“NECESIDAD DE
LA POESÍA”
Por: Diego Marín Contreras
Más
que nunca, como siempre, necesitamos poesía. Que respire, que transpire, que
inspire nuestras sagradas navegaciones hacia las playas de la infancia, donde
la ola, la roca y el golpe repiten su ritual eterno. Cosmos y caos, locura y
lucidez. Que venga, atardecida, y nos sobrecoja la mirada con un cielo sesgado
por pliegues naranja entre reverberaciones de un azul oscuro apocalíptico. No
importa que seamos muy pocos los que extrañemos la poesía, sin ella no somos
sino aspirantes a humanos. La nada vanidosa.
Que
retorne la noche de los poetas, la noche de los siete mares, con sus raíces
milenarias de células mitocondriales que crepitan y aseguran la perpetua
acechanza de la vida. Que aparezca la poesía entre los fantasmas que emergen de
la Mar Caribe, la matria. En las ruinas del Muelle de Puerto Colombia, que
emerjan esas criaturas profundas y hagan el amor con inextinguible vitalidad de
náufragos que han sobrevivido a todos los naufragios. No importa que casi nadie
la extrañe, que muy pocos la valoren y ellos se conjuren, nos conjuremos, ah,
noble rincón de mis abuelos, para que la poesía permanezca como permanecen los
zapatos viejos del Tuerto López.
Ni
Platón ni Prozac: poesía. Ni psicoanálisis ni discurso. Magia ancestral,
menesteres propios de los brujos de la tribu. Anacrónica por excelencia, ella
nos mete y nos saca del tiempo: es pasado y es aquí y ahora, es el roce de la
rosa. Es nunca y es siempre. Oración del solitario, murmullo del inconsciente colectivo.
Religión y profanación. No está a favor ni en contra de ningún partido, no se
suma a ninguna opinión. Los únicos deberes que conoce nada tienen qué ver con
la moral establecida o lo socialmente razonable. Solo habla de creación y
libertad. Y vuelve sagrado lo más íntimo: el recuerdo de la madre muerta, las
irreparables roturas que dejan en el alma los amores idos, el rapto de una
mujer, el largo retorno a Itaca, el patio de la infancia perdida. Eso de lo que
nadie habla, pero todos hemos vivido. Cuánto te necesitamos, poesía, así como
los animales, en el mediodía furioso, necesitan las sombras de las bongas en
las bellas tierras de Córdoba.
Cómo
muerdes la inhumana cadena productiva, donde el tiempo está reglamentado de tal
forma que hasta el placer y las vacaciones en La Patagonia forman parte de un
plan que la muerte ha diseñado para asesinarnos en cuotas mensuales. La poesía
nos abre sésamos de tiempo para recorrer el bosque de los placeres, donde vibra
el mito, Edén de los edenes, o irse a La Patagonia, o al País de Las
Maravillas. Nada la detiene. Es vida: un rayo que no cesa. Nada la reprime. Es
pasión: mi voz, que madura, mi voz, quemadura. Por eso las instituciones y el
orden socialmente razonable del discurso le temen: es peligrosa, todo lo pone
en tela de juicio. Es inútil.
Pero
es el camino y el lugar de arribo. Como ese túnel frondoso, verde-azul,
escenario de leyenda, la ruta a Valledupar, o la vieja carretera a Puerto
invadida por la Lluvia de oro, como el Guatapurí, como el Sinú, como los ojos
de los hijos.
Sigue
esos caminos mágicos. Síguelos, y ya habrás comprendido por qué necesitamos la
poesía.
25/06/2016
Fuente:
No hay comentarios:
Publicar un comentario