombra de ella, porque como buen
músico le faltó el valor. Lejos de imitar a Alcestes y de morir por la persona
que amaba, se ingenió para bajar vivo al Hades. Así es que, indignados los
dioses, castigaron su cobardía haciéndole morir a manos de mujeres”), que murió
despedazado por las ménades (y en lo que se refiere a su posterior destino, el
mito de Er – que aparece en el libro X de La
República de Platón- nos informa que el personaje Er el Armenio: “Vio al
alma de Orfeo escoger la condición de cisne…”. Es decir, de acuerdo a esta
leyenda, el ánima del héroe decidió transformarse en cisne. No obstante ello,
respecto a este punto, precisaremos que la versión de Ovidio – contenida en el
libro XI, capítulo I, de Las metamorfosis-
difiere de ésta). Asimismo, debemos de señalar que Orfeo es recordado,
especialmente, por haber descendido al Tártaro en busca de la ninfa Eurídice,
su amada. O sea, es recordado, básicamente, por haber penetrado en el mundo de
la muerte o del no-ser.
Ahora bien: Orfeo era, entre otras cosas,
un músico-poeta, y un gran aficionado de los animales. Esto último no debe
olvidarse. Orfeo, en efecto, tenía un vínculo sumamente fuerte con el mundo
animal y vegetal. Tanto es así, que Ovidio en el libro XI, capítulo I, de Las metamorfosis, no titubea en apuntar
– las palabras que siguen son contundentes- que, al fallecer Orfeo: “Su alma,
¡gran dios!, salió por aquella misma boca que tantas veces cantó a los animales
y las rocas. Los pájaros, las bestias salvajes y las mismas rocas derramaron torrentes de lágrimas (las
cursivas son mías) al rendir su último suspiro”. Y en otro lugar, el romano
expresa: “Suavizaba Orfeo, por la dulzura de su canto, a los animales, los
árboles y las rocas…”. En este aspecto, el héroe fue único, excepcional,
incomparable. Hasta donde tengo conocimiento, no existe otro personaje –
mitológico u histórico- que se le parezca. Es verdad que Belerofonte y Perseo,
tuvieron una relación especial con Pegaso, no obstante ello, la particularidad
de Orfeo descansaba en que él era amigo de todos los animales (y hasta de las
plantas). Entonces, seguramente, es válido aseverar que, entre los antiguos,
Orfeo fue, más que ningún otro, el gran camarada de los animales y plantas.
Continuemos: quizás no nos equivocamos si
postulamos que el Orfeo de Hoguera de
máscaras..., es, de algún modo, otro Orfeo. Es un nuevo Orfeo postmoderno –
y, obviamente, es un personaje ficticio o literario-. Y él, aparentemente, a
diferencia del personaje mitológico, es más vulnerable y menos orgulloso. Es
más sencillo y humilde. Esto quizás se deba a que también es un científico. De hecho, no sólo es un
artista con atributos sobrehumanos. Él, además, es un ente vivo, mas no, un
espectro o una sombra. Ahora bien, en esta oportunidad, su misión no consiste
en descender al Hades, el umbrío imperio de Plutón. Claro que no: su misión,
esta vez, consiste en dirigirse hacia el país de los vivos: el Perú. Este Orfeo
postmoderno desea conocer un país de entes vivos, a fin de poder cantar e
investigar, investigar y cantar.
A nuestro juicio, Hoguera de máscaras…, en esencia, se traduce en la excursión
emprendida por Orfeo alrededor de la fauna autóctona
de las regiones de la costa (incluyendo a su mar), la sierra y la selva
peruanas. Así, por ejemplo, en este recorrido nos topamos con el gallinazo (ave
tan cara para Abraham Valdelomar), el puma y el mono fraile. Este Orfeo, por
alguna razón, se animó a emprender una marcha por el corazón de la América del
Sur, en pleno siglo XXI. Él no tiene la intención de visitar al resto de
naciones del orbe actual. No. Su propósito es dialogar – y estudiar- con la
fauna originaria nacional. El Orfeo postmoderno es zoólogo, entomólogo,
historiador (peruanista) y músico-trovador. Él pretende unir la physis (o naturaleza), la historia, la
mitología y la postmodernidad, en un único Tiempo-Espacio. Por eso le canta a
la fauna, a Cristo, a Guamán Poma de Ayala, a la Ciudad de los Reyes (o Lima),
a Eurídice, a Prometeo y al internet
-respecto a esto último, adviértase que en un poema se lee: “Novedades
YouTube:…”-, clara referencia pos vanguardista.
Ramírez, en buena medida, vincula a la
fauna peruana con la historia peruana. En ese sentido, quizás no sea exagerado
afirmar que, los animales, aquí, también ayudan a explicar la historia
nacional. Los animales, así, también son un pretexto para hablar acerca del
pasado peruano. De ahí que en la composición Halcón, se lea: “múltiplo de fosas y líneas de nazca/ múltiplo de
cañón del colca y del huáscar/ múltiplo de ombligo del mundo y pachacámac…”. Y
de ahí que en Perezoso, figuren estos
versos: “Hoy regresas en glaciación final/ en aqueste cortejo de extinción/
como cuando fuiste megaterio/ y epilogabas Lauricocha…”. Y de ahí que en Perro, resalten estas líneas: “¿Saben de
qué hombre hablo?/ De Felipe Huamán Poma de Ayala; / dice “te espera un ala/
salvadora en pictórico retablo”. / Me nombra amigo en la Nueva crónica…”. De lo apuntado se desprende, entonces, que este
bestiario se caracteriza, entre otras cosas, por fusionar a la zoología
(peruana) con la historia (peruana).
Sigamos: el lector advertirá que, entre
todas las bestias que figuran en este libro, el
cóndor es el primero en ser poetizado (podría decirse que esta
publicación se estructura de la siguiente forma: primero se le canta a las
criaturas voladoras, después, a las bestias terrestres, y, finalmente, a las
bestias acuáticas). Esta ave, así, es la encargada de abrir el bestiario. ¿Y
eso por qué? Este detalle es revelador. Orfeo, aquí, inicia su cantar
versificando a un ave (es decir: elige a un ente aéreo, más no, a un ente
terrestre u acuático). O mejor dicho, inicia su cántico versificando al
emperador de las aves nacionales. Sucede que este Orfeo postmoderno valora
sobremanera al cielo o región celeste. Él aprecia el valor de las alturas (en
esto coincide con Atenea y Zeus, dioses que también valoraban el mundo de las
alturas. De hecho, Palas era asociada a la lechuza, y Zeus, al águila). Ahora
bien, en el poema Cóndor se lee: “La
ceremonia continúa/ Rasu-Ñiti/ aunque las nieves sólo serán/ perpetuas en tu
plumaje de espejos/ aunque el vapor de malignidad/ se disfraza de primavera sin
cable a tierra/ Apu Wamani/ desgranador de almas en cascada/ de Saño/ que este
canto rodado/ se eleve a los astros de quien nos desespera/ hasta Cunturhuasi”.
Se colige que, acá, esta criatura no es un ente común. Al contrario: es un ser
sobrenatural cuyo poder radica en el misticismo y la solemnidad. El cóndor,
acá, es sinónimo de ceremonia y religiosidad. Este cóndor trasciende a la
terrenalidad, y se convierte en mito. Esta criatura, aquí, carga sobre sus alas
una enorme simbología. Gracias a sus fuerzas hercúleas se eleva hacia lo alto
de la bóveda celeste, y desde allí, observa y vigila, vigila y observa. No se
contenta con permanecer todo el tiempo en el mundo terrenal y mortal.
Por otro lado, es fácil de notar que
Ramírez, en su poesía, recurre con frecuencia al humor y la ironía. Por
ejemplo, en un lugar expresa: “El Mágico de Tracia fue visto cruzando nuestra
frontera subterránea. Con pasaporte falso, no lo sé…”. El Mágico de Tracia,
naturalmente, es su Orfeo postmoderno. Ramírez, qué duda cabe, ironiza a lo
largo de todo su libro (otro ejemplo – de los muchos que hay- de poesía satírica
es su composición Gallinazo).
Finalmente, señalaremos que Hoguera de máscaras…, acaba con una
reflexión sobre la condición humana: hace hincapié en la temporalidad del
hombre. En el problema de la mortalidad humana y del tiempo que no se detiene.
Y no podía ser de otra manera, ya que el autor es muy consciente de lo que es
la historia, al fin de cuentas: el estudio de las generaciones que tiempo atrás
habitaron la tierra. Ya lo sentenció Heráclito de Éfeso en su momento: las
aguas del río fluyen, y nunca dejan de fluir. El devenir, el río, no se
detiene.
Lima, noviembre de 2013
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