“NADA
DEL OTRO MUNDO DE PAOLO ASTORGA”
Por: Charly
Martínez
La historia de
la literatura nos ha demostrado que el salto que han dado muchos escritores al
pasar del género poético al narrativo ha sido realmente interesante y, no pocas
veces, genial. Pienso ahora en Lezama Lima con su “Muerte de Narciso”, Cortázar
con su “Presencia” o quizá también en Borges haciendo sus pininos al publicar
aquel bello libro de poemas titulado “Fervor de Buenos Aires”; el resto ya es
historia harto conocida, pues estos gigantes de las letras optarían finalmente
por la prosa, extendiendo su magia a límites insospechados, convirtiéndose en
abanderados y paradigmas de la vanguardia de aquellos tiempos y de los
venideros. He mencionado estos tres casos tan solo por circunscribirme al panorama
latinoamericano, aunque en otros continentes situaciones similares se cuentan a
montones.
Como dije líneas
arriba, el producto originado por ese salto de un género a otro en muchos
autores ha resultado estupendo. Ahora bien, no debemos excluir de esta pléyade
a Paolo Astorga (Lima - Perú, 1987) quien en su segundo libro de cuentos, “Nada
del otro mundo” (Eclosión editores, 2013) saca a relucir un mayor afianzamiento
en sus dotes respecto al primero “Siete cuentos para volver” que vio la luz
hace unos meses y que ahora se reedita bajo el mismo sello; entre su vasta
producción el laureado poeta Astorga nos ha obsequiado intensos poemarios y
acertadas reseñas, publicadas todas con cierta regularidad, pero en esta nueva
entrega la calidad de los textos es sorprendente. Así, el epígrafe de Sartre:
“No hay necesidad de fuego. El infierno son los otros”, es el umbral de entrada
a un mundo subyugado por la melancolía y la desazón, donde habitan seres
castrados, cansados, enajenados por el absurdo del vivir, presentando en su
idiosincrasia una fatal ambivalencia que oscila entre el malestar y el placer cuasi masoquista. El resto, quienes los
rodean, son tan repulsivos, deformados e infelices como los primeros. Así, en
el primer cuento (cuyo título lleva el mismo nombre del protagonista) Daniel es un adolescente inseguro que
anda enamorado de Juliana, su amor platónico, a quien constantemente idealiza y
a la cual está a punto de declarársele en una fiesta, pero el destino hace de
las suyas y le juega una mala pasada. Desde que despierta en la mañana se
muestra temeroso, manteniendo aquella dualidad en su conciencia de adolescente
inmaduro, deseando en el fondo que no sea el día de la fiesta (“¿Qué le sucedía? ¿Acaso era la mañana
frondosa que con su luz amordazaba las sábanas? ¿Por qué no quería
despertar?...”). Aunque haya estado esperando aquella ocasión desde hace
mucho tiempo. Con singular maestría, el autor mantiene el clímax in crescendo dibujándonos a un jovencito
frustrado (“pensaba en lo más enigmático
de ella pero, sobre todo, en lo más inútil de él”) e interpolando frases
líricas (“mientras el sábado lo apuñalaba
con su angustia y sordidez”). Deducimos que la existencia es tan solo un
tenebroso espejismo, un fatal artilugio de palabras; en “Nada del otro mundo”, Manuel es un hombre harto de su mujer, a
quien ya no desea como antes y que, en consecuencia, no puede complacer (“ese cuerpo que ya probó y probó hasta el
empacho”); a él nada le importa, tan solo anda deseoso de “poder mandar a la mierda a todo el mundo y
seguir tan idiota como siempre esperando que amanezca pronto, que amanezca
pronto y así poder alardear angustiadísimo que vivió un día más”. En dicho
cuento se narran los instantes posteriores al encuentro sexual entre la pareja,
enfocándose sobre todo en la frustración de Manuel que ha terminado antes de
tiempo, y es que cuando se prioriza el acto carnal en una relación amorosa
sucede que nos animalizamos, dejando de lado la verdadera sustancia: el
resultado es el hastío existencial de uno de los cónyuges, generando un mundo
interior rico y además, complicado, junto a una satisfacción egoísta que se ha
subjetivado demasiado. También narrando un idilio amoroso –aunque aquí el
“amor” alcance niveles enfermizos- aparece “Como si esto nunca hubiera sucedido”, el tercer cuento, que nos
recuerda muchísimo a las historias estilo triller
de “El club de los parricidas” de Ambrose Bierce y también a ciertos personajes
de Rubém Fonseca. Aquí el narrador-protagonista le va contando a un supuesto
oficial de policía como fue seduciendo a Claudia, una joven quinceañera para,
finalmente, asesinarla. Se trata de una confesión fría, reveladora de una
personalidad sumamente patológica, volcada con todas sus energías hacia el
homicidio. (“Ella anulaba en mí toda
codicia, toda voluntad de ser concupiscente. Ella me había castrado totalmente
y eso me hacía temer. Colmaba mi paciencia. Me enfurecía”). “Lo peor” podría fácilmente condensar
todos los elementos presentes en la integridad del libro, (dolor, odio y
marginalidad) manejando el protagonista, en algunas partes del discurso
textual, un discurso beckettiano (“Ser
feo no es lo peor. Lo peor es estar vivo. Todos los días de mi vida me lo he
pasado estrangulando la ignorancia de los demás con palabras de explicación
pero mucha, mucha indiferencia”). Luego, más adelante, dice: “Desgraciado otra vez y sin decir nada, cual
despojo humano entre animal y cosa impronunciable me alejo del grupo de zorras
que se agolpan en la esquina para hablar de sus guapísimos enamorados”;
como se podrá observar el autor nos presenta claros y rotundos visos kafkianos.
“Lo peor” es, pues, la narración en primera persona de un jovencito poco
agraciado, a quien todas las chicas y los chicos de su barrio marginan,
burlándose cruelmente de su fealdad. Solo tiene a una pequeña “amiga”, Nathaly,
de ocho años de edad, quien le saluda sin hipocresía cuando lo ve por la calle
y hasta a veces le hace obsequios, como invitarle una manzana. Se trata del
grito desesperado de un relegado social y donde quizá se sientan identificados
todos los excluidos, aunque dicha marginación está conllevada por elementos
nunca tan alejados de los verdaderos parámetros estéticos, elementos
seguramente incubados en el intelecto obtuso de adolescentes inmaduros, como
los que habitan el cuento. “Existe
belleza en lo extremadamente bello y en lo extremadamente feo”, decía
Víctor Humareda. Las líneas finales son aterradoras, y han sido germinadas en
la atormentada conciencia del protagonista. La siguiente historia, “Relato cursi”, vendría a ser algo así
como la satisfacción del fetichismo, el placer hallado en lo breve o lo
efímero. Viene influenciado, creo yo, por las tendencias modernas (sobre todo
en los jóvenes) donde impera la rapidez, las relaciones amorosas ligeras o light. Pero hay más. El protagonista es
un joven obsesivo que anhela tan solo darle un beso a su amor platónico pero,
eso sí, sin caer en el enamoramiento, aunque en el fondo desearía llegar más
lejos. Mención aparte merece “Pequeño
cuento sobre un suicida”, donde el
autor hace una comparación entre la forma correcta de suicidarse (indicada por
un hombre de aspecto gótico en un video de YouTube) y -en contraste- la manera
como lo haría “nuestro suicida idiota”,
que vendría a ser la más sencilla y simple, sin ningún tipo de originalidad y
ningún afán de perennización post mortem.
Siempre he pensado en aquellas inmolaciones engalanadas con riquísimos
criterios estéticos (desde la ropa que se va a usar por última vez hasta el
tipo de muerte escogida) como algo más que un mero suicidio puesto que al
fundar “nuevas estéticas del acto
mortuorio” (como dice el autor) el suicida estaría prolongando su actividad
creadora, aunque esta concepción sería válida sobre todo para el artista que decide optar por ese
camino. De este modo, el novelista o pintor “crea”,
pues la sociedad, a pesar de que ha sufrido su pérdida, observará que él
manifiesta una regresión a su anterior esencia, a su arte; se trata, pues, de un cuento precioso donde vida y
muerte se entremezclan en un atractivo juego lúdico. “Siempre” es, quizá, la historia más sencilla del cuentario, y está
manejada con la solvencia de Raymond Carver o de Grace Paley, aunque cabría
señalar que rehúye a lo manoseado o trillado, pues contiene al menos un
elemento interesante que la singulariza. Argumento: Mariela es una escolar
bella y arrogante que mantiene una tormentosa relación con César, pues casi
siempre discuten y ella lo termina. Sin embargo, a pesar de todos los
problemas, la pareja vuelve a juntarse. En esta oportunidad se narra lo
sucedido luego del rompimiento definitivo, la insistencia de César para
reanudar el noviazgo y como cierto día Mariela inicia nuevos amoríos con “la sombra”. Quizá el autor ponga en
relieve los fantasmas interiores de su personaje, pues “la sombra” simboliza la derrota, los miedos y los temores más
profundos del protagonista, que viene a ser el claro prototipo del joven con
baja autoestima, sumiso y torpe, mientras que su rival saca a relucir una
personalidad ambigua y socarrona, hondamente determinada por lo práctico y lo
superfluo, desdeñando los más profundos sentimientos. Es, pues, todo lo
contrario de César, que ya se ha enamorado perdidamente. En conclusión,
“Siempre” es un cuento logrado, lleno de amargura y decepción.
El autor nos ha entregado
un libro de cuentos fresco, sin demasiados afanes estilísticos aunque, eso sí,
aderezados con ribetes poéticos; es más, luego de una segunda lectura el libro
resulta más fascinante, y se nos abren caminos que en una primera revisión no
se hallaban presentes, sumergiéndonos en esos mundos de pesadilla constituidos
por los universos particulares de cada personaje; y es que tan brutal ha sido
el golpe de esta gran mole llamada sociedad que hasta en sus escasos momentos
de placer o satisfacción estos seres disconformes se sienten como amordazados,
hastiados de todo. Definitivamente, “Nada del otro mundo” es un acierto dentro
de las más recientes publicaciones aparecidas recientemente en las letras
peruanas.
Ate,
18 de julio 2013
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